viernes, 26 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad

Hoy es el día de Nochebuena, y a diferencia de otros días, James no ha tenido que madrugar para ir al colegio. Cada mañana, pasa a recogerlo el chófer que manda su padre, un influyente banquero inglés, en un lujoso coche de los muchos que tiene, y lo lleva al Cameron House School, un prestigioso colegio del barrio de Chelsea, lugar donde también vive James, y que a pesar que su colegio está a pocas manzanas, siempre le gusta llegar a clase de esa manera. Tiene solamente 10 años, es hijo único, y vive solo con su madre, ya que sus padres se separaron cuando él apenas tenía 3 años.

Anib, de 10 años, se despierta en la pequeña ciudad de Opuwo, en el país africano de Namibia. Es el pequeño de 5 hermanos, aunque por poco tiempo, ya que un sexto viene de camino en la barriguita de su madre. Pertenece a la tribu de "los himba". Hoy, a diferencia de otros días, no ha tenido que recorrer a pie los 7 kilómetros que distan a su escuela, y ello le ha permitido ayudar, desde bien temprano, a su padre en las tareas del campo. Desde que su madre quedó embarazada, él es el encargado de la parte de huerto que ella cuidaba, y hoy, día de nochebuena, espera tener una buena cosecha que poder llevar a casa.

Hoy James pasará el día en casa, esperando la llegada de su padre, quien lo recogerá para pasar la cena de Nochebuena en casa de su actual mujer y sus hermanastros. No es algo que le agrade en absoluto, pero todo su tiempo lo estará dedicando a explorar los nuevos juegos de la "PlayStation" que le han regalado, y con ese entretenimiento pasará el resto de las horas. Apenas si presta atención a las instrucciones que le da su madre para dejar toda la casa bien cerrada, antes de irse ésta, que aprovechará estos días que no estará a cargo de James, para pasarlo con su nuevo novio.

Anib mira de reojo a su padre, para que éste no lo vea descansar los pequeños periodos de tiempo mientras cava la dura tierra, y así muestre su vigor en el trabajo, al igual que hacen todos los días sus hermanos mayores. Así, su padre se sentirá orgulloso y podrá confiar en sus manos parte del trabajo cuando Anib acabe la escuela. Además, hoy está especialmente contento, puesto que la tierra ha dado los frutos esperados, y en especial en su huerto, el de su madre, el cual dignamente ha mantenido durante toda la primavera con un excelente rendimiento.

Alguien toca el claxon repetidamente en la puerta de entrada, y el ruido del juego de guerra al que juega James, apenas si le permite escucharlo. Rápidamente, se levanta del suelo, coge la bolsa con algunas pertenencias que le había dejado preparada su madre, y sale hacia el coche de su padre, quien lo espera dentro del mismo, con fuertes aspavientos mostrando su enfado mientras habla por teléfono. Se monta junto a él en el asiento trasero, y éste ordena al chofer que inicie el trayecto a casa. El tráfico es lento, y hace que el viaje resulte pesado para James, quien no deja de pensar en como pasar de fase en la partida que acababa de dejar a medias en "la Play". Su padre no deja de hablar y gritar por teléfono en todo el trayecto, y solamente interrumpe ésta actitud, para decirle a James que tiene que encargarle algo cuando lleguen a casa.

Anib y su padre, esperan al resto de sus hermanos para poder cargar todas las verduras y hortalizas que han recolectado en el día de hoy. Mientras tanto, Anib le pregunta a su padre si cuando él era pequeño también celebraban la Navidad. Éste sonríe, y le explica que antiguamente, pero al igual que ahora, la Navidad es donde se pone de manifiesto el amor hacía la familia, el respeto a nuestros queridos, de compartir lo que tenemos, y un momento de entrega a lo espiritual. Se honran las distintas costumbres, y principalmente son días de paz y de perdón. Anib escucha atentamente, queriendo absorber toda la información que le da su padre, para así poder aprender todos los valores de una familia de la cual se siente orgulloso. Al poco tiempo llegan sus hermanos, cargan con las cestas de todo lo recogido, y Anib hace lo propio con su pequeña pero no por ello menos pesada cesta de verduras. "Justo antes de llegar a casa, debo pedirte algo", le dice su padre a Anib.

"Debes envolver todos los regalos que mi secretaria compró para tus hermanastros", le dice su padre a James. Éste, aunque furioso, acata la orden a regañadientes, y más aún cuando entra en la enorme habitación que tiene asignada en casa de su padre, y observa la montaña de juguetes y regalos que hay sin envolver y que le tendrá ocupado un buen rato. Su mal humor, aún es mayor, cuando comprueba que sus hermanastros recibirán mejores regalos y juguetes que él, al cual su padre "solamente" ha podido comprarle la última video consola en "3D" del mercado, con los 10 mejores juegos que existen en la actualidad. Aún así, piensa que es Navidad, época de regalos y caprichos, y así le será más llevadera la tarea que su padre le ha encomendado.

