viernes, 28 de diciembre de 2018

Mar adentro

Cuando uno está frente al mar puede descubrir la majestuosidad de algo natural y, cómo a pesar de ser inmenso y ruidoso, nos transmite una paz y calma inusual. Uno puede pasar horas y horas observándolo, siempre está ahí, y su comportamiento es siempre el mismo, sencillo pero asombroso. A pesar de que siempre escuchamos un sonido similar, en cualquier mar de las distintas partes del mundo, a veces el mensaje que te da es diferente. Como muchas cosas en esta vida, que no se descubren hasta que no quieres hacerlo o simplemente no estás preparado para ello.

Pasa lo mismo que con la intuición, que cada cual tiene la suya, pero no todo el mundo reacciona igual o se deja llevar por ella, a pesar de que suele ser sabia aunque arriesgada, serena pero a la vez ruidosa, principalmente por todo lo que la rodea. Y ahí está su misterio, en el ruido de las cosas externas que, aunque las ves y las observas tal y como siempre lo has hecho (igual que el mar), tienes que dejar de pensar en ello para poder escuchar el mensaje de tu interior. Así funciona la intuición; como el ruido del mar que, cuando dejas de pensar en él, vienen a ti otro tipo de sonidos y mensajes. El ruido de las olas del mar es el mundo exterior, y lo que existe mar a dentro, viene a ser nuestra intuición. 

Hoy, precisamente a la vera del mar, recordé un cuento muy apropiado, sobre todo para el que siempre ha querido escuchar y confiar en su intuición... Dice algo así:


"El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban. 

Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. 

Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo. 

Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. 

Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. 

Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón... ¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría"

Si deseas escuchar lo que te dice el mar, a lo mejor debes dejar de escuchar siempre lo mismo (el romper de las olas).

Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces; no reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala.

Si tu intuición te ha hablado, no hagas tantas preguntas. Déjate llevar, que a buen seguro te conducirá a un buen lugar...


Praia Mole, Florianópolis, Brasil. 28 de diciembre de 2018. Fotografía de Jesús Apa.

viernes, 21 de diciembre de 2018

El sueño de Santa Claus

Como era habitual por estas fechas, Santa Claus se preparaba para cumplir con los deseos de todos los niños del mundo. Su mujer, la Señora Claus, le ha servido siempre de mucha ayuda a la hora de leer todas las cartas que recibe durante el año, organizar las rutas para apresurarse en dejar los regalos así como de alimentar a los renos y entrenarlos para que ayuden a Santa en su milagrosa tarea. Además, es una gran cocinera y pastelera, y prueba de ello es la hermosa barriga que Santa mantiene cada año.

Pero más que eso, la Señora Claus es un gran apoyo moral para su esposo. Son muchos los años dedicado a esta linda tarea de repartir juguetes por todos los rincones del mundo. Santa, cada vez es más anciano y necesita seguir sintiendo una extraordinaria motivación para este arduo trabajo de la noche del 24 de diciembre. Y ese día, tras amanecer en la lejana y fría Laponia, el ritual es siempre el mismo;

Santa Claus se levanta desde bien temprano, se enfunda en su traje rojo sujetado por un cinturón negro y se calza unas enormes botas del mismo color. Alimenta el fuego de la chimenea mientras su mujer prepara un café y un abundante desayuno para el largo día y noche que espera a su buen esposo. El invierno acaba de llegar y con él la espesa y blanca nieve y aunque cada año es repetitivo, Santa Claus parece estar más nervioso que nunca, quizás conocedor que el paso de los años hace que sea más torpe y lento para realizar su cometido.

Será por eso que la noche del 23 se convierte en la más larga del año para él y, de unos años a esta parte, sus sueños no son que digamos muy buenos.

"Pero Santa, por el amor de Dios. Debes contarme esos sueños pues, si como bien dices, se tratan de malos augurios, solamente contándomelos harás que no se cumplan" - le ruega cada año en esa mañana la Señora Claus.

-- Paparruchas --, gruñe él. -- Qué tendrá que ver contarlo para que se cumpla o no. Eso son supersticiones tuyas. No quiero hacerlo y no se hable más --, sigue Santa Claus diciéndole a su esposa mientras coloca más leña al fuego y así trata de evitar hablar más del tema. 

Se sienta en la mesa y toma su taza de café, bien cargado, humeando, como a él le gusta. Mientras lo bebe, la Señora Claus se levanta y lo abraza por detrás, masajea sus hombros para relajarlo, le acaricia y le susurra dulcemente al oído en un intento más;

"¿De verdad que no quieres contarme esos sueños que tanto te atormentan año tras año para que, de esta forma, no lleguen a cumplirse?".

-- No deberías creer en esas cosas -- le vuelve a decir Santa Claus a su querida esposa. -- Solo son sueños, más bien pesadillas, pero nada más que eso --, 

Santa lleva ya largo rato en el establo preparando a los renos, así que la Señora Claus sale de la casa en su busca ante la extrañeza de esta tardanza y para alertar a su marido que quizás se le está haciendo demasiado tarde. Así como mientras se aproxima al establo, escucha que su esposo está hablando con alguien. Extrañada, piensa para sí;

"Pero, ¿con quién estará hablando? Si aquí solamente vivimos nosotros dos..."

Quizás movida por la curiosidad, o tal vez un poco asustada, decide entrar despacio en el establo de tal manera que su esposo no pueda advertir su presencia. Se esconde tras un gran montón de heno, y asegurada de que no será vista por él, observa como ciertamente habla con alguien. Tuvo que acercarse un poco más para poder descubrir que con quien realmente hablaba era con Rudolph, su reno más viejito y el encargado de dirigir al resto;

"¿Te imaginas Rudolph, si se quedara algún niño sin juguetes!!!? No podemos consentirlo. Este año también lo conseguiremos. Evitaremos que este maldito sueño pueda cumplirse...

