viernes, 30 de junio de 2017

Una sonrisa de vuelta

Que la energía positiva de cada cual puede contagiar a un número infinito de personas, no es nada nuevo. Hay quien despierta buen rollo, buena onda, así tal como es, por su forma de ser, su personalidad. Todas esas personas llevan marcada una sonrisa íntegra y pura a la cual caes rendido. Pero la provocan sin esfuerzo, pues es una cosa innata ese poder que tienen de levantarte cuando andas doblado de ánimos. Entonces cuando faltan de tu lado alguna vez, por eso que se les echa tanto de menos; tienen una presencia demasiado potente.

Pero claro, digamos que no es lo normal encontrar ese estado de ánimo en todas las personas con las cuales convivimos. Es obvio que el trato recibido suele estar directamente relacionado con el que se suele ofrecer. Tratar bien a las personas es lo menos que puedes hacer para obtener algo a cambio. Es sencillo, a la vez que correcto, y educado...., y también elegante. Pero sobre todo, es que es muy saludable. Prueba a sonreír, si lo que quieres es una sonrisa de vuelta. No suele fallar.

He escuchado que los japoneses llevan años trabajando la buena educación entre las personas, incluso también, con los animales. Hasta se atreven a realizar multitud de experimentos sorprendentes para demostrar teorías, de lo más sugerentes e imaginativas. Y resulta que uno de los más influyentes en este sentido, un tal Masaru Emoto, que realizó en vida multitud de experimentos y tuvo cientos de ideas para probar que la máxima esa de "acción-reacción", puede aplicarse en situaciones del comportamiento humano. 

Así que este japonés hizo varias pruebas, como una que consistía en exponer agua en recipientes y sometidos a diferentes palabras, dibujos o música y entonces congelarla y examinar la estética de los cristales resultantes mediante fotografías microscópicas. Emoto decía que el pensamiento humano, la música, las palabras...., aplicadas de manera positiva, influyen sobre el agua y hacen que ésta cambie a mejor.

Según él, y dado que el ser humano está compuesto en un 70-80% de agua, debería comportarse igual. Entonces esta teoría, aplicándola a la vida, tendría mucho sentido, pero claro, esto que parece tan sencillo, debería estar apoyado con más argumentos científicos. Así que Masaru Emoto decidió probar con dos envases de cristal con arroz en su interior. En uno de ellos escribiría cosas lindas, poniendo en las etiquetas palabras tales como "amor, paz, gracias...", y en el otro, pues palabras inversas a los significados anteriores; "odio, guerra, idiota...".

Además para completar este experimento, y que fuera más preciso, al bote que lleva cosas positivas, sería bueno hablarle en tono conciliador, de manera agradable y bonita. Al otro en cambio, profiriéndole insultos de todo tipo y de forma despectiva. De esta manera, estos tarros de cristal se comportarán al cabo de un tiempo de manera distinta y cambiarán, como consecuencia de esas acciones sobre ellos; tanto de manera positiva como negativa. Al igual que ocurrirá con el agua, y en el que los cristales del bote "bien tratado" serán bellos y los del bote "mal tratado" serán feos, en estos tarros de arroz, el efecto será parecido, y el primero permanecerá intacto, solo que el segundo en cambió, acabará pudriéndose.

No me ha dado aún por hacer este tipo de pruebas en casa; llenar dos botes con arroz, escribir cosas positivas y negativas sobre ambos, y cuando vuelva a diario del trabajo, centrarme en ellos y ponerme a decir cosas bonitas sobre uno, para al poco, cambiar mi humor, mi tono de voz, y acabar mandando al otro al carajo y más allá. Pienso que quien me viera, diría que mi cabeza no anda muy allá. Así que a veces, muchas veces, y actuando de forma positiva, en que he probado con las personas, incluso con los animales, y sí, he conseguido obtener una sonrisa de vuelta. Está claro, y fuera de experimentos, que está en cada cual obtener de vuelta lo que uno quiera.

"Me han contado que había una perrita, llamada Telma, que llegó por primera vez a un pueblo pequeño y muy lejano. Como aún no tenía amigos, decidió salir a la calle en busca de algunos nuevos, y comenzó a buscar por todos lados. En su curiosidad que descubrió una casita abandonada y consiguió meterse dentro por un agujero que había en la puerta principal.

