viernes, 30 de septiembre de 2016

La ola perfecta

Hay una edad para todo, o al menos cada una tiene su momento, esa dónde debes poner el acento sobre algo que requiera cierta importancia. Pero cualquier edad es idónea para valorar lo que tienes alrededor, abrir bien los brazos y abarcar todo cuánto puedas, (más bien a quienes puedas), y simplemente convocarlos para hacerles ver que los quieres. "Sencillamente" para eso. ¡Ahí es poco!. Yo pensé que los cuarenta sería una buena ocasión para todo esto.

Entonces se organiza una fiesta en tu honor, con una participación aún desconocida, y dónde más tarde, ese honor servirá para formar una aureola que cubra todo el espacio. Y sin saber por qué, empiezas a entender cosas que te van ocurriendo. Cosas que pensarías, en otras circunstancias, que habría que darlas por hecho, pero no es así. La realidad te da un repaso y se vuelve inesperada. Porque si resulta que te alegras de manera desproporcionada, por encontrarte por sorpresa con un amigo o una amiga, imagina esa sensación una vez tras otra. Pero sobre todo, entiendes que la sonrisa es contagiosa, y yo me contagié hasta enfermar de felicidad.

Tampoco sabía que era tan bueno eso de llorar, o mejor aún, tan gratificante elegir quienes quieres que vean tus lágrimas. Cuando eso ocurre, puedes dejar que corran. Sin ninguna vergüenza, sin ningún pudor. Incluso te sorprende, que la gran mayoría se atreve a llorar contigo. O más bien, que no pueden evitarlo. Entonces llorar, se convierte en lo más hermoso que podría ocurrirte. Así que entiendes que llorar por o con alguien, va a ser la manera más extraordinaria de conectar con los sentimientos de otra persona. 

Y es también entonces, que descubres que siempre se puede querer más, o que querer demasiado, sigue siendo demasiado poco. No hay límites, menos aún excusas, para acercarte a quienes te aprecian, o al menos, con quienes volver a sentir cariño, que aunque en algunas ocasiones estuviera dormido, despierta sin sobresaltos, y es así como vuelves a sentirlo. Esa melancolía traicionera que te hace arrodillarte ante tan bonito sentimiento.

Igual eso de felicitar es una formalidad, pero ser amigo, es una lealtad. Y de esta manera iba desenvolviendo regalos que iban vestidos de las personas que yo sobradamente conocía. Y disfrutaba con quien acudía a la fiesta, y pensaba cariñosamente en quienes no estaban, o quienes en la distancia dejaban un bonito mensaje de amor y cariño. Y me alegraba por formar parte de la vida de gente sencilla, normal y corriente. Valga lo especial que llegan a ser para mi.

Y era en ese momento, que sencillamente me felicitaba a mi mismo por ser feliz. Por ser capaz de entender qué es la felicidad; en qué consiste. Que nada tiene que ver con tus posesiones, tus triunfos, ni tan siquiera el conocimiento que te dan tus fracasos. Que nada tiene que ver con el dinero, con el poder, menos aún con el prestigio. Y sí, tenía que felicitarme por haber entendido, que la felicidad tiene que ver con aquellas personas que te ayudan a conseguirla. Ningún éxito es individual, sino, que se lo pregunten al amor.

Pero en aquella vorágine de dicha, precisé de mi momento en soledad. Saborear todo aquello de manera solitaria, era necesario; aunque más que el disfrute de ese preciso instante, pensaba sobre las consecuencias de haber llegado a esos sentimientos. De quienes habían producido en mi esa tormenta de cariño. Era el ejemplo perfecto de "causa-efecto". Será que das, que algún día recibes. Pero tampoco quise pensar demasiado....