"Tus hermanos y yo, iremos al mercado a intercambiar nuestras cestas de verduras por algo de carne, y así junto con la recolección de tu cesta, podremos hacer una cena especial para tu madre y el bebé que espera. Así pues, tendrás que entretenerla y que no se dé cuenta de la sorpresa", le dice su padre a Anib. Éste, abre su boca con una enorme sonrisa, por la tarea que se le ha encomendado, y porque la idea de su padre no puede ser más brillante. Entra en la cabaña, y le muestra orgulloso a su madre la cesta repleta de verduras que pertenece a su huerto. Ésta, le da un enorme abrazo de gratitud, y al preguntar por su padre y hermanos, pícaramente Anib le contesta que han marchado al río a por agua.

Sentado en la esquina de una enorme y lujosa mesa, junto a su padre, James observa toda la comida que se le presenta ante sus ojos. Pavo asado, carne de varias clases, todo tipo de pescados, bebidas y licores llenan la mesa. Todos llenan su estómago con todos esos de manjares, beben sin parar, y apenas si hablan entre ellos, haciéndolo solamente para pedirse entre ellos que les acerquen algún plato o llenen sus copas de vinos y bebidas. Al finalizar, y antes de servir los postres, James es testigo de cómo su padre ordena al mayordomo que traiga los regalos que James ha envuelto. Todos se levantan contentos y con enorme expectación, en especial sus hermanastros, los cuales abren sus regalos ansiosos, y los ojean con atención. James lo observa todo desde la esquina de la mesa, furioso por ver cómo los regalos de los demás son mejores que el suyo. A pesar del pequeño momento de euforia, en el momento de servir el postre, cada cual vuelve a empezar a comer, dejando el regalo a un lado como en el olvido. El padre de James, mira a éste y le pregunta, "¿por qué demonios tienes esa cara tan seria y estás tan furioso?". Éste le mira, y le dice, "odio la Navidad".

Anib ha acompañado a su madre al paseo que ésta hace antes de la caída del sol, como todos los días. Mientras se acercan de regreso a la cabaña, pueden distinguir el humo que sale de ésta y que contrasta con el rojizo cielo africano. Incluso Anib puede intuir y hasta oler el guiso que han debido de estar preparando su padre y hermanos mientras su madre y él estaban ausentes. Ésta, con cara de sorpresa, mira a Anib, que no puede parar de reír durante los pocos metros que le quedan hasta llegar a donde les esperan. Su madre le acompaña en las risas, y comprueba que el resto de su familia hace lo mismo cuando entra en la cabaña y los ve a todos sentados en círculo, con dos huecos libres al lado de su padre, que les indica que sean ocupados por ambos. En el centro, una olla con un delicioso guiso de carne, y una fuente de verduras que llenan de color todo el espacio que ocupa. Mientras van pasando la comida en círculo, el padre de Anib observa que éste no deja de sonreír, y le pregunta, "¿por qué estás tan feliz y alegre hijo"?. Anib le mira, y le dice, "me encanta la Navidad"!!!.



Fotografía de "África llora".






sábado, 20 de diciembre de 2014

Inda. Parte 1

Ocurrió hace dos años y era su primer viaje. Aunque sin maletas, venía con sus padres, cosa que resultaría lógica. Iba a pasar varias semanas en España, y su llegada al aeropuerto de Barajas era muy esperada por todos. Así fue como el 12 de diciembre del 2012, nos encontramos por primera vez, con gran emoción y entusiasmo. Serían unas navidades inolvidables, aunque solamente para nosotros, dado que ella llevaba tan solo 4 meses en la barriguita de su mamá, y ni tan siquiera aún tenía nombre. Para dirigirnos a ella, o a él, puesto que ni sabíamos el sexo, lo haríamos con la palabra "Kyy", palabra finlandesa, que significa serpiente en español, y haciendo honor a que nacería en el año de la misma.

El recibimiento y el calor que les dimos fue inmediato. Era importante que se sintieran como en casa, e incomprensiblemente el sol quiso entenderlo, y los recibía con sus mejores rayos, como aclimatando la temperatura a su venida. Eso era agradecido, a pesar del cansancio del viaje y la necesidad de soltar el equipaje en un hogar acogedor, que era mi intención y propósito. Pero la decisión del sexo del bebé que Suvi estaba esperando, se resolvió en el primer encuentro que ésta tuvo con mi madre, la cual, le pidió a Suvi que le mostrara su barriga, le tocó la barbilla, y le dijo que traería una niña. Mikki, que contemplaba la escena asombrado, inmediatamente dijo que "Kyy" venía bien para ambos sexos, con lo cual, el conflicto del nombre quedaba resuelto.

