viernes, 29 de noviembre de 2024

Microcuento; Papá Noel yogui

A un mes de Navidad, Papá Noel no daba señales de vida en el taller. Mamá Noel lo encontró sentado en posición de loto, rodeado de incienso y sus renos haciendo fila para recibir reiki.  

—¿Qué estás haciendo, Claus? ¡Es noviembre y los juguetes no se fabrican solos!  

"Marta" — dijo él, con voz pausada—, "estoy encontrándome a mí mismo. Nadie cree en mí ya… pero yo tampoco me creo."  

Preocupada, Mamá Noel no insistió. Durante las semanas siguientes, Papá Noel se inscribió en un retiro de meditación intensiva. Practicó yoga, probó batidos verdes (aunque seguía añadiendo un poquito de chocolate), y compró un atuendo nuevo: mallas ajustadas de colores brillantes y una cinta para el pelo que decía “Ho Ho Ommm”.  

Cuando llegó la Nochebuena, Papá Noel se presentó en el establo con su nueva energía zen. Los duendes y renos lo miraron atónitos.  

—¿Dónde está tu traje rojo? —preguntó un duende.  

"El traje rojo ya no define mi esencia. Este año, entregaremos regalos con calma, aceptación y plena conciencia" —respondió, mientras hacía una postura del árbol sobre el trineo.  

Al llegar al primer hogar, un niño lo vio entrando por la chimenea en mallas y gritó:  

-- ¡Mamá, el profesor de pilates nos está dejando regalos! -- 

Papá Noel salió corriendo de la casa con la dignidad tambaleante, pero en su interior sonrió. Por primera vez en siglos, no le preocupaba lo que pensaran. Esa Navidad fue la mejor en años: menos chimeneas estrechas, más flexibilidad... y cero indigestión por galletas.  


Colmar, Alsacia. 29 de noviembre de 2024.


viernes, 22 de noviembre de 2024

El hilo invisible

Lo cierto y verdad, que la historia del hilo invisible me sorprendió mucho, y si alguna vez había escuchado algo relacionado con ello, es ahora cuando más sentido ha tenido para mí. Desconocía que un hilo invisible nos une a nuestros hijos, que ese enlace es real, que se siente, e incluso, llega a ser el apéndice más firme y seguro al que jamás puedas sostenerte.

Normalmente, con cualquier historia que lees o escuchas, es posible sacar un pequeño cuento...

En una pequeña ciudad que siempre miraba al Sur, vivía Sofía, una niña de cabello alborotado y ojos llenos de curiosidad. Cada noche, antes de dormir, su madre le contaba un secreto que había pasado de generación en generación en su familia: “Hay un hilo invisible que nos une. No importa dónde estés, si lo necesitas, solo tienes que tirar de él, y yo lo sentiré”. Al principio, Sofía pensaba que era un cuento, una fantasía para consolarla cuando tenía miedo a la oscuridad. Pero con el tiempo, empezó a creer en aquella magia sencilla y reconfortante.

Cuando Sofía cumplió diez años, su madre tuvo que marcharse a trabajar a otra ciudad, y     que es posible, que estuviera a  kilómetros de distancia y mirando al norte. Las despedidas eran difíciles, cargadas de abrazos que no querían soltarse. Pero antes de subir al tren, su madre le susurró al oído: “Recuerda, mi amor, el hilo sigue ahí. Si alguna vez te sientes sola, solo tira un poquito, y yo estaré contigo”. Con los ojos empañados, Sofía asintió, apretando el collar que su madre le había regalado, un pequeño amuleto en forma de corazón que simbolizaba el vínculo entre ambas.

Una noche, mientras la tormenta rugía fuera de la ventana, Sofía se acurrucó en su cama, abrazada a su oso de peluche. Se sentía perdida. Había tenido un mal día en la escuela; sus amigos parecían tan lejanos como su madre, y la nostalgia era un nudo en su garganta. Cerró los ojos y, entre sollozos, susurró: “Mamá, necesito que me ayudes”. En ese instante, recordó el hilo invisible. Con todo el amor y la fuerza que pudo reunir, tiró de él, como si con ello lanzara un grito silencioso al universo.

