viernes, 25 de octubre de 2019

El cuento de un hombre ejemplar

Que hay personas con doble moral, no es nada nuevo. Está más que asumido que en determinados momentos de la vida, vamos a encontrarnos con gente que nos van a sorprender, que van a dejar en nosotros, de alguna forma, una huella que nos quedará grabada en función de la intensidad de esa relación. Pero esto será en ambos lados, tanto para bien, como para lo contrario.

La parte positiva es que, y bien cierto es, que a veces aparecen personas en tu vida que, aún teniendo las expectativas muy bajas sobre ellos por la aportación que podrían hacer a tu vida, acabas recibiendo un aprendizaje en valores, principios y formas de vivir, que jamás esperarías por su parte. Estos suelen ser, por lo habitual, gente de bien, sencilla, humilde, gente corriente. Suelen haber tenido una educación simple y lineal, pero precisamente eso ha hecho que no hayan sido alterados sus principales sentimientos morales.

Pero claro, luego está la otra parte. Personas que, en apariencia, te los presentan como ejemplares. Gente de las que tienes que aprender, sí o sí, porque sus buenos valores vienen en el "pack". Y claro, ahí es dónde te llevas las sorpresas. Que no es oro todo lo que reluce, y que hay que conocer bien a las personas para realmente tener una opinión verdadera sobre ellas. Pero siempre, en ambos sentidos. Aquel que parece ejemplar..., no todas las veces suele serlo.

Y como no, hay un cuento que he leído y que viene bastante bien al tema en cuestión...

"Cuentan que querían saber cuál era el hombre más virtuoso de un país. Y un día, los encargados del concurso recibieron esta carta. Decía así: 

-- Soy un hombre que hace quince años no entro en una cantina. Desde hace quince años no voy a un baile (aunque me dan muchas ganas), no he pisado un teatro en este largo tiempo, por más que deseo mucho ir al cine y a este tipo de sitios. Y en estos tres lustros nunca me he emborrachado --.

Los jueces del concurso iban a colocar el nombre de este señor entre los ganadores del premio -- Mejor hombre de la nación --, 

Pero ahí que tropezaron luego con una nota al pie de la carta, que decía: 

“Dentro de cinco años saldré de la cárcel”.



Fuente de Cantos, 25 de octubre de 2019. Imagen libre en la red.

viernes, 18 de octubre de 2019

La Reunión

La reunión era a las 10 de la mañana en punto. Eran 5 personas que venían a presentar un proyecto aparentemente novedoso. Todo lo que sean este tipo de iniciativas, siempre conviene escuchar, pues nunca se sabe dónde puede surgir una buena idea. Los 5 tipos vestían de manera elegante y mostraban buen aspecto, o al menos eso me comunicó mi secretaria a través de una llamada interna;

"Están sentados en la sala de espera. Cuando usted me diga, los hago pasar. Definitivamente han venido los cinco señores que solicitaron la reunión", me dijo mi secretaría 10 minutos antes de la hora fijada.

Abrí la puerta para recibirlos, y el primer tipo que entraba fue a darme la mano, pero yo, sin saber por qué, se la negué e incluso lo miré de forma despectiva. En cambio, al resto de asistentes, según iban entrando los iba saludando de manera cordial, e incluso a alguno, hasta efusivamente, a pesar de que a todos ellos era la primera vez que los veía. Los invité a tomar asiento y yo ocupé el sitio central en la mesa.

La reunión transcurría con total normalidad, sin ningún contra tiempo, a excepción de la cara del señor al que le negué el saludo. No dijo ni una sola palabra, a pesar de que percibí que sus socios esperaban que participase activamente. Cabizbajo y avergonzado, dejó que el tiempo pasara mientras yo intuía que al finalizar la reunión, me diría algo.

El caso es que al finalizar la exposición del citado proyecto, les di la enhorabuena por la fabulosa idea que allí me presentaban y los emplacé a un próximo encuentro. Volví a saludar y despedirme de todos los presentes a la vez que los acompañaba a la puerta de salida del despacho, mientras el tipo éste, esperaba en último lugar a que llegara su turno de despedida. Cuando esto ocurrió, y todos los demás ya habían salido, se dirigió a mí y me dijo;

-- Lo siento mucho, doy por hecho que te habrás enterado, bien porque has debido verme, o mismamente alguien te lo ha dicho, y supongo que por eso me has negado el saludo. Pido disculpas por comportarme a veces de esa manera... --

Yo, no tenía ni idea de lo que me hablaba. Quizás el que tenía que pedirle disculpas era yo, por ese acto que, aunque es cierto que fue involuntario e impulsivo, había sido muy desagradable y grosero hacia él. Pero volví a hacerlo, a ser impulsivo, o a dejarme llevar, pues le dije;

"Efectivamente, me he enterado y es lamentable tu comportamiento, y te pido que no vuelvas a hacerlo nunca más".