....Así que tomé mi tabla, y avancé sin mirar atrás. Era una tabla gigante, pero apenas si pesaba. Remé con mis brazos, y me metí hacia el océano. Pronto empezaron a llegar las olas, pues el mar estaba crecido, y mi entusiasmo era firme y decidido. Ese día era el idóneo para surfear, para subir en la ola perfecta. Pero, igual necesitaba algo de mayor tamaño, ya que por muy perfecta que fuera la ola, necesitaría llevar a mucha gente en mi tabla. No cabrían ahí todas las personas queridas.

Así que pensé en otro medio de viaje para disfrutar de ese momento con todos mis amigos, tal vez con más capacidad, tal vez con más libertad de subir y bajar, pero en el cuál siempre habría espacio suficiente. Y pensé en mi avión, que aunque pequeñito, disponía de mucho más espacio que mi tabla de surf. Que me permitiría viajar y visitar a las personas que tengo lejos de mi lado. Además, sería ideal para dejar que los sentimientos vuelen. Pero una vez más, pensé que no sería lo más adecuado, pues si no hay espacio para todo el mundo, siempre quedará algún vacío que te recordará la ausencia de alguien.

Fue entonces que pensé, que el único lugar dónde todo el mundo cabe, sin dejar nadie atrás, en el cuál hay espacio más que suficiente, para surfear, para volar...., y mejor aún, para llevar consigo a todas las personas que te quieren, vayas dónde vayas, es en el Corazón.....









































Fuente de Cantos, 24 de septiembre de 2016. Fotografías de Amparo García.


     

    

viernes, 23 de septiembre de 2016

La cresta de la ola

Mientras me relajaba y descansaba en una de las hermosas y paradisiacas playas de Florianópolis, observaba como los chicos y chicas enfundados en sus trajes de neopreno se adentraban hacia el interior del mar. En los primeros metros, cargan con sus ligeras tablas bajo el brazo, hasta que, una vez el agua te impide caminar cómodamente, suben encima de ella y comienzan a remar con los brazos.

Los surfistas suelen aprovechar que el mar está crecido y las olas rompen en la costa, por lo que deben avanzar sorteándolas hasta llegar a la zona adecuada. Si eres uno de ellos, sabes que hay que esperar un tiempo hasta que lleguen las olas mas grandes; entonces remas con tus brazos, y con un rápido impulso subes a la tabla tratando de permanecer en lo alto de la ola y aprovechar el impulso que te da ésta, y es cuando coges con una velocidad impresionante. Entonces, es ahí arriba, en la cresta de la ola, donde debes mantenerte el mayor tiempo posible.

Una vez que caes, el ejercicio es repetitivo. Subes en tu tabla, remas con tus brazos mar adentro, y esperas la ola correcta. A veces, ésta ni llega, pero por si acaso, tú has estado ahí. Pero, "¿realmente merece la pena tanto esfuerzo?", podríamos llegar a pensar. Gastar tanta energía para subir encima de una tabla, sortear las olas, permanecer sobre ella el mayor tiempo posible, pero sabiendo que vas a caer. Es normal que sea difícil entender esta manera de pensar de los surferos, así como la filosofía que los rodea.

Se trata de un deporte antiguo, (para algunos un estilo de vida). En Hawai, descubridores del surf, éste era una forma de entrenamiento para las nobles, y el estatus social se veía sobre las olas. Solo los nobles se podían poner de pie sobre las tablas. Los plebeyos, iban tumbados o de rodilla. Cosas absurdas que pasaban, pero no muy lejos de otras estupideces que ocurren hoy en día respecto a las clases sociales. 

Resulta que nos levantamos a todos los días haciendo las cosas que mejor nos hacen sentir (aquí incluyo al trabajo). Pero cualquier rutina diaria puede verse interrumpida por contratiempos, los cuales tratamos de sortear de la mejor manera posible. A mayor carga en nuestras espaldas, posiblemente mayores problemas a resolver cuando estos surgen. Esto es obvio, ya que por normal general, vamos adquiriendo una responsabilidad proporcional a nuestra carga.

