Hace ya algún tiempo, en un pueblo pequeño y lleno de magia, cada Halloween aparecía una calabaza especial en el centro de la plaza. No era una calabaza común y corriente. Se decía que solo aquellos niños que creían en la importancia de recordar a sus antepasados podían verla y escucharla hablar.
La noche de los difuntos, Mateo y Carmen, dos hermanos curiosos y con gran imaginación, estaban en la plaza admirando las decoraciones. La luna brillaba en el cielo y las hojas caían suavemente, creando una alfombra de colores dorados y rojos bajo sus pies. De repente, Carmen se acercó a la calabaza más pequeña, que sin embargo parecía brillar más que las demás.
Cuando puso su mano sobre ella, una voz suave y amigable susurró:
-- “Hola, pequeña Carmen.”--
La niña dio un pequeño brinco, sorprendida.
“¡Mateo! ¡La calabaza me habló!”
Mateo se acercó, dudando un poco, y le dio un golpecito a la calabaza. Había silencio. Pero cuando cerró los ojos y pensó en su abuela, que siempre les contaba cuentos sobre sus antepasados en este día tan especial, escuchó la misma voz.
“Hola, Mateo. Gracias por recordarme. ¿Les gustaría escuchar una historia?”-- preguntó la calabaza con un tono cálido y acogedor.
Los niños asintieron con entusiasmo, y la calabaza comenzó a contarles una historia sobre su propio pasado: ella había sido sembrada hace muchos años por una anciana llamada María, quien siempre honraba a sus propios antepasados con dulces, flores y cuentos cada Halloween. Con el paso de los años, la calabaza fue guardando todas esas historias, las risas y los recuerdos. Y así, se volvió mágica.
La calabaza les contó que, cada Halloween, despertaba para hablar solo con aquellos que apreciaban el valor de recordar a sus seres queridos. Al recordar sus historias, el espíritu de sus antepasados vivía en cada calabaza, en cada flor, en cada estrella que brillaba en el cielo.
Mateo y Carmen escuchaban fascinados. Cuando terminó, la calabaza les dijo:
“Nunca dejen de recordar a los que estuvieron antes de ustedes. Mientras los recordemos, nunca se irán del todo.”
Al día siguiente, los niños decidieron hacer una pequeña celebración en casa; sacaron nueces y castañas asadas, todo tipo de dulces adornados con velas y fotos de sus abuelos y bisabuelos. Contaron historias sobre ellos y hasta hicieron unos dibujos de la calabaza mágica para recordar la experiencia. Y cada Halloween, desde entonces, Mateo y Carmen volvieron a la plaza para escuchar una nueva historia de la calabaza de los recuerdos.
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