viernes, 27 de diciembre de 2019

Los Renglones Torcidos de Dios

Estar en un hospital pocas veces suele ser agradable, a no ser que se trate de visitar o asistir al nacimiento de algún bebé. Así me encontraba este pasado Lunes, aunque no por este último caso. Si ya resulta desolador y triste estar en un hospital, más aún suele serlo en plena Navidad. Tal vez porque todo se magnifica y el estado anímico apropiado por las fechas debería ser otro. Pero la realidad va más allá de luces y canciones navideñas.

El hospital ya de por sí tenía un ambiente frío, no había nada en sus dependencias y estancias que recordara que afuera, era el preludio de la Navidad. A la hora fijada para las visitas de los familiares de los enfermos, entendí el por qué no había nada que celebrar por allí. La planta cuarta de aquel enorme hospital, parecía que estaba destinada a enfermos con graves problemas de salud, principalmente psicomotrices. Miraras por dónde lo hicieras, el ambiente era de una tristeza absoluta.

Así que a la hora de las visitas, decidí salir a los pasillos para dar un paseo. Fue frente a un gran ventanal, en el hall principal de aquella planta, dónde pude ver a un chico en una silla de ruedas, con la mirada totalmente fija y perdida al exterior. Al principio pensé que estaba solo, pero la persona que lo acompañaba, (más tarde descubrí que era su hermana), se levantaba, se iba, volvía a su lado, y así de manera intermitente, tratando de prestarle atención entre una llamada y otra de teléfono. A cada sonido del teléfono, salía de su lado, como si no quisiera que su hermano escuchara las conversaciones. 

Yo me encontraba sentado a cierta distancia del chico, y era detrás mía dónde podía escuchar tímidamente como todas las llamadas de teléfono que recibía su hermana, eran para preguntar por él, que parecía ajeno a todo aquello. Los allí presentes, aunque aparentemente cada cuál estábamos a lo nuestro, contemplábamos afligidos aquella escena. 

A través del ventanal, miraba de manera cohibida el reflejo del chico, y no pude más que pensar las cosas que podrían pasarle por su cabeza; "¿Por qué a mí?  ¿Qué he hecho para recibir tal castigo? ¿Acaso alguien merece estar así?"

Al menos, ese era mi parecer sobre lo que éste chico tendría en su cabeza, claro que, de los allí presentes, los más creyentes, más en esta época de Navidad, incluso podrían pensar que el chico, a pesar del estado en que estaba, tendría otros pensamientos más positivos. Habría incluso los que pudieran pensar, que en esa mirada perdida, intentaba encontrarse con Dios. Digo yo, que estarían pensando en algo parecido a este cuento o parábola;


"El ermitaño, en oración, oyó claramente la voz de Dios. Le invitaba a acudir a un encuentro especial con Él. La cita era para el atardecer del día siguiente, en la cima de una montaña lejana. Temprano se puso de camino; necesitaba toda la jornada para llegar al monte y escalarlo. Ante todo, quería llegar puntual a la importante entrevista.

Atravesando un valle, se encontró a varios campesinos ocupados en intentar controlar y apagar un incendio declarado en el bosque cercano, que amenazaba las cosechas y hasta las propias casas de los habitantes. Reclamaron su ayuda porque todos los brazos eran pocos. Sintió la angustia de la situación y el no poder detenerse a ayudarles. No debía llegar tarde a la cita y, menos aún, faltar a ella. Así que con una oración para que el Señor les socorriera, apresuró el paso, ya que había que dar un rodeo a causa del fuego.

Tras ardua ascensión, llegó a la cima de la montaña, jadeante por la fatiga y la emoción. El sol comenzaba su ocaso; llegaba puntual, por lo que dio gracias al cielo en su corazón. Anhelante esperó, mirando en todas las direcciones. El Señor no aparecía por ninguna parte. Por fin descubrió, visible sobre una roca, algo escrito. Leyó: “Dispénsame, estoy ocupado ayudando a los que sofocan el incendio”.

Entonces comprendió dónde debía encontrarse con Dios."

Yo en cambio, sigo dejando de creer en nada cuando veo precisamente estas cosas. Cuando veo a gente que, aparentemente tienen o tenían una vida normal y no han hecho mal a nadie, me pregunto cómo es posible que tengan que recibir algún castigo de este tipo. Si Dios puede presentarse ante nosotros de manera divina y perfecta, no entiendo por qué se empeña en escribir algunas historias con renglones torcidos... 


