viernes, 29 de agosto de 2014

Amor en un candado

"¿Sabía yo lo que es amor?, ojos jurad que no, porque nunca había visto una belleza así", decía Romeo en referencia a Julieta, en la famosa obra de Shakespeare que lleva el nombre de ambos. Me pregunto si él escribía como experto en amor (hay quien dice que es una versión adaptada de su vida), o vio eso en los enamorados de la época y su pluma escribía cual fiel reflejo de lo que su mente le dictaba. Aunque nada más lejos que lo que podemos ver o sentir en la actualidad. Pero, ¿ha evolucionado el amor? Yo diría que sí. Y para mal.

Enamoramiento, locura, pasión, admiración, cariño, respeto, estima, afecto, indiferencia... ¿en qué fase estás? Podrían ser los estados por los que vive una pareja a lo largo de su vida. Y digo de su vida, porque hay quien piensa que el amor no es por siempre, tiene su final, acaba muriendo. Al menos este "amor" que conocemos ahora, el amor del siglo XXI. Porque es tan amplia y ambigua la palabra amor, que sinceramente pienso que no tiene nada que ver con el amor que existía en el siglo XVI cuando Shakespeare escribió su obra. Aunque es interesante observar, que al igual que ocurre en la actualidad con mucha asiduidad, su amor también acababa en tragedia.

Pero, ¿cómo hubiera sido escrita la obra por este famoso escritor inglés en la actualidad? O mejor dicho, ¿cómo hubieran vivido realmente Romeo y Julieta en pleno siglo XXI? Posiblemente sus familias también fueran rivales, pero salvando eso y dejándolo a un lado, quiero pensar que alguna vez se cruzaran por las calles de Verona, o coincidirían en un pub o en una discoteca de las afueras de la bella ciudad italiana, y tal y como ocurrió en la novela, se enamorarían perdidamente a primera vista. Raro me resultaría que no tuvieran algún amigo en común en Facebook, tal vez fuera Mercurio. Y ya sólo con ese detalle, existe el modo para que, una vez "Romeo Montesco" llega a casa a altas horas de la madrugada,  se lanzara a enviar una solicitud de amistad a Julieta.

Romeo despierta y ya es "amigo" de Julieta Capuleto. Todo va bien. Ojea sus fotos, su perfil, sus álbumes. Se siente aliviado, no se ve con ningún chico. Corazón libre.
El resto ya lo conocéis. Chat al rojo vivo, ilusión, entusiasmo, mariposas, enamoramiento total!!!...
Han sido necesarios 30 días para el primer "te quiero" en el muro de Julieta, a la vista de todos. Sólo han hecho falta tres meses para que ambos compartan la misma foto de perfil. Seis meses para programar un viaje y tener un primer álbum compartido de preciosas fotografías mostrando su amor en algún lugar de la tierra. Dos años para enseñarle al mundo de las redes sociales su casa, el perro que convive con ellos, y las maravillosas cenas románticas que prepara Romeo para Julieta. Decenas de "me gusta", cientos de "comentarios", y de repente ya no hubiera sido necesario ningún Shakespeare para escribir esta historia de amor pues ya la estarían "escribiendo" en las redes sociales sus propios protagonistas.

Y es a partir de ahora, cuando el amor de Romeo y Julieta empieza a ser uno más. Frágil a veces, intenso otras, impulsivo quizás. Un amor que a veces duerme, a veces juega. A veces grita, y otras calla. Un amor que tendrá que superar mil tragedias, no sólo una, buscadas por ellos mismos, pues todo el veneno que pueda ingerir Julieta será a través de la vida que quiso compartir en las redes sociales.

Pero yo quiero seguir confiando en el amor, ese que dura para siempre. Ese amor eterno que a todos nos gustaría vivir alguna vez. Un amor de por vida y que pueda ser sellado de manera simbólica a través de un candado, con dos iniciales, dos marcas, dos nombres. Y así por siempre jamás de los jamases. Tal y como podemos ver en muchas ciudades del mundo. 

Seguramente Romeo y Julieta tendrían el suyo. Quizás en algún puente de su ciudad natal, o tal vez en el "ponte vecchio" de Florencia, o porque no, en la "Fuente de los Candados" de Montevideo.
Aunque yo siempre que veo esos candados me asalta la misma pregunta. Si esos candados representan el amor, ¿cuántos duran realmente "cerrados" de por vida?


