sábado, 29 de noviembre de 2014

En un lugar soñado

Para la mayoría de los viajeros seguramente no sería nada fácil decir cual ha sido el momento, el lugar, y el viaje, donde podrían decir perfectamente que se encontraban como si formaran parte de un sueño. Y a mayor número de viajes, más difícil resultaría esta tarea. Porque es evidente que poder definir ese momento, ese lugar e instante mágico, dependería de muchos factores; el ánimo de cada cual, la compañía, el clima, o simplemente, que estés receptivo a vivir ese acontecimiento. Pero es cierto que ese momento llega, se convierte en irrepetible. Así, el sencillo motivo de viajar, también puede resultar estimulante, por el hecho de esperar a que esa sensación tan mágica se repita, incluso en mayor proporción, y sustituya al primero. Yo estoy esperando este hecho, puesto que mi mejor momento, como si de un sueño se tratara, ocurrió en verano del año 2011 en Quebec, al este de Canadá.

Después de varios días disfrutando de una estancia increíble por distintos lugares del país, de ir a un espectáculo como es el típico "rodeo", donde los vaqueros exhiben su maestría a lomos de un caballo, montar en barco por el río San Lorenzo, ir a la migración de las ballenas, incluso subir a una avioneta y divisar el paisaje a vista de pájaro, jamás podría pensar que llegarían momentos mejores a los ya vividos. Así fue como Pierre, nos dijo que ese día visitaríamos la casa de campo de su amigo Ricardo, que haría de anfitrión ese día. Valga que ya lo conocíamos, pues Rubén, mi compañero de viaje, y yo, dormíamos en su casa, pero pasaríamos un día completo con él, y cabe decir que Ricardo no hablaba absolutamente nada de español, y nosotros, menos aún de francés. Pero el día transcurriría de tal manera, que gestos, sonrisas y emociones sustituirían a cualquier palabra y en cualquiera de los idiomas. 

El trayecto hasta llegar al campo, no sería más de 2 horas en coche, pero resultaría más que entretenido por el bello paisaje de este país. La conversación era escasa, y el silencio solamente era interrumpido por los gestos de Ricardo, señalando con sus manos los lugares por donde aparecían renos, arces, u otros animales que entraban o salían de los bosques a sus anchas. Nosotros, atónitos, perdíamos la mirada, abriendo los ojos y la boca al unísono. Aún más si cabe, cuando dejamos el asfalto para incorporarnos a una pista de tierra, con bosques a ambos lados, y nos indicaba que el cruce de cualquier animal de este tipo era algo común. Quedaba poca distancia para llegar a nuestro destino, cosa que nos indicó Ricardo cuando abandonamos esta pista para adentrarnos por una vereda más estrecha, con bastante vegetación, y donde el paisaje se abría a veces para mostrarnos enormes lagos y fiordos. Y fue así como llegamos a la casa de Ricardo. Su casa de campo, el que se convertiría en el lugar más mágico que jamás hubiera visto.

No serían más de las 11 de la mañana, cuando bajamos del coche para entrar en una casa principal, bastante amplia, completamente construida de manera, con un enorme salón, con la cocina dentro del mismo, y con varias estancias formadas por dormitorios y baños alrededor de éste. Dejamos nuestras pertenencias, y mientras Ricardo abría ventanas y reordenaba las cosas que bajamos del coche, pasamos a explorar el resto de edificios y estancias que había alrededor de la casa principal. Nuestro asombro era mayúsculo. Desde el primer momento sabía que la hermosura del lugar jamás podría describirla. Resultaría estéril buscar los mejores adjetivos y las adecuadas expresiones para indicar lo que mis ojos veían. Girando la vista a cualquier lado, podíamos contemplar un lugar rodeado de fiordos, lagos, estanques, bosques frondosos, un increíble cielo azul...estaba literalmente entregado a la naturaleza. Incluso el resto de edificios eran asombrosos; cobertizos de manera convertidos en observatorios, zonas de descanso, y hasta una preciosa capilla al final de un estanque, afinarían dulcemente con el paisaje.