Cabeza la Vaca, 27 de diciembre de 2019. Fotografía de Jesús Apa.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Feliz y Alegre Navidad

He escuchado por ahí, que todo el mundo anda en busca de la felicidad. En cambio pienso, de que como hay que estar, es alegre, pues lo otro ya llegará. Y es que son dos cosas muy distintas; alegría y felicidad. Cierto que ambas se llevan bien, solo que, puedes plantearte si eres feliz con tu vida o no, pero nunca te plantearás si estás alegre. Lo sientes y lo sabes, y ya está.

Lo que llamamos “felicidad” es un concepto mucho más complejo e individual. Cada cual es feliz a su manera. Se trata de un estado del alma que requiere ser pensado y ahí reside el problema, pues en el momento en que te preguntas si eres feliz, ya estás perdiendo la magia que iluminaba tu vida. Además, la felicidad significa algo diferente en cada cultura.

La alegría es, sin dudas, una de las emociones básicas del ser humano. Todos la llevamos de serie, aunque a veces la tengamos dormida. La alegría nos hace sentir bien y nos da, además, una información muy valiosa de lo que es placentero para nosotros.

Las cosas que nos producen alegría son aquellas que nos conectan con la vida y con otras personas. Podemos hacer un inventario de ellas, de las cosas que nos despiertan la emoción de la alegría, y seguro que coinciden en su plenitud con el listado de otra mucha gente que las siente de la misma manera. Es célebre la que hizo el poeta Bertolt Brecht:

"La primera mirada por la ventana al despertarse,
el viejo libro vuelto a encontrar,
rostros entusiasmados,
nieve, el cambio de las estaciones,
el periódico,
el perro,
la dialéctica,
ducharse, nadar,
música antigua,
zapatos cómodos,
comprender,
música nueva,
escribir, plantar,
viajar,
cantar,
ser amable".

Las personas que han perdido la alegría dirán que no saben verla en ninguna parte. A mí, a veces, muy a veces, me gusta ver este pequeño vídeo y que quiero compartir aquí, dónde la alegría, puede reencontrarse en todas estas formas:




Fuente de Cantos, 20 de diciembre de 2019. Fotografía de Jesús Apa.




viernes, 13 de diciembre de 2019

El vuelo

Hace un par de semanas vinieron a verme dos socios de una empresa, padre e hijo, para presentarme un nuevo sistema de grabación de video en 360 grados. Un sistema novedoso que, al contrario del 3d, este se basa en una cámara de última generación, que graba a la altura de la cara y, con seis lentes, hace que lo que graban tres de ellas simulan al ojo izquierdo y las otras tres, al derecho. Esto hace que puedas ver tal y como si tuvieras unos ojos camaleónicos. Unas gafas especiales hacen que vivas el momento con una realidad brutal.

Esas gafas, hacen que lo que ves a través de ellas provoquen en ti unas sensaciones impresionantes, difíciles de describir si no las pruebas en primera persona. Pero lo más increíble de todo, lo dejaron para el final. Me dijo uno de ellos; "¿Quieres volar? Te pondré un vídeo con el cual sentirás esa sensación, como si fueras un superhéroe..."

Lo que vino después, cuando me coloqué las gafas, los mandos en ambas manos y acotamos el espacio en el que echaría a volar, es algo indescriptible. Una sensación de que todo aquello era real, muy muy difícil de explicar con palabras. Cierto que al principio te cuesta alzar el vuelo, y más por la timidez de las dos personas que presenciaban el simulacro que por el propio miedo...

Así que varias noches atrás sentí que flotaba, me elevaba y no caía, no tuve miedo, sí en cambio un poco de desconcierto. Agité los brazos, me sentí ridículo y esperé que nadie me estuviera observando, por pudor. Aproveche la situación para desplazarme flotando bien despacio por la casa. Tomé confianza, salí por la ventana del patio y me elevé definitivamente. Sentí el viento escurrir por el cuerpo, tuve la sensación de tener plumas y de poder dominar el vuelo. 

Me elevaba y me dejaba caer en picada, entre las casas vecinas, rozándolas a propósito, esquivándolas. La llovizna de este diciembre me humedecía la cara, no sentí frío a pesar de no llevar un equipo adecuado, pero me sentí acorazado. El techo cercano de nubes bajas, refractaba las luces urbanas. En uno de los planeos más atrevidos entré en medio de la dehesa, esquivando las encinas, casi tocando los cerdos, las vacas, las ovejas... y así llegué a un enorme bosque de pinos, quizás demasiado oscuro para tan poca experiencia, y no me animé a sobrevolarlo pero sentí que podía, si quería, podía. 

Volví al pueblo, ya entrada la madrugada, a sabiendas que nadie iba a ver mi vuelo, contemplando aún las luces de los televisores de algunas casas a través de las ventanas; siempre hay algún noctámbulo. Pude ver las personas hipnotizadas por el resplandor. No puedo recordar hasta que hora estuve así, en medio de la inclemencia del sueño.