"La Fuente de los Candados". Montevideo. Fotografía de Jesús Apa

jueves, 28 de agosto de 2014

El señor del periódico

"Pues está usted de suerte, estamos teniendo unos días de sol relindos", me dice la gente con la que me voy cruzando en el país. Lo cierto y verdad, que visitar caminos, obras, y en definitiva trabajar en mis vacaciones, se lleva mejor con buen tiempo.
Disfruto de la lectura mientras mi bus va saliendo de Montevideo con destino a Rocha. El sol entra por la ventana, sin molestar, calienta mi espacio, estoy disfrutando del viaje. Parece ser que esta vez saboreo aún más este viaje. Tres horas hasta llegar a mi destino. Continúo leyendo.

"Que bueno verte de nuevo por acá Jesús. Esperamos que tengas una buena estadía", me dicen al unísono en la Oficina Técnica de Rocha. Intercambiamos pareceres por un par de horas y finalizamos nuestra jornada por hoy. Después de una agradable comida (la cual no acompaño con vino por eso de dar buena imagen en una comida de trabajo), Juan se despide de mí, indicándome donde está el hotel. "Es el mismo que el año pasado. La Intendencia solo trabaja con ese", se justifica él. "Claro que sí Juan, no importa, son solamente tres días", le contesto. Ambos sabemos pues, que el hotel no es de lo más confortable, pues ya me hospedé ahí el pasado año. "Para cenar, vienes de nuevo aquí, al City Café, ya está hablado con ellos", acaba diciendo Juan antes de irse en su coche.

"Si usted necesitara más días, sepa que tenemos disponibilidad", me dice una recepcionista entrada en años y con seria mirada. "Tienen ustedes wifi?". Hago la primera pregunta que todo turista hace en un hotel de un país extranjero. "No señor, aquí no tenemos de eso". Ya lo sabía, pienso para mis adentros renegado. Pero, "actitud positiva"!!!. 
Además, en el bar donde iré a cenar sí hay wifi, no todo es malo. "Seguiré conectado con el mundo", pienso casi en voz alta para escucharme a mí mismo mejor y aliviarme con ese detalle.

"Buenas noches señora, supongo que me recuerda. Soy el español que viene de parte de la Intendencia, estuve hoy comiendo. Vengo a cenar. Tiene usted wifi?", le digo como ansioso de saber. "Si señor. La clave es citycafe todo seguido y en minúsculas. Siéntese donde usted quiera que ahora mismo le atiendo. Le estoy trayendo la carta enseguida y usted elige lo que desee". Ya esto último casi no lo escuché. Solo me quedo con la palabra mágica "citycafe". Voy buscando mi mesa cuando "horror", que mala pinta tiene este tío. Voy a sentarme en otro lugar lejos de él. "Como puede ir la gente así?", pienso esta vez mucho más baja, mientras ya he empezado a comunicarme a través de las teclas y con mi excelente conexión de mi smartphone.
"Menudas barbas, y que sucio está, vaya pelos....uf, y seguro que es alcohólico. Solo hay que ver la botella de vino que se está bebiendo", sigo despotricando pero sin pegar ojo del teléfono.

"Ha elegido ya usted?", interrumpe mis pensamientos la camarera. "No, disculpe, aún no me ha dado tiempo", le contesto casi sin dejar de escribir. "Le puedo ir trayendo algo de beber mientras usted lee detenidamente la carta", me insiste. "Vino, traígame una botella de vino. Un Don Pascual Tannat (creo que tiene más melatonina, pienso para mí. La necesitaré esta noche y olvidarme de donde estoy durmiendo. "Claro que sí señor. La quiere usted grande o pequeña?". Dudo por un instante, miro a mi alrededor. Miro al tipo de las barbas...."Traigamela pequeña por favor".

"Mañana paso a buscarte a eso de las 7 am", me recuerda Juan tras dejarme en la puerta del hotel después de una nueva jornada de trabajo. Realmente hemos tenido un día agotador. Estoy todo lleno de polvo, con sudor, la ropa sucia, cansado, pero decido subir al hotel, coger el teléfono, un puro, e irme para el café. Me da igual ir con estas pintas. En definitiva nadie me conoce. Necesito "conectar con el mundo" a través de mi teléfono y fumar y relajarme.
Cruzo la esquina, el café apenas está a dos cuadras, como aquí dicen. Hace un lindo día, quizás me siente en la terraza. Vaya, ahí está de nuevo el tipo de las barbas. Con la misma ropa, pintas de sucio, de vago. Pero su cigarro y su copa que no le falte. Me da incluso "repelús" pasar a su lado, incluso debe oler mal. Voy a pedir algo. Tal vez un té. 

"Buenas tardes", me saluda al entrar por la puerta del bar junto a la que él está sentado. "Vaya, incluso parece educado", pienso para mí. Tendré que acostumbrarme a tenerlo aquí en la estancia que me queda. Aunque bueno, un par de días más y ya está. "Actitud positiva!!!".
Esta noche, tomaré de nuevo vino, incluso tal vez un whisky en la sobremesa, y así dormiré como un bendito en el hotel cutre que me tocó alojarme. En definitiva, al tener que madrugar, la noche se me hará más corta.

