viernes, 27 de diciembre de 2019

Los Renglones Torcidos de Dios

Estar en un hospital pocas veces suele ser agradable, a no ser que se trate de visitar o asistir al nacimiento de algún bebé. Así me encontraba este pasado Lunes, aunque no por este último caso. Si ya resulta desolador y triste estar en un hospital, más aún suele serlo en plena Navidad. Tal vez porque todo se magnifica y el estado anímico apropiado por las fechas debería ser otro. Pero la realidad va más allá de luces y canciones navideñas.

El hospital ya de por sí tenía un ambiente frío, no había nada en sus dependencias y estancias que recordara que afuera, era el preludio de la Navidad. A la hora fijada para las visitas de los familiares de los enfermos, entendí el por qué no había nada que celebrar por allí. La planta cuarta de aquel enorme hospital, parecía que estaba destinada a enfermos con graves problemas de salud, principalmente psicomotrices. Miraras por dónde lo hicieras, el ambiente era de una tristeza absoluta.

Así que a la hora de las visitas, decidí salir a los pasillos para dar un paseo. Fue frente a un gran ventanal, en el hall principal de aquella planta, dónde pude ver a un chico en una silla de ruedas, con la mirada totalmente fija y perdida al exterior. Al principio pensé que estaba solo, pero la persona que lo acompañaba, (más tarde descubrí que era su hermana), se levantaba, se iba, volvía a su lado, y así de manera intermitente, tratando de prestarle atención entre una llamada y otra de teléfono. A cada sonido del teléfono, salía de su lado, como si no quisiera que su hermano escuchara las conversaciones. 

Yo me encontraba sentado a cierta distancia del chico, y era detrás mía dónde podía escuchar tímidamente como todas las llamadas de teléfono que recibía su hermana, eran para preguntar por él, que parecía ajeno a todo aquello. Los allí presentes, aunque aparentemente cada cuál estábamos a lo nuestro, contemplábamos afligidos aquella escena. 

A través del ventanal, miraba de manera cohibida el reflejo del chico, y no pude más que pensar las cosas que podrían pasarle por su cabeza; "¿Por qué a mí?  ¿Qué he hecho para recibir tal castigo? ¿Acaso alguien merece estar así?"

Al menos, ese era mi parecer sobre lo que éste chico tendría en su cabeza, claro que, de los allí presentes, los más creyentes, más en esta época de Navidad, incluso podrían pensar que el chico, a pesar del estado en que estaba, tendría otros pensamientos más positivos. Habría incluso los que pudieran pensar, que en esa mirada perdida, intentaba encontrarse con Dios. Digo yo, que estarían pensando en algo parecido a este cuento o parábola;


"El ermitaño, en oración, oyó claramente la voz de Dios. Le invitaba a acudir a un encuentro especial con Él. La cita era para el atardecer del día siguiente, en la cima de una montaña lejana. Temprano se puso de camino; necesitaba toda la jornada para llegar al monte y escalarlo. Ante todo, quería llegar puntual a la importante entrevista.

Atravesando un valle, se encontró a varios campesinos ocupados en intentar controlar y apagar un incendio declarado en el bosque cercano, que amenazaba las cosechas y hasta las propias casas de los habitantes. Reclamaron su ayuda porque todos los brazos eran pocos. Sintió la angustia de la situación y el no poder detenerse a ayudarles. No debía llegar tarde a la cita y, menos aún, faltar a ella. Así que con una oración para que el Señor les socorriera, apresuró el paso, ya que había que dar un rodeo a causa del fuego.

Tras ardua ascensión, llegó a la cima de la montaña, jadeante por la fatiga y la emoción. El sol comenzaba su ocaso; llegaba puntual, por lo que dio gracias al cielo en su corazón. Anhelante esperó, mirando en todas las direcciones. El Señor no aparecía por ninguna parte. Por fin descubrió, visible sobre una roca, algo escrito. Leyó: “Dispénsame, estoy ocupado ayudando a los que sofocan el incendio”.

Entonces comprendió dónde debía encontrarse con Dios."

Yo en cambio, sigo dejando de creer en nada cuando veo precisamente estas cosas. Cuando veo a gente que, aparentemente tienen o tenían una vida normal y no han hecho mal a nadie, me pregunto cómo es posible que tengan que recibir algún castigo de este tipo. Si Dios puede presentarse ante nosotros de manera divina y perfecta, no entiendo por qué se empeña en escribir algunas historias con renglones torcidos... 


Cabeza la Vaca, 27 de diciembre de 2019. Fotografía de Jesús Apa.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Feliz y Alegre Navidad

He escuchado por ahí, que todo el mundo anda en busca de la felicidad. En cambio pienso, de que como hay que estar, es alegre, pues lo otro ya llegará. Y es que son dos cosas muy distintas; alegría y felicidad. Cierto que ambas se llevan bien, solo que, puedes plantearte si eres feliz con tu vida o no, pero nunca te plantearás si estás alegre. Lo sientes y lo sabes, y ya está.

Lo que llamamos “felicidad” es un concepto mucho más complejo e individual. Cada cual es feliz a su manera. Se trata de un estado del alma que requiere ser pensado y ahí reside el problema, pues en el momento en que te preguntas si eres feliz, ya estás perdiendo la magia que iluminaba tu vida. Además, la felicidad significa algo diferente en cada cultura.

La alegría es, sin dudas, una de las emociones básicas del ser humano. Todos la llevamos de serie, aunque a veces la tengamos dormida. La alegría nos hace sentir bien y nos da, además, una información muy valiosa de lo que es placentero para nosotros.