Estoy seguro que Ricardo no pretendía impresionarnos, pero lo hizo. Sobre todo cuando nos invitó a recorrer el interior de uno de los bosques montados en un vehículo todoterreno, tipo buggy, para adentrarnos en la frondosidad del paisaje y buscar osos. Nada menos que osos. La idea rápidamente nos aterró, pero su insistencia en mostrar confianza ante tal aventura nos hizo aceptar, con un miedo evidente, pero sumidos en una emoción difícilmente descriptible. Y a pesar de no ver ninguno de estos animales salvajes, el entusiasmo y la inquietud resultaban vigorosas. Un recorrido por los bosques del lugar, que jamás podrían ser copiados por el mejor parque de atracciones.

Llegados de vuelta a la casa, recuerdo que no paramos más que el tiempo suficiente para degustar una tortilla de patatas que cocinamos allí mismo, unas gambas canadienses al ajillo, jamón extremeño (como no), y varias cervezas Budweiser. Todo ello, en completo silencio, disfrutando de la naturaleza, el sonido de los pájaros, y los gestos de aprobación de Ricardo ante los manjares que estaba degustando. Y siendo él consciente de que nuestra felicidad podía olerla y tocarla, sugería cientos de propuestas para seguir disfrutando de todo aquello. Montar en un bote de pedales atravesando un fiordo, pescar en el lago o bañarnos en él, seguir con nuestras expediciones en todoterreno por el interior del bosque, hacer fotografías...multitud de actividades a cual más impensable. 

Estaba finalizando un día increíble, irrepetible, inolvidable, pero que estaba dando paso a un anochecer aún más bello. El sol decía adiós con fuertes gritos de colores, indicándonos que dejaría lugar a la noche más estrellada que jamás han visto mis ojos. Encendiendo un fuego, a la salida de la casa, Ricardo nos preparaba, siempre con sus gestos a modo de aspavientos, de que a buen seguro esa noche presenciaríamos una aurora boreal, solamente vista en pocos lugares del mundo. Y así llegó, esa culminación y suma de momentos mágicos, con un manto verde y azulado, que moviéndose en el cielo, conseguía quedarte sin habla, dejándote inerte y estático, pero más vivo que nunca. Un momento sin igual, que unido a los anteriores, hacían que supiera, que al irme a dormir, registraría en mi memoria este día, como uno de los más hermosos de mi vida dentro de un viaje.

Pero también recuerdo algo que me dijo mi compañero, y que hizo que reflexionara sobre ello. Y es que fue justo cuando estaba finalizando la jornada, cuando Rubén me dijo que había vivido un día inolvidable, increíble, pero que aún hubiera sido mucho mejor (sin desmerecer la compañía claro), si hubiera vivido todo eso al lado de la persona de la cual está enamorado, ya que era un lugar ideal para ello. Pero una vez que digerí lo había dicho, pensé para mis adentros, que realmente estaba en un error. Al menos por todo lo que me ocurrió a mí ese día. Porque ese día fue exclusivo para mí, para mis sentimientos, mis emociones. Y es que creo que al menos durante ese día, la "ceguera" del enamoramiento hubiera tapado mis ojos de todo lo que viví allí, en ese lugar mágico, en ese lugar soñado, y del cual estoy seguro, que algún día volveré a vivir!!! 

¿Y tú, ya sabes cual fue tu lugar soñado?. Quizás aún está por llegar. Lo comprobarás viajando...






















Quebec, Canadá. Agosto del 2011. Fotografías de Rubén Cabecera y Jesús Apa.






    


viernes, 21 de noviembre de 2014

La caja

Visitar un país puede llevar implícito muchas cosas, y todas ellas se suelen valorar una vez has regresado. Al menos a mí me gusta hacer esa reflexión, sobre todo justo  en el viaje de vuelta. Dedico un tiempo a este ejercicio, a veces incluso en el mismo avión de regreso. Reviso las fotos, repaso los días, rememoro las conversaciones, los momentos...En todos, absolutamente en cada uno de ellos, he aprendido algo, y sobre todo, he tratado de llevar esas experiencias positivas a la práctica. Es algo que quiero seguir haciendo; aprender de otras culturas, otras gentes, otros sistemas, otra forma de pensar. Sencillamente, es algo asombroso. Viajas, disfrutas, y a la misma vez, y en cuestión de días, aprendes cosas que ni tan siquiera puedes encontrar en un libro, que ya es decir.

