viernes, 31 de mayo de 2019

El ruido del agua

La alberca estaba casi vacía y necesitaba una gran limpieza. Miró a todos lados como esperando que alguien limpiara todo aquello, pero en el fondo asumía su papel. "¿Y de verdad sabes nadar?" --, preguntó a la pequeña esperando una respuesta negativa que nunca llegaría.

-- Sí, puedes quedar tranquilo. Desde bien pequeñita mis padres me llevaron al club. Lo sé hacer de espalda, a brazas, a cross... --

"Vale, de acuerdo. Limpiaré la alberca pero no me pidas nada más en todo el fin de semana. Estoy cansado y encima no esperaba tener que cuidar de ti"

El cepillo araña las viejas paredes de aquel cubo de hormigón, como quien masajea a su enemigo. Raspa y moja a la vez las paredes, mientras su sobrina mira de reojo los gruñidos de su tío, a quien apenas acaba de conocer ese viernes.

"Más no puede limpiarse. Tendrás que conformarte con eso. Coge esa manguera y ponte a llenarla mientras yo preparo la comida".

La pequeña obedece a su tío mientras él, se pone a pelar papas en aquella vieja pero iluminada cocina. El único árbol del paisaje atraviesa la ventana y se mueve en pequeñas sombras líquidas y chocan de frente con las manos de María y un chorro de agua. La velocidad y el sonido del agua no son suficientes para la tranquilidad de aquel día. No puede escapar de los ruidos que le arañan dentro a quien acostumbra a estar solo y en silencio.

Después de un buen rato, María va hacia la cocina agitada y con ganas de probar la alberca, que apenas va por la mitad de agua pero su impaciencia va colmada.

"Primero toca comer, luego harás lo que te plazca" --, le indica casi groseramente su tío. María no tiene más que obedecer aquellas secas órdenes. No dice una sola palabra mientras come, solo observa cómo su tío devora aquel enorme plato de papas con huevos.

"Es todo ecológico..., y sano. -- Trata de justificar su tío aquel atracón. "Pero más sano aún es la siesta que viene, que es la mejor manera de hacer la digestión",-- le dice a la pequeña despidiéndose camino de la habitación dejándola a ella a medio comer.

María, que ya disfruta del agua en aquella soleada tarde de verano, chapotea efectivamente de espaldas, a brazas, a cross, hasta que un fuerte grito interrumpe su disfrute. A pocos metros de ella y dentro de la pequeña casa se escucha a su tío...

"¿Quieres parar de hacer ruido? ¿Quieres guardar silencio?".

María quedó atemorizada. Nunca le habían hablado así. Y eso ocurrió...se hizo un profundo silencio en la huerta de los abuelos, en aquella vieja alberca. Solamente el contoneo de los árboles producía algún tipo de ruido. El agua de la alberca con ella dentro, absorbió todo el silencio. 

Él se encontraba acostado pero sin dormir, incomodado tal vez del pesado ágape que se había ofrecido poco antes. Tal vez arrepentido de haber sido tan grosero con su sobrina. Ahora todo estaba en silencio. Apenas tardó unos minutos en darse cuenta de su palabras antes de despedirse de su sobrina..., "la siesta que viene, que es la mejor manera de hacer la digestión"

Saltó rápido de la cama y salió a toda velocidad de la habitación dirección a la alberca. Allí vio aquel pequeño cuerpo en el fondo, se tiró dentro y lo sacó entre sus brazos con una rapidez asombrosa.  

La pequeña abrió torpemente sus ojos tras dejar escapar el agua que caía de su pelo, lo miró totalmente asustada y le dijo;

-- Olvidé decirte que también me enseñaron en el club a bucear. Pero tal vez tampoco sé hacerlo en silencio --

"No pasa nada. Ahora que lo pienso, solo el ruido del agua es mejor que el propio silencio..."


Cabeza la Vaca, 31 de mayo de 2019. Fotografía libre en la red.


viernes, 24 de mayo de 2019

Dime una cosa

Dime una cosa... ¿qué ropa piensas ponerte ese día? ¿Tal vez irás de blanco? Sería increíble, ¿no crees?

Y cuéntame... ¿con qué abrochas un día con otro? Para aquellos quienes se aman, -- lo he leído por ahí--, los días son tan frágiles como luces en las noches lluviosas. En cambio, esas noches son las mejores. Sin embargo, los días para mí, y más ahora, son tan distintos que apenas sé dónde vivo. Pero en cambio, sé que no puedo vivir mejor.