Al mismo tiempo, en la ciudad lejana, la madre de Sofía sintió un ligero tirón en el corazón. Sin entender por qué, dejó lo que estaba haciendo y tomó su teléfono. “Sofía, cariño, ¿estás bien?” La voz cálida al otro lado de la línea hizo que las lágrimas de Sofía se convirtieran en una risa temblorosa. “Te sentí, mamá”, dijo entre suspiros. “Sabía que vendrías”. Aunque la distancia seguía siendo la misma, el peso de la tristeza se disipó como niebla al sol. Esa noche, Sofía se durmió tranquila, sabiendo que el hilo era real.

Años más tarde, cuando Sofía ya era adulta y enfrentaba nuevos desafíos lejos de casa, la tradición continuaba. Ahora, cuando su madre estaba sola, sentada en el porche con las estrellas como compañía, también tiraba suavemente del hilo invisible. Y aunque Sofía no siempre podía responder con una llamada o un mensaje inmediato, en su pecho sentía un leve calor, un recordatorio de que el amor, cuando es genuino, trasciende cualquier distancia. Porque los hilos invisibles no se rompen; son el puente eterno entre los corazones que laten juntos.

Es posible que esto parezca una metáfora escondida en un cuento, pero yo personalmente, estoy construyendo mi hilo invisible para cuando mi hija lo necesite...


Fuente de Cantos, 22 de noviembre de 2024. Imagen libre en la red.



viernes, 15 de noviembre de 2024

La vida como un árbol

Ayer me envió Helena un video que me hizo reflexionar sobre la propia vida. A veces, me manda algún enlace interesante sobre la crianza de nuestra hija, más en la mayoría de las ocasiones, yo trato de trasladarla con mi vida propia interconectada a la de Catarina.

En esta ocasión, el video trata sobre la interconexión de la vida entre padres e hijos, o quizás también entre las anteriores generaciones nonagenarias, en comparación del significado de un árbol. Esa travesía de la vida, que al igual que el árbol, está compuesto de raíces, que te fijan a la tierra o al lugar de donde vienes, las ramas, que te dejan entre dos mundos, y las hojas, que se asemejan a tus alas para salir y buscar tu vida.

El pasado fin de semana fuimos en un viaje fugaz a Londres, para encontrarnos con la madre de Helena. Hacía meses que no veía a su nieta, y el encuentro se antojaba emocionante. Y así fue. Ambas, abuela y nieta, se encontraron en un fuerte abrazo frente al Palacio de Buckingham. Aunque solo compartieron unas horas, fue suficiente para hacerme reflexionar sobre las conexiones de la vida, relacionando el momento vivido con la metáfora anterior del árbol.

De ese viaje a Londres, nace este cuento...

"En un rincón de un vasto bosque, había un árbol anciano y robusto, sus raíces profundamente ancladas en la tierra. Llevaba años ahí, resistiendo vientos y tormentas, y en cada una de sus raíces, se encontraba un recuerdo: los primeros pasos de sus hijos, los días de sol compartidos bajo su sombra y las noches silenciosas en que sus ramas alzaban al cielo un suspiro de esperanza.

Sus raíces, fuertes y firmes, se enterraban cada vez más profundo, pero siempre con una dulzura que contenía historias de generaciones. Sabía que era su papel: estar ahí, inmóvil y eterno, para aquellos que alguna vez lo necesitaran.

Un poco más arriba, en sus ramas, se encontraban sus hijos. Ellos no estaban tan anclados como él; tenían la flexibilidad de moverse, de balancearse al ritmo de la vida. Aunque sus raíces también los unían a la tierra, sus ramas se alzaban hacia el cielo, atrapando sueños y pequeños rayos de sol. Estaban entre dos mundos, sabiendo que pertenecían a ese suelo firme, pero con la tentación constante de mirar más allá, hacia el horizonte.

Finalmente, en sus hojas, el árbol veía a sus nietos. Cada una de esas hojas, verde y brillante, era como un pequeño susurro de libertad. Ellas se balanceaban con el viento, coqueteaban con la idea de volar lejos. Y aunque el árbol sabía que algún día se desprenderían para seguir sus propios caminos, no sentía tristeza. Sabía que, en algún rincón del mundo, esas hojas encontrarían nuevos suelos, nuevos árboles. Llevaban en su savia una pizca de todas sus raíces, de todas sus ramas, de toda la vida que el árbol había guardado y cuidado en silencio.