Hace varios años participé en un proyecto de educación con algunos países del norte de Europa. Cuando empecé a trabajar en este proyecto, y sobre el tema que íbamos a tratar, apareció el nombre de "Finlandia", y francamente tengo que decir, que me asustaba la idea de trabajar con los líderes en este sector. Representar a una zona rural, humilde, y a la cola del informe PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes), suponía todo un reto. Aunque ciertamente aliviaba que ellos estarían dispuestos a ayudar, pues que países de este tipo quieran participar en proyectos como éste, quiere decir que algo también tendrán que aprender. Pero lejos de todo eso, y aunque aprendí muchísimas cosas de su sistema, busqué en los entresijos del día a día para absorber lo máximo posible de lo que pueden aportar como personas, más que las conclusiones que me diera ese proyecto.

La visita a Finlandia era la última de este proyecto, y a petición de ellos, la realizamos a primeros de Febrero, en pleno invierno, puesto que querían que nos integráramos en su día a día con la más estricta de las realidades. Cómo vivir a -30ºC suponía todo un reto, pero que convertía el viaje en algo aún más apasionante si cabe. Con lo cual, solamente tocaba disfrutar de la experiencia. Así fue como nos esperaba un país helado por el frío, pero despierto y vivo como pocos países he visto. Y primeramente mi atención la pondría en los jóvenes, dado que el proyecto trataba de eso. Un colectivo "mimado" por la sociedad, pero con la mejor de las intenciones. En el momento que inicias contacto con ellos, piensas en cómo han llegado a ser como son. Arrastran una disciplina que es cómplice de su conducta, de su formación y de su forma de vivir. Digamos que son la cantera y la herencia del país, y todo cuanto se mueve alrededor de ellos, es por algún motivo. Disciplina mezclada con educación y tradición, son los principales valores que adquieren.

Pero sin embargo no se olvidan de otro colectivo, tan importante como los jóvenes, como son las personas mayores, los ancianos. Y como si de un premio se tratara, llegar a la vejez supone recoger lo sembrado, comprobar el valor de las cosas bien hechas, querer seguir siendo fiel a una educación, un respeto, una forma de vivir. Solamente el hecho de ver que existen más instalaciones deportivas o de ocio que hospitales, invita a la reflexión. Y es muy sencillo, pues todo eso se apoya en la coherencia. Invertir en gimnasios, instalaciones deportivas, piscinas climatizadas, saunas, balnearios, salas de pilates, yoga, etc..supone proteger el bienestar social de las personas mayores, a modo preventivo, y con mejores perspectivas en cuidados de la salud que puedan hacerlo los hospitales. Y es asombroso saber que eso funciona, y sobre todo, cuando lo escuchas de boca de ellos y puedes comprobarlo in situ.

Pero hay algo que me quedó realmente sorprendido y que descubriría más tarde. El Estado no solamente vela por los jóvenes y premia a las personas mayores con todos esos recursos, sino que empieza a cuidar a los bebés cuando ni tan siquiera han nacido. Las mujeres embarazadas participan en un proceso de enseñanza maternal cuando apenas llevan unas semanas de gestación. Atenciones, cuidados, controles y meticulosos chequeos, forman parte de los nueves meses de espera. Es una preparación acorde con los valores que puedes ver una vez que visitas el país. Pero hay mucho más detrás de todas esas atenciones. Las intenciones son otras.

