viernes, 26 de abril de 2019

El monaguillo pillo

Los monaguillos se deternillaban de la risa con él y, Manolito, que siempre había sido un niño tímido, esa mañana estaba distinto, y no paraba de soltar barbaridades por esa boca. "Estoy poseído señora", le decía a las mujeres que iban en fila acompañando al santo.

-- Shhhhh, calla Manolito --, le decían sus compañeros monaguillos, con la duda de si dejar que diera rienda suelta a su descaro, para seguir riéndose a carcajadas, o bien de que realmente guardara la compostura, pues de un momento a otro el cura pasaría a la primera fila a ver qué estaba ocurriendo.

Y es que Manolito siempre había sido un niño normal, considerando eso de "normal" como un chico que siempre pasaba desapercibido, nunca había llamado la atención y quizás por ello, Manolito consideraba que ni tan siquiera "existía" en su mundo infantil. Tal vez eso de pasar inadvertido, a veces, era mejor que ser objeto de las burlas del resto de niños.

Pero Manolito, que apenas llevaba unas semanas de Monaguillo, quería de una vez por todas ser el centro de atención del resto del grupo, estar a la altura de lo que era ser un "monaguillo-pillo", lo que ocurre que a lo mejor eligió el momento menos oportuno para ello, y confundió el Domingo de Resurrección con su propio "renacimiento social".

Aprovechando que sus padres habían estado ausentes durante el fin de semana, probó por primera vez eso que los jóvenes llaman "empalmar", que no era otra cosa que comenzar el día, habiendo estado de juerga toda la noche anterior. Y es que Manolito había conocido la noche antes lo que era el botellón, los chupitos, las caladas....

-- Calla mocoso, más respeto por nuestro Señor --, le llegó a decir una señora mayor totalmente ofendida con el comportamiento travieso de Manolito.

"Pero qué puedo hacer señora, si llevo mi propia procesión por dentro", le contestaba mientras se le trababa la lengua y era nuevamente objeto de las carcajadas de sus compañeros.

El colmo de aquella situación fue cuando a Manolito le llegó el turno de llevar el botafumeiro y, en lugar de colocar dentro el incienso, metió toda la Marihuana que había cogido el día antes de la mesilla de su hermano mayor. Llevaba largo rato aspirando todo el humo que salía del incensario, ante la risotada total de sus amigos monaguillos.

De aquella manera, Manolito, totalmente colocado y fuera de sí, soltó el turíbulo en el suelo, se acercó a su compañero Juanito y le quitó la campanilla, la cual comenzó a tocar completamente excitado mientras se dirigía hacia dentro de la procesión y decía en voz alta;

"Aquí está el resucitado. ¡Soy yo, y ahora mismo voy a volar!"

Entonces Manolito por un momento notó que levantaba los pies del suelo, aunque también percibió que su oreja casi se le despegaba de su sitio, mientras el cura tiraba de él y lo llevaba nuevamente a su sitio no sin antes amenazarlo como Dios manda y como sólo saben hacer los curas en completo silencio, con solo una mirada.

Situado de nuevo en su lugar, sin saber qué estaba ocurriendo, con la mirada perdida y los ojos entrecruzados, volvió a dirigirse a su compañero Juanito;

"Ahora volveré a coger la campana, pero esta vez saldré volando mucho más rápido. Si ves que no regreso, quédate con el perro Lucas y con mi novia"...



Cabeza la Vaca, 26 de abril de 2019. Fotografía libre en la red.





viernes, 19 de abril de 2019

Guerra de hermanos

Los dos hermanos acordaron que aquella fuera una guerra limpia, que ninguno de los dos, llegados al final de su objetivo, guardara algún rencor al otro. Cada uno utilizaría lo que mejor supiera hacer, pero siempre sin causar ningún daño a su hermano, más que lo que supone que uno saldría vencedor, y el otro no.

En lo que también estaban más que de acuerdo es que aquella preciosidad, merecía la pena. Darían lo mejor de sí mismos para conquistar su corazón. Uno de ellos la deleitaría con hermosas frases y versos. Era todo un poeta y de esta forma intentaría que cayera rendida a sus pies. El otro, un artista de los que ya no quedaban. 

Ella en cambio parecía que se lo tomaba como un juego, cosa que a ellos no acaba de hacerle mucha gracia. Eran hermanos, y estaban inmersos en una batalla por su amor, que aunque sería una "guerra artística", sabían que al final alguno quedaría herido por mucho tiempo.

