En un rincón del bosque nevado vivía un reno llamado Vancouver, de ojos grandes como luceros, un jersey rojo con capucha y un trote ligero como el viento.
Cada diciembre soñaba con la gran noche, cuando volaría junto a Papá Noel.
Pero el resto del año… el tiempo se estiraba, largo como un suspiro, y el corazón de Vancouver se llenaba de espera.
Un día de invierno, entre copos que bailaban, apareció Cata, una niña de bufanda roja y pelo dorado. Al verlo, no tuvo miedo: sonrió. Y en esa sonrisa nació una amistad.
Desde entonces, Cata y Vancouver compartieron las estaciones:
— En primavera, ella trenzaba coronas de flores que descansaban en sus astas.
— En verano, reían junto al río, salpicando agua clara como cristal.
— En otoño, corrían entre hojas doradas que crujían como risas en el suelo.
— Y en invierno, jugaban con copos que parecían estrellas pequeñitas cayendo del cielo.
Cuando llegó diciembre otra vez, Papá Noel llamó a Vancouver para el viaje más esperado.
Cata lo abrazó fuerte, y aunque sabía que debía partir, no derramó lágrimas: su amigo llevaba consigo la alegría de todos los juegos, guardada en su corazón.
Esa noche, mientras volaba entre las nubes llevando regalos, Vancouver brillaba más que nunca.
Porque ya no era solo un reno de Navidad: era también el guardián de un secreto suave y eterno, el secreto de una amistad que florece en todas las estaciones.
Marbella, 22 de agosto de 2025. Fotografía de Jesús Apa.