Mi tío Evaristo viene todos los fines de semana al pueblo, cosa curiosa pues, siempre anda quejándose que deja mucho trabajo por hacer en el campo. Vive a un par de horas en coche, y cuando llega, viene bien arregladito y con su mejor cara. A pesar de seguir siendo un solterón durante toda su vida, mi madre, su hermana, siempre ha dicho que no le faltaban pretendientas.
Ocupa la casa de al lado nuestra, y cada sábado nos invita a mi hermano y a mi a comer, cosa que aceptamos encantados, aunque el menú sea siempre el mismo.
"Anda Luisito, acércate a la tienda de Maruja y le pides un kilo y medio de pollo de la parte que ella quiera, y una botella de vino, también la que ella elija."
Y siempre hace lo mismo..., se toca el bolsillo de adelante de la camisa, como buscando el dinero, pero que nunca encuentra.
"Dile que te lo apunte, luego voy y se lo pago."
De vuelta a casa, como si de una rutina estricta se tratara, le cuento el episodio de lo acontecido a mi tío Evaristo.
-- Maruja me dio a elegir entre muslo o pechuga, y le dije que no me diste preferencia por ninguna cosa. Así que me dijo, que pone de las dos cosas porque sabe que te gustan ambas, primero una y luego otra. --
Me tío se ruboriza, y me hace la misma pregunta.
"¿Y te lo apuntó?"
-- No, solo me dijo que luego pasa ella a cobrarte --
Cocina el pollo con esmero y de forma pausada. Lo comemos en la mesa con disfrute, y mi tío saboreando el vino de Maruja. La verdad que no ha faltado un asado de pollo en casa desde hace años, de muslo, de pechuga o de ambos.
"No desperdicien nada, que no me lo regalan..."
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