Tradicionalmente, y desde hace más de 70 años, cuando el índice de mortalidad entre los bebés era muy elevado, el Estado empezó a dar a todas las mujeres embarazadas unas cajas de cartón, con determinados objetos para el bebé, a cambio de que la mamá visitara a un médico y asistiera a una clínica pública antes de los cuatro meses, como contraprestación al llamado "paquete de maternidad". Un set básico para más o menos el primer año de vida de los bebés. Además, dicha caja de cartón, servía como la "primera cuna" del bebé. Como modo de protección, el bebé se sentía seguro entre esas paredes de cartón. Y todos estos "mimos" siguieron avanzando, con el paso de los años, en función de como marchaba la sociedad, hasta tal punto, que hoy en día sigue siendo un hermoso regalo esperado por todas las mamás, de las cuales, según dicen, son consideradas como las madres más felices del mundo.

Ropitas de varios tamaños y colores para las distintas épocas del año, pañales (de tela, para proteger el medio ambiente), talcos, chupetes, biberones (éstos últimos eliminados de la caja recientemente para fomentar la lactancia materna), forman parte de la maravillosa caja. Además incluyen una especie de espuma, la cual, se coloca en el fondo de la caja a modo de colchón. Todas estas cosas son elegidas por personas expertas, y consideradas como imprescindibles para cualquier bebé en sus primeros meses de vida. Incluso el paquete viene con una serie de folletos a modo de instrucciones para el uso de los determinados objetos, y a las tres semanas de dar a luz, funcionarios de los Servicios Sociales visitan el domicilio para comprobar que todo se usa de manera correcta. 

Pero el objetivo principal de esta idea, de este regalo, es aún más importante que el contenido del mismo, pues también te dan la opción de canjearlo por dinero, y que incluso, a veces siendo el coste del paquete inferior a lo que ofrecen, el valor es mucho mayor, y es por ellos que casi la totalidad de las familias adquieren la esperada caja. Así pues, la idea es que todos los bebés finlandeses, sean de la condición social que sean, tengan un comienzo de vida equitativo, igualitario. Es enseñar en valores en el más puro y estricto modo de igualdad. Todo aquel bebé que nazca bajo el cielo finlandés, empezará con las mismas condiciones. Es una forma hermosa de no hacer distinciones de ningún tipo.

Pero solamente este hecho no se cumplió el pasado año, en el 2013. Concretamente el 4 de Mayo. Y es que fue la fecha en la cual nació una niña distinta a todos los demás bebés, y que lejos de cualquier condición social, resultó ser la niña más bonita y maravillosa del mundo!!! Pero eso ya será parte de otra historia...






"La caja". Fotografía de la web de KELA, Institución de Seguridad Social Finlandesa.


Inda Paajanen. Agosto del 2014. Fotografía de Mikki Pajaanen.

sábado, 15 de noviembre de 2014

En un viaje cada día


Recuerdo que percibía que sería un día cálido de verano. En parte algo lógico, pues el sur corresponde a eso. Pero la mañana amaneció con una brisa dulce y agradecida, con la intención de darle un respiro al cuerpo y a la misma vez una caricia a la mente. El sol del mediodía te indica donde estás y te pone en guardia para buscar refugio en las sombras que te pueda ofrecer el camino. Pero pronto es sofocado por la frescura de la gente del lugar, que te atrapa, te acoge, te mueve hacia ellos. Si el caminante anda perdido, harán de timón. Si en cambio va cansado, tendrán su regazo. Un pueblo fatigado por el trabajo, empapado del sudor de sus antepasados y al mismo tiempo, vivo por su historia, hospitalarios como pocos, donde su mezcolanza de contrastes lo hace aún más interesante. Un pueblo que en la sobremesa, se resguarda del calor de la calle pero sin huir de la calidez del hogar. En estas siento como el día avanza, y el sol va diciendo adiós con un tono rojizo y anaranjado que da paso a cielos estrellados, cargados de puntos centelleantes que alumbran las frescas noches de verano donde, como si de otra jornada se tratara, invitan al ciudadano a vivir en la calle y recrearse con su capacidad de disfrutar.