Así que llevo varias noches intentando volver a tomar el vuelo, y no es nada fácil, lo reconozco. Aunque me he dado cuenta que, para volar, más que alas, lo que necesitas es sentir intensamente todo aquello con lo que sueñas... y que siempre puedes, si quieres,  siempre vas a poder... 

Creo que tarde o temprano, volveré a alzar el vuelo.


Fuente de Cantos, 13 de diciembre de 2019. Imagen libre en la red.

   


viernes, 6 de diciembre de 2019

Ser blandos

Un día, después de una larga y dura jornada de trabajo, todos fueron al bar a tomar su merecido premio-;

"Cerveza para todos", gritó uno de los más jóvenes.

-- No, disculpa, yo no tomaré cerveza. Para mí una botella de agua, por favor. --

Todos miraron sorprendidos a aquel tipo que, aunque llevaba poco tiempo en la empresa, ya le habían tomado cierto cariño. Pero finalizar aquel duro trabajo, parecía que mereciese mayor premio que una simple botella de agua. Antes que le preguntaran, fue él quien se adelantó a ellos:

-- Realmente no bebo nada de alcohol. Lo dejé hace exactamente 21 años --

Todos quedaron un poco extrañados, más si cabe porque al recordar exactamente la fecha, podría decirse que en el pasado debió tener algún problema serio por el alcohol.

"Tal vez sería meternos donde no nos llaman, pero, ¿hay algún motivo de peso por el que dejaste el alcohol?", preguntó uno de sus compañeros.

El tipo quedó al principio un poco pensativo, diría que avergonzado, pero más tarde no dudó en explicarles el motivo;

-- Realmente podría decir que lo que cambió por completo aquello, y sin lugar a dudas, mi vida, es que fui blando. Y recordaré por siempre aquella noche...

Mi mujer y yo teníamos por costumbre salir a cenar todos los viernes con la familia. Ella trabajaba en casa pues, cuidar de cinco hijos es una tarea compleja, así que el viernes, montábamos en el coche a todos los niños y nos íbamos a nuestro restaurante favorito. Esa noche, cuando el camarero vino a pedirnos la bebida, le pedí que trajera para mí dos cervezas en lugar de una. El bar estaba lleno y, a veces tengo que esperar demasiado tiempo cuando ya he acabado la primera. De esta forma quedaba servido por más tiempo. 

Mi sorpresa fue cuando el camarero me dijo que en ese momento no podía servir alcohol en el restaurante. La pasada noche vendieron por error una cerveza a un menor de edad y la sanción les prohibía por el momento disponer de alcohol para todos sus clientes.

Indignado con la situación, podéis imaginaros. Me levanté, insté a mi mujer a hacer lo mismo, coloqué de nuevo a mis cinco hijos en sus asientos dentro del coche y marchamos a otro restaurante. Saciado con la cena, más aún con mi alcohol, nos fuimos a casa y rehuí de comentar con mi esposa aquella lamentable episodio.

De repente, a las 4 de la madrugada, desperté avergonzado por tal hecho. Había protagonizado una acción lamentable, más aún por haberlo hecho delante de mi familia. Con lágrimas que no podía controlar e impedir que salieran de mis ojos, y dejando atrás mi ego, le dije a mi mujer que cambiaría. Es desde entonces que decidí experimentar en mi vida un gran cambio, que seguro necesitaba, y ese episodio me ayudó a hacerlo...--"

Todos atendían la explicación de su nuevo compañero, aunque era evidente que no acababan muy bien de entender todo aquello. Fue de nuevo el más joven quién preguntó;

"No entiendo muy bien entonces a qué te refieres en que tu vida, cambió por el hecho de ser blando. ¿Acaso crees que eres blando por haber llorado por vergüenza y mostrarte así delante de tu esposa?"

-- No, no me refiero a eso amigo. Así que permíteme que te lo explique con un cuento ...--


"Cuentan que el discípulo fue a visitar al maestro en el lecho de muerte.

- Déjame en herencia un poco de tu sabiduría -, le pidió.

El sabio abrió la boca y pidió al discípulo que se la mirara por dentro.

-- ¿Tengo lengua? --

- ¡Seguro! -, respondió el discípulo.

-- ¿Y los dientes, tengo aún dientes? --

- No. -, replicó el discípulo. - No veo los dientes. -

-- ¿Y sabes por qué la lengua dura más que los dientes? Porque es blanda, flexible. Los dientes, en cambio, se caen antes porque son duros e inflexibles. Así que acabas de aprender lo único que vale la pena aprender... --"


Fuente de Cantos, 6 de diciembre de 2019. Imagen libre en la red.