viernes, 26 de agosto de 2016

He visto cosas

Aquí sentado, se me vienen a la cabeza multitud de pensamientos que me dejan sin palabras. Y es que he sabido cosas de las que un niño no debería enterarse nunca. Sigo sin entender en qué mundo he nacido, aunque no conozco ni conoceré otro lugar más inhumano que este. Y es que justo ahora, es cuando me entero que se han cumplido cinco años del comienzo de la guerra de Siria. El conflicto ha matado a más de un cuarto de millón de personas, ha desplazado a más de la mitad de la población, y ha convertido el país en una auténtica ruina.

No quisiera abordarte con cifras porque es difícil para mi imaginar esos números, pero me han dicho que entre los muertos, hay 80.000 civiles, incluyendo 13.500 niños. Todos ellos inocentes; sí, inocentes como tú y como yo. Eso sin contar el número de personas desaparecidas en las cárceles del país, todas bajo el régimen de Bashar al-Ásad, los rebeldes y los yihadistas. También he escuchado, que más de un millón de personas han resultado heridas, muchas de ellas muy graves. Y otra cosa difícil de entender, son los 177 hospitales destruidos hasta la fecha, así como la muerte de casi 700 sanitarios. ¿Y no son demasiadas personas las que han tenido que abandonar sus casas?. Nada menos que 13,5 millones de personas. A mi me parecen demasiadas....

Y es que aquí sentado, se vienen multitud de escenas a mi mente que me quedan sin aliento. Y es que he visto cosas que un niño no debería ver jamás. Me han dicho que el conflicto ha hecho retroceder la economía siria tres décadas, y es que solo hay que mirar alrededor. La mayoría de las infraestructuras desaparecidas, los sistemas educativos y sanitarios en ruinas, y barrios enteros totalmente destruidos. El estado de sitio afecta a casi toda la población, y el 90 % del país está sin luz.

Es triste dejar de ver a tus familiares, amigos o vecinos de buenas a primeras. Desaparecen de repente, y entonces tienes que entender que ya no los verás jamás. O para verlos a los pocos meses, esta vez sin un brazo, sin piernas, o con heridas irreversibles, que simplemente harán de ellos unas personas marcadas para el resto de sus vidas. Todo ello a causa de los bombardeos, que siempre llegan sin avisar, y evidentemente no preguntan quiénes son los inocentes. Como te digo, hay cosas que un niño no debería ver nunca....

Mientras estoy aquí sentado, trato que salgan las lágrimas de mis ojos, pero no consigo que eso ocurra. Posiblemente a ti te pase lo mismo. Y es que realmente he vivido cosas, que un niño jamás debería vivir. Al igual que no entiendo, por qué un niño tiene que convertirse en adulto tan pronto, sin infancia, sin jugar en la calle de manera segura, tal y como puede ocurrir donde tú vives. La infancia de un niño es la suma de recuerdos positivos, pero, ¿y si estos no existen?. Si solo existen malos recuerdos, ¿en qué te convierte eso?. Porque uno no sabe nunca lo que no recuerda.

La vida ya estará castigada por esos recuerdos. Bombas, muertes, destrucción....¿Cómo crees que un niño va a pararse a pensar que hay una vida mejor, si no conoce otra clase de vida?. No, a ningún niño se le ocurre pararse a pensar en eso, porque ningún niño elige ser pobre, sufrir, o vivir una guerra. Te toca sin elegirlo.

Y es que aquí sentado, estoy aturdido; sin lágrimas, pero con mucho miedo. Sin palabras, porque rápidamente me enseñaron que de nada sirven, principalmente, porque las palabras de dolor son sordas. Además, serían las palabras de un niño más, o quizás, las de un niño menos.

Estoy aquí sentado, en esta ambulancia, y veo como alguien viene a sacarme una fotografía. Una foto, que seguramente dará la vuelta al mundo. Una fotografía con fecha de caducidad en tu mente, y que posiblemente tampoco valdrá para nada. Solamente sé, que he visto cosas, que un niño no debería ver jamás....

