viernes, 15 de noviembre de 2024

La vida como un árbol

Ayer me envió Helena un video que me hizo reflexionar sobre la propia vida. A veces, me manda algún enlace interesante sobre la crianza de nuestra hija, más en la mayoría de las ocasiones, yo trato de trasladarla con mi vida propia interconectada a la de Catarina.

En esta ocasión, el video trata sobre la interconexión de la vida entre padres e hijos, o quizás también entre las anteriores generaciones nonagenarias, en comparación del significado de un árbol. Esa travesía de la vida, que al igual que el árbol, está compuesto de raíces, que te fijan a la tierra o al lugar de donde vienes, las ramas, que te dejan entre dos mundos, y las hojas, que se asemejan a tus alas para salir y buscar tu vida.

El pasado fin de semana fuimos en un viaje fugaz a Londres, para encontrarnos con la madre de Helena. Hacía meses que no veía a su nieta, y el encuentro se antojaba emocionante. Y así fue. Ambas, abuela y nieta, se encontraron en un fuerte abrazo frente al Palacio de Buckingham. Aunque solo compartieron unas horas, fue suficiente para hacerme reflexionar sobre las conexiones de la vida, relacionando el momento vivido con la metáfora anterior del árbol.

De ese viaje a Londres, nace este cuento...

"En un rincón de un vasto bosque, había un árbol anciano y robusto, sus raíces profundamente ancladas en la tierra. Llevaba años ahí, resistiendo vientos y tormentas, y en cada una de sus raíces, se encontraba un recuerdo: los primeros pasos de sus hijos, los días de sol compartidos bajo su sombra y las noches silenciosas en que sus ramas alzaban al cielo un suspiro de esperanza.

Sus raíces, fuertes y firmes, se enterraban cada vez más profundo, pero siempre con una dulzura que contenía historias de generaciones. Sabía que era su papel: estar ahí, inmóvil y eterno, para aquellos que alguna vez lo necesitaran.

Un poco más arriba, en sus ramas, se encontraban sus hijos. Ellos no estaban tan anclados como él; tenían la flexibilidad de moverse, de balancearse al ritmo de la vida. Aunque sus raíces también los unían a la tierra, sus ramas se alzaban hacia el cielo, atrapando sueños y pequeños rayos de sol. Estaban entre dos mundos, sabiendo que pertenecían a ese suelo firme, pero con la tentación constante de mirar más allá, hacia el horizonte.

Finalmente, en sus hojas, el árbol veía a sus nietos. Cada una de esas hojas, verde y brillante, era como un pequeño susurro de libertad. Ellas se balanceaban con el viento, coqueteaban con la idea de volar lejos. Y aunque el árbol sabía que algún día se desprenderían para seguir sus propios caminos, no sentía tristeza. Sabía que, en algún rincón del mundo, esas hojas encontrarían nuevos suelos, nuevos árboles. Llevaban en su savia una pizca de todas sus raíces, de todas sus ramas, de toda la vida que el árbol había guardado y cuidado en silencio.

Y así, cada otoño, el árbol despedía algunas de sus hojas, observando cómo se iban, en paz, flotando hacia sus propios destinos. Porque él sabía que en el ciclo de la vida, cada hoja que se va, deja espacio para una nueva. Y que, mientras sus raíces siguieran firmes en la tierra, nunca dejaría de ofrecer su sombra, su abrigo, y su amor a las generaciones venideras."

Dedicado a Eleonora, por regalarnos este maravilloso momento!


Eleonora y Catarina, Londres. Noviembre de 2024. 15 de noviembre de 2024.


viernes, 8 de noviembre de 2024

Microrrelato; La dieta perfecta

Después de intentar todas las dietas posibles y fracasar en cada una, Federico descubrió la única dieta infalible.

"¿Quieres saber mi secreto?", le dijo a su amigo, orgulloso.

-- ¡Claro! --, respondió el otro ansioso.

"Muy fácil: me como todo lo que me da felicidad... y, cuando me pesa la conciencia, hago diez minutos de meditación.

Dicen que desde entonces, Federico no ha perdido ni un gramo, ¡pero vive en paz!


Marbella, 8 de noviembre de 2024. Imagen libre en la red.


viernes, 1 de noviembre de 2024

Cuento; La calabaza mágica

Hace ya algún tiempo, en un pueblo pequeño y lleno de magia, cada Halloween aparecía una calabaza especial en el centro de la plaza. No era una calabaza común y corriente. Se decía que solo aquellos niños que creían en la importancia de recordar a sus antepasados podían verla y escucharla hablar.

La noche de los difuntos, Mateo y Carmen, dos hermanos curiosos y con gran imaginación, estaban en la plaza admirando las decoraciones. La luna brillaba en el cielo y las hojas caían suavemente, creando una alfombra de colores dorados y rojos bajo sus pies. De repente, Carmen se acercó a la calabaza más pequeña, que sin embargo parecía brillar más que las demás.

Cuando puso su mano sobre ella, una voz suave y amigable susurró: 

-- “Hola, pequeña Carmen.”--

La niña dio un pequeño brinco, sorprendida. 

“¡Mateo! ¡La calabaza me habló!”

Mateo se acercó, dudando un poco, y le dio un golpecito a la calabaza. Había silencio. Pero cuando cerró los ojos y pensó en su abuela, que siempre les contaba cuentos sobre sus antepasados en este día tan especial, escuchó la misma voz.

“Hola, Mateo. Gracias por recordarme. ¿Les gustaría escuchar una historia?”-- preguntó la calabaza con un tono cálido y acogedor.

