Despertó un día con el alma pesada, como si una sombra se hubiera posado sobre su pecho durante la noche. No había motivo, ni recuerdo, ni dolor aparente que lo explicara, solo un silencio que lo envolvía todo. Las risas a su alrededor se sentían lejanas, y aunque trataba de alcanzarlas, sus manos siempre caían vacías.
Era una tristeza sin nombre, una que no anunciaba su llegada, pero que se quedaba sin permiso, escondida entre los pliegues de la rutina. Aún así, había pasado por lo mismo otras veces y sabía que la alegría, siempre la había encontrado dentro de sí mismo, oculta en algún rincón, esperando a ser descubierta. Lo entendía, pero el saberlo no aligeraba el peso de esa tristeza, que insistía en quedarse, como si no quisiera soltar su abrazo.
Entonces pensó, que solo era cuestión de deshojarse de ella, al igual que el árbol se desnuda todos los otoños para resurgir más frondoso que nunca...
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