viernes, 25 de noviembre de 2016

Versos de desamor

No hay nada que ya me asuste,
ni nadie a quien tenga miedo.
No usarás más tu fuste,
ni en mí pondrás más tus dedos.

En el amor no todo vale,
y aquí ya llegaste tarde.
Te vi afilar tus puñales;
no sabía que fueras tan cobarde.

No digas cuánto me quieres,
minutos después del impacto.
Si de esta manera me hieres,
no pidas perdón por tus actos.

Que perdonar se hace a diario,
aunque sea algo difícil.
Olvidar quizás es más despacio,
depende de las cicatrices.

En olvidar pueden pasar mil años,
y otros mil seguirían siendo pocos.
Pero si a quien amas, te hace daño,
ese amor se olvida de un día para otro.

Rompiste una vez mi cara,
pero esa herida se arregla.
Nuestro amor sí que no se repara;
no hubieras roto las reglas.

Pero no voy a tirar tus fotos,
ni voy a quemar tus cartas.
Ni tan siquiera mereces mi odio;
eres tú el que maltrata.

Y guarda tus buenas palabras,
queriendo aliviar mi dolor.
Pues solo compones con ellas, 
estos versos de desamor....


Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 25 de noviembre de 2016.












viernes, 18 de noviembre de 2016

Caprichos del destino

Hay quienes prefieren pasar de puntillas por este mundo, con una vida ordenada y ajena a cualquier cambio. Sencillamente viven en un mundo totalmente estructurado, sin pretender que nada altere sus caminos. Esas personas están alejadas de esa sensación poderosa que a veces tenemos con el destino, con no saber lo que éste puede depararnos. Porque no todo el mundo cree en él, sino que simplemente, se limitan a evocar a la casualidad, más que a alimentar esa veracidad de que el destino está ahí, pero hay que salir a buscarlo. Porque no creo que tenga mucho que ver la casualidad con el destino, aunque a veces lleguen a ti de manera aliada. Para mi son dos cosas distintas.

Todos conocemos historias de casualidades, propias o bien que vengan de parte de algún conocido. Me contó Annie, que hace muchos años unos amigos suyos se mudaron a vivir a Chicago. Esta ciudad, que está en el Estado de Illinois, es la tercera ciudad más habitada de los Estados Unidos. En aquellos entonces, no se disponía de los medios digitales de ahora, y las conexiones personales eran más complejas. Nada más aterrizar en aquella ciudad, a esos amigos de Annie, se les vino a la cabeza otro amigo en común que sabían que vivía allí. "Lástima que no sepamos nada de él, para poder haberle hecho una visita", comentaron ambos, mientras viajaban en el coche que les llevaba a su nuevo hogar. 

En ese momento, mientras se encontraban parados en un semáforo, otro coche se les puso al lado. Tuvieron que frotarse los ojos porque no daban crédito lo que veían. En el coche que paró junto al de ellos, conducía ese viejo amigo del que hablaban un momento antes. Fue así, con esta casualidad, como volvieron a recuperar la vieja amistad que por circunstancias de la distancia habían perdido.

Hace también muchos años, Michel, un amigo de Francia, decidió embarcarse en una aventura por América del Sur. Para dicha experiencia, contaría con una moto de gran cilindrada, por la que atravesaría toda Argentina. Al llegar a la Patagonia, la zona más austral de América, se detuvo a contemplar el paisaje y tomar algunas fotografías. Un escenario desértico y desangelado. De repente, observa que a unos cientos de metros, hay otra persona, que al igual que él, viaja en moto y está tomando fotografías. 

Cuando decidió acercarse hacia él para que le hiciera una fotografía con su cámara, no podía creer quien era aquella persona que estaba, en la otra punta del mundo, viviendo la misma aventura que él. Un antiguo amigo de la infancia y que fue su compañero en el colegio, y del cual no sabía nada hacía años, pero que por casualidades, o por caprichos del destino, pensaron en vivir la misma experiencia, en las mismas fechas, y coincidir en el lugar más inesperado jamás por ellos, para así de nuevo, recuperar la amistad ya casi olvidada.

