viernes, 26 de mayo de 2017

El poder del miedo

Hay un poder sobrenatural que aparece y desaparece de nuestras vidas continuamente, y cuando esto segundo ocurre, solo es de manera momentánea, porque el miedo, con todo su poder, se te presenta cuando menos te lo esperas, y va disfrazado dentro de muchas formas, sentimentales o materiales. Pero es curioso que el miedo viene y se va, y permanece en ti, en función del tiempo que quedes en él. Por eso que solo podemos hablar del miedo que hemos vivido en el pasado o que está presente en nosotros en este preciso instante, porque, ¿cómo hablar de sentimientos que nunca hemos tenido?. 

Es cierto que tenemos muchas palabras para designar las variadas emociones que experimentamos a lo largo de la vida, pero en lo más profundo, solo existen dos determinantes; amor y temor. De la primera nacen todas las emociones positivas, en cambio, las negativas, surgen a consecuencia del miedo. Del amor brotan la felicidad, la paz, la alegría, la esperanza. Del miedo, provienen la ira, el odio, la culpa, la ansiedad. Los pensamientos que tenemos están directamente relacionados con la dimensión bien, del amor, bien del miedo. Todo está en la cabeza...., bueno, y en el corazón.

Pero el miedo siempre se basa en algo que ocurrió en el pasado y hace que temamos a algo que creemos que puede ocurrir en el futuro. Tengo que reconocer que de pequeño sentía miedo por muchas cosas, la mayoría de ellas un tanto absurdas. Y sí, yo también miraba en ocasiones debajo de la cama por si a alguien se le había ocurrido meterse ahí. Menudo conflicto mental cuando llegaba la hora de irse a la cama, y una vez sobre ella y dispuesto para dormir, tener que decir para uno mismo; "Esta noche no miro. Venceré al miedo....". 

Después de todo, los miedos que tenemos de pequeño, pocos de ellos se quedan. Otros en cambio, aparecen de repente cuando creces, como en mi caso, el miedo a las alturas. Quien me lo iba a decir a mi, que andaba subido en cualquier sitio siempre.... En este sentido, el miedo es un sistema de advertencia que, a un nivel primario, nos presta un buen servicio. En situaciones potencialmente peligrosas, el miedo es una señal saludable; es una protección y sin él, no sobreviviríamos mucho tiempo. 

Nuestra cultura pregona el miedo y a veces vivimos como si las circunstancias nos fuesen continuamente desfavorables, pensando en las mayores catástrofes posibles para nosotros y los que nos rodean. Pero, ¿cuánto de aquello que tememos se hace realidad?. Lo cierto es que hay una escasa correlación entre lo que tememos y lo que nos ocurre. A pesar que todo eso lo sabemos, es indudable que con el paso del tiempo, son otros miedos los que invaden nuestros pensamientos. En la mayoría de las ocasiones, motivados por la protección, del apego y el cariño hacia las personas cercanas, aunque también incluso hacia nuestras pertenencias..

No hace mucho leí que las compañías de seguros apuestan a que la mayor parte de lo que nos preocupa nunca ocurrirá, y así ganan miles de millones al año. Juegan con nuestra incertidumbre, con nuestros miedos. Ésto, han sabido ponerlo en su favor siempre la gente de mal para conseguir lo que se proponen, casi siempre a consecuencia del temor de otros. Pero claro, ese es otro tipo de miedos, porque digamos que se trata de un miedo  que no es real, es ficticio, porque no está ocurriendo, pero aún así, nos mantiene despiertos y en alerta constante sin dejarnos vivir. Parece no tener clemencia, nos paraliza y debilita el espíritu.

Porque el miedo es una sombra que lo obstruye todo; nuestros verdaderos sentimientos, nuestra felicidad, el amor, la confianza, usando estrategias que te hacen empequeñecer. Son engañosos porque van formando capas, una encima de la otra. Es posible superarlas e ir quitándonoslas una a una, hasta llegar al miedo del fondo, el fundamento en el que se apoyan todos los demás. Y ese, suele ser el miedo a la muerte, siendo aquí cuando éste adquiere su mayor poder. Sin embargo, nuestros miedos no evitan la muerte, sino que frenan la vida. Porque, ¿hay algo más seguro que la muerte?.

