viernes, 5 de abril de 2019

La Sal de la Vida

Siempre nos gusta desahogarnos sobre problemas, incertidumbres o disgustos que tenemos, y solemos hacerlo con las personas que más cerca están en nuestra vida, la mayoría de las veces, ni tan siquiera esperando que ellos resuelvan esos problemas. Pero que las cosas dependen de nosotros, ellos lo saben, y nosotros, también. La solución está en nuestras manos (la mayoría de las veces), pero nos quejamos por inercia y lo único que conseguimos es amargarnos en vez de buscar una solución inmediata. En lugar de resolver las cosas en silencio..., en nuestro silencio.

La mayoría de los días en los que voy al trabajo, pues suelo ir pensando en cómo afrontar el día que tengo delante. Los contratiempos, problemas o dificultades con las que lidiar, básicamente como casi todo el mundo. Pero es entonces que en uno de los trayectos hacia la oficina en que paso por un pequeño lago, un pantano. Una rutina que se ha convertido en algo agradable. 

En esas que he que se trata de un lugar que cuando llega a mi vista, hace que mi mente quede en blanco. Mientras voy llegando al puente que lo cruza, reduzco la velocidad. Lo contemplo, admiro su belleza, el brillo de los rayos de sol incidiendo sobre él. Pero aún siendo un día nublado o de lluvia, su belleza provoca del mismo modo, eso; una paz y calma para mis adentros inconcebible. 

Y es curioso porque, no soy muy amigo del agua. Podría decir que le tengo respeto, pero la verdad es que suele ser temor. Eso de no saber qué hay debajo de mis pies cuando estoy dentro y sin pisar fondo, me deja inseguro. Digamos que ocurre como con las personas, que cuando no sabes lo que hay dentro porque lo ocultan, no me inspiran confianza. 

Pero ha sido en estos días con más intensidad en que, pasando por ahí, percibí que al menos en ese tramo del viaje, no pensaba en mis problemas. O si iba pensando en ellos,  ahí paraban. Era como si el lago los engullera. 

Entonces caí en la cuenta en qué bueno sería poder mentalizarse y conectar siempre con cosas que te generen paz y te ayuden a disipar las quejas, minorar de algún modo los problemas. Quizás pensar en alguien que te transmita alegría, o en alguna situación agradable, o bien, y por qué no, un lago, un mar, un bonito paisaje y que aunque no existan, consigas dibujarlos en tu mente. ¿Un poco complicado, no?.

Menos mal que, para darle aún más sentido a ese sentimiento de calma que me llega en esa lago, ha llegado a mis manos este cuento...

"Un anciano maestro estaba ya cansado de escuchar las constantes quejas de su discípulo, así que pensó que debía enseñarle algo que le hiciera recapacitar.

Una mañana le pidió que le trajera sal y cuando regresó, el maestro le dijo que echara un puñado en un vaso de agua y que, a continuación se la bebiera.

—¿Cómo sabe ahora el agua? — preguntó el sabio anciano.

—Muy salada, — respondió el discípulo poniendo cara de asco.

Aguantándose la risa el maestro le indicó que repitiera la acción, pero en lugar de tirar la sal  un un vaso lo hiciera en un lago. Caminaron sin prisas hacia un gran lago situado en medio de un vergel a las afueras de su aldea y cuando el discípulo cumplió la orden el venerable maestro le pidió que bebiese.

—¿A qué te sabe ahora? — le preguntó.

A lo que el aprendiz le respondió:

—Esta agua está fresquísima. No sabe nada a sal, es una delicia para el paladar.

Entonces el maestro cogiéndole las manos a su discípulo, le dijo:

—El dolor de la vida es pura sal. Siempre hay la misma cantidad, sin embargo su sabor depende del recipiente que contiene la pena. Por eso, cuando te aflijan las adversidades de la vida, agranda el sentido de las cosas. Deja de ser un vaso y conviértete en un lago".


Pantano de Tentudía, 4 de abril de 2019. Fotografía de Jesús Apa.


  

  

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