viernes, 26 de octubre de 2018

Antes del ruido

Vivimos en un mundo en el que predomina el ruido muy por encima del silencio, y lo peor de todo es que nos estamos acostumbrando a ello. Pero no solo se trata de ese ruido generado por determinadas situaciones del entorno, me refiero al ruido que es producido por las palabras. La gente constantemente quiere opinar, discutir, debatir y que su voz sobresalga cómo quiera que sea, sin importarle siquiera el contenido de lo que dicen, sino que necesitan alzar su voz por encima de los demás.

Esta reflexión me llega tras tener que estar varios días sin poder hablar mucho, guardando reposo y silencio. Cuando creemos que los mensajes solo pueden recibirse a través de las palabras de los demás, no nos damos cuenta de la cantidad de cosas que podemos percibir a través del silencio de alguien. También del silencio de uno mismo. Hay una gran sabiduría en el silencio interno, y quien la practica son conocidos como Taoístas. 

El concepto del Tao abarca muchas disciplinas, pero una de las principales es el hecho de guardar silencio, con todo lo que ello implica. Y gran parte de esa actitud consiste en ser discreto y preservar tu vida íntima. No dándote mucha importancia y siendo humilde con tus actos. Y todo eso, aunque parezca mentira, se obtiene del silencio y del mensaje interior que éste produce en ti.

Por eso que resulta tan difícil seguir esta disciplina del Tao, precisamente porque va en contrasentido de lo que tenemos en la sociedad. El hecho de quedarse callado está asociado a la ignorancia, a no saber de lo que se está hablando. Saber guardar silencio, a veces es fruto, precisamente, de una gran sabiduría. Es por eso que el Tao habla de cosas así...:

"Si no tienes nada bueno, verdadero y útil que decir, es mejor quedarse callado y no decir nada. Aprende a ser como un espejo: escucha y refleja la energía.

Si realmente hay algo que no sabes o no tienes la respuesta a la pregunta que te han hecho, acéptalo. El hecho de no saber es muy incómodo para el ego porque le gusta saber todo, siempre tener razón y siempre dar su opinión muy personal.

Haz regularmente un ayuno de la palabra para volver a educar el ego, que tiene la mala costumbre de hablar todo el tiempo. Practica el arte de no hablar por lo menos algunas horas en el día según lo permita tu organización personal.

Progresivamente desarrollarás el arte de hablar sin hablar y tu verdadera naturaleza interna reemplazará tu personalidad artificial". 

Quédate en silencio cada vez que puedas. Cultiva tu propio poder interno. 

Parece que de esto sabían mucho los indios, los cuales nunca entendieron la manera de actuar del "hombre blanco", como ellos nos decían;

"Nosotros los indios sabemos del silencio. No le tenemos miedo. De hecho, para nosotros es más poderoso que las palabras.

Nuestros ancianos fueron educados en las maneras del silencio, y ellos nos transmitieron ese conocimiento a nosotros. Observa, escucha, y luego actúa, nos decían. Ésa es la manera de vivir.

Observa a los animales para ver cómo cuidan a sus crías. Observa a los ancianos para ver cómo se comportan. Observa al hombre blanco para ver qué quiere. Siempre observa primero, con corazón y mente quietos, y entonces aprenderás. Cuando hayas observado lo suficiente, entonces podrás actuar.

Con ustedes es lo contrario. Ustedes aprenden hablando. Premian a los niños que hablan más en la escuela. En sus fiestas todos tratan de hablar. En el trabajo siempre están teniendo reuniones en las que todos interrumpen a todos, y todos hablan cinco, diez o cien veces. Y le llaman "resolver un problema". Cuando están en una habitación y hay silencio, se ponen nerviosos. Tienen que llenar el espacio con sonidos. Así que hablan impulsivamente, incluso antes de saber lo que van a decir.

A la gente blanca le gusta discutir. Ni siquiera permiten que el otro termine una frase. Siempre interrumpen. Para los indios esto es muy irrespetuoso e incluso muy estúpido. Si tú comienzas a hablar, yo no voy a interrumpirte. Te escucharé. Quizás deje de escucharte si no me gusta lo que estás diciendo. Pero no voy a interrumpirte. Cuando termines, tomaré mi decisión sobre lo que dijiste, pero no te diré si no estoy de acuerdo, a menos que sea importante. De lo contrario, simplemente me quedaré callado y me alejaré. Me has dicho lo que necesito saber. No hay nada más que decir. Pero eso no es suficiente para la mayoría de la gente blanca.