En las lecciones que aprendemos en la vida, precisamente lo que tratamos de hacer es eliminar lo que nos hace mal, y quedarnos con las cosas positivas. Eliminar el excedente para aprender la esencia que queda de lo vivido. Si sabemos pulir eso y aprender de la experiencia, hasta nuestro mayor miedo, el miedo a la muerte, disminuye. El artista Miguel Ángel dijo sobre esto; "Si la vida nos parece agradable, lo mismo ha de ser la muerte. Viene de la mano del mismo maestro".

Esto viene a decir que de las cosas que no tienen solución, poca preocupación deberían ocasionarnos. Pero claro, esa es solamente la teoría. Pero sí estoy seguro que en el resto de cosas, sin contar esto del miedo a la muerte, la solución más simple al miedo, es precisamente atacarlo. Al igual que el resto de problemas de la vida, y dónde mientras antes nos aferremos a su solución, antes dejará de martirizarnos.

¿Cómo demonios iba alguien a entrar en casa y meterse debajo de la cama?. Ahora que lo pienso, sé que es absurdo, pero solo se me ocurría ponerle solución a ese miedo, agachándome con un temor increíble y mirar ahí debajo lo más rápido posible, para volver otra vez a lo alto de la cama. Y pensándolo bien....menuda solución, porque, no sé que hubiera sido de mí si realmente alguien hubiera estado allí...

Debía haber una solución más simple, y no pasar por ese trance todas las noches, a pesar de acostarme siempre diciendo; "Esta noche no miro. Venceré al miedo....". Ahora pienso que debí ponerle más imaginación a aquello, o más sentido común. O quizás más valor, incluso a la más que posible reprimenda de mi madre. Porque todos esos miedos hubiesen acabado, si hubiera usado la solución más simple para atacarlos. Habría bastado con cortar las patas a la cama....



"El grito", de Edvard Munch. Fuente de Cantos, 26 de mayo de 2017.




viernes, 19 de mayo de 2017

El filo de la navaja

Hay ciudades que te marcan de una manera u otra en función de las experiencias que hayas tenido en ellas, y eso lo sientes cuando regresas allí una y otra vez. Principalmente ocurre con aquellas ciudades en las que has vivido y que por distintas circunstancias, ya sean cuestiones laborales y/o personales, pueden llegar a producir en ti sensaciones encontradas y únicas. Pero aquellas ciudades en las que has estudiado, siempre llegan a producir en uno cierto grado de nostalgia; es como retroceder a una época pasada de la adolescencia, y en la que se experimentan cosas por primera vez y que difícilmente puedes llegar a olvidar con el paso del tiempo.

A mí esto me ocurre con Badajoz, la ciudad donde estudié, pero con la que sin embargo, tengo una relación un poco contrariada, principalmente por los muchos episodios que allí pude tener, desde algunos muy buenos, a otros no tanto. Y de estos últimos, de los no tan buenos, y precisamente en mi época de estudiante, recuerdo uno un tanto amargo, que de vez en cuando me viene a la cabeza. Porque habiéndome sacado recientemente el carné de conducir durante ese primer año allí, me acerqué desde mi pueblo en coche a traer las cosas de vuelta para casa, como era costumbre hacer cuando finalizaba el curso y empezaba el verano. Y ahí fue que le pedí prestado a mi hermano Pablo su coche por aquella época, un discreto pero servicial Seat Panda.

Un vehículo sencillo que por aquel entonces, y recién estrenando mi título novel como conductor, podía compararlo con el mejor de las berlinas. Algo parecido debió pensar el "gorrilla" que esperaba detrás de mi coche una vez que estacioné el mismo. Valga de manera vulgar la definición de "gorrilla", como aquella persona que intenta ganarse la vida de la mejor manera posible reclamando una cuota "voluntaria" a aquellos conductores que tratan de aparcar en los espacios libres existentes en la vía pública y destinados, precisamente, a ser ocupados de manera gratuita por los que lo precisen en ese momento.