Y así, cada otoño, el árbol despedía algunas de sus hojas, observando cómo se iban, en paz, flotando hacia sus propios destinos. Porque él sabía que en el ciclo de la vida, cada hoja que se va, deja espacio para una nueva. Y que, mientras sus raíces siguieran firmes en la tierra, nunca dejaría de ofrecer su sombra, su abrigo, y su amor a las generaciones venideras."

Dedicado a Eleonora, por regalarnos este maravilloso momento!


Eleonora y Catarina, Londres. Noviembre de 2024. 15 de noviembre de 2024.


viernes, 8 de noviembre de 2024

Microrrelato; La dieta perfecta

Después de intentar todas las dietas posibles y fracasar en cada una, Federico descubrió la única dieta infalible.

"¿Quieres saber mi secreto?", le dijo a su amigo, orgulloso.

-- ¡Claro! --, respondió el otro ansioso.

"Muy fácil: me como todo lo que me da felicidad... y, cuando me pesa la conciencia, hago diez minutos de meditación.

Dicen que desde entonces, Federico no ha perdido ni un gramo, ¡pero vive en paz!


Marbella, 8 de noviembre de 2024. Imagen libre en la red.


viernes, 1 de noviembre de 2024

Cuento; La calabaza mágica

Hace ya algún tiempo, en un pueblo pequeño y lleno de magia, cada Halloween aparecía una calabaza especial en el centro de la plaza. No era una calabaza común y corriente. Se decía que solo aquellos niños que creían en la importancia de recordar a sus antepasados podían verla y escucharla hablar.

La noche de los difuntos, Mateo y Carmen, dos hermanos curiosos y con gran imaginación, estaban en la plaza admirando las decoraciones. La luna brillaba en el cielo y las hojas caían suavemente, creando una alfombra de colores dorados y rojos bajo sus pies. De repente, Carmen se acercó a la calabaza más pequeña, que sin embargo parecía brillar más que las demás.

Cuando puso su mano sobre ella, una voz suave y amigable susurró: 

-- “Hola, pequeña Carmen.”--

La niña dio un pequeño brinco, sorprendida. 

“¡Mateo! ¡La calabaza me habló!”

Mateo se acercó, dudando un poco, y le dio un golpecito a la calabaza. Había silencio. Pero cuando cerró los ojos y pensó en su abuela, que siempre les contaba cuentos sobre sus antepasados en este día tan especial, escuchó la misma voz.

“Hola, Mateo. Gracias por recordarme. ¿Les gustaría escuchar una historia?”-- preguntó la calabaza con un tono cálido y acogedor.

Los niños asintieron con entusiasmo, y la calabaza comenzó a contarles una historia sobre su propio pasado: ella había sido sembrada hace muchos años por una anciana llamada María, quien siempre honraba a sus propios antepasados con dulces, flores y cuentos cada Halloween. Con el paso de los años, la calabaza fue guardando todas esas historias, las risas y los recuerdos. Y así, se volvió mágica.

La calabaza les contó que, cada Halloween, despertaba para hablar solo con aquellos que apreciaban el valor de recordar a sus seres queridos. Al recordar sus historias, el espíritu de sus antepasados vivía en cada calabaza, en cada flor, en cada estrella que brillaba en el cielo.

Mateo y Carmen escuchaban fascinados. Cuando terminó, la calabaza les dijo: 

“Nunca dejen de recordar a los que estuvieron antes de ustedes. Mientras los recordemos, nunca se irán del todo.”

Al día siguiente, los niños decidieron hacer una pequeña celebración en casa; sacaron nueces y castañas asadas, todo tipo de dulces adornados con velas y fotos de sus abuelos y bisabuelos. Contaron historias sobre ellos y hasta hicieron unos dibujos de la calabaza mágica para recordar la experiencia. Y cada Halloween, desde entonces, Mateo y Carmen volvieron a la plaza para escuchar una nueva historia de la calabaza de los recuerdos.


Calabaza de Catarina. Marbella, 1 de noviembre de 2024. Fotografía de Jesús Apa.