Las cosas que nos producen alegría son aquellas que nos conectan con la vida y con otras personas. Podemos hacer un inventario de ellas, de las cosas que nos despiertan la emoción de la alegría, y seguro que coinciden en su plenitud con el listado de otra mucha gente que las siente de la misma manera. Es célebre la que hizo el poeta Bertolt Brecht:

"La primera mirada por la ventana al despertarse,
el viejo libro vuelto a encontrar,
rostros entusiasmados,
nieve, el cambio de las estaciones,
el periódico,
el perro,
la dialéctica,
ducharse, nadar,
música antigua,
zapatos cómodos,
comprender,
música nueva,
escribir, plantar,
viajar,
cantar,
ser amable".

Las personas que han perdido la alegría dirán que no saben verla en ninguna parte. A mí, a veces, muy a veces, me gusta ver este pequeño vídeo y que quiero compartir aquí, dónde la alegría, puede reencontrarse en todas estas formas:




Fuente de Cantos, 20 de diciembre de 2019. Fotografía de Jesús Apa.




viernes, 13 de diciembre de 2019

El vuelo

Hace un par de semanas vinieron a verme dos socios de una empresa, padre e hijo, para presentarme un nuevo sistema de grabación de video en 360 grados. Un sistema novedoso que, al contrario del 3d, este se basa en una cámara de última generación, que graba a la altura de la cara y, con seis lentes, hace que lo que graban tres de ellas simulan al ojo izquierdo y las otras tres, al derecho. Esto hace que puedas ver tal y como si tuvieras unos ojos camaleónicos. Unas gafas especiales hacen que vivas el momento con una realidad brutal.

Esas gafas, hacen que lo que ves a través de ellas provoquen en ti unas sensaciones impresionantes, difíciles de describir si no las pruebas en primera persona. Pero lo más increíble de todo, lo dejaron para el final. Me dijo uno de ellos; "¿Quieres volar? Te pondré un vídeo con el cual sentirás esa sensación, como si fueras un superhéroe..."

Lo que vino después, cuando me coloqué las gafas, los mandos en ambas manos y acotamos el espacio en el que echaría a volar, es algo indescriptible. Una sensación de que todo aquello era real, muy muy difícil de explicar con palabras. Cierto que al principio te cuesta alzar el vuelo, y más por la timidez de las dos personas que presenciaban el simulacro que por el propio miedo...

Así que varias noches atrás sentí que flotaba, me elevaba y no caía, no tuve miedo, sí en cambio un poco de desconcierto. Agité los brazos, me sentí ridículo y esperé que nadie me estuviera observando, por pudor. Aproveche la situación para desplazarme flotando bien despacio por la casa. Tomé confianza, salí por la ventana del patio y me elevé definitivamente. Sentí el viento escurrir por el cuerpo, tuve la sensación de tener plumas y de poder dominar el vuelo. 

Me elevaba y me dejaba caer en picada, entre las casas vecinas, rozándolas a propósito, esquivándolas. La llovizna de este diciembre me humedecía la cara, no sentí frío a pesar de no llevar un equipo adecuado, pero me sentí acorazado. El techo cercano de nubes bajas, refractaba las luces urbanas. En uno de los planeos más atrevidos entré en medio de la dehesa, esquivando las encinas, casi tocando los cerdos, las vacas, las ovejas... y así llegué a un enorme bosque de pinos, quizás demasiado oscuro para tan poca experiencia, y no me animé a sobrevolarlo pero sentí que podía, si quería, podía. 

Volví al pueblo, ya entrada la madrugada, a sabiendas que nadie iba a ver mi vuelo, contemplando aún las luces de los televisores de algunas casas a través de las ventanas; siempre hay algún noctámbulo. Pude ver las personas hipnotizadas por el resplandor. No puedo recordar hasta que hora estuve así, en medio de la inclemencia del sueño.

Así que llevo varias noches intentando volver a tomar el vuelo, y no es nada fácil, lo reconozco. Aunque me he dado cuenta que, para volar, más que alas, lo que necesitas es sentir intensamente todo aquello con lo que sueñas... y que siempre puedes, si quieres,  siempre vas a poder... 

Creo que tarde o temprano, volveré a alzar el vuelo.


Fuente de Cantos, 13 de diciembre de 2019. Imagen libre en la red.

   


viernes, 6 de diciembre de 2019

Ser blandos

Un día, después de una larga y dura jornada de trabajo, todos fueron al bar a tomar su merecido premio-;

"Cerveza para todos", gritó uno de los más jóvenes.

-- No, disculpa, yo no tomaré cerveza. Para mí una botella de agua, por favor. --

Todos miraron sorprendidos a aquel tipo que, aunque llevaba poco tiempo en la empresa, ya le habían tomado cierto cariño. Pero finalizar aquel duro trabajo, parecía que mereciese mayor premio que una simple botella de agua. Antes que le preguntaran, fue él quien se adelantó a ellos:

-- Realmente no bebo nada de alcohol. Lo dejé hace exactamente 21 años --

Todos quedaron un poco extrañados, más si cabe porque al recordar exactamente la fecha, podría decirse que en el pasado debió tener algún problema serio por el alcohol.

"Tal vez sería meternos donde no nos llaman, pero, ¿hay algún motivo de peso por el que dejaste el alcohol?", preguntó uno de sus compañeros.

El tipo quedó al principio un poco pensativo, diría que avergonzado, pero más tarde no dudó en explicarles el motivo;

-- Realmente podría decir que lo que cambió por completo aquello, y sin lugar a dudas, mi vida, es que fui blando. Y recordaré por siempre aquella noche...

Mi mujer y yo teníamos por costumbre salir a cenar todos los viernes con la familia. Ella trabajaba en casa pues, cuidar de cinco hijos es una tarea compleja, así que el viernes, montábamos en el coche a todos los niños y nos íbamos a nuestro restaurante favorito. Esa noche, cuando el camarero vino a pedirnos la bebida, le pedí que trajera para mí dos cervezas en lugar de una. El bar estaba lleno y, a veces tengo que esperar demasiado tiempo cuando ya he acabado la primera. De esta forma quedaba servido por más tiempo. 