También recuerdo como son los días otoñales. Sus sorprendentes mañanas, a veces con luz, otras con lluvias, buscan siempre mostrarte todos los colores del paisaje. Espacios ocres entre mantos verdes; golpes visuales rojizos que asoman entre los castañales. El microclima de la dehesa te acompaña en todo el trayecto, donde el cerdo campa libremente en la montanera, protegido por paredes de piedras, aunque siempre ajeno a la cercanía de su sacrificio. Los sabios del lugar en cambio, hablan de lo contrario. El animal es consciente de su final, pero asume su destino. Su vida transcurre mientras el hombre siembra sus tierras a la espera del fruto que ésta le regalará. Pero aquí el otoño nunca te deja indiferente, sus paisajes te envuelven, te acurrucan, te enjuagan el ánimo con su belleza. La noche llega casi sin avisar, pero anunciándote que te tratará bien, que te acostumbrarás a ella y tu descanso será feliz por haber vivido una jornada más aquí.

Los últimos inviernos en este lugar han mostrado su lado más duro, haciendo honor al apellido de esta tierra. El verde de los últimos días es cubierto por la siempre inesperada nieve, que te aletarga inconscientemente y provoca tu refugio, en cualquier hogar que se te preste, donde siempre encuentras leña que te abraza con calor y te despide con cenizas. Lo súbito deja paso a lo cotidiano, y ya una vez habituado en ese escenario, puedes apreciar que la belleza de esta tierra nunca se esconde. Los cortos días de invierno tienen la suficiente luz que necesita tu camino. Inusitadamente, no tendrás prisas con tus pisadas, pues el invierno pasa livianamente esperando la primavera más hermosa jamás vista. 

Los días en ella son agradecidos, pues es una primavera alegre, joven, atrevida y descarada. Te cubre con los colores que encuentras en el camino, donde las flores se abren para atrapar a los pájaros y ser cómplices de su causa. Todo es pasión en esta tierra en primavera. El campesino es compensado por su trabajo, los arroyos van llenos de vida, los días quieren más luz y y por eso la tienen, regalándole en contraprestación al viajero los atardeceres hermosos y cálidos que puedes encontrar en cualquier punto donde estés. Monasterios, conventuales, cunas de pintores ilustres, incluso restos de nuestros antepasados romanos puedes encontrar en tus caminos. Todo cuanto puedes ver es un regalo para tus ojos.

Pero podrían tratarse de cuatro viajes en las cuatro estaciones del año. Cada cual distinto, cada uno de ellos con sus matices, pero todos con el mismo fondo. 
Aquí es donde vivo, en Tentudia, donde cada uno de mis días es un viaje distinto, dentro de cada una de las estaciones. Es aquí donde saboreo con pasión lo que la vida, y todo lo que la rodea, me está ofreciendo sin yo pedírselo. Es esta pequeña porción de Extremadura la que me cuida, me observa y en la que me siento vivo cada día. También en una pequeña proporción, forma parte de cada una de las personas que pertenecen a mi vida, pues a buen seguro, algo de esos valores les habré transmitido, o al menos querido hacerlo. 



















 













Gentes, patrimonio histórico y paisajístico, fauna y flora de la Comarca de Tentudía. Fotografías pertenecientes a la Mancomunidad de Tentudía.













viernes, 7 de noviembre de 2014

Fiesta en la Quinta Avenida



Me encanta el chocolate. No es ningún secreto, ahora bien, desayunarse un brownie en Nueva York, en pleno Soho, justo antes de salir a recorrer las calles de la Gran Manzana con Jesús son palabra mayores. Nueva York es maravilloso. Es una ciudad de contrastes, puedes encontrarlo todo, absolutamente todo, lo mejor y lo peor que un ser humano puede imaginar. He tenido la fortuna de poder visitarla en varias ocasiones, alguna vez por trabajo, otras veces en grupo, pero poder hacerlo en compañía de Apa no tiene parangón. Somos buenísimos amigos y esa amistad nos permite, entre otras cosas, compartir viajes; hay tanta confianza entre nosotros que las manías recíprocas –si es que las hay y supongo que sí- son asumidas con cariño.


