viernes, 27 de enero de 2017

Enviando mensaje

La fina lluvia de aquella mañana la había sorprendido saliendo de su peluquería habitual, situada en el mismo corazón de Manhattan. Aquel sábado tendría una de las citas más importantes de los últimos años, y aunque hubiera preferido llegar hasta allí caminando, no le quedaría más remedio que tomar un taxi, y que el agua que caía desde el cielo de New York, (aunque lo hacía tímidamente), no desluciera su preciso peinado. Bajo el pequeño toldo de la puerta de entrada del edificio, esperaba el taxi que había mandado llamar el conserje.

Éste, la miraba de reojo mientras ella aguardaba allí de pie. Aunque no era su intención, su presencia provocaba las miradas de multitud de viandantes, no solo del conserje. También de todas aquellas personas a las cuales les gustaba admirar la elegancia de cualquier mujer. Porque Sienna, que así se llamaba, poseía una atracción natural. Tenía una altura normal, pero no menos de un metro setenta, y aquella mañana parecía estar subida en un pedestal en lugar de encima de unos tacones. Su pelo moreno liso, pudorosamente daba luz a su cara, y su abrigo negro de paño aún no permitía descubrir el precioso vestido azul oscuro que encajaba perfectamente en su figura. Al girar su muñeca descubrió un precioso reloj color dorado, que denotaba su impaciencia a pesar que aún quedaba algo más de una hora para su cita.

Pasado ese tiempo, en un discreto pero acogedor restaurante en el distrito del Soho, le estaría esperando su prometido para almorzar. Aunque el sitio era habitual para ellos, esta vez compartiría mesa por primera vez con quienes serían sus futuros suegros. No era algo que le pudiera inquietar, pero era una mujer que le gustaba causar siempre buena impresión. Y es que aquella mañana se había apoderado de ella cierta intranquilidad, por eso que tal vez le hubiera apetecido ir caminando hasta el restaurante y así conseguir relajarse durante los pocos más de treinta minutos que le hubiera llevado aquel paseo.

Pero quizás aquella lluvia también ayudó a que no se atreviera a tal caminata con unos zapatos de tacón, que aunque le resultaban cómodos, no eran apropiados para tal fin. Dejó de pensar en todo aquello cuando cayó en la cuenta que el taxi que le esperaba frente a la puerta era el que tocaba el claxon enérgicamente para advertir su presencia. Reaccionó de manera precipitada, casi asustada, y echó a correr renunciando al paraguas que le ofrecía el conserje, dando casi de bruces con el coche al meter uno de sus tacones en el hueco de una alcantarilla.

Al entrar en el taxi, percibió que su tacón se había partido por la mitad, agradeciendo que al menos ella no hubiera sufrido ningún daño. Pero no podría llegar a su cita con aquel ahora maltrecho zapato, menos aún una mujer tan perfeccionista como ella. Necesitaría pasar antes por una tienda y comprar otros, pero igual no los encontraba de su gusto para aquella ocasión. Aunque otra solución podría ser que pasara directamente por casa, más o menos a mitad de camino en dirección al restaurante.

Tal era su distracción causada por aquel contratiempo, que aún no había escuchado las súplicas del taxista preguntando a dónde debía llevarla. Levantó la mirada hacia el espejo retrovisor, y tropezó con unos preciosos ojos verdes que esperaban impaciente su respuesta. 
"Sí, a la décima avenida, a la altura de la calle 16, en Chelsea", contestó súbitamente Sienna. El taxi comenzó a avanzar hacia el destino indicado.

A Sienna le llamaron poderosamente la atención aquellos ojos, esa mirada penetrante a través de aquel espejo, y no podía desviar la atención de él. Quien conducía, que cruzó varias veces su mirada con la de ella, no tuvo más remedio que preguntar ante aquella inquietante observación por parte de su cliente; 
-- Disculpe pero, ¿ocurre algo?. ¿Me mira de esa manera por algún motivo?. O es porque tal vez me conoce --.

"No, no. Perdone..., no la conozco. Es porque me sorprende que una chica (tan bella como tú, pensó), tan joven como tú, se dedique a esto de los taxis", le dijo.

-- Bueno, es un trabajo más, como cualquier otro. Y siempre se conoce a mucha gente encantadora que va y viene. Además, pueden ocurrir cosas muy interesantes dentro de un taxi.... --.

"¿De veras?", dijo Sienna.