Luchamos a diario, con uñas y dientes, para que los nuestros vivan de la mejor manera posible. La preocupación está ahí, y a veces permanece presente demasiado tiempo, pero es intuitivo que miremos por el mejor futuro de nuestros hijos, el bienestar de tu familia, o por  conseguir la mejor relación posible con los amigos que te rodean. Pero sobre todo, por encima de cualquier cosa, cuidar del estado de salud de tus progenitores, si sigues con la gran suerte de seguir disfrutándolos. 

Hablo con quienes tienen hijos, y no hay mayor satisfacción, ilusión y motivación para ellos como padres, que trabajar a diario, resolver cuantos problemas vayan apareciendo en su camino, por ver feliz a sus hijos. Por los hijos se hace todo; cualquier cosa. Pero quizás para los que no los tenemos es algo común, eso de saber que todos quienes tenemos alrededor se encuentran bien. Y cuando esto ocurre, es entonces que puedes relajarte, y es ahí, disfrutando con ese preciso instante, cuando realmente piensas que todo sacrificio merece la pena. 

Vaya..., podríamos decir, que estás en la cresta de la ola. Estás sobre la ola perfecta, disfrutando del momento. Pero, ¿realmente merece la pena tanto esfuerzo?.
La respuesta, tanto del surfero como tuya, evidentemente es afirmativa.

Por eso que no hay que juzgar como viven los demás, y el esfuerzo que a cada cual le supone subir a la cresta de la ola, alcanzar su felicidad (que igual para ti es otra distinta). Porque cada cual tiene una manera de gestionar su vida, de proteger con sus "gestos o acciones" a los suyos, y no por eso tu manera de vivir ha de ser mejor o menos buena que la del resto.

Todos buscamos el mejor camino que nos lleve a la felicidad, a nuestra dicha particular, y ese camino no ha de ser el mismo para todo el mundo. Porque al igual que yo veía en esa playa como cada surfista braceaba, llegaba al punto que creía idóneo, y ahí esperaba la ola perfecta, (no todas las ocasiones tendiendo suerte, pero siempre intentándolo), cada cual tiene en su vida una forma de surfear sus problemas y mantenerse subido en la "tabla" el mayor tiempo posible.

No sé si unos más que otros, pero todos hemos remado cuánto hemos podido, por eso que todo el mundo merece encontrarse de vez en cuando en lo más alto. Cuando eso ocurra, y estés en la cresta de la ola perfecta, no estaría mal que recordaras el dolor de tus brazos por llevarte allí. Y sin saber el tiempo que ahí te quedarás, y sea cual sea su duración, trata de "surfear" esa ola de la manera más honesta y sencilla posible. Con humildad también se disfruta de tus logros.

Si mi vida o estado actual he de compararlo con el surf, es una comparativa que me agrada. Porque detrás de todo eso, el surf no es solamente un deporte, es un estilo de vida, y donde hay un profundo respeto por lo que ahí te mantiene, como es el mar. Es por eso, que me gusta mostrar respeto por el estilo que usan los demás para vivir.

Dicen que en el surf, se requiere preparación física, superación, esfuerzo, y un reto permanente con uno mismo. En la vida, ocurre exactamente igual. Pero además, has de saber, que como pasa en el surf, cuando vas de "sobraó", el mar te pone en tu sitio....



Praia Mole, Florianópolis, Brasil. Septiembre de 2016. Fotografía de Jesús Apa.
  





viernes, 16 de septiembre de 2016

Tudo bem y tudo bom

No conozco mucha gente brasileña, pero las referencias que tengo coinciden con lo que es más que un rumor; "las personas de Brasil son las más optimista del mundo". Hay varios estudios y encuestas sobre la felicidad y el grado de optimismo en todas las personas de los distintos países del planeta, y los brasileños se llevan la palma, rompiendo las estadísticas del placer, principalmente sobre el pensamiento de la "felicidad futura".