Una vez ahí, Telma subió por unas viejas escaleras de madera al primer piso y buscando, entró en uno de los cuartos, dónde para su sorpresa, había cien perros que la observaban tan fijamente como ella a todos ellos.

Telma los miró, y como lo que quería era hacer nuevos amigos, comenzó a mover su colita y a levantar sus orejitas y los otros cien perros hicieron lo mismo. Después ella sonrió y ladró alegremente a uno de ellos, el que más cerca estaba, quedándose asombrada al ver como los cien perros le sonreían y y ladraban tan alegremente como ella. Así que Telma salió de allí pensando; "¡Qué lugar tan lindo y agradable!. Cuántos amiguitos tendré aquí. Volveré más a menudo".

Pero al poco tiempo, un perrito como ella, y de nombre desconocido, entró también en aquel lugar y subió las mismas escaleras, así que al encontrar aquel cuarto, se encontró con la misma situación. Pero al contrario que Telma, al ver a los otros perros, se sintió amenazado pues todos lo miraban de forma agresiva.

Empezó a gruñir y ladrar fuertemente y vio como los cien perros hicieron lo mismo, ladrando y amenazando con hacerle daño. Es por lo que salió corriendo despavorido, pensando; "Qué lugar tan horrible. Jamás volveré más a este sitio".

En la fachada de aquel viejo edificio, había un letrero que decía; "La casa de los cien espejos".


Telma. Fuente de Cantos, 30 de junio de 2017. Fotografía de Helena Rocha.
       

viernes, 23 de junio de 2017

La envidia del pavo real

Hace unos días, caminando por los alrededores de un colegio, presencié un pequeño acto con una serie de actividades en las cuales participaban un grupo de chicos y chicas de unos 7-8 años de edad, y de lo que se intuía, era el final del curso escolar. En ese patio, y presididos por un sol de justicia, una de las maestras tuvo que intervenir en lo que parecía un pequeño altercado sin importancia entre dos de los alumnos, (aunque no lo era para uno de ellos), y con una discusión que supongo sería consecuencia de otra acción anterior. La cuestión es que uno de los chicos, se había sentido realmente ofendido por lo que consideraba un insulto por parte de uno de sus compañeros.

La maestra, en un intento de calmar al joven pupilo ofendido, se acercó a él para persuadirlo de que aquello que le había dicho su compañero, no tenía la menor importancia. Era el último día en el colegio y todo era secundario, pues lo que prevalecía en aquel momento, era la celebración del fin de curso y consecuentemente, el inicio del verano y con él, las ansiadas vacaciones. Pero el chico, no solamente estaba ofendido, sino que mostraba una gran irritación, con los puños apretados para sí, y con lágrimas en los ojos, insistió de la importancia de aquello, diciéndole a la maestra; "Es que me ha dicho que antes, jugando con otros compañeros, he hecho trampas. Y eso no es cierto. Lo que ocurre, que es un envidioso. ¡Envidia, es lo que él tiene!", dijo gritando para asegurarse que todo el mundo lo escuchara.

Y yo, que solamente presencié ese momento puntual del conflicto, se me vino a la cabeza si lo que aquel chico recriminaba al otro, eran solo eso, cosas de niños. Pero luego caí en la cuenta de la sociedad en la que vivimos, y en la que que por desgracia, los éxitos de algunos no sirven de ejemplos para otros. Tampoco de incentivos de motivación ni muestras, de que si alguien puede hacerlo, tú también. Lástima que vivimos a veces rodeados de personas que se preocupan del éxito de los demás, para precisamente corromperlo, más que para ensalzarlo. Y si no fuera para esto último, que tampoco tiene por qué ser necesario, lo más coherente y razonable es sentir indiferencia por aquello que otro consigue y no es a costa tuya. Porque está claro que nadie es como otro, ni mejor ni peor. Es otro.