Desde ese primer momento, la relación entre Suvi y mi madre tendría un sentido especial. A pesar que su comunicación verbal debía de hacerse mediante traducción, no necesitaban mucho para empatizar y mostrarse cariño y respeto. Y más aún, cuando Suvi hacía de "conejillo de indias" de guisos y pucheros deliciosos, donde tras comer manjares de todo tipo, necesitaba varios minutos de reposo, tanto ella, como "Kyy". Pero así se iban sucediendo los días; mi madre dando atenciones a los invitados, y con el simple hecho de escuchar por parte de Suvi con acento finlandés "muchas graciassssss", era más que suficiente. Ésta, la correspondía con risas, cariño, respeto, y a veces, mostrándole la barriga para deleite de ella, que se acercaba, la acariciaba, le daba besos, y comprobaba como iba aumentando el tamaño de la panza.

Mientras tanto, Mikki disfrutaba con todo eso. Lo que pretendía que fuera un viaje contemplativo, de descanso y desconexión, se estaba convirtiendo en algo familiar, tierno, e incluso inesperado. Ya no estaban pasando el embarazo bajo el frío finlandés, y la solitaria rutina, sino que estaban viviendo el mismo, dentro de un ambiente familiar, conciliador, y cuanto menos, escoltado por mi madre y toda mi familia. 

En varios días, estaban integrados en todo mi entorno. Conviviendo con mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo. Una tarde de compras, un día de campo; hasta cosas como participar en una matanza, en una cata de vinos, cortar jamón, comer churros... Incluso asistir a la típica "comida de empresa". Suvi llegaba a casa, y esperaba impaciente a mi madre, para que, con la ayuda de alguno de nosotros traduciéndole, contarle las cosas que le habían ocurrido a lo largo de la jornada.  

Y pasaban los días, preparando la festividad de Nochebuena, momento de encuentro totalmente familiar, pero que este año sería distinto. Dos personas más, (tres si contamos a "Kyy"), disfrutarían de una cena en compañía de los míos. Algo novedoso para ellos, y también para nosotros, pero que lo transformaba en tierno y agradable.
Había un gran interés en conocer las tradiciones finlandesas por parte de todos. Como celebraban este día, cual era el menú habitual, o bien cuales eras las costumbres más comunes. La atención la centró Mikki, con su tierna conversación sobre Papá Noel. Ante las dudas de mi sobrina Paula sobre la existencia de tal, y con sus ya 9 añitos, quedó perpleja por la explicación que le dio. 

"Conocido es por todos, que Papé Noel vive en la Laponia finlandesa, en una montaña cuyo nombre es Korvatunturi, un lugar el cual solamente conocen sus elfos y sus renos. Es donde tiene Papá Noel su taller, pero nunca nadie ha podido llegar hasta allí. Cuenta la historia, que es un lugar mágico y misterioso, donde estos pequeños elfos, pueden escuchar a los niños y a los adultos y saben si hacen cosas buenas o malas, y las apuntan en un cuaderno grandote que tienen. Normalmente solo apuntan las cosas buenas, aunque también alguna que otra rabieta o enfados.
Es especialmente antes de Navidad, que los elfos van escondidos a las casas y apuntan en estos libros de notas sus comportamientos para ver si están siendo buenos. Además, y al contrario que en otros lugares del mundo, Papá Noel va personalmente a las casas a entregar los regalos preguntando, "¿Hay algún niño bueno aquí?". Luego, entrega sus regalos, y los niños les cantan canciones prometiéndole volver a ser buenos para el próximo año".

La cara de mi sobrina Paula, y de su mellizo Alejandro que se había unido a la historia, era digna de ver. Aunque no menos que la del resto de oyentes que allí estábamos. Puedo decir que desde entonces me niego a aceptar que Santa Claus es una leyenda.

Risas, cantos, alegrías, estaban presente en cada conversación. Una noche distinta, y que jamás olvidaría, pero sobre todo, por lo que acontecería un poco más tarde. Como en este tipo de encuentros, siempre hay un momento para el brindis, y en el cual, el centro de atención fueron nuestros nuevos invitados. "Por una bonita venida a la vida de Kyy"!!, fue mi brindis.
He de reconocer, que Mikki me sorprendió, cuando seguidamente, volvió a pedirnos levantar nuestras copas, para decir; "Quiero dar las gracias por este acogimiento tan increíble, y donde hemos encontrado una familia nueva para nosotros. Una familia, a la cual esperamos seguir unidos a lo largo de nuestra vida. Para dar más énfasis a esa unión, tanto a Suvi como a mi, nos gustaría que Jesús fuera el padrino de Kyy...."

