En un rincón olvidado de aquel pequeño bosque, un viejo árbol esperaba el invierno. Sus ramas, desnudas en su mayoría, sostenían apenas unas cuantas hojas que el viento acariciaba con prisa.
Entre ellas, una hoja amarilla se aferraba con todas sus fuerzas a la rama. Había visto pasar la primavera de flores, el verano ardiente y el otoño dorado. Había reído con la lluvia, bailado con las ráfagas y escuchado historias en el murmullo de las raíces.
Pero ahora, alguna enfermedad asolaba, el aire era frío y cada día se llevaba un amigo. La hoja miraba caer a las demás, girando lentamente hacia la tierra, y sentía un miedo suave, como quien teme cerrar los ojos por última vez.
—¿Y si al caer todo termina? —preguntó al árbol.
El árbol no respondió de inmediato. Solo dejó que el viento pasara y susurrara entre sus ramas:
"No es un final… es un regreso. Caerás, descansarás en la tierra, y un día volverás en el verde de otra hoja, en la flor de otro tallo."
La hoja pensó en todo lo que había visto, y entendió. Aflojó su agarre y se dejó llevar. Descendió flotando, ligera, besada por la luz del sol de la tarde. Fue un viaje breve, hermoso… y suficiente.
Cuando tocó el suelo, el viento siguió su camino, como si nada hubiera pasado. Y, de alguna manera, así era...
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