La señora Santa, mucho más aliviada ya dentro de casa, a través de la ventana sonreía feliz mientras veía como su querido esposo se colocaba su gorro rojo y, montado en su trineo, un año más, arreaba a sus renos mientras se le escucha decir en voz alta;

"Ohh Ohhh Ohhh...Feliz Navidad..."   




Santana Do Livramento, Brasil, 21 de diciembre de 2018. Fotografía de Jesús Apa.



   





  


viernes, 14 de diciembre de 2018

Creer en uno mismo

Hoy están muy de moda esos programas donde un jurado compuesto por artistas famosos, debe valorar las actitudes y habilidades de distintas personas que, subidas a un escenario, deben mostrar sus dotes en el baile, la música, la danza o cualquiera que sea su destreza y arte con el que pueda destacar sobre los demás. Digamos que, en un pequeño espacio de tiempo deben tratar de convencer al jurado y hacer que crean en ellos. 

No todos salen airosos de esa prueba; los nervios, la tensión contenida, un momento de debilidad o cualquier fallo en algún instante de la actuación, pueden tirar al traste todo el entrenamiento y esfuerzo dedicado y no generar la suficiente confianza en el jurado allí presente para que apuesten por ti. También ocurre a veces que, aunque el aspirante tenga un gran talento, su desconfianza es aún mayor y acaba fracasando porque incluso a él, le cuesta creer en sí mismo y en sus posibilidades.   

Son muchas las veces en las que he asistido a alguna sesión o arenga de motivación. Reconozco que surten efecto siempre y cuando la persona que se encarga de la misma, sabe llegar al oyente. De igual forma reconozco que a ninguna de esas sesiones he asistido "voluntariamente". Siempre ha sido al final de alguna jornada que, desarrollando otros temas de mi interés, no sé por qué motivo pero finalizaban con una de estas sesiones.

Es entonces cuando ese que se hace llamar "coach", se dispone a motivar al público allí presente a través de historias basadas en su propia experiencia, o bien cuenta el gran éxito de algún conocido con un negocio ocurrente pero por el que nadie apostaba, o bien habla de aquel que, tras perder el trabajo, entrar en una profunda depresión y tocar fondo, reflotó su vida con el apoyo de su familia.

Y como digo, este tipo de charlas motivadores suelen surtir un gran efecto en el público pero, siempre acaba ocurriendo lo mismo. Sales de allí eufórico, predispuesto realmente (y esta vez sí) a cambiar tu vida, tu actitud y tus formas de enfocar las cosas, la propia vida, el trabajo o la familia y ya no se te va a poner nada por delante porque a partir de ahora, te vas a comer el mundo. Pero es pasar un día, solo uno, y casi que ya estás perdiendo tal apetito. Pasan dos, tres... y la charla, ya pasó al olvido. 

Por eso que yo siempre pienso que hay algo que jamás se olvida por muchos días, meses o años que pasen. Hay una cosa con la que te levantarás y te acostarás, la tendrás continuamente presente y será, firmemente, lo que hará de ti la persona que siempre quisiste ser. Y no es, ni más ni menos, que creer en uno mismo.

A mi me encanta siempre recordar esta historia que leí hace ya bastante tiempo y que cuenta que...


"Había una joven que sentía pasión por la danza y practicaba sin cesar, soñando con que un día se convertiría en una gran profesional. Cada día anhelaba tener la oportunidad de mostrar su habilidad ante alguien que pudiera cambiar su destino. 

Un día se enteró de que el joven director del prestigioso ballet de un país de larga tradición en este arte se encontraba en su ciudad, en busca de nuevos talentos. La joven se apuntó con enorme ilusión y, llena de entusiasmo, dio varios pasos de baile en su presencia. Cuando terminó, le preguntó al director del ballet: 

— ¿Qué le ha parecido? ¿Cree que tengo talento para convertirme en una estrella de la danza? 

El director la miró a los ojos y le dijo: 

"Lo siento, tú no tienes ningún talento para la danza". 

La joven se alejó llorando y tiró sus zapatillas de baile a un cubo de basura en su camino de vuelta a casa. 

Los años pasaron y aquella mujer aceptó un trabajo sencillo para poder sobrevivir. Se casó y tuvo dos hijos. 

Un día, leyó en el periódico que aquel director que ella conoció años atrás había llegado con su prestigioso ballet para dar una función en su ciudad. Ella acudió entusiasmada y se emocionó al ver la belleza y elegancia con la que se movían las bailarinas. Al finalizar la función, y gracias a que conocía a uno de los empleados que trabajaba en el teatro, pudo acercarse a saludar al director. 

— Buenas noches, usted no se acordará de mí, pero hace muchos años vino usted a esta misma ciudad en busca de jóvenes talentos 

"Si, me acuerdo perfectamente", — contestó el director. 

— Yo quería ser una gran bailarina, pero renuncié a mi sueño porque usted me dijo que no tenía talento. 

"Si, eso se lo digo a todos". 

— ¡Cómo que se lo dice a todos! Yo renuncié a mi carrera de bailarina porque creí lo que me decía. 

— "Naturalmente —replicó el director—, la experiencia me dice que al final los que triunfan son los que dan más valor a lo que ellos creen de sí mismos que a lo que otros creen de ellos." 



Fuente de Cantos, 14 de diciembre de 2018. Imagen libre en la red.








viernes, 7 de diciembre de 2018

El hada y el duende

El pequeño duende al fin decidió salir de su casa y dar un paseo por el bosque. El otoño le había sorprendido con esa rapidez con la que llega, y esa pausa y tranquilidad en la que persiste. Renegado y con actitud enfadada, en su paseo solo veía tristeza y apatía, justo como la imagen que generaba su propia existencia. A buen seguro era consecuencia de que no podía olvidar su reciente desengaño amoroso.