Eso sí, según estos estudios, el pueblo brasileño peca de individualista y "no ve al otro", siendo más optimista en relación a su propia vida que cuando piensa en el conjunto del estado. Quizás ese individualismo diga mucho de la situación de un país con dimensiones gigantescas y con unos recursos impresionantes, pero que podría tener su desarrollo y economía en un punto más alto del que actualmente tiene.

Pero sí, haciendo hincapié en esta felicidad y optimismo, aunque sea de forma individual, desde que pisé este país hace ahora una semana, toda la gente que he conocido y con la que me he encontrado, (salvando excepciones, claro), me han transmitido esa "buena onda" que todo país latino siempre tiene presente.

Piensa por un momento, sin conocer nada de Brasil de manera directa, o por haber estado en el país, cómo es o cómo lo has imaginado en tu cabeza, en lo que a cosas positivas se refiere. Tus respuestas seguro que se llenan de colores vivos, increíble naturaleza, clima tropical, playas paradisíacas, gente que a pesar de la desigualdad, se muestran alegres, sonrientes, y con un culto al cuerpo espectacular. Pero sobre todo, un país donde predomina la música; mucha música. Y donde el estilo por excelencia, como no podía ser de otra manera, es La Samba. Pues todo se magnifica aún mucho más, una vez que lo vives y conoces....

Lejos de lo que hayamos podido ver o escuchar sobre La Samba, y obviando esa imagen del típico "Sambódromo" de Río, que no son más que una muestra y exhibición de las escuelas de este tipo de música y baile, La Samba es otra cosa, ademas de ser para ellos más que el himno nacional. Una de las noches pasadas fui a un local para presenciar esta música y ver de paso cómo la convierten en arte. Un local construido de madera, a los pies del mar, usado diariamente por pescadores pero adaptado en ese momento como salón de baile. Del techo pendía una red con conchas dentro de la misma, y por las paredes, colgaban los utensilios ya en desuso de los pescadores. Todo adornado con simbolos y referencias al mar; tenía su encanto. 

Nada más entrar, al fondo del local, ya estaba un grupo de música actuando. Varios músicos de distintas edades y razas tocaban distraídamente sus instrumentos, como si no tuvieran que ver nada entre sí, y en el centro, un micrófono, ocupado por cualquier persona que se atreviera a cantar las canciones más típicas del país; todas ellas de Samba. En uno de los laterales, una pequeña e improvisada barra dónde se servía cerveza, principalmente, pero también otros tipos de bebidas y algo de comer. Ahí probé "la Casinha", una especie de empanada, considerada como la "comida de los pobres", pero yo ahí ya me sentía rico, contagiado por esa música cautivadora.

Pero lo que más me sorprendió sin lugar a dudas era el ambiente. Miraba a mi alrededor y cualquier persona, cualquiera, y de las distintas clases sociales que en Brasil existen, (pues allí se percibían las mezclas), no solo bailaban, sino que cantaban. No solo sonreían para sí, sino que te regalaban sus risas. Y entonces, ya no distinguías al pobre del rico, ni tan siquiera al triste del agraciado. Allí todo era felicidad, al menos momentánea, y al menos mientras sonara la música, que casualmente y valga para ello, nunca paraba, y donde los turnos para con el micrófono no cesaban.

Fue entonces que empecé a entender un poco la forma de vida brasileña, su cultura, o mejor aún, su idiosincrasia. Muestran sin tapujos la felicidad, su optimismo, su alegría....aunque a veces, o casi siempre incluso, carezcan de ella. Pero con la música consiguen parar el tiempo, dejarlo suspendido en el aire. Deben pensar...."¿de qué me sirve quejarme?. Ya pasará...." Con razón es que rompen las estadísticas en eso de la "felicidad futura". Es más que obvio.