Mi sorpresa fue cuando el camarero me dijo que en ese momento no podía servir alcohol en el restaurante. La pasada noche vendieron por error una cerveza a un menor de edad y la sanción les prohibía por el momento disponer de alcohol para todos sus clientes.

Indignado con la situación, podéis imaginaros. Me levanté, insté a mi mujer a hacer lo mismo, coloqué de nuevo a mis cinco hijos en sus asientos dentro del coche y marchamos a otro restaurante. Saciado con la cena, más aún con mi alcohol, nos fuimos a casa y rehuí de comentar con mi esposa aquella lamentable episodio.

De repente, a las 4 de la madrugada, desperté avergonzado por tal hecho. Había protagonizado una acción lamentable, más aún por haberlo hecho delante de mi familia. Con lágrimas que no podía controlar e impedir que salieran de mis ojos, y dejando atrás mi ego, le dije a mi mujer que cambiaría. Es desde entonces que decidí experimentar en mi vida un gran cambio, que seguro necesitaba, y ese episodio me ayudó a hacerlo...--"

Todos atendían la explicación de su nuevo compañero, aunque era evidente que no acababan muy bien de entender todo aquello. Fue de nuevo el más joven quién preguntó;

"No entiendo muy bien entonces a qué te refieres en que tu vida, cambió por el hecho de ser blando. ¿Acaso crees que eres blando por haber llorado por vergüenza y mostrarte así delante de tu esposa?"

-- No, no me refiero a eso amigo. Así que permíteme que te lo explique con un cuento ...--


"Cuentan que el discípulo fue a visitar al maestro en el lecho de muerte.

- Déjame en herencia un poco de tu sabiduría -, le pidió.

El sabio abrió la boca y pidió al discípulo que se la mirara por dentro.

-- ¿Tengo lengua? --

- ¡Seguro! -, respondió el discípulo.

-- ¿Y los dientes, tengo aún dientes? --

- No. -, replicó el discípulo. - No veo los dientes. -

-- ¿Y sabes por qué la lengua dura más que los dientes? Porque es blanda, flexible. Los dientes, en cambio, se caen antes porque son duros e inflexibles. Así que acabas de aprender lo único que vale la pena aprender... --"


Fuente de Cantos, 6 de diciembre de 2019. Imagen libre en la red.





    




viernes, 29 de noviembre de 2019

Microrrelato; El mayordomo infiel

El mayordomo tiene celos de la vida de sus jefes. Pero esos ardores, han dado paso a un gran odio. Escupe en el café que van a tomar los señores, pasa la lengua por los cubiertos de plata con los que sirve el almuerzo de los domingos, olvida intencionadamente parte de la lista de la compra, amontona desperdicios debajo de la alfombra, o extravía adrede algunas cartas. 

Otro colega mayordomo le ha hablado del cianuro. Es letal, casi instantáneo. Llegará el día en que por fin se decida y lo eche en el coñac que sirve después de esas largas comidas de los señores.

Pero para eso, igual ya no es tan valiente. No sea que hayan visto todos esos pequeños actos pueriles, y le pidan compartir con ellos, esa carísima botella de coñac que él mismo bebe a escondidas...


Fuente de Cantos, 29 de noviembre de 2019. Imagen libre en la red.

viernes, 22 de noviembre de 2019

La estatua de la Gran Place

Sentado en el suelo de aquella Gran Plaza, en sus irregulares piedras, admirando la elegancia de los monumentos que me rodeaban, me entretenía con el "ir y venir" de la gente; "¡Cuántas vidas en tan solo una plaza!" --, pensaba para adentro mi interior.

Y por allí, veía pasar todas esas vidas, como si la mía no existiera. Ese padre que mostraba un gesto cariñoso con su hijo, aquel que tenía prisas, el que leía un libro y se distraía continuamente, o el que no hacía nada, como un servidor.

Yo me fijé en ese, en el que tenía la mirada perdida y no le importaba que el tiempo pasara. No hacía nada y claro, aquello me hizo pensar que igual esa pérdida de tiempo no estaba del todo bien, así que me puse a hacer algo.

Sentado en aquel monumental enorme espacio, y con la certera conclusión de que tenía que sacar provecho del momento, se me vino a la cabeza lo único que podía hacer por entonces, que era pensar en la arquitectura de aquella Gran Plaza. Creo que podría ser buen tema.

"Voy a imaginar que, ante mí, se encuentran los mejores edificios del mundo, y les voy a poner nombres que se me vengan a la cabeza, y en diferentes idiomas. Así cualquiera de esos edificios, serán únicos para mí".

La gente aburrida imagina estupideces, pero también es cierto que la creatividad nace de estos absurdos momentos.

"Aquel de la esquina es Le Font, este otro La Merveille, a ese lo llamaré Der Butler, ese pequeño, La Piccola Finestra..., y todos están en esta recién bautizada por mí, La Gran Place. Los mejores, cómo no, están orientados al sur..."

Volví a despistarme, con el pasar de la gente. Y todas esas personas pasaban como vidas sin alma, o al menos, eso creía yo. Cuando uno piensa cosas sin sentido, se siente superior.

Por eso que, cuando tomé conciencia de la situación, cuando realmente me vi a mí mismo en aquel aburrimiento fuera de cordura, sentí que los edificios eran quienes me contemplaban. Y de tanto ver pasar a unos, y a otros..., no me di cuenta que quien pasa por nosotros, y nos arrolla con suavidad, es el tiempo... Y así quedamos a veces, cuando no aprovechamos bien el tiempo, como estatuas solitarias.