Por cierto, al menos hoy sabrás, que me llamo Omran Daqneesh, tengo cinco años, y soy de Alepo, Siria.


Omran Daqneesh, poco después de ser rescatado bajo los escombros. A los pocos días falleció su hermano de 10 años.  Fuente de Cantos, 16 de agosto de 2016. Fotografía de Mahmoud Raslan, y datos de Naciones Unidas.


viernes, 19 de agosto de 2016

Aprendí a caminar sin mapa

De los caminos desconocidos es de los que más se aprende. Por eso será que a veces es bueno desconocerlo, aunque cargado de huellas se presente. Curvas y rectas, subidas y bajadas; mojado o seco, da igual cómo lo encuentres. Te acostumbrarás a ello; el caso es caminar. Avanzar marcando tu ritmo, rápido o más lento; el caso es avanzar. Una mano que te empuje, tampoco te viene mal. Pero decide tu propio camino, disfruta de él. Desvíate un poco para luego volver; como haces con viajar.

Aprendí cuántas lecciones pude, quizás más de cien, o diría que un millar; y las que me quedan por contar. Es porque alguien pudo enseñármelas, para bien o para mal. Así que no te apures por el polvo que a veces se levante en el camino; será que alguien lleva más prisa que tú. Deja que se marche, no lo retengas, ni lo juzgues. Seguro que al igual que tú, solo quiere eso; caminar. Porque tampoco a ti nadie va a enseñarte dónde pisar a lo largo de tu vida, ni qué huellas dejarás en los demás.

Y en estos pasos, miles de cosas descubrirás. De personas como tú, no te pienses que la sencillez escasea, aunque sí lo especial. Y aunque odies las prisas, no temas a la celeridad. Tratando de ser optimista, en la búsqueda de eso tan de moda, como es la felicidad. Que dura tanto como la trabajes, siempre con madurez y empeño. Aunque hay quien dice por ahí, que la felicidad consiste en volver a ser pequeño. En tu corazón esa palabra he visto inscrita. Quizás por eso, que siempre te he visto tan pequeñita. 

No salgas a buscar nada, pues las cosas más hermosas aparecerán ante ti solo cuando estés preparado para ello. Porque en tu viaje, tendrás que decidir qué llevarás en tu maleta. No la cargues demasiado, menos aún de las cosas materiales e inútiles. La libertad es ligera y liviana, podrás ir de ella repleta, pues casualmente es pesada, cuando no dispones de ella. Será importante que dejes espacio para las personas que seguro vas a encontrar. A veces dejarás que pasen de largo, y otras sentirás la necesidad de mirar atrás, y ante eso, tendrás que dejarte llevar. Ten siempre buena presencia, y no hablo de aparentar. Vivir es muy sencillo, pero vivir de manera sencilla, es la cosa más difícil de gestionar.

Y será con las más sencillas sonrisas, con las que mejores carcajadas tendrás. Al igual que no le des alas a quien no sabe volar, si quieres que alguien te inspire; ¡déjate inspirar!. Si dices que mucho aprendiste, trata de enseñar. Nunca es momento de reproches, y siempre lo es de perdonar. Pero lo único no permitido en el juego, es la falta de verdad. Porque la sinceridad podrás sentirla como un arañazo si no te viene bien, pero con el tiempo entenderás, que era una caricia que jamás te quiso dañar. Otros lo llamamos honestidad. Que quien te miente una vez, lo podría hacer cien más, y aunque luego te quiera contar mil verdades, éstas ya no te interesarán.

Aprendí que bonitas son las noches de verano, no te lo voy a negar. Pero cuida bien a quién quieres a tu lado, no sea que otra vez te vayas a equivocar. Porque el invierno es frío, a veces oscuro. A veces muy muy largo, y a veces confuso. Decide bien la madera con la que te calentarás, pero elige aún mejor con quien la vas a quemar. Leña al fuego para tu abrigo, y de fondo, música de suspiros.

