Se mueve con la elegancia de un felino, sus ojos son el día y la noche, su mirada es un reto. Estoy impávido pero todo el tiempo la contemplo y si ella, al pasar por mi lado quisiera tocarme, sentiría el galope de mi corazón de granito.
Yo presencié lo que aconteció bajo mi maldición. Todo comenzó aquella tarde en que llegué a su palacio a hurtadillas. Esquivé a los guardias y detrás de los inmóviles guerreros le declaré mi amor. Entendió que me burlaba de ella y que mi propósito era secuestrarla, hacerle daño, o aún peor, darle muerte. Su reacción fue demasiado bárbara; sus pupilas encontraron las mías y quedé convertido en estatua.
Ayer entró en palacio Perseo, y pensé que también sería convertido en piedra. ¡Nunca imaginé que él le daría muerte!
A mi alrededor solo hay otros cuerpos de roca, y la soledad eterna enrolla mi ser. El invierno llega lúgubre y gélido. Me envuelve el viento del sur, pero ni eso puede congelar la tibieza del recuerdo de sus ojos.
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