El hada del bosque paseaba alegremente en ese nuevo y apasionante día. Su precioso vestido le llegaba a los pies y enfundaba su figura volando en su dinámico discurrir, al igual que su largo cabello que hacía lo propio con el viento que le golpeaba suavemente. Su sonrisa daba luz a cualquier sendero que transitaba. Aunque ya lo había olvidado, en tiempos atrás también tuvo sus momentos de tristeza y apatía solo que, una hada siempre vuelve a ser hada.

El duende pateaba las hojas caídas a su paso. Con un ánimo seco y agrío, su rostro solo expresaba amargura y desolación. Cabizbajo iba sendero adelante pensando solamente en regresar de vuelta a su casa, encerrarse en ella y así quitar de su vista esa triste estampa que deja el otoño. Era un duende pesimista y negativo.

El hada, en cambio, contemplaba asombrada la belleza que hay detrás del otoño. El ambiente dorado de las hojas que simbolizan la renovación para un nuevo comienzo. Los árboles desnudos y expuestos, los consideraba vivos y entusiasmados con la espera de nuevos brotes verdes. Era un hada optimista y risueña. 

En medio de un camino, el duende paró a descansar sobre una gran roca. Cogió una pequeña rama y se puso a juguetear con el fresco musgo que había bajo su asiento cuando, de repente, empezó a escuchar un ligero sonido musical. Era como un tenue silbido que venía en su dirección. Quedó inmóvil a la espera de ver que quien venía silbando al final del sendero.

El hada comenzó a cantar una canción de amor que su madre siempre le cantaba, y aunque no recordaba por completo la letra, sí que no había podido olvidar las notas musicales de su estribillo y que de pequeña le susurraba su querida madre al oído. 

"El corazón del hada no miente,  cuando descubre el amor, palpitará de manera diferente. No hacen falta príncipes ni reyes, ni tampoco caballeros, puede ser incluso un duende, siempre que sea amor verdadero...."

Era un tono alegre y pegadizo y del cual no podría desprenderse en todo el día pero que de repente cortó en seco cuando se percató de aquel ser...

"¡Por todas las flores del bosque!.- exclamó - ¿Es un duende lo que ven mis ojos?"

El pequeño duende no sabía qué decir.  

"¡Es la primera vez que veo un duende. Pensé que solamente existían en las canciones!. ¿Eres de verdad o lo que estoy viendo solo es un truco del bosque?

El corazón de la hermosa hada comenzó a latir a toda velocidad. El duende, inquieto y en silencio, la miraba observando cada uno de sus movimientos. El hada comenzó a sentir cierto cosquilleo en su barriga. Entonces, bajo un impulso desconocido hasta entonces por ella, sintió el deseo de acercarse al pequeño duendecillo y darle un tímido beso en su mejilla.

El duende rechazando tal acto, se levantó dispuesto a irse camino abajo, pero antes de eso, el hada le preguntó de nuevo:

"¿Por qué un duende tan hermoso como tú, es tan distante y apático con una hada que lo único que pretendía es abrirle su corazón?"

El duende la miró fijamente y esta vez sí, abrió su boca para decirle:

-- Sencillamente, porque no creo en las hadas. No existen --

Ésta, extrañada ante su reacción, al contrario de enojarse, giró sobre sí misma, y le dijo;

"Pues yo desde hoy sí creo en los duendes. Y por supuesto también en las canciones que hablan de ellos", y se marchó cantando esa pegadiza melodía. 

"El corazón del hada no miente....  



Cabeza la Vaca, 7 de diciembre de 2018. Imagen de Jesús Apa.


viernes, 30 de noviembre de 2018

Los micromomentos

Hace pocos días acabé de ver una serie algo antigua, pero me ha encantado por el trasfondo tan actual que llevaba. Sobre todo porque a pesar de ser una serie sencilla, sin grandes recursos ni adornos, va dejando poco a poco pequeños mensajes. Finalmente tú solo vas descubriendo que, hilvanando esos mensajes, acabas consiguiendo descifrar otros muchos que hay escondidos. "A dos metros bajo tierra" es su título, y cuenta de manera sencilla pero pasional la "loca vida" de los miembros de una familia americana que dirige una funeraria en el sótano de su casa.

Parece que todos tienen ciertos problemas mentales, algunos casi esquizofrénicos, pero más tarde vas descubriendo que no dejan de ser gente como tú y como yo, aunque tan distintos como nosotros. Pero sobre todo lo que más me gustó es la repercusión que tienen unos sobres otros con pequeños actos cotidianos y como afectan a la vida de todos. Una frase, un acto cariñoso, una sonrisa, un grito, una mirada, un "hola" o un "adiós" pueden influir más de lo que pensamos. Y es que siempre, detrás de un pequeño acto, puede venir otro, y seguido a éste, otro mas..., y así encadenar muchos de ellos seguidos.

Ayer hablando sobre la adicción a las nuevas tecnologías, me vino una reflexión muy actual. Hoy en día, ya sea por nuestra conexión con las redes sociales, cada vez que tenemos un momento libre, aunque sea pequeño, lo dedicamos a mirar el teléfono. Antes de que tuviéramos teléfono móvil o dispositivos electrónicos, existían lo que denominábamos "Micromomentos", que eran esos instantes que quedaban libres entre unas cosas y otras. Ahora los dedicamos en exclusividad al teléfono.