  

"Kyy". Fotografía de Mikki Paajanen.





   

viernes, 12 de diciembre de 2014

Respira

No puedo negar que me encanta recibir mensajes inesperados, sorpresivos, y más aún, cuando vienen cargados de buenas intenciones. Como el de éste sábado, justo a la hora de comer, cuando recibo un mensaje de Emilia y en el cual, me propone realizar una visita a mi tierra, acompañada de una amiga y un amigo suyo, dos completos desconocidos para mí. No obstante, Emilia también es una desconocida para mí. La conocí hace unos años, en la terminal de un aeropuerto, y tengo poca más información sobre la cual pueda hacerme una composición de ideas de su forma de pensar, su estilo de vida, en definitiva, su forma de ser. Está claro que no serían perjuicios para mí, no sería ningún inconveniente para ofrecerle lo que tengo. Tengo suficiente información como para no tardar, ni tan siquiera un minuto, a través de otro mensaje de vuelta, y responder afirmativamente a su proposición. Serán bienvenidos a mi casa, a mi entorno. Como persona educada, me pide si necesito algo de Madrid, lugar de partida de mis tres huéspedes. Solamente le pido que traigan ganas de conocer mi tierra.

Emilia y sus dos acompañantes llegan el sábado, pasada la medianoche. Son recibidos por el calor de una chimenea, un vino extremeño, embutidos, una tortilla de patatas recién hecha, y un propósito de buenas intenciones. Rápidamente se aclimatan, trato que se sientan cómodos. El español de ambos es admirable. Emilia es de nacionalidad polaca, Sara es italiana, y Jean Paul procede del país africano de Zimbabwe. Es realmente apasionante compartir conversación con tres personas desconocidas, con muchísimo mundo, mucha vida que contar, y esta vez, sin moverme de casa. Sin tener que realizar ningún viaje, más que aquel en el cual ellos quieran transportarme con sus vivencias. Estoy fascinado, disfruto de la situación que casualmente hemos creado, y me entrego al momento.

Es domingo por la mañana, y con pocas horas de sueño, solamente veo una gran sonrisa en la cara de cada cual. Hoy toca una larga jornada, donde haré las veces de anfitrión, exactamente por un día y medio, y los lugares que quiero mostrarles ocupan la totalidad de mi cabeza. Pero antes tengo que tantear sus prioridades, y me transmiten, que quieren exclusivamente pasar un tiempo agradable, en una tierra, de la cual, solamente Emilia conoce casi de oídas. Así pues, me centro en sus necesidades. Finalizamos nuestro desayuno y empezamos la jornada. Nos adentramos en los paisajes que nos regala esta tierra, visitamos algunos lugares de interés, y noto que se acoplan perfectamente a todo. Me gusta mucho lo que transmiten. Noto mucha paz y armonía en cada uno de sus gestos. Su integración con la gente de mi entorno es total. Una actitud tan sumamente positiva, que me contagian de esa tranquilidad, ese bienestar, esa felicidad. Todo ello, perfectamente acompasado por el bullicio de la fiesta en la cual nos encontramos en calidad de invitados, y en la cual, la diversión se ha apoderado de nosotros. Tanto, que me resulta cuanto menos asombroso, ver "bailar" a una persona de Zimbabwe unas sevillanas sin ningún tipo de timidez.

Dentro de ese estado de ánimo radiante, Sara y yo salimos fuera de la casa por un momento. Nos sumergimos en una bonita charla, iluminada por la caída de un rojizo sol que quiere irse a dormir. Hablamos de la vida como si realmente nos conociéramos desde hace años, nos contamos todo aquello que el otro quiere saber. Disfrutamos de una preciosa conversación. Pero de repente, descubro algo que me llama la atención. No sé porqué motivo, pero observo que Sara respira de una manera distinta. Es como si quisiera inhalar mucho más aire del que pudieran aceptar sus pulmones. En cambio, su cara es de satisfacción, con lo cual, no siento ninguna preocupación por tal hecho. Todo lo contrario. Continua charlando, y sigue respirando, de una manera profunda, lo cual va en sintonía con lo intenso de la conversación. Sus palabras denotan seguridad, ilusión, y mucho entusiasmo en todo los acontecimientos futuros que le deparan. Después de aquel momento, apenas si media hora, descubro conocer en buena medida a Sara, una chica muy inteligente, soñadora, agradable, y con unos valores fascinantes.