Fina y elegante, risueña y juguetona. Alegre y extrovertida, se contoneaba frente a los hermanos. Sin embargo, nada de lo que ellos hacían parecía llamar su atención. 

Gigante, que así se llamaba el poeta, no paraba de parafrasear la lindeza de Telma, pero ésta ni se ruborizaba. Poemas, versos, frases..., ponía todo su esfuerzo en componer las palabras más bellas de amor. Ella lo miraba extrañada, como pensando "¿para qué tanto cortejo?".

Lucas pintaba todo tipo de dibujos en el suelo, intentando encandilar con su arte a Telma. Dibujaba los más bellos paisajes que adornaba con flores coloridas, preciosos escenarios que enamorarían a cualquiera. Ella en cambio pasaba por encima de éstos como si con ella no fuera la cosa.

La rivalidad de los dos hermanos iba en aumento pues Telma, unas veces parecía inclinarse por las palabras de uno, y otras por los dibujos del otro. No obstante, la confusión los llevó a plantarse frente a ella y que definitivamente se decantara por uno de los dos.

"Trato de componer los mejores poemas para ti. Mi cabeza no para de pensar en un lenguaje lleno de amor, con términos dulces y cariñosos, que estén a la altura de una dama elegante y bella como tú, pero parece que todas mis palabras son sordas", se lamentaba Gigante por ser ignorado de esa manera.

-- Jamás puse tanto empeño en dibujar todo lo que mi corazón me dicta. Nunca usé con tanta delicadeza mis manos para esculpir en barro las figuras más lindas que puedan salir de mi alma. Pero todo es inútil, parece que son invisibles a tus ojos.--, se quejaba Lucas ante la atónita mirada de ella.

Casi al unísono, y con unas tremendas ganas de conocer su opinión, le preguntaron;

"Nos gustaría que te decidieras y pusieras fin a esta guerra de hermanos y que uno de ellos, al menos, gane tu amor para siempre. ¿Qué tienes que decir al respecto?".

Telma los miró extrañada y confusa. No podía imaginar que las palabras de Gigante llevaran esa intención, menos aún que los hermosos dibujos que Lucas hacía en la tierra tuvieran ese objetivo. Pero sí, claro que iba a acabar con esa absurda batalla. Sonrió para ellos, sabiendo que solo necesitaría dos palabras para acabar con aquella ridícula batalla de hermanos.

"¡Soy castrada!"...



Telma, Gigante y Lucas. Cabeza la Vaca, 19 de abril de 2019. Fotografía de Jesús Apa.


viernes, 12 de abril de 2019

La vieja pero alegre camioneta

Con la vieja camioneta recorro las montañas, los verdes prados, cruzo los ruidosos y vigorosos ríos. Traquetea, tiembla y resuenan sus muelles pero lo hace porque quiere. Es cómoda y me gusta mirar su bolsita con flores de jazmín que cuelga del espejo. Deja un olor a primavera dentro que impregna todo el espacio.

Entonces veo a esas tres pequeñas niñas con su mochila a la espalda que caminan por la senda y se montan en la camioneta sin pensarlo un segundo. Juegan, gritan y se disputan los asientos entre empujones, ríen a carcajadas con sus provocadoras cosquillas y vuelven a llenar toda la camioneta de fantasía con las conversaciones que se inventan sobre la marcha. 

Por el rabillo del ojo disfruto como si fuera yo otro joven de su edad. Entonces bajan de la camioneta, vuelven a colgarse sus mochilas y corren a todo prisa camino de la escuela mientras me lanzan besos al aire. Abro la ventana y así entran dentro de la camioneta para que se queden ahí el resto del viaje.

Aunque ya no están, sus risas, sus travesuras y su energía aún flotan dentro de la camioneta. Ahora suena una linda música en la radio, subo el volumen y desafío este momento para que dure eternamente mientras canto la canción porque descubro que me sé la letra..

Entonces una increíble luz invade toda la camioneta. No solo por esas risas de antes, no solo por esas niñas..., también por las montañas, los árboles, por los ríos... Absolutamente todo lo que me voy encontrando a mi paso luce radiante, con una luz que jamás había visto.  

Y, abriendo la boca, engullo a bocados toda la luz que me es posible antes de que se apague,  antes de que se la lleve cualquier inesperado y estúpido problema crecido en el fértil mundo de los adultos.

Es cuando descubro que no voy en ninguna camioneta, que no ha habido niñas, ni risas ni cosquillas, y que tampoco he cantado ninguna canción. Miro a los lados a ver si hay montañas, prados verdes, ríos..., y no, no hay absolutamente nada de aquello.