Esos micromomentos solían estar repartidos, en primer lugar, para nosotros mismos, y el resto del tiempo para los que estaban cerca. Si lo piensas bien, han dejado de existir incluso los primeros. Habría que pensar en recuperar cuanto antes todo eso, eliminar de nuestra vida esos "ladrones de tiempo" que provocan que cada vez dediquemos menos tiempo a las cosas importantes, entre ellas, a disfrutar de esos momentos que antes disponíamos solo para nosotros y a nuestro antojo. Sobre todo, recuperar esos pequeños actos cotidianos para con los demás.

"Nada podrá desconsolarte más al final de tu vida como comprender que solo has usado una pequeña parte de tus capacidades", leí en algún sitio. Y qué cierto es...

La grandeza en la vida no está reservada a ninguna minoría de elegidos, hombres y mujeres de piel perfecta, dentadura irreprochable y regio pedigrí. En este planeta no hay seres humanos especiales. Todos podemos optar por crear una vida de grandeza mediante pequeños actos cotidianos. 

Una vida estupenda, no es más que una serie de días estupendos y bien vividos que se hilvanan como perlas de un collar. Del modo en que vives tus días, así das forma a tu vida. 

Si no lo das todo como persona, si no explotas tu potencial, te habrás traicionado y nunca podrás ser feliz. 

Volcarte cada día, por poco que sea, en la mejora continua puede cambiar tu vida. Pero también la de los que te rodean...

Para sacar lo mejor de nuestra vida no hace falta que llevemos a cabo una transformación total y absoluta, sino que basta con que nos centremos en ser un poco mejores cada día (en todos los aspectos de nuestra existencia). Dedicarnos más tiempo a nosotros, y no a un teléfono, hará que el siguiente paso sea disfrutar de los demás con esos pequeños momentos de calidad.

Haz pequeñas cosas cada día que te satisfagan, desarrolla un poco más tu intelecto, sé más cariñoso, sé más innovador, corre más riesgos, fomenta relaciones más profundas, y sueña aunque solo sea un 1% más. A base de días estupendos llegarás a una vida maravillosa. 

Si buscas a la persona que cambiará tu vida, échale una mirada al espejo y no al teléfono...


Fuente de Cantos, 30 de noviembre de 2018. Fotografía libre en la red.



viernes, 23 de noviembre de 2018

No maten al mensajero

Hay mensajes que curiosamente no llegan a su destino porque el mensajero no es de nuestro agrado, no empatiza con nosotros o simplemente, no nos llena. Pero lo cierto y verdad que la clave está en que siempre escuchamos lo que queremos escuchar, evadiendo y cribando mensajes que no son de nuestro agrado, aunque la realidad sea muy clara y esté todo el tiempo delante de nuestras narices.

En eso pensaba hace unos días cuando, a modo de conferencia, dos payasos trataban de hacer una sesión de automotivación. Parece ser que hay dos tipos de payasos; los de nariz roja son los ingenuos, torpes y tontos. Los que se maquillan con cara blanca son los que tienen mayor rango y autoridad, son elegantes, serios y poco amigos de las bromas.

Éstos eran de los primeros y,  nada más entrar, mi sensación fue pensar que aquellos dos tipos no podrían dejar en nosotros ningún mensaje que nos "calara". Ni tan siquiera algún consejo para tener en cuenta aunque fuera a largo plazo, y vaya que si lo hicieron, además, dándole un toque de humor muy fino y adecuado a todo ese aprendizaje.

Pero lo más curioso es que todo lo que dijeron, absolutamente todo, ya lo sabía. La charla empezaba hablando de cómo ser mejor persona, pasaba a explicar cómo ser más eficaz en tu día a día para ser más feliz, y acababan dándonos una serie de consejos para ir por la vida con menos carga y así disfrutar más del viaje. Cosas sencillas y simples, incluso podrían parecer banales, pero el que fueran expuestas por esos payasos, paradojicamente causaron el efecto idóneo a pesar de que al principio, el mensajero pareciera no ser el adecuado. 

Pero mira por dónde, este lunes asistí a unas jornadas en las cuales, un espacio en la programación estaba destinado a la motivación personal. Ahí que salió un tipo vestía de manera elegante y sobria, en un gran escenario con luz y sonido espectacular, y con él, una pantalla gigante en la que resaltaba los mensajes a los que más importancia quería darle. ¿Y qué tipo de mensajes me encontré allí? Curiosamente, casi todos muy parecidos a los de la semana anterior, y si no, también esos otros podrían haber salido de la boca de aquellos dos payasos. Y no creo que nada de lo que uno y otros dijeron fuera desconocido por cualquiera de nosotros...


"Precisamente la paradoja de nuestro tiempo es que tenemos edificios más altos y temperamentos más reducidos, carreteras más anchas y puntos de vista más estrechos.

Gastamos más pero tenemos menos; compramos más pero disfrutamos menos. Tenemos casas más grandes y familias más chicas, mayores comodidades y menos tiempo.

Tenemos más grados académicos pero menos sentido común, mayor conocimiento pero menos capacidad de juicio, más expertos pero más problemas, mejor medicina pero menos bienestar general.

Bebemos demasiado, fumamos demasiado, despilfarramos demasiado, reímos muy poco, conducimos muy rápido, nos enojamos demasiado, nos desvelamos demasiado, amanecemos cansados, leemos muy poco, vemos demasiada televisión y oramos muy rara vez.

Hemos multiplicado nuestras posesiones pero reducido nuestros valores. 

Hablamos demasiado, amamos demasiado poco y odiamos muy frecuentemente.

Hemos aprendido a ganarnos la vida pero no a vivir.

Hemos logrado ir y volver de la Luna pero se nos hace difícil cruzar la calle para conocer a un nuevo vecino.

Conquistamos el espacio exterior, pero no el interior.

Hemos hecho grandes cosas pero no por ello mejores.

