Como en un remolino de pensamientos, miro la leve desnudez del paisaje. Es una tarde vieja, o quizás repetitiva, pero los días van cambiando según los voy contemplando. El cielo se va acurrucando entre sus nubes. El viento golpea mi suave pelo y el aroma del otoño, cosquillea en mi nariz.
Aunque es un bello momento, hay una pizca de nostalgia, esa que duele, porque uno presiente el olvido.
Escucho a lo lejos el graznido de los milanos y recuerdo una despedida, que me entristece. Aunque apenas si han pasado 3 semanas, echo mucho de menos la pérdida.
Me siento sobre la fría piedra, y miro a lo lejos. Respiro profundo, y percibo un olor de alguien que sabe cocinar. Al girar la vista para ver de qué se trata, veo de nuevo el firmamento. Observo el celaje; me siento pequeño al mirar la curva del cielo. Allá, una nube. Allá, otra...Se siguen, ¿seremos tú y yo?
Aunque, ahora que caigo en la cuenta, realmente no sé, si los gatos castrados se pueden enamorar... ¡A veces odio a mis dueños!
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