-- Sí, claro que sí. Ni puedes imaginarlo --, dijo la taxista, ahora sin perderla de vista por el retrovisor. -- Por cierto, mi nombre es Meagan, ¿y el suyo? --.

Ahora, un calor recorrió todo su cuerpo, sintiéndose avergonzada por haberla mirado desde el principió tan descaradamente y haber provocado aquella conversación, que nada iba con ella ni su forma de ser. Pero le respondió diciendo su nombre.

-- ¡Encantada Sienna! --, le dijo de nuevo la taxista, sonriéndole a través del espejo.

Sienna asintió con la cabeza, y evitó seguir mirando a ese retrovisor. Se sentía bastante nerviosa. Cogió su teléfono y buscó la distracción en él. Le enviaría un mensaje a su novio para explicarle el pequeño contratiempo del zapato y así justificar su posible retraso en caso de que llegara tarde a la cita. 

"Ryan, tengo dudas...., ¿azules o negros?. Los zapatos, me refiero?".

Pensó que aquel mensaje no tendría sentido para él.

"Ryan, tengo dudas...., ¿azules o negros?. Los zapatos, me refiero?". (¡Borrando mensaje!)

"Ryan, tengo dudas...., ¿qué zapatos te gustan más?. ¿de qué color?. Para mí me refiero. ¿azules o negros?", volvió a escribir.

Sus nervios seguían ahí, pues a pesar que no quería mirar, era consciente de que la chica, Meagan, seguía pendiente de ella y no le quitaba ojo de encima. Aquel mensaje era tan ridículo e incomprensible como el primero.

"Ryan , tengo dudas...., ¿qué zapatos te gustan más?. ¿de qué color?. Para mí me refiero ¿azules o negros?." (¡Borrando mensaje!)

Trató de calmarse, y volvió a escribir de nuevo para explicarle todo correctamente.

-- Ryan ando de camino a casa. He "metido la pata" donde no debía, y voy a necesitar un poco más de tiempo. Tengo dudas....

En aquel momento, el taxi se detuvo y un señor entró dentro sentándose junto a ella. Entonces notó que un tubo cilíndrico muy frío la apuntaba directamente a su sien. Se asustó al ver el arma, y pulsó intuitivamente el botón de su teléfono....

"¡Enviando mensaje!...." 


Candelario, Salamanca. 27 de enero de 2017. Imagen libre en la red.










  



      

viernes, 20 de enero de 2017

El trabajo os hace libres

La mañana era templada, pero a veces el viento enfriaba tu cuerpo de un solo golpe. Pero esos golpes de frío serían más llevaderos que los que encogerían mi corazón un poco más tarde. Y mira que mis días de visita en Polonia estaban resultando encantadores, más aún con los hermosos días de verano que aquí se tienen. Es éste un país que adoro, aprecio, pero sobre todo que admiro. La gente de aquí, al menos las que yo conozco, tienen un "Don" especial; todos sabemos, que desde hace muchos años la humanidad está en deuda con ellos, pero por su parte no existe esta necesidad de recompensa. Pocos países, más bien personas, de las distintas generaciones, se recomponen a sufrimientos como los vividos por el pueblo polaco.


Pero aún no entiendo por qué motivo planteé, que la excursión de aquella mañana, fuera al campo de concentración de Stutthot, cerca de Gdnansk, al norte de Polonia, convertido en Museo desde hacía años. Ya me asombró enterarme que Jorge (Jerzy), padre de Emilia, así como ella, nunca habían visitado este lugar maldito, de ahí que quizás mi propuesta de pasar la mañana allí no fuera la más acertada, pero aún así, cordial y amablemente accedieron a llevarme a ese sitio.

El viaje hasta allí lo haríamos en coche, y en poco menos de una hora llegaríamos a nuestro destino. Así que daba tiempo para charlar animadamente de las cosas propias de un día de ocio, el cuál se presentaba dinámico y divertido, como todos los anteriores. Pero es a pocos kilómetros de llegar, que ya puedes ir viendo las vías del tren que conducían e interconectaban todos los campos de concentración entre Alemania y Polonia. Es entonces cuando comenzó nuestro silencio, ya presente en el resto de la jornada. Y es lo primero que me llamó la atención de aquel lugar nada más bajarnos del coche; el increíble silencio que allí había y que estaba apoderado de todos los visitantes.