Así que salí del coche con unos pantalones sport que no disponían de bolsillos algunos, dispuesto a dirigirme a mi destino, cuando este señor interrumpe mi paso para reclamar su propina por haber, según él, cederme ese espacio de la vía pública en el cual yo había estacionado. Al requerir tal pago, le negué el mismo, pero principalmente porque no llevaba dinero encima, cosa que este hombre, de mediana edad, desmejorado, y con aspecto de estar muy ansioso y excitado, no se tomó a bien, y con lo cual, me volvió a reclamar le diera algo de dinero, pero este vez con un tono más elevado. Aún no le había vuelto a negar lo mismo, cuando sentí que algo punzante estaba amenazando mi estómago. 

Quedé hierático, nervioso, pero sin ni siquiera capacidad para temblar, y solamente esperé pacientemente a que ocurriera algo, o más bien, a que no ocurriera nada, dejando mi suerte a su destino. Quedó ahí su tiempo, sin apartar la navaja de mi cuerpo, pero finalmente decidió confiar en que realmente le decía la verdad y que no llevaba dinero encima, pues guardó su arma, y se marchó. Yo también seguí mi camino, pero pensando en qué hubiera ocurrido con mi vida, si su reacción hubiera sido otra. Por su cara de desesperación, seguramente no hubiera tenido la oportunidad de contarlo. Después de aquello, evité a toda costa pasar nuevamente por allí, así que no volví a verlo jamás.

Justamente cuando finalicé mis estudios y regresé al pueblo, me hablaron que buscaban voluntarios para colaborar en un centro de desintoxicación con personas adictas a las drogas. Mi cometido sería sencillo, así que no dudé en aceptar tal propuesta de colaboración, ya que solamente tenía que ir dos veces en semana a Badajoz a llevar a los integrantes del centro de Fuente de Cantos hasta allí, y donde diariamente recibirían las correspondientes terapias encaminadas a salir de aquel mundo de las drogas. Otros voluntarios los traerían de vuelta, para que pernoctaran todos los días en la casa que el pueblo disponía para ellos.

Recuerdo que esos viajes se hacían eternos para mí, y donde, en una furgoneta de 9 plazas, escuchaba conversaciones de todo tipo. Todas éstas entre ellos mismo, pues nosotros, los voluntarios, teníamos prohibido hablar de nuestra vida personal o inteactuar con ellos de algún modo, ya que debíamos evitar durante ese tiempo cogerles cariño alguno, para así no caer en la provocación de ningún tipo de chantaje emocional. A pesar de eso, era inevitable no sentir compasión por unas personas, que lo único que buscaban, era que la vida les diera una nueva oportunidad, y para eso necesitaban nuestro apoyo.

¿Quién no ha buscado alguna vez una siguiente oportunidad?. Pienso que todo el mundo trata de enmendar aquellas situaciones perdidas, compensar aquellos errores lamentados, o cerrar aquellas heridas que nunca cicatrizan. Para ello, primero está la aceptación, después el perdón con uno mismo y para con los demás, y más tarde, confiar en que esta vez, la oportunidad no escapará de nuestras manos, porque en esta ocasión, las cosas se harán de otra manera. Y creo que eso debían pensar la mayoría de los que conocí en mis dos años como voluntario para esa causa.

Reconozco que era frustrante ver como la mayoría de ellos recaían, y semana tras semana, veía como gente nueva ocupaba los asientos vacíos de aquella furgoneta. Sin embargo, sentía satisfacción cuando veía que algunos de ellos seguían y finalizaban el proceso establecido para su desintoxicación, y aunque con un gran esfuerzo, conseguían desengancharse y volver a disfrutar de una nueva oportunidad u oportunidades perdidas anteriormente. Incluso algunos de ellos, seguían en el propio centro, esta vez como voluntarios o monitores y precisamente como ejemplos de oportunidades aprovechadas.

Al final de cada año, a modo de homenaje por sus esfuerzos, nosotros, los voluntarios, organizábamos una fiesta en la casa de acogida, y en la que llevábamos aperitivos, postres y todo tipo de bebidas o licores sin alcohol. Y siempre, en ese tipo de eventos, alguno de los antiguos toxicómanos, ya rehabilitados y ahora siendo nuevos colaboradores en este proyecto de vida, entraban en el interior de un círculo hecho por todos nosotros, y daban una pequeña charla en señal de ánimo a quienes trataban de conseguir sus objetivos de rehabilitación. Mientras estaba distraído y tratando de colocar algo en una de las mesas de comida, alguien que venía del centro de acogida de Badajoz, entró en el círculo, y empezó a hablar algo así como ésto;