La gente debería pensar en sus palabras como si fuesen semillas. Deberían plantarlas, y luego permitirles crecer en silencio. Nuestros ancianos nos enseñaron que la tierra siempre nos está hablando, pero que debemos guardar silencio para escucharla".

Existen muchas voces, además de nuestras voces.

A veces, la palabra más poderosa, sale de la actitud más silenciosa...


Fuente de Cantos, 26 de octubre de 2018. Fotografía libre en la red.





  

viernes, 19 de octubre de 2018

La vida en un viaje

"Eduardo y Nati..., Nati y Eduardo". Hay personas que llegan a tu vida a través de otras.  Ellos, los padres de Gema, mi cuñada, llegaron a mi familia con la relación de ésta con mi hermano Pablo. Y ahí quedaron, para siempre, como integrantes más de nuestra propia casa, como una parte más de nuestras vidas. Gran suerte la nuestra de contar con dos personas como ellos. Los recuerdo siempre juntos, allá dónde iban. Dando lecciones (sin ellos saberlo), sencillamente por ser cómo eran, al natural. Porque solo con pasar un rato a su lado, podías ver el enorme amor que se profesaban.

"Qué pena que el amor verdadero entre dos personas se acabe el día en que uno de ellos muere" --, podría pensar cualquiera. No, no es así, eso no es cierto. Cuando eso ocurre, y uno se va antes que el otro, el amor se reconvierte, en otras formas, en otro estado, con otras circunstancias..., pero en todas ellas, sigue siendo amor.

Después de toda una vida juntos, tras una larga enfermedad, Nati dejaba a Eduardo sólo en su camino por la vida. Esta vez, el viaje, o lo que quedaba de él, tendría que hacerlo sin ella. No en soledad, porque siempre iba a tener a su familia, pero sí tendría que seguir sin la que había sido por tantos años el amor de su vida. No creo que nadie esté preparado para este tipo de cosas.

Supongo que eso debió pensar Eduardo....; "no es justo que uno tenga que marcharse antes que el otro". 

Al principio su luz se apagó, pero mostraba firmeza ante los suyos. Sus momentos de fragilidad, los reservaría para su queridísima esposa, pues día tras día, iba a visitarla al cementerio. Todas sus reflexiones las expondría frente a ella, y de ahí sacaría suficientes conclusiones para llevar su pérdida lo mejor posible. Pero, ¿cuántas reflexiones puede uno sacar cuando pierde a quien ama?.


Existe un libro que se llama "Al sur de la razón", en el que su autor, Juan José Benítez nos habla del país de la intuición al que se ha mudado. En él trata de 101 reflexiones abominables para la razón, de 101 razones para desaprender.

La reflexión número 30, titulada "Alguien debería empezar", nos habla de la necesidad de que nos enseñen a morir. Dice algo así;

"Cuando lo menciono, los del "norte" se burlan. Probablemente no entienden o no quieren entender. Para mí, la conclusión es aterradora: no conozco una sola universidad de la Muerte. Jamás fui educado para morir. Me he dado cuenta ahora, al mudarme al sur de la razón.

Antes, cuando vivía en el país de la ortodoxia, la muerte no contaba. Era siempre la protagonista de las vidas ajenas. Aparecía a lo lejos y hacía llorar a los otros. Ahora, de pronto, parece haberse fijado en mí y se empeña en jugar a las cuatro esquinas con mi corto entendimiento. Me mira a los ojos pero no habla. Entra y se lleva a quienes considera oportuno.

No sé si es justo. Lo que tengo claro es que nadie me advirtió. Nadie me ha enseñado a morir y, lo que es peor, a ver cómo mueren los demás.