Todo aquello que más tarde allí vería y sentiría, me llamó poderosamente la atención, pero la segunda cosa, y por poner un poco el orden a los hechos, fue el texto anunciado en la puerta de entrada y que está presente en todos los campos de concentración nazis; "Arbeit macht frei" (El trabajo os hace libres).

Dedicar un poco de tiempo a esa reflexión, ya te pone en alerta de todo lo que allí vas a encontrarte. Me pregunto que pensarían las personas que destinadas a estos campos, atravesaban aquella puerta bajo ese texto. Dudo mucho que pensaran en eso, en que los haría libres, pero supongo que no tenían otra cosa a la que aferrarse. Y es que las reflexiones te van llegando en cadena, una tras otra, en el momento que empiezas la visita a los barracones. La manipulación y el chantaje se mezclaban con el despropósito y el miedo. La enajenación humana se pone de manifiesto a cada paso que das en este lugar, a pesar de que hayan pasado casi 80 años de esta barbarie. Pero a veces la historia debe ser contada y expuesta, precisamente para que jamás vuelva a repetirse.

Pero hay partes de la historia, de esta particularmente, que sin haberlas vivido directamente, se te quedan grabadas como si tatuaran tu mente con la más indeleble tinta que pueda existir. Las exposiciones que documentan la historia del campo de Stutthof y el destino de los presos que permanecieron en él, se exhiben en los originales edificios del campo de concentración. La ruta para la visita está marcada con decenas de paneles históricos con fotografías de archivo. Es a través de ellos, dónde queda marcada la vergüenza de lo que es capaz de hacer la especie humana para con nosotros mismos.

Y es también a través de esa información, que te enteras que estos campos de concentración pasaron a ser utilizados como centros de trabajo forzosos, pero al ver que eso no mataba a suficiente gente, (presos en su mayoría), fueron también usados para exterminar a los judíos y presuntos enemigos de los nazis. Las víctimas llegaban en vagones de tren, procedentes de Guettos y de campos de la Polonia ocupada. La "vida" que allí les esperaba empezaba con la separación de niños y mujeres por un lado, y de hombres por otro, que empezaban con sus trabajos forzosos, a intentar llegar a ser libres, justo como habían leído nada más entrar.

¿Y qué hacían con los que se mantenían vivos? Muchas veces a quienes estaban muy ancianos o deteriorados por el trabajo los fusilaban en masa, pero como para los nazis las balas eran demasiado costosas y debían ser usadas en el combate, a otra mente cruel se le ocurrió idear un sistema que acabara con el mayor número de vidas con el menor coste posible. Estos inventos fueron la cámara de gas y los hornos de incineración. Entonces los nuevos presos ya ni entraban por la puerta principal, sino que incluso las propias vías del tren, llegaban hasta la misma cámara de gas. 

Con la dosis justa de veneno, era posible asesinar a un gran grupo de personas en pocos minutos. Los prisioneros eran forzados a desvestirse y a entregar todos sus valores, para después ser llevados desnudos hacia las cámaras de gas, que estaban disfrazadas como duchas, y dentro de ellas era utilizado un gas tóxico. Después los cadáveres pasarían a los hornos de incineración, lugar dónde ya incluso quemaban a quienes agonizaban por estar enfermos. Este sistema, permitía matar en algunos campos hasta ocho mil personas al día. Luego, solo quedarían sus cenizas, ni tan siquiera sus recuerdos. 

Y si el resultado final era asesinarlos a todos, ¿de qué servían las enfermerías dónde trabajaban médicos nazis, y dónde incluso disponían hasta de quirófanos?. Esa fue mi única pregunta a Emilia en toda la visita, la cual me contestó, que lo que esos médicos hacían era experimentar nuevas técnicas con personas, haciendo las más crueles atrocidades inimaginables; incluso con la propia piel humana llegaban a fabricar lámparas. 

Pero este Museo fue creado por iniciativa de los antiguos presos que estuvieron en Stutthot, el cual ocupaba unas 20 hectáreas de las 120 que tenía todo el campo de concentración, y dónde más de 60.000 personas fueron cruelmente asesinadas, y las otras 50.000 que por aquí pasaron y lograron salir con vida, tendrían una herida que jamás se cerraría; la del miedo. Ese sentimiento, que cuando penetra en ti, ocupa todo tu ser.