"Buenos días señora, le indico que hoy en la tarde dejaré la habitación, pues regreso a Montevideo". Dejo la llave, y salgo a la puerta a esperar a que venga Juan a recogerme. Es la hora de trabajar. Salgo a la puerta de la calle, y ahí está él de nuevo. El tipo de las barbas. Que pesadilla, me lo voy a encontrar en todos lados hasta irme.
"Buenos días señor". Me saluda. "Buenos días", le contesto. 
Esperamos ambos en la puerta del hotel. "Que demonios hará levantado tan temprano este vago", pienso tan en voz baja, que casi no me escucho a mí mismo. Hay un silencio, sólo roto por los coches que pasan por la calle camino del trabajo. De repente, me mira. Uf, parece que va a hablarme. "Vaya mierda de hotel en el que nos estamos quedando, eh amigo?", me dice súbitamente. Me quedo sin palabras, solo puedo asentir con la cabeza. Al poco, llega un coche, para en la puerta del hotel. Parece una cuadrilla de trabajadores. "Pase buen día", me dice mientras sube al coche.

"Espero que volvamos a coincidir alguna otra vez y que tengas buen viaje de vuelta". Son las últimas palabras que escuché de Juan antes de dejarme en la puerta del City Café. Entro por una de las puertas laterales del local, mientras saco mi teléfono del bolsillo. "Vaya faena, estoy sin batería". Me acerco a la barra y me recibe la señora que hay detrás con un "como le va señor. Qué se le ofrece?". Le contesto, "póngame por favor un té. Ah, por cierto, me pareció ver por aquí en estos días el periódico. Lo tendría usted por ahí si es tan amable?". "Claro que sí, como no, pero en estos momentos lo tiene el señor que está allá". Me hace una indicación hacia la puerta principal de la calle. Miro hacia fuera, y haciendo referencia al tipo que se ve a lo lejos de espalda, le digo con una mueca maliciosa en mi cara, "a quien se refiere, al señor de las barbas?". "Eso es, me refiero a él. Siempre le gusta leerlo cuando viene de trabajar, pero si se lo pide, a buen seguro no tendrá inconveniente en cedérselo. Y por cierto, aquí lo conocemos como "el señor del periódico".




El señor del periódico. Fotografía de Jesús Apa.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Una noche cualquiera en Montevideo

Hace frío, viento, y llueve con fuerza. Eso es lo que percibo desde la ventana del hotel, pero pienso que la tarde me invita a seguir trabajando. Me acompaña "la Boheme" de fondo, de las mejores obras de Puccini.
Sin embargo creo que es buen momento para cenar. Algo ligero. Una ensalada irá bien.

Suena un mensaje en mi teléfono. Es Lucía. Leo el mensaje e imagino que va acompañado del dulce tono de voz con el que hablan los uruguayos, especialmente ella..."vos no querrás tomar algo con mi amiga Mariana y conmigo"? Acompaña con el mensaje una fotografía desde el cual se ve el Teatro Solís, emblema de cultura de la capital uruguaya. 
Me pienso mi respuesta. Le contesto con un "pero hay vino"?. Imagino su sonrisa leyendo el mensaje, y recibo otro de vuelta, y a buen seguro con el mismo tono, "pero como no va a haber vino? acá hay de todo, pero qué pensás?". Ahora soy yo el que sonríe. La imagino hablando con ese tono en el que parece que acaban la frase cantando.

Salgo a la calle. Lo que percibía a través del cristal de la ventana de mi habitación resultaba más acogedor que el frío real que hace afuera. Aunque sólo he de caminar "unas cuadras" hasta llegar al Teatro Solís, siento el frío en los huesos. Camino por la Avenida 18 de Julio cual un uruguayo más. Atravieso la plaza de la Independencia, y por la foto recibida, intuyo donde estará el lugar donde me han citado. Al pasar junto a él, veo a Lucía a través de los cristales. Entro, y me recibe con un beso en la mejilla (aquí solo dan uno), me siento, y esperamos a Mariana que está en la barra. Cuando llega, recibo un nuevo beso y un "cómo te están tratando acá?"


Seguidamente a elegir el vino, (un Malbec de uva argentina), hacemos un brindis. "Por Uruguay", y cumplimos con la norma de chocar suavemente las copas. A continuación, paso a exponerles mi experiencia en el país. Escuchan con atención. Gran virtud de los uruguayos. Te sientes escuchado, hables de lo que hables, digas lo que digas. Te escuchan. Después de mi monólogo, derivamos la conversación a hablar sobre el viaje que Lucía hará en próximas fechas.