Pero, ¿quien no ha sentido esa sensación en que, la casualidad, lo inesperado, va poniendo marcas en nuestro camino, obligándonos a encauzar la vida, en una dirección u otra?. Hay quien dice que son designios del destino; de esa fuerza que está por encima de nosotros, y que nos empuja a una sucesión inevitable de acontecimientos, de los que no podemos escapar. Entonces, cuando eso ocurre, te preguntas; ¿Casualidad o destino?.

Hace unos días leí algo increíble, de estas historias sobre casualidades, como las dos anteriores, pero que te hacen pensar y reflexionar de lo imprevisible que puede ser la vida. 

"El 1 de octubre de 1987, en un hospital del Estado de Illinois, era abandonada al nacer, una niña con una malformación genética; no tenía piernas. Al conocer la noticia, el matrimonio Bricker, acudió a su rescate y decidieron adoptarla. La criaron como si fuera suya, y bajo una premisa concreta, la misma con la que criaron a sus otros tres hijos; nunca decir "no puedo". Y a los siete años, Jennifer dijo a sus padres que quería ser gimnasta. Pero, ¿cómo iba a ser gimnasta si no tenía piernas?.

Comenzó dando pequeños saltos en una cama elástica que le compró su padre. Al principio, le costó empezar, y las caídas eran constantes. Pero poco a poco, con el entrenamiento con su padre, fue mejorando, hasta llegar a competir. Al poco tiempo se convirtió en campeona del Estado de Illinois. Creció imitando a su ídolo, Dominique Moceanu, una gimnasta estadounidense que competía en gimnasia a nivel mundial, y quiso ser como ella.


Cuando Jennifer se hizo mayor, le preguntó a su madre sobre su familia biológica. A Saron Bricker le costó decirle el apellido, pues este era Moceanu. ¿Cómo era posible? Jennifer no podía creerlo. Una cosa es que puedas hablar con tu ídolo de la infancia, pero otra es que ese ídolo sea tu hermana. ¿Casualidad o destino?...."




Jennifer Bricker y su padre adoptivo. Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 18 de noviembre de 2016.
  
       

   

viernes, 11 de noviembre de 2016

Se vende

Laura esperaba pacientemente a la directora del colegio en aquel amplio despacho, con muebles de color nogal y enormes sillas negras de cuero desgastado. La luz natural que entraba por las amplias ventanas, lo hacían algo más acogedor. A través de ellas, podía ver a sus compañeros de clase jugar sobre el agrietado hormigón del patio de aquel viejo colegio. Era el momento del recreo y había sido llamada por primera vez a hablar con la directora.

Ésta, se encontraba en una sala contigua hablando por teléfono, y mientras lo hacía, en voz baja como un susurro, no perdía ojo de la posición de Laura, quien seguía inmóvil frente a aquel enorme escritorio de madera. Bajaba la mirada cada vez que cruzaba ésta con la de la directora, quien le infundía un gran respeto. Ahí, con su vista hacia abajo, contemplaba sus relucientes zapatos negros, sus medias color gris hasta casi la rodilla, dónde encontraban el inicio de un atípico uniforme colegial, color rosa claro y con ribetes blancos. Justo debajo de sus hombros, descansaban dos perfectas trenzas doradas que finalizaban en sendos coleteros color rojo.

El tono de despedida en la conversación telefónica de la directora la hizo poner en guardia, aunque a pesar de sus inocentes siete añitos, se la veía preocupada e incrédula por encontrarse en aquel despacho; algo mal debía haber hecho para estar allí. La directora del colegio, con poco tiempo en su puesto, era una mujer joven y muy alta (seguramente aún más para Laura en aquel momento). Se dirigió al despacho cerrando tras de sí la puerta de la sala de reuniones contigua a éste. Fue hacia su silla, que acomodó a su posición, y se sentó. Miró a la chica que tenía frente a ella, aún inmóvil, y le dijo:

- "¿Sabes con quien hablaba?". Laura levantó la mirada. "Hablaba con tu madre".