Escribimos más pero aprendemos menos.

Planeamos más pero logramos menos.

Hemos aprendido a apresurarnos pero no a esperar.

Producimos ordenadores que pueden procesar mayor información y difundirla pero nos comunicamos cada vez menos y menos.

Estos son tiempos de comidas rápidas y digestión lenta, de hombres de gran talla y cortedad de carácter, de enormes ganancias económicas y relaciones humanas superficiales.

Hoy en día hay dos ingresos en las familias que aun tienen trabajo, pero más divorcios; casas más lujosas para quienes pueden solventarlas, pero hogares rotos.

Son tiempos de viajes rápidos, pañales desechables, moral descartable, "encuentros de amor" de una noche, cuerpos obesos y píldoras que hacen todo, desde alegrar y apaciguar, hasta matar...

Son tiempos en que hay mucho en el escaparate y muy poco en la trastienda.

Acuérdate de pasar algún tiempo con tus seres queridos porque ellos no estarán aquí siempre.

Acuérdate de ser amable con quien ahora te admira porque esa personita crecerá muy pronto y se alejará de ti.

Acuérdate de abrazar a quien tienes cerca porque ese es el único tesoro que puedes dar con el corazón sin que te cueste ni un centavo.

Acuérdate de decir "te amo" a tu pareja y a tus seres queridos pero, sobre todo, dilo sinceramente.

Un beso y un abrazo pueden reparar una herida cuando se dan con toda el alma.

Acuérdate de cogerte de la mano con tu ser querido y atesorar ese momento porque un día esa persona ya no estará contigo.

Date tiempo para amar y para conversar y comparte tus más preciadas ideas".

A veces hacemos caso a las personas que tienen mejor apariencia, o aquellas con las que nos sentimos más identificados. Curiosamente, también aceptamos mejor los consejos de aquellas personas que recién conocemos, que son casi extraños para nosotros, en detrimento de los consejos de quienes más nos conocen y/o aprecian. En cualquiera de los casos, siempre hay buena intención sea cual sea la circunstancia. De todas formas, "si matas al mensajero" solo por juzgar su aspecto exterior más que por los buenos propósitos con los que trae los mensajes, quizás seas tú quién acabe haciendo el payaso (pero sin nariz roja).


Monesterio, 23 de noviembre de 2018. Fotografía de Helena Rocha.
  

viernes, 16 de noviembre de 2018

Mirando al futuro

Esta mañana, a través de un interesante proyecto social, he asistido a unas jornadas de esas que te marcan, principalmente por el contenido de los mensajes colaterales que deja en el aire. El título del proyecto es "Mirando al Futuro", y casualmente está dirigido por un viejo amigo y compañero del colegio. Y es que Vicente, que así se llama, trabaja en algo muy importante para los que vivimos en las zonas rurales y en los pueblos pequeños; el bienestar de las personas mayores.

Entonces y previamente al inicio de las jornadas, tomando un café con él, fue que me enteré que en España, la soledad se está convirtiendo en algo trágico para nuestros mayores. Nada menos que en seis millones de hogares españoles hay una persona mayor que vive sola. Y parece ser que a día de hoy es algo para lo que la sociedad no está preparada, y aunque pensemos que en nuestras circunstancias es un tema que no nos afecta, sí que lo hace, y mucho. De ahí la importancia de prepararnos para llegar a ser viejo con la mejor versión de uno mismo.

Pero de todos los mensajes que me han llegado en estas jornadas (lo que supone la soledad a ciertas edades, es uno de ellos), me quedo con la pregunta que suelen hacerse las propias personas mayores que, en un determinado momento de la vida, ven ésta pasar delante de sus ojos...; 

¿Consigue uno al ser de mayor, lo que siempre quiso ser?

La pregunta lleva en su interior difíciles respuestas, principalmente porque la sociedad va cambiando a una velocidad de vértigo y muchas veces nos arrastra en esos cambios. Pero si se modifica un poco el contenido de esa pregunta, es posible que la solución la obtengamos a través de otros medios. Por ejemplo, a través de uno mismo y gracias a su propia voluntad. 

¿Consigue uno ser de mayor, cómo siempre quiso ser? Ahora, sí que el futuro dependerá exclusivamente de nosotros mismos.

A veces uno cuestiona su vida cuando ya no tiene solución cambiar ciertas cosas. Posiblemente es porque las preguntas llegan tarde y uno ya no puede corregir sus errores. Y en parte puede ser lógico, pues uno no piensa continuamente en cómo quiere ser. Se es lo que uno es, de manera natural. Lo que sí es cierto que siempre podemos mejorar sobre algunas actitudes de nuestra vida. ¡Lo dicen nuestros mayores!.

Entonces necesitaba un ejemplo, algo que se pueda poner en práctica y nos lleve a la consecución de esos objetivos, por llamarlo así de alguna manera... 


"Hay un gran truco para configurar los hábitos de tu carácter: "Haz como si... hasta que lo seas". Así de simple. Así de complicado.

¿Quieres ser amable? Ve por la vida como si fueras la persona más amable del mundo, sé amable con cada persona, con la gente con la que entres en contacto y, al final, serás una persona muy amable. 

¿Quieres aprender a escuchar? Actúa como si fueras la persona que mejor escucha. No serás la persona que mejor escucha del planeta, pero sí aprenderás a escuchar de la mejor manera que tú puedes hacerlo.

Puedes pensar que es una manera muy artificial de adquirir un hábito, que no es natural porque te fuerzas a actuar. En cierta medida es así, pero cualquier aprendizaje requiere una práctica consciente, hasta que dejas de pensar en ellos y forma parte de ti, y de esta forma acaba convirtiéndose en un hábito.