"Todos, absolutamente todos los aquí presentes, hemos estado alguna vez al filo de la navaja, al borde del precipicio, en constante peligro. Este peligro ha podido ser físico para unos, o ha podido ser inmaterial para otros, como el caso de aquellos que hemos jugado precisamente con la vida, los sentimientos o las circunstancias de otros, sin ser conscientes de que hemos sido nosotros mismos los que hemos estado expuestos al borde del abismo. Y vivir a veces ahí, al filo de la navaja, solo debe servirnos para ayudarnos a valorar y disfrutar de esta vida, única para cada uno de aquellos que queremos tener una nueva oportunidad en ella...."

Palabras profundas que al principio distrajeron mi atención, hasta que fijé ésta mucho mejor en el portavoz de las mismas, y quien al principio era irreconocible para mi, fue al poco que caí en la cuenta, que quien hablaba en el interior del círculo, de manera tan sensata y convincente, no era otro que aquel "gorrilla" que me apuntó varios años atrás, precisamente, con el filo de su navaja.

"¡Cuánta razón llevaba en aquellas palabras!", pensé para mí mismo....



Fuente de Cantos, 19 de mayo de 2017. Fotografía de Jesús Apa.
         

  

viernes, 12 de mayo de 2017

Mucho humo

Hay una premisa que trato de cumplir a rajatabla, pero fallo precipitadamente en muchas ocasiones; la de no tomar decisiones "en caliente". Aprender a respirar, controlar los impulsos, escribir y borrar, para luego rescribir otras palabras en tu cabeza antes de soltarlas, es un ejercicio complicado, pero normalmente te sitúa en una posición serena y eficaz en la toma de tus decisiones. Parece fácil, pero si no lo tienes presente en tu mente de manera continuada, suele suceder que acabas metiendo la pata y provocando situaciones indeseadas.

Admiro a las personas que saben manejar esas situaciones de estrés, de pánico, o bien sencillamente, que saben tomar decisiones con la cabeza fría. Aunque es cierto que es bajo condiciones de estrés y de presión, como mejor se trabaja, no son esos los mejores momentos para tomar ciertas decisiones que puedan afectar de manera directa a cuestiones futuras. 

Recuerdo un día en una clase de Prevención de Riesgos Laborales, en el cual se exponía un vídeo que mostraba la simulación de un accidente en una vivienda, originado por un incendio en la cocina. En este ensayo, la persona que se encontraba dentro tenía que aprender a manejar la escena de pánico, y mostraba varias opciones de cómo salir ileso de esa accidentada situación. El profesor de la clase, explicaba una de ellas, diciendo;

"Este individúo se enfrenta a una situación extrema en la que peligra seriamente su vida, y en la cual, mantener la calma es de vital importancia. Si os encontráis en un caso parecido, tenéis que tumbaros al suelo, puesto que el humo tiende a subir con el efecto de las llamas, confiar en que solventaréis esta situación, y arrastraros hasta la salida más cercana. El caos que genera un incendio, y sobre todo, la poca visibilidad que se crea, además del tremendo aumento de temperatura que llegas a sentir de manera inmediata, puede llevarnos a una situación de ansiedad que nos impida obrar con sentido común. Por eso que es muy importante en estas situaciones, respirar hondo, y actuar con determinación".

Fui yo mismo quien pregunté....; "Pero, ¿no es eso un contra sentido? Respirar hondo, y actuar con rapidez, es como que no son acciones compatibles. O una cosa, o la otra, ¿no?. Además, ¿respirar hondo con tanto humo....?", acabé preguntando, ya de una manera irónica.

El profesor, se lo tomó a bien, y contestó; "Ciertamente cada cual actúa en estas situaciones de la mejor manera que cree, solo que la que yo te planteo, es la que han utilizado todos aquellos que han conseguido salvar su vida". Y por cierto, ese "respirar hondo", se hace por dentro, nada tiene que ver con el respirar al que te refieres... 

Y tenía razón, porque cuántas veces el respirar profundamente, y además por dentro, nos ha ayudado a tomar la decisión correcta. O mejor dicho, ha hecho que no tomáramos decisiones más tarde erróneas.