"Y como no vas a ir a Holanda?", dice Mariana. "Holanda?", digo yo como sorprendido. "Para qué? Es un país aburrido".
"Pero yo tengo entendido que es un país donde se respira la libertad del individuo", dice nuevamente una Mariana contrariada. Le respondo, "que va, son muy aburridos. No hay más libertad que la que puedas encontrar en tu país".

Dado que me siento escuchado, como siempre, decido hacer alarde de mi conocimiento sobre Europa. Por el simple hecho de visitar ciertos países, ya me considero en la legitimidad de opinar sobre sus ciudadanos y su estilo de vida.
"Debes visitar España. Sevilla, Granada...increíbles ciudades. Un latino, donde se siente a gusto es en España, sobre todo, y como mucho, en Portugal e Italia", vuelvo a insistir.

"Aunque los italianos ya sabemos como son. Generalmente, aunque no todos, son egocéntricos y van un poco a su aire. No te daría la sensación de estar en tu casa", continúan escuchando con atención.


En mi ánimo de seguir mostrando mis conocimientos sobre Europa, y confiando en mi capacidad de persuasión, sigo defendiendo mi causa. "Paris?, bueno, pero para solo un par de días. Es una ciudad bonita, sí, pero demasiado turismo. Incluso un parisino se siente un turista más en su propia casa. Y muy cara. Uf, carísima"


Lucía escucha atenta. Siempre tan discreta, respetuosa, educada. Mariana en cambio, rebate. Yo, sigo en mi línea. "Inglaterra?, sí pero no. Dinamarca?, sugerido por Mariana nuevamente. No, por favor. Sigo contrariando.
Quizás Polonia. He estado tres veces y el ciudadano polaco es un tipo hospitalario y agradable.
Quizás Alemania, no lo sé, pero, para una vez que vas a Europa. Sigo insistiendo. España, e igual Croacia...


"Me gusta este vino, aunque prefiero la variedad Carmenere", dice Lucía. Ha torpedeado la conversación, pero quizás era el momento de hacerlo.

Pero yo quiero más, "y vosotras, qué pensáis de los españoles?", pregunto con contundencia!


Es Mariana, la que adelanta su respuesta. "Bueno, en primer lugar, debemos tener en cuenta que nuestra raza es similar a la de ustedes. Mira que nuestra tierra también fue conquistada, pero a algún descerebrado se le ocurrió acabar con toda la población indígena. Los mataron a todos. De ahí que no exista más que nuestra raza en el país. Con lo cual, nos parecemos a ustedes. No obstante, (continua diciendo), y sin ánimos de generalizar, diría que para los uruguayos, los españoles suelen ser personas mediocres e incultas. Aún así, sabemos de donde venimos, descendientes de italianos y españoles. Con lo que los consideramos hermanos como tal."
De repente, se produce un sonoro silencio...

"Hagamos otro brindis", dice Mariana.



Teatro Solís. Fotografía de Lucía González.

lunes, 25 de agosto de 2014

La noche de la nostalgia

El pasado año me tocó estar fuera de casa por un mes. Podrá parecer que es poco tiempo, pero el suficiente para mostrar verdadera nostalgia de muchas cosas.
No sé porqué motivo, pero en Uruguay se celebra lo que llaman "la noche de la nostalgia", noche dedicada a festejar (como no), en compañía de amigos y familiares, lo que supone una noche dedicada a la música de aquellos años recordados de manera especial por cada uno de los uruguayos. Música de los 60, 70 y 80.


El pasado año, esta noche la pasé en Buenos Aires, en una visita fugaz que hice al país vecino. Este año la he vivido como un uruguayo más, pero a mi no me ha acompañado la música de esa época, a mi me ha invadido verdaderamente la nostalgia. La que siento por el hogar, por los míos, por mi familia, por mis amigos, por mi rutina...

Y no es más que una estancia corta, de apenas 15 días en este país, pero ha sido más que suficiente para pensar en ciertas cosas. Esas personas que salen fuera de su hogar, de sus ciudades, de su país, para ganarse la vida y para buscar un trabajo que los honre. Esas personas sí que deben sentir verdadera nostalgia. Me he querido poner en su lugar. En esa situación de espera, de poder regresar algún día. No de unas Navidades, unas vacaciones de vuelta al país, o de aprovechar un evento familiar para estar al lado de los tuyos, sino de esperar el momento de regresar de verdad.


No sé como debe ser vivir con nostalgia todas las noches, pero debe ser duro, muy duro...

En la imagen, paisaje de Uruguay. Foto Jesús Apa