Alguien tendrá que hacer algo. Alguien debería empezar por el jardín de la infancia. Alguien no está cumpliendo con la obligación de enseñarnos que la muerte es lo único seguro"

Eduardo estaba muy bien de salud, y era un hombre que se cuidaba mucho. Solamente fue hace poco tiempo que supo que tenía una enfermedad congénita en el corazón. Una pequeña vena obstruida y que, si fallaba, llegaría sin avisar provocando su muerte de manera instantánea. Pero eso no era seguro que ocurriera, pues le podía haber pasado con 15 años, con 30, con 50 o cualquier otra edad y no ocurrió nunca. 

La última vez que vi a Eduardo fue hace poco tiempo, mientras venía del cementerio, como cada día, de visitar y conversar con Nati. Con su vestir elegante, su sombrero y bastón, caminaba firmemente hacia el pueblo. Así me lo imaginaba cuando el domingo pasado me informaron de la fatídica noticia. En esa visita, justo al llegar a la tumba de Nati, dejó su sombrero en la lápida, apoyó su bastón y acto seguido, su corazón dijo basta. Le podía haber pasado a los 15 años, con 60, pero decidió esperar, para hacerlo 20 meses después de irse Nati. Fue junto a ella, justo en ese preciso instante. Ni un minuto antes. Y estoy seguro que ocurrió en el momento que ambos decidieron. 

Como una premonición o algo fruto de la casualidad, el sábado pasado escuchaba por enésima vez un texto de un gran escritor como es Eduardo Galeano, que dice así:

"Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien.

Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos.

Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje..."

Gema llegó corriendo al cementerio ante la tardanza de su padre. Se temía lo peor, y así fue. Lo encontró en el suelo, a los pies de la lápida de su madre, y lo abrazó desconsolada. Ya no podría hacer nada más por él, solamente ser testigo de su último "aleteo". Era el final de su viaje, el último momento de Eduardo, pero solo en esta vida. Ahora le tocaba empezar otro camino junto a su amada esposa.

Pero, ¿por qué su corazón decidió esperar 20 meses, y no más, y tampoco menos, desde de la pérdida de Nati? Pues estoy seguro que Eduardo, en ese tiempo, tenía que enseñarnos algunas cosas más. Entre ellas, que hay muchas formas de viajar por la vida... Disfrutando del viaje, siendo un honesto trabajador, siendo buenas personas..., enseñando, amando, cuidando de los que te quieren.... 

Con todo esto, solo puedo decir, que si la vida es un viaje, Eduardo y Nati..., Nati y Eduardo, viajaron siempre en primera clase...

D.E.P

En homenaje a dos magníficas personas.





Cabeza la Vaca, 19 de octubre de 2018. Imagen libre en la red.


viernes, 12 de octubre de 2018

Justo a tiempo

Ayer tomé café con un amigo, de esos con los que en su día compartí muy buenos momentos cuando vivimos juntos mientras estudiábamos. Coincidimos en la mesa de un bar no más de media hora, suficiente para corroborar que, además de recordar esas aventuras que vivimos juntos, seguimos compartiendo buenos principios. Nada fácil hoy en día, porque ya sabemos que uno cambia, pero es importante que no lo hagan tus valores, tus principios, esos con los que fuiste educados y que realmente llegas a conocer cuáles son cuando, llegada la edad adulta, te das cuenta que los aplicas en tu disciplina diaria.

En esa estábamos charlando, mirándonos a la cara, y conversando sobre si aquellos deseos que teníamos antaño, hoy en día los hemos llevado a cabo y podemos decir que no ha sido demasiado tarde. -- Solemos llegar a darnos cuenta muy tarde de muchas cosas, sobre todo las relacionadas con la calidad humana--, me decía. El hilo de la conversación salió a colación, como en muchas otras ocasiones, sobre la felicidad, y que ésta, cuando llega, nunca es tarde para disfrutarla, aunque siempre puede llegar antes si actúas conforme a tus principios. Estuve meditando largo tiempo sobre sus palabras...

Y es cierto que casi siempre es tarde cuando el deseo se convierte sólo en un vago pensamiento. Cuando ya no tienes tiempo de viajar a ese sitio con el que siempre soñaste, o cuando has gastado media vida compartiendo tu tiempo con quien no te merecía. 