Pero volviendo a esto de La Samba, y esta vez en su versión española, pues hubo un cantante puertoriqueño, Hector Lavoe, quién puso voz a este estilo de música con una canción titulada "La vida es bonita". La verdad que podríamos decir que es una apología al optimismo. Una parte de la misma, decía algo así;

Yo sé, yo sé,
que la vida debía ser,
mucho mejor; y lo será.
Pero eso no impide que repita,
que la vida es bonita, bonita y bonita...

Pero ese optimismo dónde más se percibe es en el cara a cara con ellos. Su saludo ya los distingue, sobre todo, el saludo que usan por excelencia, consistente en decirte:
"¿Tudo bem?. Tudo bom".

Es curioso, porque la persona que te saluda, pregunta pero a la vez responde por ti. Te preguntan si todo está bien, y a la vez te dicen que todo está bueno. Ante ese saludo tan contundente, es evidente que de poco te valdrá quejarte o decir que algo no va bien.

Después de casi 24 horas desde que salí de casa, en el viaje que me trajo hasta aquí,  además de lo agotador e incómodo del avión, éste se presentó con bastantes contratiempos, entre ellos, el requerimiento de algunas cosas en la aduana, o el tener que pagar de más, (por el antojo de la chica de facturación), por el "exceso de peso" en mi equipaje, (eso sin contar que más tarde un perro mordería mi mano por dos veces en mi única pretensión de acariciarlo).

Así que nada más pisar Florianópolis, aún con el malestar y enfado de lo ocurrido en mi viaje, rapidamente tuve la primera lección de lo que me quedaba por aprender en este país, pues el saludo que recibí de quién vino a recibirme al aeropuerto, y con una enorme sonrisa en su cara, fue; 

"¿Tudo bem?. Tudo bom...."





Florianópolis, Brasil. 16 de septiembre de 2016. Fotografías de Jesús Apa.






viernes, 9 de septiembre de 2016

Amor con pinzas

No esperes más trenes sin asiento,
ni compres en vano más billetes.
Quién quiera dejarte sin aliento,
no viaja en trenes de juguete.

Si vienes en silencio no hagas ruido;
para no extrañarme, no te vayas.
Si no quieres un mar embravecido,
entonces busca en otra playa.

El día que tengas quien te quiera,
sabrás cuánto amor perdiste.
Qué fácil regalar flores en primavera;
qué difícil a veces lo pusiste.

Si no sabes guardar secretos,
no me pidas que te hable al oído.
Un día le dijiste al mundo entero,
que me amabas, y ni siquiera lo he sentido.

Un día escucharé que te perdí,
también oirás que me perdiste.
Nunca supe quién fui para ti,
pues dijiste adiós sin despedirte.

Si vienes a buscarme yo te espero,
de sobra conoces el camino.
Pero no te andes con rodeos,
que es mentira eso del destino.

Te juro que he intentado prometerte,
y con este juramento me torturo.
Que no merece la pena quererte;
te lo vuelvo a prometer y me lo juro.

La medalla que ganaste te la quito;
hiciste trampa en la carrera.
Te lo dije un día, y lo repito;
deberías amar de otra manera.

Si dudaste de mis dudas traicioneras,
es que tuve que pensar más de la cuenta.
Nadie ama a las prisas y ligeras;
será que me acerco a los cuarenta.

No me digas más "te quiero" gratuitos,
si dices que tu amor es pasajero.
Si quieres olvidarme, yo te olvido.
Pero deja de quererme tú primero....



Imagen cedida. Florianópolis, Brasil. 9 de septiembre de 2016.




viernes, 2 de septiembre de 2016

La hija del farero

Esa tarde, el sol había decidido aparecer, y de esta manera, dar una tregua a las varias jornadas de tormentas y diluvios que habían estado presentes en aquel pequeño pueblo costero. Las calles volvían a tener vida, y la claridad lucía vigorosa, donde los ojos casi necesitaban volver a acostumbrarse a la luz, pues una espesa niebla había acompañado a los últimos días y noches de las primeras jornadas de aquel invierno.