Dime una cosa... ¿qué haces cuando no te miro? ¿Eres igual a solas? Me encantaría mirarte de esta forma, cuando no sabes que lo hago.

Y ahora hay algo que quiero decirte. Hay una magia extraordinaria en ti. Apareciste en mi vida, como una explosión multicolor en un mundo en blanco y negro. Cuando mi corazón estaba encerrado dentro de una caja, quisiste abrirlo. Y lo hiciste. Y ahora veo mi futuro cuando te miro a los ojos.

Lo veo, te juro que lo veo. Veo una extraordinaria magia en ti. Porque eso que haces conmigo, es mágico..., o milagroso. Además que yo creo que los Milagros, porque el amor , querida mía, no es otra cosa que un Milagro. ¡Créeme!

Qué cosas tiene la vida..., ¿verdad? 

Pero, dime una cosa. Bueno, mejor no me lo digas, porque ya lo sé.... Además, prefiero que sea algo íntimo entre tú y yo...


Cabeza la Vaca, 24 de mayo de 2019. Fotografía de Jesús Apa.


viernes, 17 de mayo de 2019

Las distancias

El día que salía el sol por la mañana, todo era distinto. Como si alguien lo hubiera puesto allí intencionadamente para alegrarme por toda la jornada. Los pensamientos de mi cabeza eran también distintos, por eso que siempre decidía salir a correr, pues ese era buen momento para resolver la cosas incómodas de mi mente.

Y esa tarde, en que el sol seguía brillando, (porque alguien decidió ponerlo ahí arriba), salí a correr. Es curioso porque, los días que está nublado, todo cuesta un poco más. Ese día de primavera no; por eso que estaba animado. Y pensaba alegremente en mis cosas. Ropa cómoda, un paso tras otro y el cuerpo te sigue. Vas avanzando y, el pensamiento, curiosamente, también se acelera.

Pues imagínate que sales a correr en el kilómetro 4,5, y comienzas a avanzar en sentido descendente. Los primeros pasos, metros, kilómetros..., ligeros y urgentes, para más tarde, llegar al ritmo constante que ese día te confieres. Llegas a ese momento equilibrado dónde, tus piernas y los latidos de tu corazón, entran en una armonía perfecta. Así estaba cuando, llegando al kilómetro 1 vi a dos señores de edad avanzada charlando.

Pasé a su lado y fijaron su mirada en mí. Les di cordialmente las "buenas tardes" y continué mi camino. Ellos en cambio, no me quitaron ojo, tampoco me dijeron nada aunque me dio la sensación que se quedaron con ganas de hacerlo. Yo continué mi carrera pero pensando en ellos pues, en apenas un kilómetro daría la vuelta y seguramente iban a seguir ahí. Aceleré el ritmo no fuera que tardara demasiado y se fueran. No sé por qué, pero sabía que iba a tener una conversación con ellos.

En el kilómetro cero, volví sobre mis pasos con el corazón acelerado. Apenas tomé la curva que me ofrecía la vista hacia ellos, allí estaban, quietos y con la mirada sonriente en mi dirección, como sabiendo que volvería pronto y habían acertado. Sin saber el motivo, me sentí nervioso, bajé el ritmo y traté de no pensar al pasar por su lado. Justo al hacerlo, y dando ya por hecho que no ocurriría nada, uno de ellos me habló;

"¿Vas muy lejos, hijo?" , me preguntó.

De repente me detuve y me giré hacia ellos, pues ya los había sobrepasado. Mi respuesta fue evasiva aunque quizás un poco absurda. 

-- No mucho, voy hasta el kilómetro 4,5 --

"¿Y después?", me preguntó el otro señor.

Vacilé un poco en mi respuesta... "Después, nada..., ya habré acabado la carrera"

"Ah bien. Por tu ritmo, pensé que no te detendrías y seguirías mucho más lejos, sin un destino final", volvió a decirme uno de ellos.

Ante aquellos comentarios, pensé a todas luces que me estaban tomando el pelo, así que no quise ser menos y traté de participar de aquella extraña conversación.

-- ¿Y ustedes qué? ¿Piensan estar toda la vida en el kilómetro 1? --, les dije en tono irónico.

