Ayer me envió Helena un video que me hizo reflexionar sobre la propia vida. A veces, me manda algún enlace interesante sobre la crianza de nuestra hija, más en la mayoría de las ocasiones, yo trato de trasladarla con mi vida propia interconectada a la de Catarina.
En esta ocasión, el video trata sobre la interconexión de la vida entre padres e hijos, o quizás también entre las anteriores generaciones nonagenarias, en comparación del significado de un árbol. Esa travesía de la vida, que al igual que el árbol, está compuesto de raíces, que te fijan a la tierra o al lugar de donde vienes, las ramas, que te dejan entre dos mundos, y las hojas, que se asemejan a tus alas para salir y buscar tu vida.
El pasado fin de semana fuimos en un viaje fugaz a Londres, para encontrarnos con la madre de Helena. Hacía meses que no veía a su nieta, y el encuentro se antojaba emocionante. Y así fue. Ambas, abuela y nieta, se encontraron en un fuerte abrazo frente al Palacio de Buckingham. Aunque solo compartieron unas horas, fue suficiente para hacerme reflexionar sobre las conexiones de la vida, relacionando el momento vivido con la metáfora anterior del árbol.
De ese viaje a Londres, nace este cuento...
"En un rincón de un vasto bosque, había un árbol anciano y robusto, sus raíces profundamente ancladas en la tierra. Llevaba años ahí, resistiendo vientos y tormentas, y en cada una de sus raíces, se encontraba un recuerdo: los primeros pasos de sus hijos, los días de sol compartidos bajo su sombra y las noches silenciosas en que sus ramas alzaban al cielo un suspiro de esperanza.
Sus raíces, fuertes y firmes, se enterraban cada vez más profundo, pero siempre con una dulzura que contenía historias de generaciones. Sabía que era su papel: estar ahí, inmóvil y eterno, para aquellos que alguna vez lo necesitaran.
Un poco más arriba, en sus ramas, se encontraban sus hijos. Ellos no estaban tan anclados como él; tenían la flexibilidad de moverse, de balancearse al ritmo de la vida. Aunque sus raíces también los unían a la tierra, sus ramas se alzaban hacia el cielo, atrapando sueños y pequeños rayos de sol. Estaban entre dos mundos, sabiendo que pertenecían a ese suelo firme, pero con la tentación constante de mirar más allá, hacia el horizonte.
Finalmente, en sus hojas, el árbol veía a sus nietos. Cada una de esas hojas, verde y brillante, era como un pequeño susurro de libertad. Ellas se balanceaban con el viento, coqueteaban con la idea de volar lejos. Y aunque el árbol sabía que algún día se desprenderían para seguir sus propios caminos, no sentía tristeza. Sabía que, en algún rincón del mundo, esas hojas encontrarían nuevos suelos, nuevos árboles. Llevaban en su savia una pizca de todas sus raíces, de todas sus ramas, de toda la vida que el árbol había guardado y cuidado en silencio.
Y así, cada otoño, el árbol despedía algunas de sus hojas, observando cómo se iban, en paz, flotando hacia sus propios destinos. Porque él sabía que en el ciclo de la vida, cada hoja que se va, deja espacio para una nueva. Y que, mientras sus raíces siguieran firmes en la tierra, nunca dejaría de ofrecer su sombra, su abrigo, y su amor a las generaciones venideras."
Dedicado a Eleonora, por regalarnos este maravilloso momento!