Quizás conoces el cuento, pero si no es así, y además eres de los de sangre caliente, no estaría mal que lo conocieras la historia. Se trata de una leyenda, que cuenta que....

".... un miembro de una tribu india se presentó fuera de sí ante el jefe, para hacerle saber que iba a tomar venganza contra un antiguo amigo suyo, ahora enemigo, que lo había ofendido de una forma muy dolorosa para él. Pensaba ir corriendo y matarlo sin piedad.

El jefe lo escuchó y le propuso que fuera a hacer lo que pensaba, que era su decisión, pero que antes llenara su pipa de tabaco y la fumara a la sombra del árbol sagrado. Cuando acabara, debía volver a hablar con él.

Así lo hizo el guerrero. Fumó bajo la copa del árbol, sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe indio para hacerle saber que lo había pensado mejor, y que tal vez era excesivo matar a su antiguo amigo, pero que había decidido pegarle una paliza inolvidable.

El anciano jefe volvió a escucharlo y aprobó su decisión, pero le hizo ver que, ya que había cambiado de opinión, debería volver al mismo lugar y fumarse otra pipa.

Así lo hizo el indio. Fumó y meditó. Al finalizar, regresó de nuevo ante el jefe de la tribu para comentarle que consideraba excesivo el castigo físico, pero que iría a recriminarle su conducta delante de todos para que se avergonzara.

Con bondad, fue escuchado de nuevo por el anciano y orientado para que repitiera nuevamente su conducta y la meditación.

Bajo el árbol centenario, el guerrero convirtió el tabaco y el enfado en humo. 

Pasado el tiempo, volvió ante el jefe para decirle que lo había pensado mejor y que había decidido acercarse a quien lo ofendió para pedirle explicaciones, y fue así como acabó perdonándole.

-- De esta manera no será mi agresor sino que recuperaré al amigo que, seguramente está arrepentido de lo que ha hecho--, le dijo el joven indio al anciano. 

Éste, acto seguido, le regaló dos cargas de tabaco para su pipa, y para que ambos fueran a fumar bajo aquel árbol, y le comentó;

-- Es eso lo que quería pedirte, pero no era yo quien debía decírtelo, sino tú mismo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras...--

Qué bueno es siempre, convertir nuestra ira en humo; en mucho humo....



Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 12 de mayo de 2017.



viernes, 5 de mayo de 2017

Proteger a la Reina

Desde bien pequeñito me ha gustado disfrutar del ajedrez. Es un juego de mesa entretenido y con una competición sana, sencilla, amigable y, que apenas si requiere unos cuantos euros para jugar a él. Basta con hacerse de un tablero y sus correspondientes piezas para disfrutarlo en cualquier ambiente. Lo que sí es cierto que implica disponer de bastante tiempo, pues a mayor práctica, más extensas suelen ser las partidas. Será por la falta de tiempo que no lo disfruto con la asiduidad de antaño, pero sigo pensando que es un pasatiempo fascinante.

En su día me preocupé de conocer la historia de este viejo juego, y si bien no es del todo clara su procedencia, la más fiable de todas tiene un bonito trasfondo. El originario juego nació en la India, en el siglo V antes de nuestra era. Parece ser que existía en esa época un joven monarca muy poderoso, el Rey Shirham, y quien tras perder a su hijo mayor en una batalla, entró en una profunda depresión. Pasaba todo su tiempo rememorando la escena del momento de la lucha en la que su primogénito caía muerto, lamentándose de no haber obrado de otra manera o utilizado otra estrategia para así salvar la vida de su hijo.

Fue entonces que uno de sus mejores ministros, el sabio Sisa, quien tratando de ayudarlo, inventó un juego de ingenio digno de su realeza. Sisa le mostró el ajedrez y sus reglas, y aquí hay muchas teorías sobre las intenciones verdaderas del mismo, pero la más creíble, es que lo hizo para hacerle ver a su Rey, que para derrotar a los ejércitos enemigos es preciso contar con el apoyo de todo su séquito. Que cada pieza en el ajedrez, como cada soldado de su ejército, debían armonizar sus fuerzas para la victoria final, siempre protegiendo la vida del Rey, la pieza más vulnerable del juego. Fue así como Shirham entendió que a veces las piezas deben ser sacrificadas para ganar la batalla, asumiendo de esta manera, que eso mismo le ocurrió a su hijo en favor de protegerlo a él; su Rey.