Sin embargo, me pregunto si soy feliz. Y descubro que sí, que lo soy, y con muy poco, con apenas poquitas y simples cosas. Entonces pienso que cuando vuelva a montar en mi vieja y alegre camioneta y suban a ella esas niñas, aparecerán las hermosas montañas, los lindos árboles, los caudalosos ríos... 

Debo pues, buscar esas preciosas flores de jazmín y meterlas en la pequeña bolsa...



Cabeza la Vaca, 12 de abril de 2019. Imagen libre en la red

viernes, 5 de abril de 2019

La Sal de la Vida

Siempre nos gusta desahogarnos sobre problemas, incertidumbres o disgustos que tenemos, y solemos hacerlo con las personas que más cerca están en nuestra vida, la mayoría de las veces, ni tan siquiera esperando que ellos resuelvan esos problemas. Pero que las cosas dependen de nosotros, ellos lo saben, y nosotros, también. La solución está en nuestras manos (la mayoría de las veces), pero nos quejamos por inercia y lo único que conseguimos es amargarnos en vez de buscar una solución inmediata. En lugar de resolver las cosas en silencio..., en nuestro silencio.

La mayoría de los días en los que voy al trabajo, pues suelo ir pensando en cómo afrontar el día que tengo delante. Los contratiempos, problemas o dificultades con las que lidiar, básicamente como casi todo el mundo. Pero es entonces que en uno de los trayectos hacia la oficina en que paso por un pequeño lago, un pantano. Una rutina que se ha convertido en algo agradable. 

En esas que he que se trata de un lugar que cuando llega a mi vista, hace que mi mente quede en blanco. Mientras voy llegando al puente que lo cruza, reduzco la velocidad. Lo contemplo, admiro su belleza, el brillo de los rayos de sol incidiendo sobre él. Pero aún siendo un día nublado o de lluvia, su belleza provoca del mismo modo, eso; una paz y calma para mis adentros inconcebible. 

Y es curioso porque, no soy muy amigo del agua. Podría decir que le tengo respeto, pero la verdad es que suele ser temor. Eso de no saber qué hay debajo de mis pies cuando estoy dentro y sin pisar fondo, me deja inseguro. Digamos que ocurre como con las personas, que cuando no sabes lo que hay dentro porque lo ocultan, no me inspiran confianza. 

Pero ha sido en estos días con más intensidad en que, pasando por ahí, percibí que al menos en ese tramo del viaje, no pensaba en mis problemas. O si iba pensando en ellos,  ahí paraban. Era como si el lago los engullera. 

Entonces caí en la cuenta en qué bueno sería poder mentalizarse y conectar siempre con cosas que te generen paz y te ayuden a disipar las quejas, minorar de algún modo los problemas. Quizás pensar en alguien que te transmita alegría, o en alguna situación agradable, o bien, y por qué no, un lago, un mar, un bonito paisaje y que aunque no existan, consigas dibujarlos en tu mente. ¿Un poco complicado, no?.

Menos mal que, para darle aún más sentido a ese sentimiento de calma que me llega en esa lago, ha llegado a mis manos este cuento...

"Un anciano maestro estaba ya cansado de escuchar las constantes quejas de su discípulo, así que pensó que debía enseñarle algo que le hiciera recapacitar.

Una mañana le pidió que le trajera sal y cuando regresó, el maestro le dijo que echara un puñado en un vaso de agua y que, a continuación se la bebiera.

—¿Cómo sabe ahora el agua? — preguntó el sabio anciano.

—Muy salada, — respondió el discípulo poniendo cara de asco.

Aguantándose la risa el maestro le indicó que repitiera la acción, pero en lugar de tirar la sal  un un vaso lo hiciera en un lago. Caminaron sin prisas hacia un gran lago situado en medio de un vergel a las afueras de su aldea y cuando el discípulo cumplió la orden el venerable maestro le pidió que bebiese.

—¿A qué te sabe ahora? — le preguntó.

A lo que el aprendiz le respondió:

—Esta agua está fresquísima. No sabe nada a sal, es una delicia para el paladar.

Entonces el maestro cogiéndole las manos a su discípulo, le dijo:

—El dolor de la vida es pura sal. Siempre hay la misma cantidad, sin embargo su sabor depende del recipiente que contiene la pena. Por eso, cuando te aflijan las adversidades de la vida, agranda el sentido de las cosas. Deja de ser un vaso y conviértete en un lago".


Pantano de Tentudía, 4 de abril de 2019. Fotografía de Jesús Apa.