Ya entrada la noche, la vuelta a casa resulta de lo más divertido. El alcohol nos trata bien, y nos envuelve en un estado de euforia controlada, que provoca continuas carcajadas. A pesar que estamos agotados, nos cuesta decir adiós a la jornada, y tratamos de continuar nuestra charla, la cual se torna en un interés particular sobre la vida de Jean Paul. Una persona con un recorrido por todo el mundo increíble. Asía, Africa, América del Sur, Europa...decenas de países visitados, miles de kilómetros recorridos, y con una historia seductora por cada una de sus vivencias. Aún así, Sara y yo insistimos en sacar lo máximo de él, cosa que resulta francamente difícil, pues se niega a reconocer entre todos esos países, lo que consideraría un hogar. Cansada Sara, y Emilia ya descansando desde hace rato, nos quedamos Jean Paul y yo sentados en el suelo de la cocina, para seguir con nuestra conversación, esta vez más distendida y relajada que a la que le habíamos sometido instantes antes.

Y de repente, lo que me había ocurrido horas antes con Sara, vuelve a ocurrirme con él. Sumergidos en una agradable conversación, percibo que Jean Paul comienza a respirar de manera extraña, no por ello desapacible. Todo lo contrario. Una respiración profunda, pausada, ligera, y sobre todo armoniosa. Esto, lejos de incomodarme, me agrada. Jean Paul combina su ya cansado vocabulario de español, con una respiración musical y equilibrada. Y al igual que me ocurrió con mi amiga italiana, me doy cuenta que con apenas haber compartido unas horas con él, ya puedo decir que lo conozco. Un chico generoso, sencillo y sobre todo, entregado a la vida. 

A la mañana siguiente, Emilia fue la primera en acompañarme para el desayuno. Una taza de café recién hecho en sus manos, la empujó repentinamente a la conversación. Y entregada a la misma, y con mayor rapidez que sus dos acompañantes, no tardé en escucharla respirar al igual que me ocurrió con ellos. Un acontecimiento extraño, pero que ya casi me estaba resultando algo habitual. Una respiración también profunda, fuertemente marcada por la conversación que manteníamos, y donde Emilia, anunciaba sus proyectos a corto plazo. Palabras cargadas de seguridad, de buenos propósitos, y en los que me confesaba lo que haría en los próximos meses. Será un año sabático, donde todas sus intenciones, van cargadas de amor, de gestos entrañables hacia su familia, su tierra, sus raíces. Me habló sobre todo de cuidar un rosal, que en el pasado había sido regado con amor y pasión, y que ella querría seguir haciendo de alguna manera. Yo escuchaba atentamente, no solo sus palabras, sino la acentuada respiración que las acompañaba, solamente difusa por los cambios de ritmo que Ennio Morricone realizaba con su Cinema Paradiso sonando de fondo en la casa. Fueron las palabras más cariñosas y con más amor que había escuchado en mucho tiempo de alguien hacia su familia. Todo un lujo de conversación.

Una nueva jornada comenzaba por una soleada Tentudía. Nos desplazábamos en coche hasta nuestro destino, con la suficiente lentitud como para disfrutar del paisaje, acoger la tibia entrada de sol a través de los cristales, observar el escenario que nos estaba obsequiando la hermosa mañana, mientras en la música de fondo Celine Dion nos decía aquello de "I am Alive". Una vez llegamos al lugar que visitar, los tres salieron del coche como con urgencia de absorber todo cuanto había a su alrededor. El aire puro, los arroyos, el sonido de los pájaros, ver a los animales pastar libremente en la dehesa. Un auténtico lujo para quien no ha visto nunca estos paisajes, y una maravilla para mis ojos, ver como tres personas, ponen en valor esta tierra, perteneciendo cada cual a un lugar del mundo distinto.

Disfrutando de un hermoso paseo, los observo. Vigilo sus gestos, sus miradas. Soy cómplice de sus sonrisas. Y es justo en este momento, envueltos en la naturaleza, cuando vuelvo a escucharles respirar. Ahora, por primera vez, a los tres al unísono. Una respiración que me resulta tremendamente agradable, sonora, casi musical. Me acerco aún más a ellos tres. Respiran, pero no como solemos hacer para sobrevivir. Es otro tipo de respiración. Es en ese momento que Sara, caminando a mi lado, me dice, "necesitaría llenar de este aire la mochila, y poder llevármelo para poder respirarlo cuando quisiera". Es en ese justo momento, cuando empiezo a escuchar mi respiración, al igual que la de ellos. Es algo sorprendente. "Me escucho respirar"!!! Pero de una manera totalmente distinta a la que estoy habituado.