Pero en mi camino me perdí muchas veces, y es entonces cuando encontré los mejores amigos. Piérdete para encontrar lo que no sabías que andabas buscando, más aún cuando llegues a un cruce de caminos. No hay nada mejor que toparte de lleno con alguien que no esperabas. Por eso viaja, más aún de lo que imaginabas. Porque no encontrarás a esas personas de las que te hablo, sentado en tu sofá. No te preocupes tanto por el dinero, la felicidad no tiene nada que ver con él; sólo hazlo. La experiencia es mucho más valiosa de lo que el dinero será jamás.

Sin duda viajar, es la forma más fascinante e intensa de aprender. Viaja sólo y lejos, y sabrás quien eres. Porque el viaje es la gasolina del alma; trata de entrenarla cuánto puedas. Y de todas las lecciones, demuestra lo que aprendiste, y empieza por dejar de buscar la felicidad, allá donde la perdiste. 

Aprendí a vivir sin horarios, y al fin entendí, que los mejores días de tu vida, no están marcados en el calendario. Que cada fracaso es una enseñanza; eso lo aprendí demasiado despacio. De manera urgente, supe que incluso tus días de soledad pueden ser diferentes. Y que no sirve de nada, seguir negando lo evidente. Pero si en esa soledad, sigues estando perdido, trata de aprovechar ese silencio. Las mejores cosas suceden cuando confías en el tiempo. Y es que con el tiempo todo pasa, lo he visto y he sentido. Hasta lo inolvidable, volverse olvido.

Una noche que me encontré perdido mientras caminaba, me acordé que con las estrellas te puedes guiar. Ellas me acompañaban. Y en el silencio de esa alborotada noche descubrí, que la luna tiene algo especial, por eso que tanto brillaba. Y es que además de bella y con ese color plata, si la escuchas bien, hasta cuentos te relata. Es por eso, que aprendí a caminar sin mapa....



Comporta, Portugal. Agosto de 2016. Fotografía de Jesús Apa.






viernes, 12 de agosto de 2016

Un príncipe para la princesa

Maldije la cobardía de ese estúpido herrero. Se había marchado de la ciudad y había desatendido mi petición. Necesitaba mis armas y aquel insolente me había dejado sin protección, además de haber contribuido con ello a que nadie reconociera mi mando y posición, pues de nada sirve a un caballero decir quien eres, si no va justificado con la vestimenta que marca tu linaje. Esa misma tarde, tenía solicitada audiencia con el Rey, a quien debía informar sobre las intenciones que cursaría con mis hombres en el avance hacia la batalla que nos aguardaba cuando dejáramos su ciudad. No podría presentarme allí con esa guisa.

Enojado e histérico, no lo pensé dos veces y lancé una fuerte patada sobre la puerta de la herrería. Ésta ni tan siquiera cedió, como si estuviera atrancada por dentro. Fue lo que me hizo pensar que a buen seguro aquel joven seguía allí. Así que volví con nuevas embestidas, con más ahínco si cabe, compaginando las fuertes patadas con algunos empujones de mis hombros, mientras profería multitud de insultos y gritos amenazantes a aquel bastardo que había arrebatado mis pertenencias.

Cuando pensaba que la puerta de madera estaba a punto de ceder, fue que hice una pequeña pausa para mirar a mi alrededor, pues algo me decía que me estaban observando. Entonces me di cuenta que quizás había llamado demasiado la atención; varias personas que se dirigían a la anunciación del nuevo príncipe para la princesa estaban presenciando el escándalo, y dónde a todos los efectos, no veían a un caballero que reclamaba sus pertenencias, sino más bien a un loco que quería entrar a la fuerza en aquel local. 

Supuse que era demasiado tarde cuando quise acercarme a aquel grupo de personas y explicarles mi justificada ira, pues ya alguien se había apresurado en llamar a la Guardia Real, que avanzaba frenéticamente hacia mi. De manera instintiva, y esta vez sí que aquello era un acto de locura, tomé un palo que tenía a mi alcance con el objetivo de entrar en lucha con los cuatro soldados que se dirigían hacía mi, ahora con mayor bravura si cabe ante mi estúpido desafío. Cuando quise reaccionar y tirar a lo lejos mi inútil arma, pues era absurdo librarles batalla, ya había sido reducido y echado al suelo de bruces, atándome una cuerda alrededor de mis manos e inmovilizándomelas por detrás de mi espalda.