Cuando juegas al tenis las primeras veces, piensas cómo poner la raqueta, pero cuando llevas mucho tiempo jugando, ya no tienes que pensarlo. Pasa igual cuando aprendes a montar en bici, a conducir, a tocar un instrumento musical, etc.. Así se adquieren los hábitos.

Pues resulta que todo esto vale para que cuando mires al futuro, puedas volver la vista atrás dignamente para ver en quién te has convertido con el paso de los años o bien, quién has sido todo este tiempo. Porque todo en esta vida se entrena. Absolutamente todo. De esta forma, poniendo en práctica objetivos y actitudes, pondrás en valor y con sumo orgullo, en quien has llegado a convertirte. 

Al finalizar estas jornadas, la mesa redonda de debate dejaba anécdotas emocionantes. Alguien trasladó el mensaje de algunos de los mayores con los que trabaja. Todos, sin excepción, quieren llegar a ser mayor habiendo sido buenas personas y ésto, es algo que necesita de poca práctica. Uno es buena persona por naturaleza, pero debe siempre saber mostrarlo. Hay miles de maneras de hacerlo.

Pero por si acaso a alguien le cuesta sacarlo de adentro..., "Haz como si... hasta que lo seas".


Monesterio, 16 de noviembre de 2018. Fotografía de Jesús Apa.

viernes, 9 de noviembre de 2018

En el parque

Hacía mucho tiempo que no me sentaba en el banco de un parque a descansar y al pasar por ese, sentí la atracción de hacerlo nuevamente. No sé muy bien por qué motivo, pero parar y sentarse en un parque se ha convertido en algo que ya no es muy habitual, y mira que son sitios agradables y tranquilos. Debe ser que preferimos descansar o entretenernos en otros ambientes. También es cierto que los bancos no suelen ser muy cómodos. Se ve que están hechos para pasar ahí sentado solo por poco tiempo; "de esta forma nadie siente la tentación de apropiarse de él", pensé para mis adentros.

El cielo estaba limpio y claro, aunque solamente podía apreciarlo a través de pocos puntos de visibilidad, ya que la vegetación del parque era frondosa y fértil. Pero aún así, los pocos rayos de sol que penetraban se agradecían y provocaban una temperatura idónea para no pasar frío (tampoco calor). Así que, con esta justa medida térmica, decidí quedar tranquilo ahí sentado. 

El banco era de madera, robusto aunque desgastado, y estaba frente a un pequeño sendero el cual a su vez, se comunicaba en su trazado con muchos otros, todos ellos bien cuidados, señal que por allí debía pasar mucha gente. Una hilera de diferentes tamaños de setos marcaban la entrada y salida a los distintos espacios. Pequeños riachuelos llegaban a un lago artificial, del cual a buen seguro regresaban a su inicio a través de algún bombeo el curso de cada pequeño arroyo. La sensación de paz y tranquilidad no podía estar más presente.

Ya acomodado, saqué mi teléfono del bolsillo y empecé a entretenerme con él. Mandé varios mensajes, ojeé un poco la prensa del día, creo que también llegué a mandar algún email y poco más tarde entré de lleno en las redes sociales que tengo instaladas. "La cantidad de cosas que pasan aquí todos los días", pensé para mí, creo que cómo de costumbre pensará cualquiera.

En esas andaba mi distracción cuando en cierto momento comencé a sentir un poco de frío. Parecía que el sol estaba ya poco presente. Alcé la vista y fue entonces que a pocos metros encontré a un tipo apoyado en un árbol. Era delgado y se conservaba bien aunque aparentaba tener una edad avanzada, ya que su sombrero dejaba ver algún pelo canoso en su testa pero se presentaba bien arreglado en su vestimenta. No llevaba nada en sus manos, y éstas las tenía entre-enlazadas con sus brazos provocando una actitud a la defensiva. Además, descaradamente me estaba mirando y no parecía quitarme la vista...

"Hola señor. ¿Le ocurre algo? ¿Nos conocemos?", decidí preguntarle con el mismo descaro con que él me miraba.

- No, no pasa nada. -

"¿Entonces...?"

- Entonces...¿qué? -, volvió a contestar el señor.

Me encogí de hombros, para evitar una nueva pregunta en aquella incómoda situación, y parece que surtió efecto.

- No, disculpe. No quiero incomodarlo, pero es que ese es el banco dónde suelo sentarme a diario y lleva usted ahí más de una hora, pero es evidente que el parque es muy grande y hay muchos más... -.

"Entonces quiero pensar que no hay ningún problema en que yo lo haya ocupado, ¿verdad?"

 - Claro que no, en absoluto. Solo que me ha llamado poderosamente la atención que en todo ese tiempo usted no ha levantado la mirada de su teléfono... -

"Bueno..., tal vez. Pero es que aquí no pasa nada. Me estaba entreteniendo con él".

- Pasa, claro que pasan cosas. Y usted perdone señor, y de verdad que no pretendo incomodarle, pero lo que sucede es que simplemente usted no ve lo que ocurre en la realidad. Porque sin embargo, dónde estoy seguro que pasa siempre lo mismo, es en su teléfono -

Me levanté para no alargar más aquella absurda situación, y me fui pensando en que en los parques ya no ocurre nunca nada, menos aún si llevas tu teléfono. Cómo han cambiado...



Central Park, New York, noviembre de 2009. Fotografía de Rubén Cabecera.


viernes, 2 de noviembre de 2018

Por quién doblan las campanas

Pienso que recordar a los muertos, puede presentar distintas fases según para cada cual. Cuando la pérdida es reciente, suele representarse con momentos de tristeza y llanto, de querer buscar la soledad y la paz interior necesaria para admitir y superar mejor esa falta.  Una vez que ha transcurrido cierto tiempo, estos momentos suelen ser de melancolía y nostalgia hacia nuestra pérdida. Se evocan momentos de fatiga pero con recuerdos cariñosos. 