Así seguimos caminando, y el momento está en increíble armonía con todo lo que nos rodea. Nos observamos sin mediar palabra. Y es en ese preciso instante, cuando entiendo esa respiración, cuando le doy sentido a esos hechos. Cuatro personas, algunos desconocidos para el otro, coinciden en un momento de su vida de total reflexión, de toma de decisiones, de planteamientos futuros importantes que marcarán los caminos de cada uno de nosotros. Y de manera casual, hemos escogido involuntariamente "este aire" para hacerlo, para respirar. Cargar "la mochila" con buenas intenciones, con suficiente oxígeno para lo que nos espera en nuestro próximo futuro.

Es por ello, que a veces es bueno salir de nuestro entorno, de nuestra "zona de confort", de aquello que siempre nos rodea, para poder valorar lo que tenemos, y lo que no nos gustaría seguir teniendo. Buscar sentido a todo cuanto queremos para nosotros mismos. Pensar de manera individual, pero no por ello en solitario. Buscar la valentía y atrevimiento que a veces necesitamos. Y en esta ocasión, cuatro personas, distintas entre nosotros, elegimos ese momento a la vez. A veces nos acomodamos tanto a nuestra situación, evitando tomar decisiones importantes para nuestra vida, que además sabemos que son necesarias, que necesitamos salir de nuestro espacio habitual para hacerlo. 

No hay que tener miedo a las decisiones. No hay que buscar el momento "perfecto" para hacer aquello que quieres, aquello que deseas. A veces, es necesario sentirte escuchado, aunque sea por un desconocido, porque a lo mejor, es la persona menos influenciada para darte un buen consejo. Así es como este fin de semana he comprobado, que cuando pretendamos pensar firmemente en lo que queremos, en nuestros deseos, en nuestro futuro, solamente necesitamos buscar la paz que nos permite hacer de ese momento, el momento perfecto, y para ello, quizás solamente necesitas "respirar". Pues después de lo compartido en estos dos días, no solamente hemos creado una bonita amistad, sino que sin quererlo, nos hemos ayudado unos a otros. Nos hemos dado cuenta, que con el simple hecho de escuchar, llegamos a ayudarnos a nosotros mismos, y a buen seguro, tomaremos la mejor de nuestras decisiones. 
Así pues, cuando de verdad "quieras quererte", respira.... 






































Tentudía, diciembre de 2014. Fotografías de Emilia Biesek.


       



  


sábado, 6 de diciembre de 2014

A Roma con Amor

Jamás olvidaré mi primer gran viaje. Con la ilusión que lo viví, las dificultades con la que lo preparé, y la gran experiencia personal que me supuso. Un viaje que creo de corazón, que debería tener todo el mundo. Es con el paso del tiempo cuando te das cuenta de la importancia que tiene. Es como si fuera el momento en el cual cumples la mayoría de edad. Y aunque aún ni tan siquiera había cumplido los 17 años, lo afronté como un gran reto personal. Y lo hice así, porque en un primer momento, lo más posible era que no pudiera completar tal aventura. Las dificultades económicas en casa eran muy complicadas, y un viaje de este tipo requería, cuanto menos, una gran aportación monetaria, un esfuerzo que no estaba al alcance de mi familia, así pues, me enfrentaba a una ilusión muy difusa, ardua y compleja. Se trataba del viaje fin de curso, y corría el año 1993.

Estudiar en un colegio de curas, suponía ciertas doctrinas, a veces costumbres utópicas, pero que en cierto modo eran asumidas. La que más, el viaje de fin de curso que se realizaba en el ya antiguo tercero de BUP. Un viaje muy esperado por todos los estudiantes, pero no por ello asumible por la mayoría de ellos. Un colegio, en el cual las diferencias sociales-económicas a veces eran más que visibles, pero he de decir que jamás me sentí ni me hicieron sentir diferente por ello. Y eso me hizo poner toda la ilusión del mundo en mi cometido, y ese era hacer ese viaje, y no por ningún tipo de orgullo ni por principios, sino porque realmente me apasionaba desde hacía tiempo la idea de ir a Italia. Concretamente, ir a Roma, visitar el Vaticano, y poder ver en primera persona al Papa, por aquel entonces, Juan Pablo II. 