Pero el ajedrez ha tenido cambios constantes a través de los siglos. Desde su inicio en la India pasó a extenderse a Persia y después apareció en Europa, cuando los árabes conquistaron la España medieval en el siglo VIII. Pero fueron muchos años más tarde, en el siglo XV, cuando precisaron cambiar las características de una pieza; la de la Reina. Sus movimientos eran como los del alfil, pero pasó a cobrar mucha más versatilidad y poder. Pasó a ser la pieza más destacada, la más resolutiva ante las adversidades, la más valiosa de todo el tablero. Había que guardar la vida del Rey, es cierto, pero todos se centraban en proteger a la Reina. 

Sin ella, la partida era otra. Podemos decir que con su falta, el juego cambiaba a un nivel inferior, pues quien perdía a la Reina, pasaba a actuar a la defensiva, y ya no se disfrutaba de la misma manera; era como si la pasión de ese jugador desapareciera. Esto me recuerda que por muy alto que estemos sentados en nuestro trono, no hay nunca que olvidar quien siempre cuida o ha cuidado de nosotros con los mejores movimientos posibles, incluso sacrificando su vida para ello.

El otro día leí la tremenda importancia de la polinización para la vida en la Tierra y lo invisible que resulta ésta para el ojo humano. Hace 80 millones de años que las abejas pueblan nuestro planeta. Las primeras muestras de la estrecha relación entre el hombre y estos insectos las encontramos en las pinturas rupestres donde se pueden apreciar hombres recolectando miel. Las abejas son las principales polinizadoras de la naturaleza y, aunque pueda sorprender, nuestra existencia depende de ellas más de lo que podamos imaginar.

Estudios científicos han determinado que si las abejas desaparecieran de la superficie del globo, a la raza humana solo le quedarían 4 años de vida; sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres. Y parece ser que muchas cosas debemos estar haciendo bastante mal ya que algo está sucediendo con las abejas y su población, reducida drásticamente año tras año y corriendo un grave peligro su extinción. Parece ser que la causa está en la utilización de ciertos pesticidas que provocan en ellas malformaciones, trastornos del sistema nervioso y desorientación.

Puede ser que haya pequeñas cosas en la vida de las que a veces nos olvidamos y que damos por sentado, pero está prohibido olvidar aquello que da sentido a nuestras vidas. Esta lección la tienen bien aprendida las abejas, quienes conviviendo en el mismo panal, saben de la importancia y el papel de cada una para con las otras.

Y su cometido es claro; hay una entre todas ellas, que sin necesidad de que sea la más bella o la más seductora, sí es la de mayor poderío y majestuosidad, aunque también resulta ser en ocasiones la más vulnerable, ya que a la misma vez es sobre la que recae mayor responsabilidad. Por eso que el resto de las abejas del panal, que tienen eso presente, y saben que la regla número uno en la naturaleza, es la supervivencia, tienen en la máxima de sus obligaciones diarias, la de proteger a la Reina.

Esto me recuerda que somos una parte de la naturaleza y no podemos separarnos de ella y sus efectos. Pero hay una naturaleza más fuerte que nos atraviesa de lado a lado, y de la cual estamos unidos desde el principio de nuestra existencia. Una gran "fuerza polinizadora" que cuida de nuestro jardín y de todas sus flores desde nuestro primer aliento de vida, y la cual juega el papel más importante de ésta. 

Tómense su tiempo y déjense impregnar todo lo que puedan de su néctar, y redescubran el sentido de lo maravilloso y la esencia del amor puro.

Disfruten de la partida desde los primeros movimientos de la vida y sitúense en las casillas que menos hagan peligrar las piezas más importantes que tenemos al lado.

Y es que a pesar de no conocer en qué tablero juegas, o en qué panal vives, estoy seguro que siempre has sabido a qué Reina hay que proteger. Porque protegemos y cuidamos aquello de lo que nos enamoramos, y una madre, siempre será el primer amor de nuestras vidas, y que perdurará eternamente en nuestro propio tablero, en nuestro propio panal, pero sobre todo, dentro de nuestros corazones....

Feliz día a todas las madres que fueron, son, y serán por siempre la Reina de nuestras vidas!!!!



Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 5 de mayo de 2017.