Laura no pudo evitar sacar una leve sonrisa, dejando entrever la falta de dos de sus dientes delanteros, que contrastaba con sus labios pintados torpemente de un carmín color rojo. Su pequeña y rosada cara delataba que también habría algún colorete sobre ella. Al momento dejó de sonreír, pues quizás intuyó que si había estado hablando con su madre, es que no sería buena señal. Ahora un sudor frío recorrió todo su cuerpo, y mirando seriamente a la directora, cerró intuitivamente sus puños como muestra de alerta, tapando casi al completo aquellos pequeños dedos pintados de rojo y dónde podían verse algunos espacios más claros, a causa de la pintura descascarillada.

La directora, aún en tono conciliador, volvió a preguntarle;

- "Y dime Laura, ¿sabes por qué motivo te he llamado aquí?. ¿Y sabes por qué estaba hablando con tu madre?".

Laura, casi sin mirarla, se encogió de hombros.

- "¿No lo sabes, Laura?".

La pequeña abrió una de sus manos, y la hizo oscilar de un lado a otro, en un vaivén de 90º, mientras trataba de decir con ese gesto; ...."más o menos".

- "Bien Laura, resulta que acaba de decirme tu madre que llevas mucho tiempo ahorrando todo el dinero que te dan semanalmente en casa. Que incluso en tu último cumpleaños, pediste como regalos que solamente te dieran dinero, porque según parece, querías ahorrar para ir a la excursión de fin de curso. Pero ahora resulta, que llegamos a ese momento, y eres la única persona de la clase que no quiere ir a la excursión, poniendo como excusa que es tu madre quien no te deja ir. ¿Pero sabes una cosa Laura?. Acabo de hablar precisamente con ella, y me dice que eso no es cierto. ¿Me lo puedes explicar?".

La pequeña se sonrojó avergonzada. Su engaño había sido descubierto. Estaba a punto de echarse a llorar, cuando volvió a decirle;

- "Laura, mírame a los ojos por favor. A mi puedes contármelo; te prometo que no se lo diré a nadie. Será un secreto de las dos. ¿Puedes decirme para qué es realmente ese dinero que estás ahorrando?".

La voz suave de aquella mujer pareció calmarla. Casi sin inclinar su cabeza hacia arriba, levantó sus tímidos ojos color verde. Ahora aquella mujer le parecía alguien en la cual confiar su pequeño secreto. Así que se decidió a responder tímidamente:

-- "Seño, es que necesito ahorrar para comprar algo que aún no sé su precio".

La directora quedó asombrada ante esa inesperada respuesta. Ni tan siquiera la madre de Laura sabía el motivo de ese "sentimiento ahorrador" de la chica durante los últimos meses. Solamente imaginaba que a Laura le gustaría algún chico del colegio, pues sabía que de manera inocente le "cogía prestado" sus maquillajes, los cuales usaba en el baño del colegio desde primera hora de la mañana, y dónde en el momento del recreo, cambiaba su uniforme del colegio por bonitos vestidos que traía de su casa guardados cuidadosamente en su mochila, como el rosa que llevaba en ese momento, que era su preferido. La inocente acción de Laura no había sido considerada objeto de recriminación por parte de su profesora, y su madre lo veía como algo pasajero, gracioso y propio de la niñez.

- "Pero Laura, le dijo la directora, ¿Qué es eso que quieres comprar de lo cuál desconoces el precio?. ¿Es que no sabes su valor?".

-- "Sí lo sé Seño. Que diga, no..., no lo sé Seño. Quiero comprarlo, pero no sé si tengo suficiente aún".

La directora estaba intrigada ante aquello que estaba escuchando, pero se estaba ganando la confianza de la pequeña, así que de manera sutil, decidió ayudarla y animarla a que le diera más información.

- "Bueno, precisamente en este cajón de aquí guardo algunos de mis ahorros, y aunque no son muchos, quizás uniéndolos a los tuyos tengamos suficientes y podamos hacer frente a ese gasto. Así que si me dices de qué se trata, estoy segura que con lo que tenemos ahorrado entre las dos, podremos comprarlo". 