Recuerdo cuando se habló por primera vez de ese viaje en clase. Fue el ya fallecido Padre Peral, quien entró en el aula, y planteó lo que sería el viaje de final de curso. Quería hacer una previsión inicial de quien asistiría. Una salida en bus desde el pueblo por la noche en el mes de Junio, y una llegada tras 14 o 15 horas de viaje a la ciudad catalana de Gerona (ahora llamada Girona, pero hablo del mismo lugar). Al día siguiente, se visitaría la ciudad francesa de Mónaco, y el pesado recorrido en bus de esa jornada finalizaría en un lugar del norte de Italia, un pequeño pueblo de nombre Bardineto. Y ya en el país italiano, los lugares de visita serían Venecia, Verona, Florencia, Siena, y como colofón final, 4 días en la ciudad de Roma, con visita incluida al Vaticano y presencia en el "Ángelus" que oficia el Papa en la Plaza de San Pedro. Así pues, una vez indicada las intenciones del itinerario, necesitaría conocer la voluntad del alumnado, el cual se pronunció afirmativamente en su gran mayoría, y en el que solamente unos pocos no levantamos la manos. A buen seguro esos compañeros que no se pronunciaron ni tan siquiera quisieron escuchar lo que ese buen cura anunciaba, pero yo viví esas palabras con gran entusiasmo, aunque mi mano quedó pegada al pupitre una vez finalicé de escribir todo lo que él había dicho. En estos tiempos ya hubiera tenido la ruta guardada en mi móvil, pero sabría que no saldría de mi cabeza.

Puesto que tenía una gran relación con él, al finalizar la clase, y antes de salir por la puerta del colegio, donde siempre esperaba nuestro regreso a casa, me paré para hablar con él. Estuve tentado de contarle mis intenciones, pero como siempre, me limité a saludarlo cordialmente, y desearle una buena tarde. Pero ciertamente mi cabeza estaba única y exclusivamente pensando en el planteamiento que tenía tramado hacía tiempo, y así fue como empecé a realizar propósito. Y recuerdo que llegué a casa, y le comenté a mi madre que se había hablado del viaje, del recorrido, de las fechas y todo lo demás. Entonces le dije que quería intentar hacerlo. Y así fue como le planteé la idea de hacer unas papeletas, comprar un jamón, y rifarlo. Mi madre, y aunque no quiso quitarme esa ilusión, daba por hecho que no conseguiría mi objetivo. A pesar que en aquellos tiempo aún no había surgido esa moda de las rifas y sorteos para los viajes finales de curso, la idea tendría más posibilidades de fracaso que de éxito.

Pero al día siguiente, y para no enfriarme en mi plan, me acerqué a la imprenta del pueblo, y a un empresario de jamones y le encargué ambas cosas. Editaría 1000 papeletas, donde se indicaría que se rifaría un jamón, una tabla y un cuchillo para un viaje fin de curso. Con gran sorpresa por mi parte, este empresario, viendo mi descaro, decidió participar en el gasto de la imprenta a cambio de poner su publicidad en las papeletas. Así pues, mi aventura estaba a punto de empezar. Tendría varios meses para la venta de las mismas, donde el agraciado sería aquel cuyos tres últimos números coincidieran con el número ganador de un sorteo a nivel nacional. Y así fue como empecé a preparar el que quería que fuera mi primer gran viaje, mi primera ilusión por explorar mundo.

Todas las tardes, al finalizar las clases, me daba un paseo por el pueblo, de casa en casa, de un establecimiento a otro, intentando vender alguna papeleta, cuyo precio era de 100 pesetas. Unas veces conseguía 5, otras 3, otras ninguna, pero no fallaba ninguna tarde. La negativa de algunos vecinos no me impedía volver una y otra vez, no quería perder la ilusión que siempre llevaba en mi cabeza. Familia y vecinos se iban sumando a la causa. Necesitaba vender el máximo número posible de ellas, para si, aunque fracasara en mi cometido, tener al menos para pagar parte del gasto de imprenta y lo que indicaba que rifaría. El tiempo pasaba, y aunque vender 1000 papeletas sería una difícil tarea, no iba a decaer en el empeño. Pero algo ocurriría que pondría en peligro mi "gran idea".

Un día, ya cercano a la fecha de confirmación final del viaje, y antes de salir del colegio, el Padre Peral se acercó para indicarme que quería verme en su despacho, para hablarme de un tema sobre el cual le habían informado. Algo sobre la venta de unas papeletas para un viaje fin de curso. Mis nervios fueron visibles, mi sudor palpable, y mi estado de ánimo cayó por los suelos. Cuando este cura llamaba a algún alumno a su despacho, no era precisamente para decirle lo mal peinado que había asistido a clase ese día. Así fue como estando sentado en la mesa frente a él, me esperaba lo peor. Y efectivamente, me dijo que había escuchado de boca de algún profesor, que me dedicaba a vender papeletas, rifando un jamón, para poder conseguir dinero suficiente y hacer el viaje fin de curso. Asentí, exclusivamente con mi cabeza, pues la enorme vergüenza me impedía hablar. Mi sensación era que estaba cometiendo algo feo, deshonroso, o que iría en contra de la propia doctrina del colegio. Pero lo que allí ocurrió fue todo lo contrario. No solamente me alentó a que consiguiera tal objetivo, sino que me compró 5 papeletas para animarme aún más en mi propósito. No olvidaré jamás ese momento!!!.