Fuente de Cantos, 22 de noviembre de 2019. Imagen libre en la red. 




viernes, 15 de noviembre de 2019

El pasillo

De nuevo aquel largo pasillo. Ya no sabe si aquello será bueno o malo, pero allí se le presenta otra vez, como una angustia sin sentido. Camina ansioso hacia la inmensidad de su longitud, también de su estrechez, dejando atrás no sabe qué cosas, de si las pierde o si en cambio, encontrará otras mejores más adelante.

El caso es que se ve metido en la misma historia de otras veces, y no quiere volver a repetir errores del pasado. Y resulta que no consigue ni recordar esas equivocaciones, solo sabe que debe continuar. También sabe que, como en otras ocasiones, no habrá ventanas, ni puertas, ni salidas de emergencia. 

Ahora el corredor y él, doblan a la izquierda. Continua caminando a un ritmo frenético. Encuentra más de lo mismo, siente las mismas sensaciones, así que trata de esforzarse para que algo cambie. Y da resultado, pues esta vez, en uno de esos giros, la alfombra presenta otro color, un gris más oscuro. Quizás ayuda que las pocas luces que se abren a su camino son un poco más anaranjadas. Parecidas al color de los atardeceres.

Dobla nuevamente a la izquierda y presiente que, el final del pasillo está por llegar, quizás eso hace que camine aún más rápido, con mucha más ansiedad, si cabe. De repente, le parece escuchar una música triste y la cual le resulta familiar. La canción se llama "On The Nature Of Daylight". Casualmente la música consigue calmarlo un poco, pero no disminuye su ritmo de pasos así que no tarda en doblar nuevamente a la izquierda. Al fondo, y por fin, consigue ver una puerta por la cual pasa una tibia luz.

Llega hasta ella, con su mano toca el frío pomo y lo gira. Al abrirla, se encuentra a un señor mayor sentado cómodamente en un sillón de piel y leyendo un periódico.

"Disculpe señor..., creo que me he perdido".

Se quedó mirándolo largo rato, esperando una respuesta que no llegaba. El viejo no desvió su vista, pero al fin le habló;

-- Hijo, los sueños no son para perderse, sino para todo lo contrario. Piensa que siempre traen algún mensaje, e incluso ahí, en los sueños, has de seguir tu instinto y dejarte llevar. Pero para ello, debes caminar sin prisas, porque siempre, en algún momento, encontrarás la puerta correcta... -- 


Fuente de Cantos, 15 de noviembre de 2019. Imagen libre en la red





viernes, 8 de noviembre de 2019

El miedo sabe volar

Desde hace unos días hay pequeños cuervos que anidan en mis ojos. Negros, agresivos, que gritan y nublan mi día. Sus alas consiguen raspar mi cara, sus picos son dañinos y llegan a picotear mi alma. Con un poco de esfuerzo, incluso logro olerlos, huelen muy mal y me da pánico porque cada día vienen más. Traen consigo el miedo, el terror, la incertidumbre. Mis ojos, totalmente ocupados por su oscuridad, no logran encontrar ni un pequeño haz de luz. 

Ni tan siquiera consigo ver este papel, pero ya el miedo va más allá. No me calma ni la música de Bach, ni el refugio del hogar, ni el fuego de mi chimenea. Los cuervos lo invaden todo y me pregunto; ¿qué hago para sacarlos de aquí? ¿Qué hago para expulsar a estos cuervos?. Pero, ¿cómo se asusta al miedo?

Me centro, me calmo, trato de pensar debidamente en estas situaciones bajo presión. ¿Qué asusta al miedo? ¿Qué asustaría a los cuervos? Porque realmente son unos pájaros que impresionan. Entonces, ¿es posible que esa sea la solución? Que el miedo no me impresione, porque es ahí cuando te vence, justo en el momento que dejas de controlarlo. No sentirme impresionado y superado debería ayudar.

¡Vaya...! Voy abriendo poco a poco los ojos. Quedan restos de oscuridad (serán algunos cuervos) pero siento su revoloteo, sus alas se mueven como abandonando sus tétricos nidos. Ya no les tengo miedo, ya no me impresionan tanto. Creo que se van porque están perdiendo el interés en mí. 

Ahora consigo ver la luz al completo, pero no me olvido del miedo, porque aunque ya es pasado, sabe volar y siempre buscará encontrarme de nuevo en el futuro, por eso sé que volverá y tendré que estar preparado. Lo más curioso de todo es que, ahora que ha pasado, ha dejado cosas buenas en mí, sobre todo, he aprendido a valorar la hermosa claridad que hay cuando todo está bien...

"El valiente no es quién no siente miedo, sino aquel que lo conquista". Nelson Mandela.


Fuente de Cantos, 8 de noviembre de 2019. Imagen libre en la red.

   

viernes, 1 de noviembre de 2019

Sin aliento

Como todas las mañanas, Sergio esperaba el autobús que lo llevara al colegio. Aquella era una mañana de invierno, fría y lluviosa, pero aún así, a medida que el bus se iba acercando a su parada, un calor sofocante recorría todo su cuerpo. Y es que últimamente su tranquilidad se veía alterada por una chica; Laura. "¿Aquello sería, eso que dicen amor?" --, pensaba el chico para él.

Al subir al autobús, a lo lejos pudo verla, sentada sola en el penúltimo asiento. Sergio pensaba que era totalmente invisible para ella, pero se conformaba con sentarse detrás de aquella guapa chica, en el último asiento, porque días atrás se había dado cuenta que podía observarla a través del reflejo de cristal. Pero fue entonces, que también percibió que, con la oscuridad del día y la lluvia de afuera, ella también podía verlo a él a través de ese reflejo.