Es justo lo que pensaba en mi paseo en solitario por allí, en que normalmente las heridas cierran con una cicatriz que te recuerda el dolor que tuviste, pero creo que en este caso, para quienes lo vivieron, queda una herida abierta para siempre. Distinto es pensar que no pueda existir en ellos la palabra perdón, pero solamente el ser humano puede hacer tanto daño en este mundo, y entonces, perdonar se presenta con una dificultad inusual. Aquella fue una visita que me dejó marcado para siempre, y dónde sentí un cúmulo de sensaciones y sentimientos, que mucho tiene que ver con el horror, el perdón y la vergüenza, pero cierto que no tenía palabras para describir todo aquello. 

Fue a la siguiente semana que me enteré por la prensa que el Papa realizó una visita a los campos de exterminio nazi, en este caso a Auschwitz. Quise saber cómo fue, así que busqué la noticia. Hablaba de que Francisco realizó la visita en absoluto silencio, atravesando completamente solo la entrada al campo bajo la inscripción en hierro forjado "Arbeit macht frei" (El trabajo os hace libres). El Pontífice tuvo momentos de gran intensidad, permaneciendo en soledad durante todo el recorrido. La noticia destacaba el momento que pasó sentado con los ojos cerrados y en profundo recogimiento durante varios minutos, o cuando besó uno de los postes de madera que servían para las ejecuciones.

Guardó durante todo el recorrido un profundo silencio, escribiendo en el libro de Honor tras su visita lo siguiente: "Señor, ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad". Dos líneas, escritas en español, con la firma "Francisco" y la fecha debajo, fueron las únicas palabras del Pontífice sobre las sensaciones de su visita al lugar donde fueron asesinadas 1,1 millones de personas.

Una vez que leí la noticia, realmente pensé que mi visita a un campo de exterminio nazi se pareció mucho al que realizó el Papa. Ambos sentimos, en el más inquietante silencio, vergüenza y espanto por lo que allí vimos. Solamente que yo no firmé en ningún libro de Honor, pero de haberlo hecho, hubiera sido con una frase que se encontró precisamente escrita en uno de esos campos por un preso judío; 

"Si existe un Dios, Él tendrá que rogarme a mi para que yo lo perdone"....











Campo de concentración de Stutthot, Polonia, 19 de julio de 2016. Fotografías de Jesús Apa.




Campo de concentración de Auschwitz, Polonia, 30 de julio de 2016. Fotografías de EFE.


  

     


viernes, 13 de enero de 2017

Las Leyes de la vida

Cuando la pasada semana hablaba con José Luis, poco antes de darle sepultura a su madre, me contaba que asumía que había llegado su momento y trataba, seguramente, de pensar para sus adentros todos los años en los que pudo disfrutar de ella. Es realmente duro decir adiós a nuestros seres queridos, más aún a una madre. Con total aceptación de la realidad, y sabiendo el camino que ahora le tocaba vivir sin su compañía, me dijo; "Jesús, es Ley de vida". Pero, ¿cuáles son las Leyes de la vida?, me pregunté en aquel mismo momento.

Hay muchas Leyes en la vida, pero hay una cruel y exacta; la muerte. A veces nos toca recordar esta Ley de la manera más desagradable, como es la de despedirte de los tuyos. Es lo que yo sentía cuando hace apenas unos días decíamos adiós a mi tío, hermano de mi padre. Y cuando esto ocurre y tienes que sufrir en primera persona este tipo de situaciones, esta "Ley de vida", quizás metafóricamente imaginas sus "artículos" y buscas reconfortarte con el pensamiento de que vivió de manera feliz en la mayoría de ellos. O tal vez, buscas en el consuelo de saber que "vivió como él quiso", tal y como resumió mi tía su marcha.

Pero esos artículos, los que conforman esas "Leyes de la vida", esos que hablan de cómo vivir, serán tantos como cada cual quiera. Hay quienes los complican más de la cuenta y los llenan de pesadas normativas, y hay quienes son más prácticos y tratan de vivir con menos carga. Y es curioso, porque dicen que la vida, cuanto más vacía, más pesa. Pero hay leyes que aunque tú no quieras, a veces se incumplen, y cuando esto ocurre, alguien tiene que pagar por ello.