"Soy el Caballero de la Media Luna. Guardian de las Tierras del Este. Os exijo me soltéis inmediatamente", les grité en un acto de desesperación. "Precisamente hoy tengo audiencia con su majestad, a quien le mostraré mis respetos y dejaré aclarado este malentendido".

Por las risas de aquellos cuatro soldados, pude intuir el estúpido eco de mis palabras en sus oídos. Quizás aquello condicionó aún más sus entusiasmos de llevarme preso. Pero yo seguía hablándoles para explicar mi comportamiento, pues confiaba en que mi insistencia les hiciera reaccionar y causarles algún ápice de duda, al menos a alguno de ellos, y de esta manera me dejaran buscar a alguien que pudiera refrendar mi verdad y verificar cada una de mis palabras.

Lejos de que aquello pasara, me entraron a empujones hacia el interior del castillo y me metieron en una celda sin darme explicación alguna. Me asaltó la pesadumbre, pues aquellos hombres parecían sordos a mis palabras, y todo hacía pensar que al menos aquel día, y seguramente algunos más, si no se aclaraba el altercado, los pasaría entre rejas. Pero antes que el último de los soldados cerrara la puerta tras de sí, me acerqué a él para confiar que mis palabras, convertidas ya en súplicas, fueran escuchadas de manera sensata;

"Te ruego me lleves ante el Rey, o en su defecto, ante su mano derecha, con quien he compartido alguna que otra batalla, me conoce bien, y él podrá corroborar la veracidad de mis palabras. Hoy mismo he de reunirme con mis hombres, pues de lo contrario, pensarán que algo terrible me ha pasado, y debemos partir con urgencia antes que sea demasiado tarde." 

Parecía que el soldado antes de cerrar la puerta mostraba en su gesto una mueca de duda ante mis palabras, y quizás pensó que debía sopesar mis súplicas. Se detuvo un instante, miró a su lado esperando a que sus compañeros estuvieran lo suficientemente lejos, e hizo un amago de abrir la puerta y dejarme salir. Pero de repente volvió a reaccionar, en sentido opuesto a mi deseo, y tras darme un empujón hacia dentro de la celda, me dijo que tanto el Rey como su mano derecha, tenían otras ocupaciones más importantes antes que atender las estupideces de alguien como yo.

Absorto en mis pensamientos, nada positivos a decir verdad, pasé largo rato sentado en el húmedo suelo de aquella prisión. Solo reaccioné cuando escuché un fuerte sonido de cornetas y tambores provenientes del exterior. La pequeña ventana de la celda estaba demasiado alta para alcanzarla y mis saltos para llegar a ella fueron en vano. Mi curiosidad me reactivó, así que del tablón de madera que había anclado en una de las paredes, y que hacía las veces de cama, desencajé un trozo de madera con un golpe seco de mi pie. Hice contrapeso con mi cuerpo y saqué una tira de madera lo suficientemente larga como para usarla de plataforma y subir a la ventana.

Apoyé el pliegue de aquel tablero sobre la pared y escalé sobre él hasta llegar al pequeño hueco de la ventana. Me asomé a través de ella, y entonces pude ver a una gran multitud que se agolpaba en el patio principal del castillo. Entusiasmada y eufórica, la gente esperaba el anuncio que traía aquel desfile de soldados que iban llegando a la plataforma de la plaza, acompasados por el bullicio de los tambores y cornetas que seguían sonando.

Cientos de soldados iban formando un pasillo en el centro del patio de armas, y otras decenas de ellos montados a caballo portando banderas y estandartes, y que iban abriendo paso al séquito real, que vendría detrás cerrando la comitiva. En lo que parecía un organizado y perfectamente ensayado desfile, cada uno de ellos iba ocupando sus posiciones, dejando en un primer plano de la plaza un entarimado con cuatro enormes sillones de madera, uno de ellos de aún mayor tamaño que el resto; era el trono real.