Ambos miraban por el cristal de la ventana con la vista perdida, aunque era evidente que, con la fuerte lluvia, apenas si percibían con claridad lo que en la calle ocurría. Fue ella quien, con su aliento, llenó de vaho un pequeño espacio en el cristal. Con su dedo, escribió una palabra; 

"Hola"

Sergio al ver aquello, quedó paralizado. ¿Iba esa palabra dirigida a él? No quiso reaccionar de manera alguna, no fuera a equivocarse.

De nuevo Laura, borrando con su mano previamente la palabra anterior, echó otra vez su aliento al cristal y acto seguido, escribió;

"Sergio..., ¿verdad?"

Mientras, le lanzó una sonrisa que él percibió perfectamente en el reflejo.

Tenía que vencer su timidez, tenía ahí, delante suya y en ese preciso momento, la oportunidad que había siempre esperado, así que decidió actuar. Echó su aliento sobre el cristal tal y cómo ella había hecho, y escribió;

-- Hola. Y tú Laura. --

Ahora ambos sonreían y se veían en sendos reflejos.

"5º A", escribió ella.

-- Lo sé. 5º C. --, escribió él.

"Azul"

-- Azul --

"Luna"

-- Luna --

"Ballet"

-- Fútbol --

Ahí ella quedó un poco pensativa, pero no tardó en borrar su última palabra, volver a echar su aliento y seguir escribiendo sus gustos;

"Playa"

-- Playa --, de nuevo ambos se miraron y sonrieron.

Así estuvieron durante todo el trayecto. Justo al llegar a la puerta del colegio, y mientras todos los niños iban bajando, ambos quedaron quietos en sus asientos, como esperando a quedarse solos. Laura, antes de levantarse, volvió a llenar de vaho el cristal con su aliento. Esta vez, no hubo ninguna palabra, en cambio dibujó un hermoso corazón.

Quedó un momento quieta, esperando a que Sergio escribiera algo, pero éste, se había quedado sin aliento...


Cabeza la Vaca, 1 de noviembre de 2019. Imagen libre en la red.




viernes, 25 de octubre de 2019

El cuento de un hombre ejemplar

Que hay personas con doble moral, no es nada nuevo. Está más que asumido que en determinados momentos de la vida, vamos a encontrarnos con gente que nos van a sorprender, que van a dejar en nosotros, de alguna forma, una huella que nos quedará grabada en función de la intensidad de esa relación. Pero esto será en ambos lados, tanto para bien, como para lo contrario.

La parte positiva es que, y bien cierto es, que a veces aparecen personas en tu vida que, aún teniendo las expectativas muy bajas sobre ellos por la aportación que podrían hacer a tu vida, acabas recibiendo un aprendizaje en valores, principios y formas de vivir, que jamás esperarías por su parte. Estos suelen ser, por lo habitual, gente de bien, sencilla, humilde, gente corriente. Suelen haber tenido una educación simple y lineal, pero precisamente eso ha hecho que no hayan sido alterados sus principales sentimientos morales.

Pero claro, luego está la otra parte. Personas que, en apariencia, te los presentan como ejemplares. Gente de las que tienes que aprender, sí o sí, porque sus buenos valores vienen en el "pack". Y claro, ahí es dónde te llevas las sorpresas. Que no es oro todo lo que reluce, y que hay que conocer bien a las personas para realmente tener una opinión verdadera sobre ellas. Pero siempre, en ambos sentidos. Aquel que parece ejemplar..., no todas las veces suele serlo.

Y como no, hay un cuento que he leído y que viene bastante bien al tema en cuestión...

"Cuentan que querían saber cuál era el hombre más virtuoso de un país. Y un día, los encargados del concurso recibieron esta carta. Decía así: 

-- Soy un hombre que hace quince años no entro en una cantina. Desde hace quince años no voy a un baile (aunque me dan muchas ganas), no he pisado un teatro en este largo tiempo, por más que deseo mucho ir al cine y a este tipo de sitios. Y en estos tres lustros nunca me he emborrachado --.

Los jueces del concurso iban a colocar el nombre de este señor entre los ganadores del premio -- Mejor hombre de la nación --, 

Pero ahí que tropezaron luego con una nota al pie de la carta, que decía: 

“Dentro de cinco años saldré de la cárcel”.



Fuente de Cantos, 25 de octubre de 2019. Imagen libre en la red.

viernes, 18 de octubre de 2019

La Reunión

La reunión era a las 10 de la mañana en punto. Eran 5 personas que venían a presentar un proyecto aparentemente novedoso. Todo lo que sean este tipo de iniciativas, siempre conviene escuchar, pues nunca se sabe dónde puede surgir una buena idea. Los 5 tipos vestían de manera elegante y mostraban buen aspecto, o al menos eso me comunicó mi secretaria a través de una llamada interna;

"Están sentados en la sala de espera. Cuando usted me diga, los hago pasar. Definitivamente han venido los cinco señores que solicitaron la reunión", me dijo mi secretaría 10 minutos antes de la hora fijada.

Abrí la puerta para recibirlos, y el primer tipo que entraba fue a darme la mano, pero yo, sin saber por qué, se la negué e incluso lo miré de forma despectiva. En cambio, al resto de asistentes, según iban entrando los iba saludando de manera cordial, e incluso a alguno, hasta efusivamente, a pesar de que a todos ellos era la primera vez que los veía. Los invité a tomar asiento y yo ocupé el sitio central en la mesa.

La reunión transcurría con total normalidad, sin ningún contra tiempo, a excepción de la cara del señor al que le negué el saludo. No dijo ni una sola palabra, a pesar de que percibí que sus socios esperaban que participase activamente. Cabizbajo y avergonzado, dejó que el tiempo pasara mientras yo intuía que al finalizar la reunión, me diría algo.