No obstante, la ofensa que recibió aquel niño seguramente no sería menor a la proferida al otro chico, al que llamó "envidioso", porque pensándolo bien, puedes estar diciéndole con aquello que es un resentido, un fracasado, una persona insegura, o aún peor, una persona acomplejada. Y es que en estos casos, siempre he pensado que el problema lo tiene aquel que sufre la envidia, no el que supuestamente la provoca sin intención de ello.

Que bien le hubiera venido a ese niño, aquel chiste en el que un chico como él, volviendo del colegio llegó a su casa llorando y diciéndole a su madre que no aguantaba más, que sus compañeros de clase le decían que era un envidioso. Su madre, indignada, no tardó en calmar a su hijo para decirle que no se preocupara pues ella misma, iría a hablar con esos desgraciados y los mandaría al infierno. Su hijo, instintivamente no tardó en decirle; "No mamá, porque entonces se van a ir ellos y yo no"....

Pero yo siempre me he tomado esto de la envidia como algo un tanto absurdo. Mientras no sea extremadamente grave para el que la sufre y no provoque un daño colateral al otro como consecuencia de ella, digamos que puede ser incluso algo irónico. Pero tengo que reconocer que vivimos en una sociedad que es de pocos aplausos y sí de muchas zancadillas. 

Es como el caso de aquella serpiente que empezó a perseguir incansablemente a una luciérnaga. Al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y le dijo a la serpiente, que antes de morir, necesitaba hacerle tres preguntas para al menos aclarar todo aquello. Preguntó la luciérnaga...

- ¿Pertenezco a tu cadena alimentaria?.

"No", contestó la serpiente.

- ¿Te hice algún mal?, volvió a preguntar. 

"No", respondió de nuevo la serpiente.

- Entonces, dime, ¿por qué quieres acabar conmigo?.

"Porque no soporto verte brillar"....


Por eso que hay que ser siempre auténticos, aunque nuestra luz moleste a otros. La envidia es una profunda rabia producida por el logro de otros: reconocimiento, familia, trabajo, pareja, amigos, seguidores.... Es un sentimiento destructivo de alguien que pretende quitar lo que ha logrado la persona objeto de su envidia. La excelencia y el éxito suele traer envidias. Nadie envidia a un miserable o a un mendigo.

Paseando con Helena no hace demasiado tiempo por los jardines de los Reales Alcázares de Sevilla, incomprensiblemente para mis ojos, que vi un pavo real subido en lo alto de un muro. Con su hermosa cola repleta de colores, bajo los rayos de sol, parecía un abanico de piedras preciosas y zafiros. Y es que el pavo real es una de las aves más bellas del planeta. Pocas se le pueden comparar..., aunque por allí se acercó un pato despistado, y a alguien se le ocurrió decir que también era, a pesar de su sencillez, realmente precioso. Y mira que aquel pavo real, ahí subido, despertaba una belleza inigualable, pero fue escuchar aquello, y entrar en una profunda tristeza. Seguramente sería un pavo real envidioso, que son los que piensan que el mérito de otros rebaja el de ellos. 

Curioso que ponga estos ejemplos, cuando estoy seguro que precisamente los animales no tienen ni la más remota idea de lo que significa la envidia, aunque venga bien usar cuentos que bien podrían aplicarse a los humanos de esta tierra...

"Estando en una de las playas de Brasil en que vi a un hombre vendiendo cangrejos. Llevaba en cada mano un cubo lleno de animales vivos. Uno estaba cubierto solamente con una malla, y el otro, tapado completamente. Así que decidí preguntarle;

- ¿Por qué ha tapado un cubo y el otro no?.

Entonces el vendedor me respondió...

"Porque vendo dos tipos de cangrejos; canadienses y argentinos. El cangrejo de Canadá siempre trata de salir del cubo; cuando lo consigue, los demás hacen una cadena, se apoyan unos a otros y así todos logran salir, por eso he tenido que ponerles una tapa. Los cangrejos argentinos también tratan de escaparse, pero en cambio, cuando uno intenta salir, los de abajo lo agarran y así ninguno escapa...."

¡Yo pensé para mis adentros, que éstos últimos cangrejos podrían ser, perfectamente, españoles!