"Bueno, nos han contado que hay un kilómetro 2, así que aquí andamos esperándolo", -- volvió a decir uno de ellos.

Aquellos hombres, a pesar de su edad, seguían teniendo un magnífico sentido del humor. No pude más que seguirle la corriente.

-- Así es, hay un kilómetro 2. De hecho, me lo voy a encontrar ahora de vuelta... ¿No les gustaría acompañarme? --

"Nosotros seguiremos esperándolo aquí", volvió a decir uno de ellos.

-- ¡Pero apenas si hay distancia! Está aquí al lado. Les acompañaré encantado. --

Fue entonces que ocurrió algo inesperado. Uno de ellos se acercó hacia mi, me tomó cariñosamente del brazo y me dijo....

"Hijo mío, las distancias no son las mismas depende de para quién. Habrá una gran distancia con tu meta si esperas indefinidamente a que algo ocurra y no haces nada para ello. Habrá una gran distancia con las personas si no tratas de acercarte a quienes amas. Habrá una gran distancia para ti si, una vez que llegas dónde querías, no te sientes feliz ahí. ¿Entiendes ahora por qué no necesitamos salir del kilómetro 1? Aquí lo tenemos todo..., por eso que ya no hay distancias algunas para nosotros..."

Seguí corriendo... No sé si más lento, si más rápido. Con más o menos cansancio. En cambio, de lo que si estaba seguro es que una vez llegara dónde debía, ya no necesitaría ir a ningún otro lado...


Cabeza la Vaca, 17 de mayo de 2019. Fotografía de Jesús Apa.







viernes, 10 de mayo de 2019

Entre pañuelos y sueños

Si alguna vez te preguntan cuáles son tus sueños, seguramente contestes con varias respuestas. Incluso éstas, habrán cambiado con el paso del tiempo, casi no teniendo nada que ver los sueños pasados con los de ahora. Buscamos alcanzarlos y, con ellos, obtener eso que nos hace feliz. Pero digamos que la felicidad es tan volátil, que sin una ciencia cierta sobre ella, unas veces eres feliz con una cosa, otras, con otras muchas distintas. Y claro, no todas las personas precisan de lo mismo, al igual que cada sueño puede tener diferentes propietarios.

Pero lo que es seguro es que el primer paso para ser feliz, es creer que lo eres.

Eso pensé ayer cuando, parado en Sevilla, en un semáforo, nos encontramos con un chico negro que vende pañuelos en ese lugar todos los días. Se trata de un hombre de unos cuarenta y tantos años y que siempre va disfrazado con algún traje peculiar. Lo he visto en varias ocasiones vestido de torero, de la Reina Cleopatra, de monja, flamenca... y siempre, absolutamente siempre, con una gran sonrisa y un gesto de amabilidad con todo el mundo.

Es eso precisamente lo segundo más llamativo de este señor; ¿cómo es posible que alguien, dentro de su propia miseria y de tener que andar pidiendo limosnas, puede  transmitir  tanta felicidad? Es que parece que, al menos contando a todas las personas que paran en ese semáforo, es el más feliz de todos y con diferencia. Con sus pañuelos colgados del brazo, va de un lado a otro, dando los buenos días, las gracias, regalando su sonrisa... 

Entonces para hacerle mención en este post y usar su nombre de pilas, decidí teclear y saber algo más sobre él, que seguro que al ser ya una persona popular, al menos en Sevilla, algo de información encontraría. Fue así que me quedé sorprendido con su historia...:

"Resulta que Howard Jackson, que así se llama, es inmigrante y procedente de Liberia, y actualmente, está matriculado en la Licenciatura de Derecho, tras una década ganándose la vida como modesto vendedor de pañuelos de papel. Pero no lo hace de cualquier manera; para ello, se viste con todos esos tipos de disfraces llamativos y con los que en absoluto pasa desapercibido.

Cuenta que la primera vez que se disfrazó de algo, lo hizo del Rey Baltasar para una cabalgata de los Reyes Magos y a petición de una Asociación de un barrio de un pueblo sevillano. Con esa guisa se colocó en el semáforo para tratar de vender pañuelos. No solo tuvo más éxito que otros días, sino que notaba que la gente le sonreía, se alegraban al verlo y eso a él, lo hacía más feliz.

