Después de buscar durante mucho tiempo por todos los rincones de la ciudad, aquel anciano estuvo a punto de creer que dicha floristería no existía y, al encontrarla, sintió que las esperanzas tomaban un nuevo impulso. Cuando cruzó la puerta percibió el olor de un libro viejo y, al recargarse sobre el mostrador de cedro, se intensificó aquella impresión.
"Deseaba un ramo de flores", preguntó el anciano al dependiente, un nonagenario como él que parecía llevaba toda la vida tras ese mostrador, el cual lo escuchó como quien atiende a un pariente que recién llega de un largo viaje. Después entró en la trastienda con paso firme.
-- Por favor, huela y dígame si son de su agrado --.
Con el ramo de claveles del primer día, sintió la soledad de su niñez. Con el ramo que el dependiente sacó el segundo día, de gardenias, le evocó a los largos paseos con aquella novia que nunca besó. En los días sucesivos, sintió nostalgia de Raquel, su primer amor. Eso fue con los ramos de rosas, de orquídeas o de cerberas, pero aún no consiguió dar con el que realmente necesitaba.
Ya habían pasado diez días, cuando ambos ancianos, que ya mantenían una conversación distendida por sus diarios encuentros, volvieron a acordar un ramo de flores que, el uno iría a la trastienda a prepararlo, y el otro lo olería esperando alguna señal, que ninguno acertaba a saber cual sería.
Así fue que, el ramo que venía envuelto en un papel kraft y perfectamente niquelado, fue entregado al comprador para que apreciara su perfume.
"Sin duda es este", comentó el anciano tras aspirar el perfume de aquel ramo multicolor de tulipanes. Ambos se miraron con alegría.
-- Entonces, ¿a quién y a dónde las envío? --
"A la atención de Raquel Baigorri. Al cruce de la Avenida Alvear con Avenida del Libertador."
-- ¿En qué número exactamente? --
"En ninguno; es el cementerio de la Recoleta"
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