Casi siempre es tarde cuando te observas a ti mismo y ves la cantidad de vacíos que hay en tu interior, imposibles ya de rellenar. Y lo cierto es que para poder completar esos huecos no siempre necesitas que se den circunstancias especiales. Precisas solo regalarte un tiempo, a veces a solas. Viajar, en estos casos, ayuda mucho. Un tiempo para rescatar tu esencia, sanar antiguas heridas si fuera preciso, reconstruir tu felicidad; un tiempo para reunir el valor necesario, para tomar tus propias decisiones, pensando solo en ti, no por egoísmo, ni soberbia, sino por la simple convicción de llevar las riendas de tu vida.

Casi siempre es tarde cuando descubres al fin tu estilo, porque decidiste anteriormente copiar repetidamente el de los demás. Necesitarás un tiempo, claro, para convencer a tu mente de que no hay nadie en el mundo que pueda hacerte más feliz que tú mismo. Que eres único. Hay que darse prisa para eso, porque a veces llegar tarde, no solo es una cuestión de impuntualidad.

Sin embargo es difícil llegar tarde cuando uno consigue vivir como si no tuviera nada que perder, como si cada día fuera el último. Besar como si cada beso fuera el último, gozar como si cada gozo fuera el último. La última noche de amor. La última copa de vino. El último paseo por las calles. El último café. Las últimas palabras... Quizás la felicidad completa está solo a un pensamiento de ti, sobre todo, pensando que no siempre uno puede alcanzar de manera fácil algo con tanto valor. A veces hay que sufrir para ello.

Casi siempre es tarde cuando nos damos cuenta, que si fuéramos siempre felices, seríamos incapaces de entender los matices del alma humana. No podríamos tener empatía con quien sufre. El sufrimiento es un aprendizaje para la vida, al igual que el dolor o lo tristeza. Eso no quiere decir que debamos quedarnos demasiado tiempo ahí. Solo el tiempo justo para entenderlo, y además, llegar justo a tiempo para saberlo.

La tristeza es solo el reverso de la alegría y tiene una función esencial: informarnos que algo va mal. Sin ese contraste, viviríamos en una apatía parecida a la muerte. Es necesaria para que podamos celebrar la dicha de vivir. Detrás de toda esa melancolía que a veces atrapa a las personas, siempre surge gente bella.

Decía Elisabeth Kubler...: "Las personas más bellas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, conocido el sufrimiento, conocido la lucha, conocido la pérdida y han encontrado su forma de salir de las profundidades. Estas personas tienen una apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, humildad y una profunda inquietud amorosa. La gente bella no surge de la nada".

Y yo pienso de esta misma manera. Gente que he conocido sufridora, con graves problemas, que han estado en una batalla continua con la vida, al final han conseguido darle más valor a ésta. Han sabido quererse detrás de todo ese dolor, de toda esa tristeza. Han sabido valorarse, respetarse más si cabe. Y es que así, uno consigue quererse de verdad.

Casi siempre es tarde cuando comprendes que era a ti a quien deberías quererte. Y sin embargo, siempre que lo haces, ese amor llega justo a tiempo...


Cabeza la Vaca, 12 de octubre de 2018. Imagen libre en la red

viernes, 5 de octubre de 2018

El árbol, el viejo y el sabio

Bajo aquel árbol vasto y frondoso descansaba una sombra, amplia y sólida, la cual momentáneamente estaba siendo ocupada por un individuo con apariencia chabacana. Día tras día el soez hombre quedaba apoyado en forma de "ele" sobre el tronco, incomodando seguramente la tranquilidad de ese árbol. Unas botas desgastadas, unos pantalones anchos, tal vez rotos, tal vez deshilachados, o ambas cosas, y que daban continuación a una camisa de cuadros a medio abrir por la falta de varios de sus botones.

La barba cana y desorganizada adivinaba tras de sí, una cara llena de arrugas. Un sombrero de paja encajado en su cabeza, tapaba el resto de su rostro. El movimiento lento de sus manos solo era usado para sacar una fina espiga de heno de su boca, a modo de calada. Su gandulería parecía pasar inadvertida por cualquier viandante, excepto para un niño que, caminando por allí, quizás en su aburrido paseo diario, decidió llamar la atención de aquel extraño y hierático personaje.

"¿Tal vez espera usted a alguien? Lo veo aquí a diario", - preguntó el pequeño.