Los niños asintieron con entusiasmo, y la calabaza comenzó a contarles una historia sobre su propio pasado: ella había sido sembrada hace muchos años por una anciana llamada María, quien siempre honraba a sus propios antepasados con dulces, flores y cuentos cada Halloween. Con el paso de los años, la calabaza fue guardando todas esas historias, las risas y los recuerdos. Y así, se volvió mágica.

La calabaza les contó que, cada Halloween, despertaba para hablar solo con aquellos que apreciaban el valor de recordar a sus seres queridos. Al recordar sus historias, el espíritu de sus antepasados vivía en cada calabaza, en cada flor, en cada estrella que brillaba en el cielo.

Mateo y Carmen escuchaban fascinados. Cuando terminó, la calabaza les dijo: 

“Nunca dejen de recordar a los que estuvieron antes de ustedes. Mientras los recordemos, nunca se irán del todo.”

Al día siguiente, los niños decidieron hacer una pequeña celebración en casa; sacaron nueces y castañas asadas, todo tipo de dulces adornados con velas y fotos de sus abuelos y bisabuelos. Contaron historias sobre ellos y hasta hicieron unos dibujos de la calabaza mágica para recordar la experiencia. Y cada Halloween, desde entonces, Mateo y Carmen volvieron a la plaza para escuchar una nueva historia de la calabaza de los recuerdos.


Calabaza de Catarina. Marbella, 1 de noviembre de 2024. Fotografía de Jesús Apa.


viernes, 25 de octubre de 2024

Microrrelato; una de brujas

La bruja Brígida miraba su escoba con fastidio. Una escoba modelo 1600, chirriante y sin etiqueta cero. Años atrás volaba libremente por cualquier ciudad, pero ahora, en cuanto se acercaba a una urbe, le caían multas del Ministerio de Movilidad Mágica.

—¡Esto es una injusticia! —refunfuñó, mientras pegaba con cinta una hoja que decía “Cero Emisiones”. 

Intentó volar sobre la Gran Avenida de las Sombras, y en menos de un minuto, un hada de tránsito le cortó el paso.

—Señora, sin la etiqueta oficial, tendrá que aterrizar.

Brígida bufó, sacó su vieja bicicleta encantada del granero y partió, con sombrero, verruga y todo, pedaleando cuesta abajo.

Desde entonces, la conocen como “La Bruja Ecológica”… aunque en las noches de luna llena, extraña su vieja y contaminante libertad.


Marbella, 25 de octubre de 2024. Imagen libre en la red.




viernes, 18 de octubre de 2024

Microrrelato; Sombras invisibles

Despertó un día con el alma pesada, como si una sombra se hubiera posado sobre su pecho durante la noche. No había motivo, ni recuerdo, ni dolor aparente que lo explicara, solo un silencio que lo envolvía todo. Las risas a su alrededor se sentían lejanas, y aunque trataba de alcanzarlas, sus manos siempre caían vacías.

Era una tristeza sin nombre, una que no anunciaba su llegada, pero que se quedaba sin permiso, escondida entre los pliegues de la rutina. Aún así, había pasado por lo mismo otras veces y sabía que la alegría, siempre la había encontrado dentro de sí mismo, oculta en algún rincón, esperando a ser descubierta. Lo entendía, pero el saberlo no aligeraba el peso de esa tristeza, que insistía en quedarse, como si no quisiera soltar su abrazo.

Entonces pensó, que solo era cuestión de deshojarse de ella, al igual que el árbol se desnuda todos los otoños para resurgir más frondoso que nunca...


Fuente de Cantos, 18 de octubre de 2024. Imagen de IA.


viernes, 11 de octubre de 2024

Microrrelato; Lluvia y fuego

El murmullo constante de la lluvia golpeaba las ventanas, como si la naturaleza contara una historia interminable. En el interior, la chimenea crepitaba suavemente, sus llamas danzando al compás de una melodía de piano que flotaba en el aire. Cada nota parecía fundirse con el calor del fuego, llenando la habitación de una tranquilidad palpable.

A su lado, su hija dormía, acurrucada bajo una manta, el rostro sereno, ajena a la tormenta que azotaba el mundo exterior. Había pasado incontables tardes así, entre la lluvia y el vino, siempre sintiendo una especie de paz efímera. Pero esta vez era diferente. Esta vez, el peso de ese instante parecía anclarse en su alma, como si la presencia de su hija le hubiese dado un significado que antes no alcanzaba a comprender.

Observó las pequeñas manos que alguna vez había sostenido con fuerza, y de pronto sintió que cada gota de lluvia afuera era un latido de los años que se habían escapado. Había vivido muchos momentos así, pero ninguno como este. Nunca el calor del hogar y el sonido del piano habían estado tan llenos de vida, de amor, y de una melancolía que ahora entendía mejor que nunca. 

El fuego seguía ardiendo, la lluvia no cesaba, pero todo, de alguna manera, era más profundo, más real. Sabía que recordaría este día cuando la música cesara y el fuego se apagara, porque por primera vez, lo había compartido con la persona que más le importaba en el mundo.



Cabeza la Vaca, 11 de octubre de 2024. Fotografía de Jesús Apa.



viernes, 4 de octubre de 2024

Microrrelato; la soltería

El tarro de sal abierto, el trozo de carne en el plato, la pieza de fruta por comer, la gota de miel en la encimera, los granos de azúcar que han caído accidentalmente al suelo.

La nevera por reponer, la colada por hacer, la ropa por planchar, el libro por cerrar y quizás, un poco de desorden asomándose al balcón. 

Caminando tranquila por la casa, como si no tuviera responsabilidad alguna en ésta. Sin embargo, su soltería, feliz de convivir de nuevo con ella...


Fuente de Cantos, 4 de octubre de 2024. Imagen creada con I.A.