Mi posición era favorecedora, y podría ver a no muchos metros de distancia lo que allí se anunciaría. El Rey ocupó su asiento, con las otras tres personas a ambos lados; la Reina a su derecha. Aún después de cesar la música, el silencio tardaría en llegar, pues la multitud seguía ansiosa. Entonces vi una cara conocida que se acercaba hacia la parte delantera del escenario, donde anunciaría lo que todo el pueblo estaba esperando; era la mano derecha del Rey.

"Hoy es un día tremendamente importante para nuestro reino. En esta hermosa mañana, podemos decir que comienza una nueva era para nuestra Casa Real, y auguramos un gran futuro para ella. ¡Ya tenemos un príncipe para la princesa!".

El griterío y los aplausos se hicieron ensordecedores ante las palabras de aquel caballero.

Cuando la multitud volvió a guardar silencio, éste hizo un gesto hacia el estrado, y ante esa señal, el Rey se levantó invitando a hacer lo mismo a su hija, la princesa, y a quien sería el nuevo príncipe y futuro monarca. Ambos a cada lado de su majestad, tomaron su mano y avanzaron hacia la parte delantera del escenario de aquella plaza.

Según iban avanzando y ante una mayor nitidez de aquellas tres figuras, mis pupilas empezaron a dilatarse, y tuve que frotar mis ojos para poder ver con más claridad lo que tenía ante mi. Me costaba trabajo creer lo que allí estaba presenciando, pero ya no tenía ninguna duda de lo que veían mis ojos. Aquel que iba a la derecha del Rey, con un porte asombroso y una presencia rigurosa, llevaba puesta mi ahora brillante armadura, y enfundada mi esplendorosa espada; se trataba del joven herrero.

Entonces, la mano derecha del Rey anunció....

"Os presento al Caballero del Hierro; guardián de la gente errante. Nuestro nuevo príncipe...."





Imágenes libres en la red. Fuente de Cantos, 12 de agosto de 2016.








  










viernes, 5 de agosto de 2016

El último errante del castillo

"....si te refieres a la acción de errar, no sería adecuado ese término. Aunque dado que ciertamente te veo un poco perdido, sí que te convertirías en un errante. ¡Un herrero errante!; perdido y sin rumbo en busca de un amor imposible", le dije quizás de forma un poco sarcástica.

Vi como el joven se sentía ofendido, apretando sus puños y casi pudiendo escuchar el rechinar de sus dientes. Su rostro evidenciaba un gran enfado por la ofensa de mis palabras, que por otro lado las lancé de manera más irónica que grave. Al cabo de un instante, pero aún inmóvil frente a mi, observé que trataba de digerir mis palabras, y absorto en sus vagos pensamientos, parecía que comenzaba a entender, pues noté como sus hombros decaían de la tensión y su mirada cobraba sensatez. Aún así, llevaba largo rato en silencio, mirándome fijamente, de arriba abajo, aunque ya no lo hacía de manera desafiante.

"Quizás vos tenéis razón, y debo ser más cercano a mi realidad, para así entender, que el Rey nunca aceptaría en su casa a un simple herrero, por muy apuesto y atrevido que yo me considere, y aún a sabiendas, como bien le digo, que la princesa caería rendida a mis encantos. Así que atenderé vuestra petición, haré el trabajo que me solicitas y dejaré su espada y armadura brillantes y radiantes, merecedoras de ser portadas y lucidas por el caballero, cuyo nombre es...."

-- Soy el "Caballero de la Media Luna"; Guardian de las Tierras del Este --, le dije ostentosamente al chico, ya convertido en alguien sensato.

"Mañana tendrá usted lista su armadura y podrá portar su espada. El brillo que volverá a tener su coraza podrá dejar ciego a quien ose mirarla fijamente, y la espada quedará presta para la batalla. Haré un trabajo digno de un caballero como vos", dijo el joven herrero, de manera confiada y seguro de hacer una buena labor, mientras ayudaba a despojarme de mi armazón y el resto de protecciones.