Reales Alcázares de Sevilla. Fotografía de Helena Rocha. 23 de junio de 2017.




viernes, 16 de junio de 2017

De los malos entendidos

Admiro profundamente a las personas que hablan varios idiomas y además, consiguen hacerlo con gran soltura. Para ellos y sobre todo a la hora de viajar, supone una sensación de confianza y libertad difícil de valorar para otros. Solamente puedes ir sintiendo esas impresiones cuando pierdes el miedo a enfrentarte a otros idiomas, que en definitiva, supone toparte de frente con otra cultura y otras costumbres diferentes a las tuyas. De hecho, mucha gente se resiste a viajar por el hecho que les supone tener que comunicarse en otros idiomas. Realmente puede llegar a ser un obstáculo, pero tampoco tan difícil de salvar, porque al final la gente que quiere comunicarse, lo hace. La gente que quiere entenderte, acabará haciéndolo.

Como buena opción, a mi me gusta siempre que visito un país desconocido y con idiomas poco usuales, memorizar algunas palabras de esa lengua para comunicarme al menos en algún momento puntual con ellos. Hacer alguna pregunta básica, o para solicitar algún tipo de ayuda, resulta algo muy práctico. La primera de ellas que suelo memorizar, y que no tardo mucho en utilizar, es a decir "gracias".

Alguna vez he llegado a convivir durante varios días y en otros países, con personas que no hablaban absolutamente ni una palabra de inglés, italiano, portugués..., por nombrar algunos de los idiomas que pueda considerar comprensibles a mi entender o a mi lengua. La última vez, en Letonia, dormí por varios días en una casa, algo parecido a un Bed & Breakfast, y donde la dueña, que ni tan siquiera hablaba bien el letón, era de Rusia. Una mujer un tanto extraña además de bastante introvertida, y cuya hija pequeña, de apenas unos 10 años, no se despegaba de ella en ningún momento. Teníamos que compartir a veces los espacios comunes de la casa, a veces mesa, y otras, una simple taza de café. Había que entenderse de alguna manera, y el papel y el lápiz, así como cientos de gestos, algunos inverosímiles y que se me iban ocurriendo sobre la marcha, acababan salvándome de una comunicación francamente difícil.

Pero toda aquella situación se hubiera resuelto mucho antes, si su pequeña hija hubiera perdido el miedo desde el primer momento. Pasado unos días, y ya con más decisión, empezó a charlar con algunas frases en inglés, que recién estaba aprendiendo en la escuela, y fue a partir de entonces que con la comunicación verbal se empezó a generar más confianza entre nosotros. Comunicarse con gestos durante todo el tiempo, puede al principio parecer sencillo, incluso en ocasiones divertido, pero más tarde resulta tan agotador, que directamente vas renunciando a hacerlo por la sensación tan extraña que va produciendo en uno mismo. Llega incluso a resultar ridículo, sin contar claro está, la cantidad de mal entendidos que puede generar.

Por coincidencia con esto, al poco tiempo comencé a leer un libro basado en la prehistoria, y dónde los humanos (Neandertales y Homo Sapiens por entonces) precisaban de una comunicación gesticular. Con sus articulaciones, su cabeza, dando saltos o incluso con sonoros gritos, trataban de expresar y transmitir lo que no conseguían aún sus cuerdas vocales. Y parece mentira que después de todo aquello hayamos llegado a construir un mundo donde se hablan alrededor de 7.000 idiomas diferentes.

Aunque también es verdad que fue con el lenguaje verbal, como empezaron a darse los mayores conflictos entre la raza humana. Las mayores diferencias pero sobre todo, los peores malos entendidos. Los idiomas se convirtieron en alianzas para unos, pero en barreras para otros. Se construyen a veces muros de palabras difíciles de atravesar porque en la mayoría de las ocasiones, se utilizan para, precisamente, evitar que los otros entiendan lo que se quiere decir. En cualquier caso, estaría bien que algún día se buscara la forma, no sé cómo, que entendamos mutuamente todo lo que se habla. Aunque ya hay tantas barreras entre nosotros, que no sé si con esto se llegarían a resolver.