Iniciamos nuestros viajes hace mucho tiempo y, aunque haya dificultades, procuramos hacer nuestra pequeña excursión anual que nos sirve para hablar, pasear, reír, hacer reír –en esto Jesús me lleva ventaja y no sabe cómo se lo agradezco-, desahogarnos y, por supuesto, descubrir y experimentar nuevos entornos. En noviembre de 2009 nos fuimos a Nueva York. A mí me tocaba el papel de guía porque, como digo, ya la conocía, y encantado lo ejercí. Siempre caminamos por la ciudad, la paseamos, nos encanta. Nos permite hablar y callar, mirar, observar, decidir qué hacer en el siguiente paso porque no preparamos concienzudamente las salidas, tan solo las zonas por las que nos moveremos; en cierto modo eso nos hace libres. No tenemos por costumbre coger ningún tipo de transporte –salvando, claro está, la venida desde el aeropuerto y el triste regreso- y, aunque seguramente eso nos impida ver algunas zonas de la ciudad de turno, en cambio nos permite reparar en detalles que, normalmente, el turista habitual se pierde. Pateamos Nueva York como nunca lo hicimos con otra ciudad: Manhattan, Queens, Brooklyn, Bronx, Soho y Noho, Chelsea, Yorkville, Carnegie Hill, cientos de fotos en Central Park, por supuesto subimos al Empire –donde también cayeron muchas fotos-, nos encantó el Flatiron, incluso hubo tiempo para que Apa ejerciese de portero de fútbol y para que yo hiciese algún que otro dibujo del Solomon.

Como siempre tuvimos nuestras anécdotas. Es una cuestión estadística, andamos tanto por tantos sitios que es difícil que no nos ocurra algo curioso. En Nueva York quedamos con una amiga mía, Alia, que precisamente conocí en otro viaje a esta magnífica ciudad. Estuvimos paseando con ella, tomando un café. En fin, lo más parecido a hacer una vida social –en Nueva York, mire usted- de la que ordinariamente no podemos disfrutar por cuestiones principalmente laborales. Nos invitó a una fiesta. ¿Una fiesta en Nueva York? Y no en cualquier sitio: era una fiesta de una agregada becada a la embajada italiana, amiga de Alia, en pleno centro. Así que, hete aquí, que los dos españolitos al día siguiente se patearon Nueva York para conseguir un vino, más o menos hispano, porque el jamón ya lo traíamos envasado de la tierra con lo que pudiésemos presentarnos en el apartamento donde se celebraba el evento y tener algún detalle con la organizadora que celebraba, si no recuerdo mal, su cumpleaños. Nos pusimos nuestras mejores galas –entiéndase por mejores galas un pantalón limpio y una camisa relativamente poco arrugada- y nos plantamos al atardecer, botella y jamón en mano –nos faltaba la gallina-, en la dirección que Alia nos dio. Además, para más inri, ni siquiera estábamos seguros de que ella pudiese estar porque tenía un resfriado de escándalo y aún así nos plantamos allí y tocamos el timbre. Recuerdo perfectamente que Apa y yo nos miramos, sonreímos y dirigimos nuestras miradas nuevamente a la puerta que estaba a punto de abrirse.....



.....Y nos abre la puerta una chica de color, altísima, a lo "Whitney Houston", y enfundada en un bonito vestido de noche, de un color rojo intenso, y sus manos y cuello envueltos en preciosa pedrería, que solamente desentonaba con nuestra ropa sport y una bolsa de plástico del supermercado donde traíamos nuestros embutidos y el vino comprado la misma mañana en Chelsea. Con cara de sorpresa, nos hace una mueca como preguntando de parte de quién veníamos, y mientras Rubén le explicaba el motivo de nuestra visita yo ya estaba dentro colocando nuestras pertenencias culinarias en la barra de la cocina americana, valga la redundancia. Se trataba de un apartamento de unos 40 metros cuadrados con todo el suelo de madera, distribuidos con un salón-cocina, un único dormitorio, y un baño dentro del mismo, el cual tendría un cuantioso tránsito durante toda la noche. En una esquina del salón, y rompiendo la diafanidad de la estancia, una chica (creo), de rasgos asiáticos, con una rara vestimenta y una gorra deportiva ladeada, con una mesa para mezclar música, y a su lado, el típico repertorio de los cócteles que vemos en las películas americanas. En el transcurso de la fiesta nos enteramos que la tal "Whitney Houston" era una cantante en proyección, pero allí ni la oímos cantar ni la he vuelto a ver en ninguna promoción de jóvenes talentos.