Cada día de entrada en el colegio, él me preguntaba por la venta. Eso me daba ánimos, me transmitía las suficientes energías para seguir adelante, aunque no tuviera éxito en esa tarde. Así fue como llegó el día final de confirmación de asistencia al viaje, y mi tiempo había finalizado, pero por desgracia, no había conseguido vender todas las papeletas. Faltaron algún ciento, y mis ilusiones se desplomaron. Era un objetivo complicado, con lo cual la desilusión sería en menor proporción. Ante la definitiva pregunta sobre quién estaba dispuesto a hacer el viaje, y el Padre Peral comprobar que mi mano no fue levantada, me esperó a la salida de clase. Me preguntó nuevamente, y le contesté en negativa. El plan había fracasado, no había conseguido vender todas las papeletas, y las condiciones económicas en casa no eran las más favorables para gastar el dinero en un viaje de ese tipo, por muy ilusionante que fuera. El intento había quedado en vano.

Así pues, a un par de semanas del viaje, y también del sorteo, con el dinero que había obtenido pagué los gastos de la imprenta, así como el jamón, la tabla y el cuchillo que ofrecía en la rifa. El resto del dinero lo entregué en casa, y ya solamente me quedaba volver a soñar con algún día hacer ese viaje, aunque no fuera en fin de curso....
A pocos días del mismo, entrando en casa, mi madre mi miró sonriendo, y me dijo que esa misma mañana la había llamado el Padre Peral para preguntar por los beneficios de la rifa. Habían hablado del tema, y "habían decidido" que iría a ese viaje. 

A pesar de mi gran felicidad, ciertamente no pregunté nada más, ni cuanto era el coste total del viaje, ni como habían arreglado para cubrir el resto de gastos que no serían cubiertos por la venta de las papeletas. De alguna manera, ese cura y mi madre, estaban a punto de cumplir uno de mis sueños de adolescentes. Visitar Italia con todos mis compañeros y amigos de ese momento!!! Y así fue como a los pocos días conseguí realizar uno de los viajes más bonitos y divertidos que recuerdo, y gracias, en parte a un cura, y seguramente, al esfuerzo económico que hicieron en mi familia para conseguir hacerme feliz. Un gesto que jamás olvidaría.

A primeros de este año, estuve pensando en lo desagradecido que nos convertimos a veces, cuando se hacen las cosas "por sistema", y el poco valor que le damos a todo eso. Nos centramos tanto en nosotros mismos, llegamos tanto tanto a "auto-querernos", que no guardamos nada para los demás. Y fue en una comida familiar, cuando escuché de boca de mi madre y mi hermana que el sueño de ambas sería ir a Roma y ver al Papa. Así pues, obviando un poco todo ese egoismo que comentaba, pensé en ese viaje que realicé hacía dos décadas, y creí que era el momento de compensar de alguna manera aquello. Así pues, decidí reservar un viaje de 4 días a Roma para el pasado mes de Junio, donde sería compartido con mi madre y mi hermana, con total sorpresa para ellas. Fue muy divertido ver sus caras cuando se montaron en el coche, dirección al aeropuerto de Sevilla, sin ellas saber absolutamente nada, y enterarse de su destino solamente unas horas antes de embarcar hacia esa ciudad maravillosa.

Visitar el Coliseo, el Foro Romano, el Panteón de Agripa, el Monte Palatino, la Fontana de Trevi, la Plaza de España o la Plaza Navona, me recordaban a ese viaje final de curso. La visita al Vaticano, y escuchar el Ángelus del Papa Francisco I, era la apoteosis a lo que se estaba convirtiendo en un viaje increíble. Ver la felicidad de ambas no tenía precio. Solamente que esta vez, lo disfrutaba con mucha más madurez, y sobre todo, con la felicidad de ver cumplido el sueño de parte de mi familia, pensando que, a buen seguro, el esfuerzo que harían hace 20 años, estaba siendo recompensado de alguna manera. En más de una ocasión en esos días, se me vino a la cabeza ese cura, el cual también en su día hizo el viaje conmigo, y que de alguna manera aportó grandes valores a mi vida.

Creo que sinceramente, y lo digo con mucha frecuencia, los sueños son para cumplirlos. Pero no debemos centrarnos en los de uno mismo, pues en ocasiones, hacer cumplir los sueños de otras personas, está al alcance de muchos, y por lástima solo es considerado por pocos.

Por cierto, el número premiado en la rifa fue el 353, y la agraciada fue la hermana de mi madre, que me compró 50 papeletas. Ese mismo verano de 1993, celebramos mi regreso del viaje fin de curso comiendo un magnífico jamón con toda la familia....





Roma, Junio de 2014. Fotografía de Jesús Apa.