Por eso valoro y ensalzo tanto el mérito que tienen quienes hablan varios idiomas y consiguen comunicarse contigo, además en tu propia lengua, y es que al final, te están haciendo el favor a ti. Y ahí debe estar la comprensión del que no se está esforzando en comunicarse, en precisamente saber manejar situaciones que puedan darse erróneas a consecuencia de un mal uso del lenguaje. Porque supone un gran esfuerzo ya de por sí esquivar las dificultades del lenguaje que no dominas, más aún de medir las palabras para evitar una mala acción a consecuencia de un difuso mensaje. Porque no hay peor distancia entre dos personas, que un mal entendido.

Con estas situaciones, entre lo que uno quiere decir y lo que el otro cree entender, siempre me acuerdo de la historia de la caja de galletas. Es esa en la cual...;

"Una chica que esperaba su vuelo y que venía con bastante retraso, decidió esperar el largo tiempo comprando un libro y una caja de galletas. Se sentó en una sala del aeropuerto para descansar y leer plácidamente.

Asiento de por medio, se sentó un hombre de una nacionalidad distinta a la suya, quien también abrió un libro y se dispuso a leer. Entre ellos quedaron las galletas. Cuando ella cogió la primera, el hombre también tomó una. Ella se sintió indignada, pero por miedo a no conocer su idioma y no saber expresarse, no dijo nada, a pesar de la situación tan disparatada. Ella tomaba una galleta, y el señor, acto seguido, y con una amplia sonrisa, cogía otra. Ella seguía sin decir nada, solo pensando para sí; -- ¿cómo puede existir gente tan descarada? --.

Aquello continuó hasta que al fin, en el paquete de galletas, solamente quedaba una. Ella no tardó en pensar de nuevo; -- ¿tendrá la cara dura de tomar incluso la última? --.

Y efectivamente fue lo que hizo el señor quien, con una sonrisa, cogió la galleta, la partió en dos, y le dio la mitad a ella.

Pero aquello sería la gota que colmó el vaso pues la chica cerró su libro, cogió sus cosas, y se marchó de allí soltando los peores descalificativos que pudieron salir de su boca. El señor en cambio, contrariado, y como consecuencia de no entender su idioma, debió pensar que su gesto de partir la galleta a la mitad no debió gustarle demasiado, tal vez por pensar que pretendía alguna otra cosa, pero sin embargo, no dijo absolutamente nada.

Cuando ella se sentó en el interior del avión, miró dentro del bolso, y para su sorpresa, ahí estaba su paquete de galletas.

Ya era tarde para disculparse por ese malentendido, pero no lo era para aprender que en la vida, a veces, las cosas no son exactamente como pensamos...." 



Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 16 de junio de 2017.







viernes, 9 de junio de 2017

Palabra de madre

Hace un par de días cumplía años mi madre; el día 7 de junio, fecha apuntada en mi calendario sentimental. A mi madre siempre le ha gustado disfrutar de su cumpleaños, y sin necesidad de hacer celebraciones de grandes alardes, siempre ha disfrutado rodeada de la familia. Esta vez, sin saber por qué, en esa celebración mis reflexiones iban en la dirección de los recuerdos, sobre todo del hecho de pensar, que cuando alguien a quien amamos va cumpliendo años, y vemos, por consiguiente, que van avanzando en su vejez, uno siente que va creciendo con ellos. Cierto que nuestra relación ha madurado, y es algo que se percibe en el trato diario, pero siempre se ha mantenido en la firmeza de ser una relación basada en el respeto, en el amor y en la protección.

Y aunque pueda ser la misma protección que cuando era un niño, uno escarba en lo vivido y no tarda en irse a aquella época en la cual mi madre ponía en ello su forma particular de trasladarme sus consejos y advertencias. Y mira cómo es la vida y todas sus circunstancias, que no deja de resultar curioso, que ahora soy yo el que trato de protegerla con mis consejos, que más que eso, van disfrazado de preocupaciones; "Mamá eso no deberías comerlo"; "Mamá debes salir a caminar todos los días"; "No me explico para qué quieres el teléfono"..., y otras muchas sugerencias, que no dejan de ser gestos de inseguridad y preocupación hacia la persona que amamos.