Laura volvió a sonreír abiertamente, dejando al descubierto su "imperfecta dentadura". No se esperaba esa ayuda, y ahora tal vez podría conseguir aquello para lo que llevaba ahorrando tanto tiempo, así que no quiso desaprovechar esa oportunidad, y decidió seguir confiando en aquella mujer, ahora su aliada.

-- "Vale Seño, te lo diré. Pero por favor, recuerda que esto es un secreto entre usted y yo".

Mientras veía que la directora asentía con la cabeza, le dijo;

-- "Quiero comprar el amor de David, el chico que está en la clase de 3º A".

La directora no podía creer lo que estaba escuchando. No imaginaba que de aquella inocente niña pudiera salir esa ocurrencia. Todo su comportamiento y todo aquel compromiso con el ahorro de los últimos meses, era consecuencia de aquel enamoramiento irracional e impropio de la niñez. 

Entonces, aquella mujer, que no quería de ninguna manera romper de golpe los sueños de aquella dulce pequeña, trató de convencerla y que entrara en razón.

- "Pero Laura, no sé si eso va a ser posible. Y es cierto lo que dices, que es algo de lo cuál no puede saberse el precio ni tan siquiera su valor. Pero es más complicado que todo eso, y es que el amor no se vende, y por consiguiente, no puede comprarse".

Laura la miraba fijamente, pero no parecía inmutarse por aquella afirmación. Parecía que pudiera esperarse aquella respuesta, así que a continuación le dijo:

-- "¿No puede venderse Seño?. Yo creo que sí, que el amor se vende. Porque si no es así, entonces me gustaría que me explicaras, por qué hay quien el amor regala, incluso a veces, a quien menos lo merece....



Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 11 de noviembre de 2016.

















      

   



    

    

viernes, 4 de noviembre de 2016

Las lecciones del abuelo. Segunda parte y final.

.... Ya cuando se puso a mi lado, montado sobre su mula, y habíamos recorrido algunos metros, decidí preguntarle..

"Y abuelo, ya que hace tiempo que no hablamos...., ¡cuéntame algo de la historia del pueblo, de su vida, de cómo lo ves en el futuro....!".

Sin esperarse esa pregunta, quedó un poco pensativo antes de comenzar a hablar, para luego decirme....

"Querido nieto. Cuando se habla de la vida, me veo obligado a hablar del pasado, que aunque ya quedó atrás y hay que mirar adelante, siempre es bueno recordarlo para saber de dónde viene uno.

Y si es cierto que en la historia pasada está el alma de los pueblos, en el futuro está su esperanza y su razón de vivir, y en sus gentes, el corazón. 

Pero el futuro del pueblo, el futuro colectivo, está en la infancia despreocupada y feliz. También lo tenemos en esa adolescencia que va enredándose en el amor y en la vida. El futuro es esa juventud un poco descreída con su futuro, valga la redundancia. Pero eso es positivo, porque no es bueno que los jóvenes aceptéis una vida regalada. Acostumbraos a rechazar todo lo chabacano, lo fácil, lo rutinario y lo impuesto. Apuntaos a causas nobles. Si queréis que vuestros progenitores sean felices, bastará con que vean la felicidad y el entusiasmo en vosotros. Y no os sintáis defraudados por cosas malas que puedan ocurriros, porque tened en cuenta que hay muchísima buena gente. Lo que pasa es que la gente decente es menos veces noticia que la gente que va haciendo trampas por la vida."

-- Pero abuelo, le dije con sumo interés. ¡Háblame precisamente de eso, de cuando tú vivías en esa juventud, esa adolescencia...!--

"Ay querido nieto. ¡Eso sí que eran otros tiempos!. Los niños de aquel entonces, éramos ajenos a las dificultades propias del momento, las cuales nuestros padres sorteaban como podían. ¡Aquello sí que era vivir en crisis sin saberlo!.