No hace mucho tiempo, hablo de apenas un mes, leía una entrevista que le hicieron a un señor de Bienvenida, localidad cercana a la mía. Francisco, que así se llama, dentro de sus ya pocos momentos de lucidez, respondía a cuantas preguntas le hacía el periodista. Era un día especial, pues celebraba su cumpleaños, pero no por ello podía evitar emocionarse, sobre todo, cuando le preguntaron cuales habían sido los momentos más duros de su vida. Hablaba de la guerra, del hambre y de otras situaciones pasadas, pero extraordinariamente contestó algo, diciendo; "Espero no seguir viviendo para más momentos duros, y si lo hago, no ser consciente de ello, porque el peor momento de una persona es seguir vivo y observar como tus hijos van muriendo". 

Claro que Francisco, es un caso especial, pues hace un mes cumplía los 112 años, y se convertía en el hombre más longevo de Europa. Una de sus hijas cuenta ya con 81 años. Y pienso que sí, que llegar a esa edad, algo más de un siglo, debe ser un premio en toda regla, casi sortear cualquier ley de la vida, estar en una nube, o mejor aún, en un arcoiris, solo que, uno que incluye el color negro.

También no hace mucho tiempo en que visitaba a la tía de Annie en Londres. Laura, que cuenta con 96 años, tiene una gran capacidad de vivir con intensidad, y eso uno lo nota cuando habla con ella y percibe que ni se le pasa por la cabeza eso de morir. Mientras yo medía la planta baja de su casa, con la intención de detallar en unos planos el lugar idóneo para construir un baño, y de esta manera no tener que subir las escaleras hacia la primera planta, que es dónde tiene que ir a hacer uso del único que posee la casa, ella trataba de explicarle a su sobrina Annie, que para que ella deje de subir esas escaleras, deben pasar aún muchos años. 

Admiro a las personas con esa edad y con esa forma tan singular de hacerle un guiño a la vida, o más bien, diría que a la muerte. Cierto que la muerte es solo una vez, y cierto también que se deja sentir todos los instantes de la vida. Pero pienso que la vida es eso, demostrar día a día que quieres vivirla, porque precisamente los que la temen, ya están medio muertos. Y creo que vivirla intensamente es vencer a diario a la muerte. Es de estas personas, como Francisco y Laura, y no de la vida corriente de cada día, que aprendemos impresiones y útiles lecciones. 

Me gusta recordar muy a menudo la historia que cuenta en que un día, pasó un joven por una pequeña aldea. Un viejo abuelo nonagenario estaba plantando un almendro.  El joven, quizás de manera jocosa y burlona, y debido a su extrañeza, le dijo; "eh abuelo, ¿plantando un almendro confiando en que más pronto que tarde dé sus frutos?. Y él, todo doblado como estaba, volviese hacia el joven diciéndole; "Yo, hijo, obro como si no hubiera de morir nunca". -- Y yo, le respondió el joven, obro como si mi muerte fuera inminente --.

En cualquiera de los dos casos, la conclusión es asombrosa. Ambas teorías muestran las mismas ganas de vivir, de la manera más intensa y honesta posible. Porque al igual que algunas leyes están para saltárselas, las de la vida están para cumplirlas, y todos tendríamos que acabarla al menos, siendo recordados por quienes aquí se quedan, que fuimos buenas personas. Ese sería el premio, la meta y objetivo de todo este camino. 

Pero no caer dentro de la vulgaridad esa, de que solo se reconoce que alguien es bueno cuando le toca irse al "otro barrio". Lo justo sería alabar y reconocer a las personas en vida, premiar cada cierto tiempo la bondad o el amor que tantas veces se regala. ¿De qué vale hablar bien de alguien cuando ya no puede escucharte?. Eso nos haría a todos iguales y sí que no sería justo. Aunque si tenemos que hablar de justicia de poco vale en estos casos, porque ya sabemos que por muy mal que lo hayan hecho, los muertos siempre salen a hombros.

Y es que al fin y al cabo, con el paso del tiempo, descubrimos con sorpresa que lo esencial de la vida se esconde detrás del gesto repetido sin pereza, detrás de la sonrisa que nos infunde coraje y ganas de vivir, pero sobre todo, detrás del amor que se da sin exigir favores ni recompensas. Y esas sí que serían las verdaderas Leyes de la vida y que deberían cumplirse a rajatabla.

Alguien dijo una vez, y con gran acierto, que quien no ha descubierto nada por lo que morir, no es digno de vivir....



Laura en su casa de Londres, 25 de octubre de 2016. Fotografía de Jesús Apa.


Francisco "Marchena" en su casa de Bienvenida, 13 de diciembre de 2016. Fotografía de Charles Raysdale.