Pero el día de su cumpleaños, mientras disfrutaba de su compañía, dejé que mi mente volara al pasado y ahí que se me vinieron bonitas expresiones que he recibido de mi madre y que siempre provocan en mi una sonrisa. Además, diría que cualquiera las hemos escuchado alguna vez por parte de ellas, incluso con las mismas palabras o el mismo tono. Y se me vino al recuerdo, que en la biblioteca de la antigua facultad donde estudié, en la Escuela de Ingenierías de Badajoz, a alguien le dio por iniciar de manera graciosa un recordatorio de todas las frases que echaba de menos de su madre, y escribiendo sobre una de las mesas, empezó una secuencia de cosas irónicas que aprendíamos de nuestras madres. Quien allí se sentaba, participaba escribiendo alguna de las expresiones que recibía en casa.

Lástima que por aquel entonces no tuviéramos el alcance tecnológico de ahora para haber sacado una foto y compartirla, (más tarde encontraríamos cosas de este tipo en la red), pero la mayoría son muy comunes, y quiero recordar algunas como éstas...:

Mi madre se preocupó por mi formación religiosa:

"Reza para que esa mancha salga de tu camisa".

Mi madre me enseñó a mantenerme siempre firme:

"Como te dé un tortazo te voy a poner más derecho que una vela".

Mi madre me enseñó lo que era la ironía:

"Tú sigue llorando y verás cómo te doy una razón para que llores de verdad".

Mi madre me enseñó a razonar:

"Porque yo lo digo, por eso...y punto".

Mi madre me enseñó a tener fuerza de voluntad:

"De ahí no te mueves hasta que no te lo comas todo".

Mi madre me enseñó a ser ahorrativo:

"Guárdate las lágrimas para cuando yo me muera".

Mi madre sufría más que yo en cualquier circunstancia:

"Me va a doler más a mi que a ti".

Mi madre me enseñó ventriloquia:

"Cállate y dime: ¿Por qué lo hiciste?".

Mi madre me enseñó la lógica:

"¿Qué hay de comer?  - ¡Comida!".

Mi madre me enseñó a ser desconfiado:

"Entra que no te voy a hacer nada".

Mi madre me enseñó a ser comedido al hablar:

"Te he dicho un millón de veces que no seas exagerado".

Mi madre me enseñó a ser contorsionista:

"Mira que sucio tienes los pies....y el cuello".

Mi madre se preocupó por mi educación desde lo más básico:

"¿Que parte de "no" no entiendes?".

Mi madre me enseñó economía:

"¿Pero quién te crees que soy? ¿El banco de España?".

Mi madre me enseñó a distinguir las frutas:

"Ni pero ni pera".

Mi madre me enseñó la jerarquía:

"Que yo sepa no soy tu criada".

Mi madre me enseñó a descifrar el lenguaje encriptado:

"No me, no me... que te, que te...".

Y aunque había muchas más, curiosamente con el paso del tiempo, todas ellas nos enseñaron a ser quienes hoy somos y nos ayudaron a apreciar y entender, lo que significa ser madre.


Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 9 de junio de 2017.




viernes, 2 de junio de 2017

Son cosas de niños

Bajo una calurosa noche de verano me encontraba cenando en uno de los pequeños barrios pesqueros de Setubal. La gente sofocaba su sed con las cervezas y vinos portugueses que caían y refrescaban, al menos, momentáneamente sus gargantas. Pero unos niños, que compartían mesa y cena con sus padres, agobiados por el calor, pero aún más, por el tedio que supone guardar la compostura de manera permanente en las noches de verano, en uno de sus juegos, tiraron parte de las bebidas que se encontraban encima de la mesa. Ahí que rompieron la paz que en aquellos momentos, no solo tenían sus padres, sino el resto de comensales de aquella terraza. El padre, quiso reaccionar furioso, pero la madre trató de calmar la escena, diciéndole de manera compasiva; "Son cosas de niños".