Los habitantes de ese pequeño pueblo supieron del accidente nada más ocurrir. Un barco pesquero chocó en plena tempestad contra las rocas, y había provocado la rotura de su casco en varios pedazos. El grupo de marineros que hubo naufragado encontró refugio en la única taberna del pueblo, que hacía las veces de posada. Tendrían que pasar allí varios días hasta que su barco fuera reparado y dispuesto de nuevo para faenar mar adentro. Mientras tanto, trataban de pasar los días lo más entretenido posible dentro de aquella taberna, ya que aquel pueblo no parecía que diera para mucha diversión, menos aún con aquellos días lluviosos.

Avanzaba la tarde, y el más joven del grupo de pescadores, un apuesto marinero, no tardó en salir a patear las calles en el momento de descubrir que al fin el sol, había ganado la batalla a aquella espesa niebla; al menos por el momento. Rápidamente su paseo lo llevó a las afueras del pueblo, llegando a los pies del mar, dónde éste chocaba una y otra vez contra las rocas. El viento lo despertó del letargo de varios días encerrado, y su ánimo comenzó a recobrar vida.  

Su mirada quedó perdida en el horizonte, donde la caída de sol formaba un precioso dibujo anaranjado, tal vez recordando el momento en el cual su barco colisionó estrepitosamente con las rocas, o quizás pensando en cuándo estarían de nuevo dispuestos para adentrarse en aquel infinito mar. Éste no solo era su medio de subsistencia; era su vida. Aquel accidente no supondría ningún rechazo al amor que sentía por aquella pasión de navegar. En ese paseo, de repente, vio a alguien sobre una roca casi al borde del acantilado. Le resultó extraño la imagen que le proporcionaba aquella persona solitaria y sentada en un sitio tan peligroso. Supuso que era una chica, por la forma de su pelo ondulado al compás del viento, así que sintió el atrevimiento de guiar sus pasos hacia ella.

Cuanto más se aproximaba, y como si de un extraño poder de atracción se tratara, más aceleraba sus pasos deseoso de descubrir quien era; se sentía intrigado por cuál sería su rostro, o más bien su belleza. Sin saber por qué, algo le decía que iba a gustarle lo que allí encontraría. Pensó en que no sabría qué decirle cuando llegara a su lado, pero como si ella supiera que el chico se acercaba, y ya a escasos metros de su espalda, le dijo; "supongo que eres uno de los marineros que iba en el barco que chocó hace varias noches contra las rocas"....

Él quedó extrañado ante aquella confirmación por parte de ella, quien sin ni siquiera girarse, no tardó en argumentar su suposición; "No vienen muchos forasteros por esta isla, así que era fácil adivinarlo". El joven no sabía qué decir; estaba bloqueado. Solo miraba fijamente su espalda, sobre la cuál bailaba su pelo tal y como al viento se le antojaba, hasta que tras un largo silencio, ella se levantó, se giró hacia él y le dijo, "he de irme a casa, está oscureciendo."

Aquella noche el joven marinero no pudo quitarse de la cabeza a aquella misteriosa chica. Además de haber quedado prendado de su belleza, sentía una enorme intriga en saber más sobre ella. Fueron eternas las horas que sucedieron hasta el amanecer, donde no tardó en salir de su habitación rumbo al mismo lugar del acantilado donde encontró a la chica la tarde anterior. Pero allí no había nadie. Paseó de un lado al otro de la costa, esperando encontrarla sentada en alguna roca, pero cansado en su empeño, fue él quien se sentó a descansar. Al poco rato, alguien le habló a sus espaldas; "Parecía que andabas perdido". Era la chica, a la cual descubrió al girarse. Pero esta vez, no calló; "¡Te buscaba a ti!".