Puesto que éramos los primerísimos invitados, y no sabíamos el volumen de los mismos durante la jornada festiva, una vez que divisé el "aperitivo" que tenían en la mesa de cócteles, le indiqué a Rubén que no sería mala idea ir abriendo el jamón que llevábamos envasado y el vino, por lo que pudiera pasar (y que luego pasó). Mientras la anfitriona de la fiesta se "acicalaba" en el interior del dormitorio, Rubén, la "cantante" y yo, dábamos cuenta del jamón junto con una copa de vino mientras la DJ asiática continuaba a lo suyo. Con gestos de aprobación que le encantaba nuestro regalo, la chica de color, negra para más datos, estaba cambiando a color morado por la rapidez con la que engullía el jamón y bebía el vino. Quise pensar que pudieran ser los nervios previos a su actuación, pero iluso de mí pensando tal cosa. Casi al unísono de acabar nuestro banquete particular, empezaron a entrar tímidamente algunos invitados. Y aquí llegaría la siguiente protagonista, una chica rubia, con pelo ondulado al estilo "Nicole Kidman", y con un vestido de gasa y de color blanco, subida en unos zapatos de tacón del mismo color. Al parecer, una actriz de teatro también en proyección, y con la cual me dediqué a conversar, siendo por lo cual que percibí, que la única proyección que iba desarrollando era la borrachera posterior que pillaría a lo largo de la noche.   

Faltarían tres protagonistas más a nuestra historia (ni tan siquiera la anfitriona tuvo su minuto de gloria), y es así como entraron al cada vez más reducido apartamento, un "Eddie Murphy" del barrio de Brooklyn, engalanado en un traje de chaqueta negro, camisa impoluta blanca y con una pajarita al más puro estilo holliwoodiense; una "Jennifer López" con una blusa que advertía su escote, unos taconazos y un ceñido, ceñidísimo diría yo, pantalón de cuero de color negro. Y el quinto protagonista, del cual no encontraría parecido, y por lo tanto lo dejaremos sin nombre, un "Travesti" de casi dos metros de altura, y que clavó sus ojos en mí nada más entrar. Y una vez dentro los invitados, la fiesta comenzó como empiezan todas las fiestas americanas, o al menos, las que la televisión nos tiene acostumbrados a ver....música, alcohol, y descontrol, mucho descontrol.

Y la fiesta llevaba su ritmo. Mientras Whitney Houston estaba encantada de la vida saludando a los "fans" que se le acercaban, yo continuaba hablando con Nicole Kidman en un extremo del salón, cerca de las avellanas y los licores, y lejos del Travesti, mientras observaba a Rubén descojonarse hablando con Eddie Murphy, al cual ya le sobraba la chaqueta y su pajarita iba consiguiendo una inclinación de 45 grados debido al movimiento danzarín que iba haciendo en los cambios de ritmo de nuestra DJ asiática. A lo lejos, Jennifer López no soltaba la copa de vino mientras iba bailando de un lado al otro del salón derramándolo y ensuciando cada vez más el piso. Solamente pude ver a la anfitriona de la fiesta, hablar con nuestra amiga Alia, mientras me dirigía al baño y atravesaba el dormitorio, también repleto de invitados, y los cuales ocupaban posiciones ya fuese encima de la cama, la cómoda, o en el propio suelo en algún rincón libre del mismo.