Me marché de la herrería decidido a descansar y disfrutar de la ciudad, pues me quedaba un largo día por delante y aún debía buscar algún lugar para dormir. Budapest se presentaba ante mi como una ciudad bulliciosa, pero una fina lluvia empezaba a embarrar sus calles, además de calar mi vestimenta, lo que acentuaba mi urgencia en encontrar un lugar donde calmar mi sed y llenar mi estómago. Cualquier posada sería propicia para ello, y entré en la que mejor impresión me causó, situada a las faldas de la cara este del castillo del Rey.

La cerveza ayudó a empujar el tosco pan envuelto en panceta curada, y el vino alivió el agrio sabor del arenque. Me coloqué frente al fuego que soportaba el lívido frío de los allí presentes, aunque el vino comenzaba a dar más calor si cabe, y las continuas peleas se estaban apropiando de mi paciencia. Así que antes de tomar asunto en alguna de ellas y verme envuelto en cualquier entuerto que perturbara mi tranquilidad, decidí ir a mis aposentos a descansar, deseando para mi gozo, que mis hombres disfrutaran lo mejor que pudieran de aquella fría y húmeda noche de verano.

El sol acariciaba mi ventana penetrando sin avisar en la habitación, descubriendo ahora la amplitud y suciedad de la misma. Pero aquella dura cama cumplió con su objetivo y me había proporcionado el descanso necesario. Vertí el agua de una jarra en la vieja jofaina que estaba en una esquina del dormitorio, y lavé mi cara y mi torso enérgicamente, así como remojé mi cabello a posta, para espabilar rápidamente en aquella luminosa mañana. Me coloqué dentro de mis vestimentas y me asomé a la ventana para descubrir cómo sería el día que me esperaba, que parecía templado e iba adornado con una suave brisa. Una paz envolvía mi ser, y disfrutaba del escenario que tenía frente mis ojos. 

De repente, cualquier silencio que pudiera estar allí presente, se rompió con un fuerte sonido de trompetas, proveniente del interior de las murallas del castillo que tenía frente a mi. Las calles comenzaron a llenarse de gente alborotada, pero que lejos de estar asustadas o entradas en pánico, parecían eufóricas y excitadas. Quise saber y bajé rápidamente las crujientes escaleras de la planta superior de la posada, y me topé de lleno con el tabernero, quien se estaba vistiendo torpemente, tras dar muestras de haberse quedado dormido frente a la ya apagada lumbre de la chimenea. 

Parecía ajeno a mi presencia, y su preocupación solo era ocupada por la rapidez con la que pudiera abrochar los botones de su sucia camisa. Me situé frente a él, llamando su atención, y tras preguntarle el motivo de aquel alboroto en la calle, causado a la par del sonido de las trompetas, me dijo que era consecuencia de una buena noticia para la ciudad; la Princesa por fin había encontrado a su prometido, quien sería presentado al pueblo aquella misma mañana.

Sin querer obtener más detalles de aquello, aunque sí que me invadía cierta curiosidad, salí dispuesto a recoger mis pertenencias de la herrería, y agotar distraídamente aquella preciosa mañana antes de reunirme nuevamente con mis hombres. Bajé una calle empedrada que penetraba en una de las puertas del castillo, donde también seguía entrando gente sin cesar, para dirigirme al interior del mismo. Dejé de lado el alboroto, y nada más entrar al patio del castillo, me dirigí al local donde estaba la herrería. Pero cuál fue mi sorpresa que al llegar, la encontré cerrada, sin atisbos de nadie por allí cerca. Parecía que todo el mundo estaba ocupado con la noticia de aquella mañana.

Miré a mi alrededor buscando a alguien que pudiera informarme de dónde estaba el joven herrero, pero la atención estaba en el patio principal del castillo. Pero antes de darme la vuelta y dirigirme al lugar que ocupaba el centro de interés de la ciudad, observé que en el local de acceso a la fragua, había colgando de la puerta un letrero de madera, dónde se podía leer escrito a modo de talla, un mensaje que decía;

"Esta ciudad no merece un herrero como yo; menos aún un errante....".



Imagen libre de la red. Cádiz, 5 de agosto de 2016.