Normalmente uno recuerda a sus seres queridos casi a diario, aunque hay días que son más especiales que otros. Uno de ellos es la noche de los difuntos (la noche de todos los Santos). A día de hoy la antesala de todo eso, (culturalmente hablando), se está perdiendo y está dando paso a otras costumbres, ya casi arraigadas en las generaciones venideras. A mí éstas otras, me gustan mucho menos.

Y es que la "industria cultural" norteamericana se ha encargado de difundir por todo el mundo un Halloween que ha perdido su trasfondo espiritual, y se ha convertido en una fiesta en la que imperan los disfraces, calabazas, telarañas, brujas, fantasmas, esqueletos, vampiros, zombies..., los sustos y el terror. En este sentido, con tanta cosa "artificial", se ha convertido en un día que empuja al consumo. Por eso, apoyándose en la necesidad de vender, los centros comerciales y las televisiones les prestan una gran atención y..., hemos sucumbido.

La tarde del 31 de octubre los más pequeños de la casa salen disfrazados a buscar caramelos y sustos entre sus vecinos y familiares. Ya por la noche, podemos ver a nuestros jóvenes y no tan jóvenes asistir a las cada vez más habituales fiestas temáticas de Halloween que organizan los locales de ocio aprovechando que el día siguiente es festivo y no se trabaja.

No me gusta. O mejor dicho, me quedo con las formas clásicas y antiguas de honrar a nuestros seres queridos y que ya no están (nadie más muerto que el olvidado). A pesar de que pudiera haber ciertas similitudes en todas las costumbres y formas de vivir este día, me quedo con las que he conocido de siempre. Y no es negarme a conocer otras tradiciones o culturas, pero no entiendo eso de adaptar cosas existiendo aquí otras mejores. Aunque parece ser que todas guardan ciertas similitudes con las de antiguamente.... Así, un poco de historia nunca viene mal.

"Reza el viejo refrán: -- Noviembre es tiempo de batatas, castañas y nueces --. Es decir, frutos típicos del otoño-invierno, aunque sea la castaña la que más se asocia al frío.

Además, el castaño, -- el árbol más antiguo de Europa según algunos --, tiene origen mitológico. Cuenta una leyenda romana que Júpiter se encaprichó de Nea, las más bella de las ninfas hijas de Diana, y que un día que ésta salió de caza, el rijoso Dios intentó forzar a la bella y casta Nea, pero ella prefirió morir antes de perder su virtud. Entonces, Júpiter, despechado, la transformó en un árbol de fruto espinoso -- la castaña --. De este modo, la casta Nea se convirtió en Castaña.

En la época de los romanos, y relacionado con las castañas, está el magosto, fiesta tradicional en casi toda España, cuyos elementos comunes son las castañas y el fuego. Viene de la etimología "magnus ostus", gran fuego, gran quema. Pero según otros estudios su origen se relaciona con el samain o samhaim, o noche de brujas que los celtas festejaban en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre para celebrar el fin del verano, final de su temporada de cosechas - última noche del año para ellos y el comienzo del Nuevo -, que se iniciaba con la estación oscura y el triunfo de las tinieblas.

Según se creía, esa noche los muertos caminaban entre los vivos, de ahí que para mantenerlos contentos y alejar a los malos espíritus de los hogares, las familias dejasen comida fuera de las casas como alimento para sus parientes difuntos. Era, pues, una festividad familiar, donde todos los miembros de una misma estirpe se reunían alrededor de una hoguera para cantar, bailar y arrojar al fuego productos de la cosecha anterior como ofrenda a los dioses.

Cuando yo era pequeño, la gente este día solía hacer cosas en familia, como ir al campo y pasar allí la tarde comiendo de estos frutos. Pero la mañana de la Chaquetía o fiesta de los Tosantos (como así lo llamamos aquí), la empleábamos los monaguillos y algunos amigos en pedir por las casas del pueblo lo que quisieran darnos: nueces, castañas, higos pasos, almendras, granadas, melones..., y a veces algo de dinero que se guardaba para las migas de por la noche. La gente era generosa, ya que el mensaje iba en las mismas proporciones; "Venimos a pedir para doblar a los difuntos". 

Recuerdo que subíamos al campanario, donde hacíamos la típica hoguera para asar las castañas, y comer lo que nos habían dado mientras pasábamos toda la madrugada doblando las campanas. Era curioso porque el campanario de la Torre Nueva de la Iglesia de Fuente de Cantos, tiene cuatro campanas, todas ellas con sonidos diferentes. "Dim, Dam, Dom, Dum" eran sus sonidos y, por consiguiente, cómo las llamábamos entre nosotros. 

Pero había un modo de tocarlas según el caso, para emitir un sonido característico y así la gente del pueblo quedara informado de lo ocurrido. Los campanarios principalmente sirven para anunciar el comienzo de la misa, de bautizos, bodas u otros eventos religiosos, en las cuales podía apreciarse un sonido vivo y alegre. Ahí solían sonar siempre Dim y Dam. Pero el sonido de las otras campanas intercaladas entre sí, solían anunciar cosas no tan buenas, como por ejemplo, cuando alguien fallecía. Si el fallecido era hombre, tocaba una de ellas; Dom. Y si era mujer, tocaba Dum. 

Pero la previa de los difuntos se tocaban las cuatro a la vez (también cuando había un incendio) y durante toda la noche, sin parar un instante, por eso que se necesitaban bastantes muchachos, así como bastante comida y energía para aguantar el ritual, que acababa cuando la gente se levantaba por la mañana para dirigirse a la Misa del Alba.

