En los primeros días del diluvio, aquello era un caos. "Suban obligatoriamente por parejas, y acomódense donde puedan, que tenemos que partir cuanto antes", - se desgañitaba y gritaba Noé metiendo prisa a todos los animales.
Nadie sabía cuanto tiempo durarían aquellas lluvias, pero era orden de Dios que salvara al mundo y todos los que habitaban en él. Y una vez todas las especies en el barco, partieron sin rumbo. Al poco, Noé escuchó un canto delicado y armonioso...
Era una hermosa sirena, que pidió posada en nombre de Dios.
"¿Dónde está tu pareja?,.- le dijo Noé.
-- ¡Amigo, deberías saber que no existen los sirenos! --
Noé dudaba si hacerla subir, porque aquella sirena cantaba realmente bien, eso sin hablar de su belleza. Estuvo tentado a decirle que sí, pero tenía que cumplir sus propias reglas.
Ante las dudas del patrón del barco, la sirena brincaba, aleteaba, se insinuaba, pero no dio sus resultados, y se fue.
Lo que ella no sabría, es que Noé quedó sintiendo largo rato aleteos en su entrepierna.
Tal como ocurrió más veces, la tentación, nuevamente, estuvo a un paso de cambiar la historia...
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