Se puso totalmente pálido, avergonzado y sudando de manera descontrolada. Cuando consiguió sacar alguna palabra de su boca, me dijo;

-- Te prometo que así será y no volveré a hacerlo --

De nuevo, en un comportamiento inusual e impulsivo por mi parte, le di un abrazo como jamás se lo he dado a nadie, incluso creo recordar que le besé en la frente, y tras darle un pequeño cachete en su cara, como otro gesto cariñoso, le deseé buen viaje de vuelta... 

Al día siguiente, quizás ya con la cabeza fría y un poco arrepentido de lo ocurrido, llegué a la oficina y me dirigí hacia mi secretaria para solicitarle el número de teléfono de este señor y llamarlo para pedirle disculpas por mi raro comportamiento;

"Necesito que me des el teléfono o el contacto de uno de los tipos que ayer vinieron a la reunión. El que era más pequeño de los cinco y llevaba un traje beige..."

Mi secretaria, me miró extrañada, contrariada...

-- No sé de qué me habla. Ayer usted no vino a trabajar, di por hecho que seguías con fiebre... -- 



Fuente de Cantos, 18 de octubre de 2019. Imagen libre en la red.



  


viernes, 11 de octubre de 2019

Cae la tarde

El señor mayor, un anciano que rebasaba ya los 80 años de edad, no había día en el que, al atardecer, bajara a la playa con su esposa. Llevaban juntos toda una vida, prácticamente desde su infancia, y podría decirse que ninguno había vivido nada sin el otro. Así, en un día como el de hoy, llegaban a la vera del mar, se sentaban en su banco preferido, y dejaban que el tiempo pasase por ellos hasta el final del día...

"Amor mío..., ¿te he dicho alguna vez, que el atardecer es como un pájaro que, después de volar durante todo el día, regresa a su nido mientras va cerrando sus alas lentamente? Lo que ocurre es que yo soy de la opinión de que la tarde, no regresa, ni acaba, ni baja..., ya sabes que a mí me gusta decir que la tarde "cae". Me gusta decirlo así, a pesar de que seamos nosotros los que giremos alrededor del sol. 

Es hasta romántico, ¿verdad mi amor? Es como si alguien me preguntara, qué es lo que más me gusta hacer diariamente, o cuál es mi mejor momento del día... Pues diría algo así; -- Mi mejor momento del día, sin lugar a dudas, es acompañar a mi amor a la playa y allí, juntos ver cómo cae la tarde... --

¿Pero sabes otra cosa? Que el atardecer, en parte, tiene un poco de melancolía. Hay en todo esto un poco de tristeza. Porque si me pongo a pensar, el atardecer me recuerda lo rápido que pasa el tiempo, me avisa de que, hoy sí, pero tal vez, mañana no. Me pone triste pensar que algún día puedas olvidarte de mi, pero me angustia aún más pensar que eso me ocurra a mí, y algún día dejes de existir para este viejo miedoso...

Eran normal en el anciano esos cambios de ánimo, pero justo en el momento que era consciente de ello, procuraba activar nuevamente su optimismo y así hacérselo ver a su esposa...

"... y volviendo al hilo de lo que te decía antes, recuerdo como si fuera ayer esa tarde en que fuimos a cenar a aquel acantilado, y era una atardecer parecido a este, donde la brisa movía tu hermoso cabello, el color anaranjado del sol, mientras la tarde caía lentamente, iluminaba tu cara compitiendo en belleza con cualquiera de las cosas más hermosas de este mundo. Fue entonces, sin yo esperarlo, que me preguntaste si algún día me pedirías que te casaras conmigo y que ibas a hacerme la mujer más feliz del mundo..., y fue cuando te dije que es el hombre quién tiene que pedirlo..."

Ahí fue que la anciana se giró como para interrumpir a su esposo, que como de costumbre, no paraba de hablar en voz alta. Pero solamente lo miró, y no le dijo nada. Él agarró su mano, y asintió con la cabeza, contento con ese simple gesto, como esperanzado que algún día, su mujer, volviera a tener recuerdos. Hasta entonces, él trataba de hablar para su querida esposa, como si precisamente fueran los recuerdos de ella, los que salieran de su propia boca. 

"A uno le gusta saber que la otra persona lo recuerda...", -- pensaba él para sí.

"Amor mío,..., ¿te he hablado alguna vez de ese día en que...? 


Marbella, 11 de octubre de 2019. Fotografía de Jesús Apa.





viernes, 4 de octubre de 2019

El Cuento del Coco

La madre de Claudia es una gran dibujante. A mano alzada, y en cuestión de pocos minutos, puede dibujar y caricaturizar cualquier cosa o imagen que se le pase por su cabeza. Aprovechando este arte, todas las noches le cuenta a Claudia un cuento para que ésta se duerma, mientras que con un lápiz, dibuja en un cuaderno alguno de los personajes de estos cuentos e historias.