La historia de Jackson es dura, muy dura, pues siendo un adolescente, con apenas 16 años, tuvo que huir de su país, ya que se encontraba en una guerra civil y en la que perdió a toda su familia. Después de pasar una odisea para llegar a España, trató de ganarse la vida con cualquier tipo de trabajo, ya fuera de jornalero en el campo, vendiendo revistas, etc... Desde hace muchos años se le puede ver en Sevilla, en un semáforo frente a la estación Plaza de Armas, vestido de cualquier cosa, con gran simpatía e intentando vender sus pañuelos a los conductores que esperan en el color rojo. Si pasado un tiempo aparece la luz verde y no le han comprado, les regala igualmente una sonrisa. Porque eso es lo que hace, regalar sonrisas.

Pero lo que más me ha llamado la atención de él, es que tras mucho esfuerzo, cuando tenía 35 años (hace unos diez años de ahora), consiguió reunir los fondos para matricularse en dos asignaturas de la UNED, lo único que su economía le permitía por el momento. Es por las tardes cuando estudia para algún día terminar la carrera de Derecho y cumplir su gran sueño; ser Juez.

Howard Jackson supone un ejemplo de superación y supervivencia, y por ello protagoniza un documental titulado "Entre pañuelos y sueños", dónde se cuenta su historia desde su aventura para entrar a España hasta cómo se gana la vida aquí, siendo incluso proyectado en el Festival de Cine Europeo de Sevilla en 2010, recibiendo el III Premio Europeo de Cine Universitario al Mejor Documental".

Está claro que ser feliz es una gran habilidad sobre disfrutar con lo que se tiene en cada momento, creérselo, y a ser posible, contagiar a los demás con ello.

"Y tú, ¿con qué eres feliz Howard?"

-- ¿Ahora mismo? Vendiendo pañuelos... ¿Y tú?


Howard Jackson, Sevilla, mayo de 2019. Fotografía de Helena Rocha.   

viernes, 3 de mayo de 2019

Lo que no sabe mi madre

Lo que no sabe mi madre es que salgo de noche a cazar estrellas. Las más hermosas, claro que también las más difíciles de coger, pero ella lo merece todo. Soy cauteloso, trato de no descomponerlas, por eso que voy con cuidado, para que sigan con su brillo cuando vaya a regalárselas.

Así que las meto en un saco, pero las doblo delicadamente, a veces incluso les saco brillo, un poco más del que ya traen. Es a la mañana siguiente, cuando percibo que hay más espacio, así que tomo prestada algunas nubes..., blancas, esponjosas, y las acolcho cuidadosamente.

Luego compongo en mi cabeza la música más hermosa posible; hay notas de piano, violines, violonchelos...su sonido es majestuoso. También trato de reunir las más hermosas voces. Celestiales, románticas, melancólicas...

Pero, lo que no sabe mi madre es que con todas esas notas ahí metidas, en ocasiones hasta un poco desperdigadas, sin saber cómo, pero hago que salgan las más lindas melodías. Supongo que es porque me esfuerzo en que sean solo para ella; por ella.

Y no tardo mucho, en esa misma búsqueda por la bóveda celeste, en bajar a la tierra y cortar las más bellas y coloridas flores. ¡Y cómo huelen de bien!. Rosas, jazmines, gardenias... Justo todas las que a ella más le gustan.

Y es que, lo que no sabe mi madre es la ilusión con que hago todo eso. Alguna que otra vez, incluso he metido en ese saco un trocito de luna, de mar, de aire, de cielo..., todo cuánto a ella más le gusta. Hasta recuerdo cuando recogí del suelo esos pedazos de aquella estrella fugaz y con cada uno de ellos pensé un deseo.

Y jugueteo con todo eso, doy vueltas sin parar. Salto, canto, grito de alegría...Pero entre las estrellas, la música, las flores..., de recoger todo y meterlo en ese saco, lo cierto y verdad es que acabo agotado, y es entonces cuando me duermo. O..., ¿tal ve es cuando me despierto?

Ahora no estoy seguro pero, lo que no sabe mi madre, es que todo eso, en sueños o despierto, siempre lo he sentido. Desde bien pequeñito... y todos esos deseos los he acabado convirtiendo en el amor más grande que jamás haya existido. En pasión, en respeto. En orgullo, en fidelidad...

Pero, ¿si mi madre no lo sabe? ¡Ya es hora que lo sepa!...


Fuente de Cantos, 3 de mayo de 2019.