En mi atención instantánea hacia ellos, y contemplando todo desde el inicio, agradecí interiormente que aquello no hubiera ido a más. A todo el mundo le gusta disfrutar de una cena en calma, relajarte en una buena conversación sin que nadie la interrumpa, o mejor aún, queriendo encontrar y sobre todo en vacaciones, cuantos más momentos de paz, mucho mejor. Pero observando en la misma línea de mi mirada hacia esa familia, pude leer escrito en la pared lo siguiente; "Procurando a formula mágica da paz".

"¡Qué frase tan curiosa!", me dije, pues ojalá alguien pudiera encontrar la fórmula para la paz. Y viendo allí a esos niños, que por cierto, mostraron posteriormente una excelente educación y un ejemplar comportamiento durante el resto de la noche, pensé que, si alguien está buscando la fórmula que asegure la paz en el mundo, debería encontrarla cuanto antes. Visto lo visto, y sobre todo, los personajes que están entrando en la escena política últimamente, y que además, se están haciendo con el poder mundial, no son precisamente buenos ejemplos para ello. No sé el tipo de educación que recibieron el americano Trump, el venezolano Maduro, o el último y más polémico si cabe, el coreano Kim Jong-Un, pero están muy lejos de querer encontrar esa fórmula.

Sin lugar a dudas, todo lo bueno que pueda ocurrir para nuestro mundo en los próximos transcendentales 50 años, estará en manos de nuestros niños y niñas. La tremenda responsabilidad que van a tener, aún ni saben, le es totalmente ajena, así que quizás deberá ser algo que nosotros tengamos que transmitirles cuanto antes, y sobre todo, confiar en que la acepten. También llegará un momento en que tengamos que darle a la educación el poder que merece, el respeto que necesita, pero sobre todo, la importancia que requiere. Porque en definitiva, todo lo próximo que nos ocurra, es posible, que esté en manos de la generación que viene, y seguramente, todas las cosas buenas y las menos buenas que repercutan en nosotros en los próximos años, acaben siendo, cosas de niños.... Ojalá sea así, porque por lo que a mi respecta, poca fe tengo en los "mayores"....


"Cuentan que un científico llevaba viviendo durante varios años preocupado por la paz en el mundo y por los problemas que ocasionaba la ausencia de ésta en él, pero estaba decidido a encontrar la fórmula para resolverlo.

Pasaba los días en su pequeño taller, escribiendo soluciones y buscando respuestas para sus dudas.

Cierto día, tuvo que quedarse al cuidado de su hijo de siete años mientras trataba de poner todo su énfasis en el trabajo. El científico, nervioso por la necesidad de atención que requería su hijo, le pedía insistentemente al niño que fuera a jugar a otro lado. Viendo que era imposible sacarlo de allí, el padre pensó en algo que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención.

De repente se encontró con una revista, en donde había un mapa del mundo; justo lo que necesitaba en ese momento. Con unas tijeras recortó el mapa en multitud de pedazos y, junto con un rollo de cinta, se lo entregó a su hijo:

-- Como sé que te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares aquí, sin ayuda de nadie, y así me dejes que yo continúe con mi trabajo. --

Como calculó que al pequeño aquello le costaría mucho trabajo de resolver, y si llegaba a conseguirlo, le llevaría varias jornadas con sus días y sus noches, quedó tranquilo y continuó con su trabajo; buscar la fórmula mágica de la paz. Pero no fue así, porque al cabo de unas pocas horas, escuchó a su hijo decirle;

"Papá, ya lo hice todo. Conseguí terminarlo."

Al principio, como es natural, el padre no conseguía creerlo. Miró de reojo, y veía torpemente la cinta colocada, pero prestando más atención, vio que el mundo, dentro de aquel mapa, estaba perfectamente en orden. Todas las piezas habían encajado a la perfección. No podía creer que un niño de aquella edad hubiese conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes.

¿Cómo era posible aquello? ¿Cómo un niño tan pequeño, había conseguido "arreglar" el mundo de aquella manera, más aún siendo la primera vez que lo veía?. Así que quiso saber, y le preguntó.

-- Hijo, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo lo lograste?

"Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado esta la figura de un hombre. Así que di vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía cómo era.

Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta a la hoja y descubrí que ya había conseguido arreglar al mundo...."



Setubal, Agosto de 2016. Fotografía de Jesús Apa.