La noche estaba en su punto más álgido, y decido abandonar mi conversación con Nicole Kidman. No porque no entendiera su inglés, que al principio sí que me enteraba, pero era tal la "patata" que tenía ya en la boca esa muchacha, que todo su vocabulario era ininteligible. Así pues, decido acercarme a Rubén y tratar de enterarme qué hablaba con Eddie Murphy, el cual, tal eran sus muestras de baile, que se estaba asemejando cada vez más a Carlton, el primo del Principe de Bel Air. Y a todo esto, el Travesti, sin quitarme ojos de encima, lo cual provocaba aún más risas en Rubén, y más estupor en mí por lo surrealista de la situación. Pero es que la locura iba siendo colectiva, y eso que las existencias estaban por agotarse, y allí se hubieran pagado cientos de dólares por el vino más peleón del mundo. Ante el desconcierto, el Travesti comenzó a usar su poder de convocatoria, entre otras cosas por los dos metros de altura que tenía y su voz a lo "Pavarotti", para unir en el centro del salón a la mayoría de invitados, o al menos los que podían mantenerse en pie, y dedicarle una canción, en playback claro está, a la dueña del apartamento y a la vez cumpleañera.

Lejos de cualquier entusiasmo, pero como personas educadas que somos, nos unimos al grupo, y así poder compartir con todos el momento estelar que le esperaba a la susodicha. Y suena la música, y el Travesti se saca de la chistera una peluca de colores, que ante su enorme estatura y su cara maquillada, hacían una mezcla un tanto rara. Aunque para complejidad, fue cuando empezó a mitad de la canción, y de espaldas a todos los allí presentes,  a irse desabrochando los botones de la camisa. Hasta que, justo en el estribillo final de la canción, y con el volumen al máximo, se gira, enseñando sus pechos operados, y enganchados a sus pezones dos borlones que hacía bailar habilidosamente, mientras se acercaba hacía mí, moviendo magistralmente los flecos en giros concéntricos, con un griterío ensordecedor que contrastaba con mi enmudecimiento. Afortunadamente, la canción acabó justo cuando lo tenía a escasos centímetros de mí y ahí se detuvo, porque si no, me temo que "otros borlones" le hubieran girado de algún puntapié.

Pero ajena a todo, y en su danza particular, seguía Jennifer López, girando cual peonza por el parqué, pero con cada vez mayor dificultad, debido en parte a que el piso estaba cada vez más mojado, y que sus tacones la sostenían de puro milagro. Después de varios intentos fallidos en sus invitaciones a que le acompañáramos en el baile, y en una de sus genuinas coreografías, giró sobre sí misma, pero olvidándose una parte del cuerpo atrás, se abrió de piernas cual bailarina profesional y como si de unas tijeras de podar se tratara. Pero más asombroso aún que eso, fue que los pantalones de cuero, como si de un resorte se tratara, y una vez tocado el suelo perfectamente con su pelvis, la hicieron levantarse sin que ni tan siquiera nos diera tiempo a ir en su ayuda. Tal fue el "meneo" que le dio a su cuerpo con esas últimas piezas de baile, que salió a la carrera escaleras abajo, posiblemente a expulsar todo lo que había engullido aquella noche, quedándonos con las ganas de averiguar al menos, que marca de pantalones llevaba para resistir tal apertura de piernas y con tan ceñido vestuario. 

En esas andábamos para abandonar la fiesta, cuando percibíamos que como buenos invitados, llegamos los primeros y prácticamente, nos íbamos los últimos, no sin antes sortear a varias personas escaleras abajo, incluida a Jennifer López, que nos miró con los ojos llorosos y colorados, como si hubiera estado buceando sin gafas toda la noche, dándonos a entender qué había estado haciendo los últimos cinco minutos, y que ni tan siquiera le salió un "bye" de su boca. 

Una vez en la calle, y ante una inusitada noche templada, atravesamos la famosa "5th Avenue", que era donde se encontraba el apartamento, para ir bajando desde Broadway hasta el Soho, lugar de nuestro hotel. En ese trayecto, Rubén y yo no abandonamos la sonrisa en ningún momento, pues menuda experiencia; "habíamos estado en una fiesta en New York"!!!. Aunque he de reconocer, que en algún momento, yo pensé si donde realmente habíamos pasado la noche, era en el recreo de un manicomio...

"Texto escrito por Rubén Cabecera y Jesús Apa". 


















New York, noviembre de 2009. Fotografía de Rubén Cabecera y Jesús Apa.