El señor alzó un poco su mirada levantando apenas unos centímetros su cuello para que sus oscuros ojos vieran quien hablaba a escasos metros de su acomodada posición. Solo así el niño adivinó que aquel bohemio era un tipo más viejo de lo que pensaba, no ya por su avanzada edad, que también, sino sobre todo por la haraganería que provocaba en todo su ser.

El pequeño, manejaba una piedra con sus traviesas botas, de las cuales salían unos calcetines negros que tapaban casi hasta la rodilla aquellas enclenques piernas. Dentro de los bolsillos de su pantalón corto, guardaba sus inquietas manos. Su cabeza gacha delataba intranquilidad, mientras seguía jugueteando con sus pies en las piedras que por allí encontraba.

No era la primera vez que veía a aquel individuo allí recostado, con esa imagen impertinente e inmóvil, pero sí ésta sería la primera ocasión que decidía dirigirse a él, y lo hizo con varias preguntas seguidas;

"¿Por qué viene aquí todos los días? Pasa usted muchas horas muertas y desaprovechadas..."

"¿Acaso espera a alguien? Quizás es mejor que salga a buscar a quien crees que por aquí vendrá. Todo lo que uno precisa debe salir a buscarlo...

"¿Seguro que no tiene usted cosas más importantes que hacer? Siempre hay algo que hacer. Parece usted frustrado, resignado..., ¡y lo mejor ante eso, es la acción!" ...

-- ¡Calla estúpido mocoso! --, gritó el viejo a través de una ronca voz, mientras cogía con su mano un montón de tierra y se la lanzaba torpemente al pequeño. -- Me estás molestando; ¿no ves que no quiero hablar contigo? --

El pequeño dio un paso atrás, asustado, extrañado por aquella agria reacción.

"Solo quería darle un poco de conversación", dijo el pequeño

-- Solo querías cotillear con preguntas estúpidas --, volvió a gritarle el viejo con aquella voz ronca y desagradable.

El pequeño guardó silencio, pero quedó frente a él, no de manera intimidatoria, pero sin ningún temor, decidido a seguir allí.

"No, no quiero cotillear. Solamente quería preguntar por tener una conversación con usted. No necesariamente detrás de cada pregunta debe haber una intencionalidad en saber, a veces, uno solo trata de conocer más de alguien por el simple hecho de poder ayudar. Puedo empezar de nuevo..., ¿por qué viene aquí todos los días? ¿Acaso espera a alguien?

El viejo inclinó la cabeza, se incorporó solo para acomodarse aún más en el tronco, y con ganas de quitarse de en medio la presencia de aquel chico, decidió contestarle de manera rápida y ágil dedicándole a aquello el menor tiempo posible.

-- De acuerdo, te diré lo que hago aquí. Estoy esperando a que un sabio pase por aquí. Me han dicho que este es su camino y por eso lo espero en este árbol pacientemente. Debo hablar con él sobre algunos asuntos --

"¿Un sabio?", -- preguntó como desconcertado el pequeño.

-- Así es. Un sabio. Y ahora, lárgate de aquí... --

El pequeño continuó..., "Pero, por aquí pasa gente a diario y no veo en usted intención de buscar en sus caras quién puede ser ese sabio"

-- Eso se sabe rápidamente, no hace falta buscar mucho --, quiso aclarar ahora el viejo. Y continuó en su explicación...; -- Un sabio puede ser interpretado por cualquier persona, puede estar detrás de diferentes rostros. Cualquiera puede ser un sabio, pero solo otra persona inteligente como él puede descubrirlo.
Suelen parecer personas inocentes pero a la vez directas y certeras en sus comentarios. Gentiles y sencillas, y siempre te ofrecen, a veces sin tu saberlo, gratuitamente alguna enseñanza. Yo sabré perfectamente cuando llegue ese sabio que espero. ¿Acaso lo dudas? --

"¿Que si dudo que llegue el sabio?", -- preguntó el pequeño para más tarde contestarse a él mismo --. "No, no lo dudo, en absoluto. Pero..."

-- ¿Pero entonces qué, pequeño mocoso? --

" Lo que realmente dudo, es que cuando ese sabio aparezca, sepa usted descubrir sus respuestas..."


Fuente de Cantos, 5 de octubre de 2018. Imagen libre en la red.