El ambiente creado por el sonido de las campanas y la oscuridad de la noche alumbrada por escasas y mortecinas bombillas era sobrecogedor, y más aún si había lluvia, viento o niebla, fenómenos muy corrientes en esta época del año.

Curiosamente, a la mañana siguiente, no faltaba alguien que dijera: –"Esta noche no habéis doblado todo el tiempo, os habréis dormido, porque yo me desperté a tal hora y las campanas no sonaban, encima que os di para las migas para que doblarais por mis difuntos".

Hoy día ya no doblan las campanas por nadie. No sé si eso es buena señal, pero hasta los muertos necesitan su tributo aunque sea solo una vez al año... 



La Torre Nueva, Fuente de Cantos, 2 de noviembre de 2018. Fotografía del archivo de la Mancomunidad de Tentudía.

viernes, 26 de octubre de 2018

Antes del ruido

Vivimos en un mundo en el que predomina el ruido muy por encima del silencio, y lo peor de todo es que nos estamos acostumbrando a ello. Pero no solo se trata de ese ruido generado por determinadas situaciones del entorno, me refiero al ruido que es producido por las palabras. La gente constantemente quiere opinar, discutir, debatir y que su voz sobresalga cómo quiera que sea, sin importarle siquiera el contenido de lo que dicen, sino que necesitan alzar su voz por encima de los demás.

Esta reflexión me llega tras tener que estar varios días sin poder hablar mucho, guardando reposo y silencio. Cuando creemos que los mensajes solo pueden recibirse a través de las palabras de los demás, no nos damos cuenta de la cantidad de cosas que podemos percibir a través del silencio de alguien. También del silencio de uno mismo. Hay una gran sabiduría en el silencio interno, y quien la practica son conocidos como Taoístas. 

El concepto del Tao abarca muchas disciplinas, pero una de las principales es el hecho de guardar silencio, con todo lo que ello implica. Y gran parte de esa actitud consiste en ser discreto y preservar tu vida íntima. No dándote mucha importancia y siendo humilde con tus actos. Y todo eso, aunque parezca mentira, se obtiene del silencio y del mensaje interior que éste produce en ti.

Por eso que resulta tan difícil seguir esta disciplina del Tao, precisamente porque va en contrasentido de lo que tenemos en la sociedad. El hecho de quedarse callado está asociado a la ignorancia, a no saber de lo que se está hablando. Saber guardar silencio, a veces es fruto, precisamente, de una gran sabiduría. Es por eso que el Tao habla de cosas así...:

"Si no tienes nada bueno, verdadero y útil que decir, es mejor quedarse callado y no decir nada. Aprende a ser como un espejo: escucha y refleja la energía.

Si realmente hay algo que no sabes o no tienes la respuesta a la pregunta que te han hecho, acéptalo. El hecho de no saber es muy incómodo para el ego porque le gusta saber todo, siempre tener razón y siempre dar su opinión muy personal.

Haz regularmente un ayuno de la palabra para volver a educar el ego, que tiene la mala costumbre de hablar todo el tiempo. Practica el arte de no hablar por lo menos algunas horas en el día según lo permita tu organización personal.

Progresivamente desarrollarás el arte de hablar sin hablar y tu verdadera naturaleza interna reemplazará tu personalidad artificial". 

Quédate en silencio cada vez que puedas. Cultiva tu propio poder interno. 

Parece que de esto sabían mucho los indios, los cuales nunca entendieron la manera de actuar del "hombre blanco", como ellos nos decían;

"Nosotros los indios sabemos del silencio. No le tenemos miedo. De hecho, para nosotros es más poderoso que las palabras.

Nuestros ancianos fueron educados en las maneras del silencio, y ellos nos transmitieron ese conocimiento a nosotros. Observa, escucha, y luego actúa, nos decían. Ésa es la manera de vivir.

Observa a los animales para ver cómo cuidan a sus crías. Observa a los ancianos para ver cómo se comportan. Observa al hombre blanco para ver qué quiere. Siempre observa primero, con corazón y mente quietos, y entonces aprenderás. Cuando hayas observado lo suficiente, entonces podrás actuar.

Con ustedes es lo contrario. Ustedes aprenden hablando. Premian a los niños que hablan más en la escuela. En sus fiestas todos tratan de hablar. En el trabajo siempre están teniendo reuniones en las que todos interrumpen a todos, y todos hablan cinco, diez o cien veces. Y le llaman "resolver un problema". Cuando están en una habitación y hay silencio, se ponen nerviosos. Tienen que llenar el espacio con sonidos. Así que hablan impulsivamente, incluso antes de saber lo que van a decir.

A la gente blanca le gusta discutir. Ni siquiera permiten que el otro termine una frase. Siempre interrumpen. Para los indios esto es muy irrespetuoso e incluso muy estúpido. Si tú comienzas a hablar, yo no voy a interrumpirte. Te escucharé. Quizás deje de escucharte si no me gusta lo que estás diciendo. Pero no voy a interrumpirte. Cuando termines, tomaré mi decisión sobre lo que dijiste, pero no te diré si no estoy de acuerdo, a menos que sea importante. De lo contrario, simplemente me quedaré callado y me alejaré. Me has dicho lo que necesito saber. No hay nada más que decir. Pero eso no es suficiente para la mayoría de la gente blanca.

La gente debería pensar en sus palabras como si fuesen semillas. Deberían plantarlas, y luego permitirles crecer en silencio. Nuestros ancianos nos enseñaron que la tierra siempre nos está hablando, pero que debemos guardar silencio para escucharla".

Existen muchas voces, además de nuestras voces.

A veces, la palabra más poderosa, sale de la actitud más silenciosa...


Fuente de Cantos, 26 de octubre de 2018. Fotografía libre en la red.