El caso es que al finalizar la exposición del citado proyecto, les di la enhorabuena por la fabulosa idea que allí me presentaban y los emplacé a un próximo encuentro. Volví a saludar y despedirme de todos los presentes a la vez que los acompañaba a la puerta de salida del despacho, mientras el tipo éste, esperaba en último lugar a que llegara su turno de despedida. Cuando esto ocurrió, y todos los demás ya habían salido, se dirigió a mí y me dijo;

-- Lo siento mucho, doy por hecho que te habrás enterado, bien porque has debido verme, o mismamente alguien te lo ha dicho, y supongo que por eso me has negado el saludo. Pido disculpas por comportarme a veces de esa manera... --

Yo, no tenía ni idea de lo que me hablaba. Quizás el que tenía que pedirle disculpas era yo, por ese acto que, aunque es cierto que fue involuntario e impulsivo, había sido muy desagradable y grosero hacia él. Pero volví a hacerlo, a ser impulsivo, o a dejarme llevar, pues le dije;

"Efectivamente, me he enterado y es lamentable tu comportamiento, y te pido que no vuelvas a hacerlo nunca más".

Se puso totalmente pálido, avergonzado y sudando de manera descontrolada. Cuando consiguió sacar alguna palabra de su boca, me dijo;

-- Te prometo que así será y no volveré a hacerlo --

De nuevo, en un comportamiento inusual e impulsivo por mi parte, le di un abrazo como jamás se lo he dado a nadie, incluso creo recordar que le besé en la frente, y tras darle un pequeño cachete en su cara, como otro gesto cariñoso, le deseé buen viaje de vuelta... 

Al día siguiente, quizás ya con la cabeza fría y un poco arrepentido de lo ocurrido, llegué a la oficina y me dirigí hacia mi secretaria para solicitarle el número de teléfono de este señor y llamarlo para pedirle disculpas por mi raro comportamiento;

"Necesito que me des el teléfono o el contacto de uno de los tipos que ayer vinieron a la reunión. El que era más pequeño de los cinco y llevaba un traje beige..."

Mi secretaria, me miró extrañada, contrariada...

-- No sé de qué me habla. Ayer usted no vino a trabajar, di por hecho que seguías con fiebre... -- 



Fuente de Cantos, 18 de octubre de 2019. Imagen libre en la red.



  


viernes, 11 de octubre de 2019

Cae la tarde

El señor mayor, un anciano que rebasaba ya los 80 años de edad, no había día en el que, al atardecer, bajara a la playa con su esposa. Llevaban juntos toda una vida, prácticamente desde su infancia, y podría decirse que ninguno había vivido nada sin el otro. Así, en un día como el de hoy, llegaban a la vera del mar, se sentaban en su banco preferido, y dejaban que el tiempo pasase por ellos hasta el final del día...

"Amor mío..., ¿te he dicho alguna vez, que el atardecer es como un pájaro que, después de volar durante todo el día, regresa a su nido mientras va cerrando sus alas lentamente? Lo que ocurre es que yo soy de la opinión de que la tarde, no regresa, ni acaba, ni baja..., ya sabes que a mí me gusta decir que la tarde "cae". Me gusta decirlo así, a pesar de que seamos nosotros los que giremos alrededor del sol. 

Es hasta romántico, ¿verdad mi amor? Es como si alguien me preguntara, qué es lo que más me gusta hacer diariamente, o cuál es mi mejor momento del día... Pues diría algo así; -- Mi mejor momento del día, sin lugar a dudas, es acompañar a mi amor a la playa y allí, juntos ver cómo cae la tarde... --

¿Pero sabes otra cosa? Que el atardecer, en parte, tiene un poco de melancolía. Hay en todo esto un poco de tristeza. Porque si me pongo a pensar, el atardecer me recuerda lo rápido que pasa el tiempo, me avisa de que, hoy sí, pero tal vez, mañana no. Me pone triste pensar que algún día puedas olvidarte de mi, pero me angustia aún más pensar que eso me ocurra a mí, y algún día dejes de existir para este viejo miedoso...

Eran normal en el anciano esos cambios de ánimo, pero justo en el momento que era consciente de ello, procuraba activar nuevamente su optimismo y así hacérselo ver a su esposa...

"... y volviendo al hilo de lo que te decía antes, recuerdo como si fuera ayer esa tarde en que fuimos a cenar a aquel acantilado, y era una atardecer parecido a este, donde la brisa movía tu hermoso cabello, el color anaranjado del sol, mientras la tarde caía lentamente, iluminaba tu cara compitiendo en belleza con cualquiera de las cosas más hermosas de este mundo. Fue entonces, sin yo esperarlo, que me preguntaste si algún día me pedirías que te casaras conmigo y que ibas a hacerme la mujer más feliz del mundo..., y fue cuando te dije que es el hombre quién tiene que pedirlo..."

Ahí fue que la anciana se giró como para interrumpir a su esposo, que como de costumbre, no paraba de hablar en voz alta. Pero solamente lo miró, y no le dijo nada. Él agarró su mano, y asintió con la cabeza, contento con ese simple gesto, como esperanzado que algún día, su mujer, volviera a tener recuerdos. Hasta entonces, él trataba de hablar para su querida esposa, como si precisamente fueran los recuerdos de ella, los que salieran de su propia boca. 

"A uno le gusta saber que la otra persona lo recuerda...", -- pensaba él para sí.

"Amor mío,..., ¿te he hablado alguna vez de ese día en que...? 


Marbella, 11 de octubre de 2019. Fotografía de Jesús Apa.





viernes, 4 de octubre de 2019

El Cuento del Coco

La madre de Claudia es una gran dibujante. A mano alzada, y en cuestión de pocos minutos, puede dibujar y caricaturizar cualquier cosa o imagen que se le pase por su cabeza. Aprovechando este arte, todas las noches le cuenta a Claudia un cuento para que ésta se duerma, mientras que con un lápiz, dibuja en un cuaderno alguno de los personajes de estos cuentos e historias.