Así, en este cuaderno que tanto adora su hija, ya tiene dibujado decenas de personajes. A Claudia le gusta mirarlo de vez en cuando y a veces interactúa con ellos como si todos ellos fueran parte de su amigos; Caperucita Roja, Blancanieves y los Siete Enanitos, Cenicienta, los Tres Cerditos..., todos los personajes que su madre ha dibujado y sobre los que ha escuchado cientos de aventuras a través de su mamá antes de irse a dormir.

A Claudia le encanta cuando su madre trae un nuevo personaje, y no solo por el hecho de imaginarse cómo quedará dibujado en el cuaderno cuando el cuento llega a su fin, sino por cómo su madre lo interpreta. Porque mientras le cuenta la historia y va dibujando, también pone los sonidos, las voces de los diálogos, los gestos, las formas..., sin duda, su madre es una virtuosa en todos los sentidos.

Pero en esta ocasión, Claudia va a actuar de manera distinta a como está acostumbrada, ya que es siempre su madre quien decide qué personaje será el protagonista del cuento esa noche. Esta vez, será ella la que le pida a su madre que le hable de un nuevo intérprete de la historia, alguien de quien le han hablado esa misma mañana en el colegio. Así, cuando llega su madre a la habitación, con el cuaderno y el lápiz preparados, dispuesta a una nueva historia, y Claudia ya aguarda metida en la cama, con la luz tenue de la lámpara de su mesita encendida, ésta se adelanta a su madre para decirle;

"Hoy quiero que me hables de un personaje nuevo y el cual no tenemos en nuestro cuaderno. He escuchado hablar de él en el colegio, y estoy segura que sabes alguna historia y que además, podrás dibujarlo para que yo pueda imaginar cómo es. ¡Quiero que me cuentas un cuento sobre El Coco!"  

La madre de Claudia quedó paralizada, no sabía por dónde salir. Se sentó como de costumbre frente a la pequeña, y quedó por un tiempo en silencio. Tras poner su cabeza a pensar largo rato, abrió su cuaderno pero su mano estaba totalmente paralizada. ¿Cómo le hablaba a su hija de aquel personaje sin que se asustara? Aunque no podía mentirle, no podía contarle otra cosa que no fuera la realidad, como ella se imaginaba al personaje que le pedía su pequeña... 

-- Hija mía... No estoy segura si puedo dibujar al Coco porque nunca lo he visto, sólo lo he sentido en la oscuridad más densa. Oculto bajo su manto me acecha y, a veces, me ataca. No sé qué tamaño tendrá. Cuando lo siento sobre mí lo imagino enorme, de dos o tres veces mi estatura, pero otras veces he pensado que es muy, muy pequeño, como un insecto, porque se puede meter en cualquier lado. Se puede meter en mí. Supongo que puede tomar la forma que más le convenga, según sus siniestros deseos.

Tampoco sé qué forma o color tendrán sus ojos, ni cuántos son, pero sé que tiene al menos uno porque he sentido su malvada mirada sobre mí, pesada como un yugo. Y sé que tiene garras, porque me han rasgado la piel, y una cola fría y escamosa que algunas noches enreda alrededor de mí como si quisiera acariciarme, pero en lugar de eso me aprisiona, me oprime y me sofoca.

Y también sé que tiene dientes afilados porque a veces, mientras me atormenta, me muerde el cuello o un hombro y así me mantiene quieta. Cuando me muerde me deja sentir su lengua, dura como un aguijón, y su aliento putrefacto. Y su voz no se escucha, se piensa. Su voz es mi voz, seca y áspera, que recita un río constante de horrores en mi cabeza, sin detenerse jamás, hasta volverme loca... --

Casi sin haberse dado cuenta, actuó contando todo aquello como de costumbre, dejándose llevar por su creatividad y pintando sobre la marcha, una imagen lo más parecida a la descripción que le daba a su hija, tal y como hacía con todos sus personajes. 

Al contrario que otras veces, su naturalidad e impulso se vio invadida por un curso de lágrimas que cubrieron su rostro, las cuales trató de disimular limpiándose rápidamente con el revés de su mano y, mientras lo hacía, no se percató que su hija ya se había asomado al cuaderno para ver lo que había dibujado.

Antes de que pudiera reaccionar, Claudia se incorporó de la cama para abrazar a su madre, mientras le susurraba al oído;

"No te preocupes mamá, que ese Coco que tú y yo conocemos, no volverá jamás a esta casa..."



Fuente de Cantos, a 4 de octubre de 2019. Imagen libre en la red.