Fuente de Cantos, a 13 de enero de 2017.






  




viernes, 6 de enero de 2017

La tinta invisible

Algo debía pasar con mi bolígrafo, cuando cada año, entregaba a los Reyes mi carta y no traían aquello que pedía. Quería una bicicleta grande y de color naranja, y cuando veía que no cumplían con mi encargo, me quejaba amargamente. Porque en cambio, a mis amigos sí les habían traído todo cuanto habían pedido en sus cartas.

De haber tenido más uso de la razón por aquel entonces, hubiera pensado que los primeros indicios de desigualdad social, se viven cuando eres pequeño, en el día de los Reyes. Cuando tus regalos están muy por debajo del nivel de tus amigos, a pesar de que elegiste lo mismo o incluso más que ellos. ¿Será que la tinta de mi bolígrafo es invisible a los ojos de los Reyes Magos?. Pero no, en ese momento, piensas que, o no llegó tu carta a su destino, o simplemente, no te portaste lo suficientemente bien como para ser correspondido con semejantes regalos.

En mi casa se montaba el tradicional Portal de Belén, pero apenas si lo recuerdo. Seguro que era muy discreto. Pero seguro, que en él no faltarían las figuras más representativas, incluida la de los tres Reyes Magos montados en sus camellos, dirigiéndose junto a sus pajes al establo donde nació Jesús de Nazaret.

La tradición decía, que desde el día 25 de diciembre, debías ir adelantando esas figuras en la dirección del nacimiento. Poco a poco, día tras día, calculando perfectamente la distancia, para que, el día 5 de enero, esas piezas estuvieran frente a las imágenes de Jesús, María y José. Pasado el 6 de enero, vuelven a regresar a Oriente, de dónde llegaron.

Pero, ¿qué demonios pasaba con estos tres tipos?. ¿Será posible?. Había hecho todo correctamente; no había quejas en casa sobre mi ayuda o comportamiento, las notas eran más que aceptables, y la relación con mis hermanos era sobradamente buena. ¿Por qué no traían los reyes aquello que ponía en esa dichosa carta?. Mi año había sido en líneas generales bastante bueno, pero ni así veía recompensada mi buena actitud. Era motivo más que suficiente para que no les tuviera el más mínimo cariño.  

Cuando me enteré de la verdad, y supe realmente lo que ocurre esa noche, quizás fue cuando entendí lo mágica que es. Cuántos padres, al igual que hacían los míos, tienen que hacer precisamente magia, para darle a sus hijos lo mejor que pueden dentro de sus posibilidades. Sin chistera, ni varita mágica que valga para sacar los regalos de la nada.

Ahí me imagino a mí mismo adelantando las figuras de los tres Reyes pasito a pasito, totalmente ilusionado esperando que llegara esa noche mágica. Ahí que también imagino a mis padres, a cada pasito de los camellos, rompiéndose la cabeza para regalarme lo que buenamente pudieran, a buen seguro, sin tener nada que ver con lo que había escrito en mi carta, con esa tinta invisible a los ojos de sus destinatarios.

Qué será que la vida te va haciendo entender todo aquello que en tu niñez o infancia era incomprensible a tus sentidos. Qué bueno fue saber que los Reyes, están contigo los 365 días del año, aunque a veces también, qué triste que la vida, vaya decidiendo las cosas por ti, y en tu adolescencia vuelvan a resultarte incomprensibles aquellas situaciones inmerecidas, por muy bueno que hayas sido durante todo el año.

Pero aprendí, que el mejor regalo, no solo de un 6 de enero como hoy, es la herencia recibida de valores, sacrificios y esfuerzos en dedicación a tu vida, de esos Reyes, magos la mayoría de las veces, que no necesitaban ninguna carta para saber qué era lo mejor para ti. Y entendí, que aunque tu comportamiento hubiera sido bueno, igual para "tus Reyes" no fue un buen año. Así fue como aprendí, sin necesidad de ninguna lección magistral, a no quejarme de lo que no puedo poseer, sino a apreciar lo que tengo.  

Si volviera a escribir hoy una carta, lo haría con ese bolígrafo de tinta invisible, la cual, solamente podía ser leída por ellos, los verdaderos Reyes Magos, que al contrario de lo que dicen, suelen ser dos, y fuera de toda leyenda, están ahí desde el primer momento en que naces, y ya no se marchan de tu lado.


Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 6 de enero de 2017.