Así, en este cuaderno que tanto adora su hija, ya tiene dibujado decenas de personajes. A Claudia le gusta mirarlo de vez en cuando y a veces interactúa con ellos como si todos ellos fueran parte de su amigos; Caperucita Roja, Blancanieves y los Siete Enanitos, Cenicienta, los Tres Cerditos..., todos los personajes que su madre ha dibujado y sobre los que ha escuchado cientos de aventuras a través de su mamá antes de irse a dormir.

A Claudia le encanta cuando su madre trae un nuevo personaje, y no solo por el hecho de imaginarse cómo quedará dibujado en el cuaderno cuando el cuento llega a su fin, sino por cómo su madre lo interpreta. Porque mientras le cuenta la historia y va dibujando, también pone los sonidos, las voces de los diálogos, los gestos, las formas..., sin duda, su madre es una virtuosa en todos los sentidos.

Pero en esta ocasión, Claudia va a actuar de manera distinta a como está acostumbrada, ya que es siempre su madre quien decide qué personaje será el protagonista del cuento esa noche. Esta vez, será ella la que le pida a su madre que le hable de un nuevo intérprete de la historia, alguien de quien le han hablado esa misma mañana en el colegio. Así, cuando llega su madre a la habitación, con el cuaderno y el lápiz preparados, dispuesta a una nueva historia, y Claudia ya aguarda metida en la cama, con la luz tenue de la lámpara de su mesita encendida, ésta se adelanta a su madre para decirle;

"Hoy quiero que me hables de un personaje nuevo y el cual no tenemos en nuestro cuaderno. He escuchado hablar de él en el colegio, y estoy segura que sabes alguna historia y que además, podrás dibujarlo para que yo pueda imaginar cómo es. ¡Quiero que me cuentas un cuento sobre El Coco!"  

La madre de Claudia quedó paralizada, no sabía por dónde salir. Se sentó como de costumbre frente a la pequeña, y quedó por un tiempo en silencio. Tras poner su cabeza a pensar largo rato, abrió su cuaderno pero su mano estaba totalmente paralizada. ¿Cómo le hablaba a su hija de aquel personaje sin que se asustara? Aunque no podía mentirle, no podía contarle otra cosa que no fuera la realidad, como ella se imaginaba al personaje que le pedía su pequeña... 

-- Hija mía... No estoy segura si puedo dibujar al Coco porque nunca lo he visto, sólo lo he sentido en la oscuridad más densa. Oculto bajo su manto me acecha y, a veces, me ataca. No sé qué tamaño tendrá. Cuando lo siento sobre mí lo imagino enorme, de dos o tres veces mi estatura, pero otras veces he pensado que es muy, muy pequeño, como un insecto, porque se puede meter en cualquier lado. Se puede meter en mí. Supongo que puede tomar la forma que más le convenga, según sus siniestros deseos.

Tampoco sé qué forma o color tendrán sus ojos, ni cuántos son, pero sé que tiene al menos uno porque he sentido su malvada mirada sobre mí, pesada como un yugo. Y sé que tiene garras, porque me han rasgado la piel, y una cola fría y escamosa que algunas noches enreda alrededor de mí como si quisiera acariciarme, pero en lugar de eso me aprisiona, me oprime y me sofoca.

Y también sé que tiene dientes afilados porque a veces, mientras me atormenta, me muerde el cuello o un hombro y así me mantiene quieta. Cuando me muerde me deja sentir su lengua, dura como un aguijón, y su aliento putrefacto. Y su voz no se escucha, se piensa. Su voz es mi voz, seca y áspera, que recita un río constante de horrores en mi cabeza, sin detenerse jamás, hasta volverme loca... --

Casi sin haberse dado cuenta, actuó contando todo aquello como de costumbre, dejándose llevar por su creatividad y pintando sobre la marcha, una imagen lo más parecida a la descripción que le daba a su hija, tal y como hacía con todos sus personajes. 

Al contrario que otras veces, su naturalidad e impulso se vio invadida por un curso de lágrimas que cubrieron su rostro, las cuales trató de disimular limpiándose rápidamente con el revés de su mano y, mientras lo hacía, no se percató que su hija ya se había asomado al cuaderno para ver lo que había dibujado.

Antes de que pudiera reaccionar, Claudia se incorporó de la cama para abrazar a su madre, mientras le susurraba al oído;

"No te preocupes mamá, que ese Coco que tú y yo conocemos, no volverá jamás a esta casa..."



Fuente de Cantos, a 4 de octubre de 2019. Imagen libre en la red.


viernes, 27 de septiembre de 2019

Mirar hacia adentro

¿Cuántos años se necesitan para aprender todo aquello que te lleve a ser feliz? ¿A qué edad se supone que se alcanza la madurez, o al menos, la espiritual? Me atrevería a decir, que lo que pensaba que era bueno para mí, digamos, hace una década, lo sigue siendo ahora. Otra cosa es que haya podido llevarlo a la práctica. Y creo que ahí está el error, porque lo que uno ve como lo mejor para él en el horizonte, en el futuro, y que además es algo intuitivo, pero lo ve de forma bien clara, eso es. Precisamente, ahí debe llegar, y pocas veces suele ser un espejismo. 

Uno de los principales problemas es fijarse en cómo están los demás, qué hacen para estar bien, (o aparentarlo), y pensar que todo el mundo hace las cosas bien y que son felices con ellas. Nos enfocamos en mirar a nuestro alrededor, al exterior, cuando el ejercicio debería ser al contrario, es decir, de fuera para adentro, y aprender ahí, en nuestro interior. Ese, precisamente ese, es el lugar más seguro para acertar, y si no, lo será siempre para corregir errores.

Nada mejor que explicar todo esto, con un pequeño cuento. En esta ocasión, uno indio, que me encantan...