Desde aquel momento, no pasó un solo día en que nada más amanecer, el joven marinero se encontrara con la chica al borde del acantilado, desde donde partían a recorrer los bellos rincones de aquella pequeña isla, acompañado de conversaciones de todo tipo. Era ya un deseo de ambos que tras anochecer, que era cuando ella debía irse a casa, pasaran las horas rápidamente para que llegara un nuevo día y pudieran volver a verse.

Cierto que necesitaron varios días para el primer beso, pero tan verdad es, que no tardaron en perder la cuenta de todos los que siguieron al primero. Así fue como se hicieron inseparables, y así fue como él no tardó en declararle incondicionalmente su amor. Jamás había sentido nada parecido en su vida, y estaba seguro que no encontraría jamás a nadie como ella. Aquel accidente había dado como consecuencia que encontrara al amor de su vida, y no cesaba en su empeño de recordárselo; "Has sido y eres mi más bonita casualidad. Sabía que tras el accidente algo bueno me ocurriría. Estaré toda mi vida en deuda con el destino por darme el regalo de conocerte".

Pero una noche, cuando el chico regresó a la posada dónde seguía alojándose con el resto de marineros, la noticia que recibió, aunque podría interpretarse como buena, a él lo dejó abatido. El barco estaba casi reparado, y en apenas un par de días, podrían abandonar la isla y continuar con su camino mar adentro. Eso supondría que definitivamente tendría que despedirse de aquella chica, pero intuía que su corazón no se lo permitiría. Aunque no sabía dar respuesta ni solución a aquello, tendría que compartir la noticia con ella al día siguiente.

La chica supo que algo preocupaba y rondaba por la cabeza de él, pues sus besos sabían a despedida. Pero ese momento era esperado por ella, y es entonces cuando le pidió que esa noche la pasara a su lado. El corazón del chico latía con prisas, pero pareció detenerse cuando llegaron al lugar dónde ella vivía; el faro de la isla. Allí fue donde le dijo que esa era su casa, a la misma vez que su lugar de trabajo, pues era la encargada de dar luz a los navegantes en aquellas noches oscuras. Esa era su labor desde que falleció su padre, quien había ocupado toda su vida el puesto de "farero".

Mientras le explicaba todo aquello, pudo comprobar la cara desencajada del chico, el cuál no podía creer lo que estaba escuchando. No sabía si era odio, rencor o ira lo que estaba reteniendo en sus adentros. Pero la chica parecía no extrañarse con la reacción del joven marinero, a lo que de manera serena, le preguntó; "¿Te ocurre algo?. ¿Te sorprende que sea la encargada del faro?."

El chico, casi balbuceando, empezó a hablarle;

-" Desde el primer momento de llegar a esta isla, y de la manera que lo hicimos, chocando bajo el acantilado, todos nosotros pensamos que ocurrió por culpa del faro, que no estaba encendido, y fue eso lo que provocó que arribáramos rompiendo nuestro barco contra las rocas, atracando estrepitosamente. ¿Cómo crees que debo encajar todo esto, ahora que sé que eres la responsable del faro?".

- "Lo sé. Sé perfectamente lo que ocurrió esa noche", le dijo ella. "Y es cierto todo lo que dices, que el faro estaba sin luz, entre otras cosas, porque yo estaba ahí en ese momento". 

Él quedó paralizado, sin saber como hacerle ver que era la culpable de aquel accidente. No sabía como gestionar aquella situación. Pero antes que dijera nada, ella volvió a adelantarse, para decirle;

"Y si es cierto que el destino debía darte un regalo, y si tan confiado estabas de ello, y en que iba a convertirme en tu más bonita casualidad...., alguien debía apagar el faro, ¿no crees?".

Eso hizo que él sonriera. También, que ella se alegrara. Y él no tardaría en vivir en aquel faro, y así convertirse, en el amor de la hija del farero....


Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 2 de septiembre de 2016.