«Cuentan que era un joven que había decidido seguir la vía de la evolución interior. Acudió a un maestro y le preguntó:

— Maestro, ¿qué instrucción debo seguir para hallar la verdad, para alcanzar la más alta sabiduría?

El maestro le dijo:

" He aquí, jovencito, todo lo que yo puedo decirte: todo es el Ser, la Conciencia Pura. De la misma manera que el agua se convierte en hielo, el Ser adopta todas las formas del universo. No hay nada excepto el Ser.

Tú eres el Ser. Reconoce que eres el Ser y habrás alcanzado la verdad, la más alta sabiduría."

El aspirante no se sintió satisfecho. Dijo:

—¿Eso es todo? ¿No puedes decirme algo más?  

"Tal es toda mi enseñanza" — aseveró el maestro —. "No puedo brindarte otra instrucción."

El joven se sentía muy decepcionado, pues esperaba que el maestro le hubiese facilitado una instrucción secreta y algunas técnicas muy especiales, incluso un misterioso mantra. Pero como realmente era un buscador genuino, aunque todavía muy ignorante, se dirigió a otro maestro y le pidió instrucción mística. Este segundo maestro dijo:

"No dudaré en proporcionártela, pero antes debes servirme durante doce años. Tendrás que trabajar muy duramente en mi comunidad espiritual. Por cierto, hay un trabajo ahora disponible. Se trata de recoger estiércol de búfalo."

Durante doce años, el joven trabajó en tan ingrata tarea. Por fin llegó el día en que se había cumplido el tiempo establecido por el maestro.

Habían pasado doce años; doce años recogiendo estiércol de búfalo. Se dirigió al maestro y le dijo:

—Maestro, ya no soy tan joven como era. El tiempo ha transcurrido. Han pasado una docena de años. Por favor, entrégame ahora la instrucción.

El maestro sonrió. Parsimoniosa y amorosamente, colocó una de sus manos sobre el hombro del paciente discípulo, que despedía un rancio olor a estiércol. Declaró:

"Toma buena nota. Mi enseñanza es que todo es el Ser. Es el Ser el que se manifiesta en todas las formas del universo. Tú eres el Ser."

Espiritualmente maduro, al punto el discípulo comprendió la enseñanza y obtuvo iluminación. Pero cuando pasaron unos momentos y reaccionó, dijo:

—Me desconcierta, maestro, que tú me hayas dado la misma enseñanza que otro maestro que conocí hace doce años. ¿Por qué habrá sido?

—Simplemente, porque la verdad no cambia en doce años, tu actitud ante ella, sí.

Cuando estás espiritualmente preparado, hasta contemplar una hoja que se desprende del árbol puede abrirte a la verdad. »


Cabeza la Vaca, 27 de septiembre de 2019. Imagen libre en la red.

viernes, 20 de septiembre de 2019

La Soberbia

La situación política que a día de hoy tenemos en España, además de ser triste y vergonzosa, no deja de ser un fiel reflejo de lo que es la sociedad actual (y me niego a formar parte de ella). Los buenos valores que se están perdiendo son innumerables, todos ellos en favor de egos, soberbia y una falta de humildad brutal en todos los ámbitos. Pero es que los representantes políticos son los nuevos (y a la vez rancios) dioses, con todos estos defectos, pero con el atenuante de que subidos en el trono, su egoísmo se eleva a la enésima potencia.

Cierto que la humildad es difícil de verla; eso de pedir disculpas, aceptar los errores o tratar de enmendarlos abiertamente, solo está al alcance de unos pocos, y lo más triste es que nunca formará parte de las nuevas modas, esas que sacan todos los días, menos aún en el mundo en que nos estamos convirtiendo. 

Lo más curioso de todo, es que esa soberbia nunca es aceptada por quien la lleva, ¡faltaría más!, iría en contra del significado de dicho término. También implica una visión de la realidad, por parte de estos individuos, totalmente contraria a la del ser humano de a pie, y el problema es que, hacer que vuelvan para atrás, solo sería posible si se les diera una lección como Dios manda... Aunque aún así, tendría mis dudas que se pudiera acabar con tanta soberbia y prepotencia.  


"Cuentan que un día el viejo león se despertó y conforme se desperezaba, se dijo que no recordaba haberse sentido tan bien en su vida.

El león se sentía tan lleno de vida, tan saludable y fuerte, que pensó que no habría en el mundo nada que lo pudiese vencer. Con este sentimiento de grandeza, se encaminó hacia la selva, allí se encontró con una víbora a la que paró para preguntarle.

-- Dime, víbora, ¿quién es el rey de la selva? --, le preguntó el león.

"Tú, por supuesto", -- le respondió la víbora, alejándose del león a toda marcha.

El siguiente animal que se encontró fue un cocodrilo, que estaba adormecido cerca de una charca.

El león se acercó y le preguntó Cocodrilo, -- dime ¿quién es el rey de la selva? --.

"¿Por qué me lo preguntas?" --, le dijo el cocodrilo, -- si sabes que eres tú el rey de la selva. 

Así continuó toda la mañana, a cuanto animal le preguntaba todos le respondían que el rey de la selva era él.

Pero, hete ahí que de pronto, le salió al paso un elefante.

-- Dime elefante, le preguntó el león ensoberbecido -- ¿sabes quién es el rey de la selva? --

Por toda respuesta, el elefante enroscó al león con su trompa levantándolo cuál si fuera una pelota, lo tiraba al aire y lo volvía a recoger... hasta que lo arrojó al suelo poniendo sobre el magullado y dolorido león, su inmensa pata.

"Muy bien, basta ya, lo entiendo", -- atinó a farfullar el dolorido león, -- pero no hay necesidad de que te enfurezcas tanto, porque no sepas la respuesta."


Marbella, 20 de septiembre de 2019. Imagen libre en la red.