Nuestros padres eran nuestros héroes; (lástima que a veces lo descubriéramos tan tarde). Por eso que siempre estábamos deseando hacer falta en el campo, dejar la escuela e ir en su ayuda. Para nosotros era un orgullo empezar y acabar el día con ellos. Las enseñanzas de sus lecciones no tenían límites El que hoy algunos seamos analfabetos está más que justificado. Digamos que es algo anecdótico para nosotros. Pero gracias a Dios, eso hoy no pasa. Todo el mundo sabe leer y escribir. 

Curioso era ver cómo nuestros padres jamás se quejaban. Labrados a golpe de una fatiga que se tiene, pero que no se dice. 

Eran tiempos duros, pero que recuerdo con melancolía y gratitud. Desde muy pequeños, mi padre y mis abuelos aprendieron a cultivar la tierra. Después me enseñaron a mi y a mis hermanos. Era lo primero que se aprendía, porque dos manos, por muy pequeñas que fueran, siempre eran dos manos, y nunca venían mal.

Y por estas tierras veníamos a diario, donde teníamos algunos animales y algunos castaños. Entonces a medida que cosechábamos las castañas, las ahumábamos en una habitación para sacarles la humedad. Aún recuerdo el olor seco de los leños concentrados en ese cuarto, de paredes oscuras tiznadas por el humo. En esas noches de otoño, asábamos unas cuantas castañas sobre la tapa de hierro de la estufa. Mientras todos cenábamos alrededor de la mesa, las castañas iban desprendiendo su esencia suave y aceitosa a medida que se tostaban al fuego.

Las comíamos tibias, después de la fruta, mientras conversábamos sobre las cosas importantes de la vida; cómo estaba el ganado, las ovejas que habían parido, la cosecha, el sabor de las verduras y hortalizas de esa temporada, la siembra, la poda... Incluso si ese día habíamos estado solos en el campo, contábamos todo lo que éste nos decía. Porque la naturaleza te habla, sólo debes saber escucharla.

Esa era la mejor parte del día. Era el momento de dedicarlo a la familia. ¡Así se construían los hogares por aquel entonces!.

.... Recuerdo que mi padre se sentaba siempre en el mismo sillón, y en el mismo lugar de la mesa. Ese sitio era sagrado y nadie podía ocuparlo. ¡Ahí era dónde más cómodo se sentía!. 
Un día le pregunté.... -- Padre, ¿por qué siempre ocupas ese lugar y no cambias nunca de sitio?.-- 
Hijo, porque desde aquí las cosas las veo mejor, me decía. Yo, que a veces me sentaba en su sillón cuando él estaba ausente, veía lo mismo que desde cualquier otro sitio, sin apreciar nada en particular de diferente. 

Fue con el paso del tiempo, que descubrí que todo lo que él veía, no era por el lugar que ocupaba en la mesa, sino por su posición de responsabilidad. Sin darnos cuenta, desde ese viejo sillón, supo trasladarnos todos los valores que hoy tenemos y heredamos. Por eso, es tan importante seguir escuchando a los mayores....".

Yo sencillamente estaba boquiabierto de escuchar a aquel señor, quien se había convertido en mi abuelo por un momento. Pero ya no decidí interrumpirlo más, dejé que siguiera hablando de aquella manera tan tierna y con tanta nostalgia y amor, por la historia de su vida.

"Antiguamente se cantaba mucho. La gente cantaba en las cocinas, frente a una candela, en los patios... Muchos cantaban en el trabajo, en el campo, durante el día, pero también en sus casas, cuando regresaban por la noche.

Cuando trataban de dormir a los niños, en las sobremesas, en las fiestas familiares y en las procesiones. Realmente era curioso, pero casi todos cantaban o tarareaban algo cuando iban y venían del trabajo, o mientras trabajaban en los sembrados, al pie de la Sierra. Desde aquí donde estamos, desde la altura, las mujeres y hombres que labraban la tierra se veían pequeños. 

El movimiento de sus cuerpos allí abajo, mientras trabajaban con palas y picos, apenas si se percibía. Sin embargo, las canciones que se cantaban subían por el Cerro de la Fontanilla, la Peña Alta o por la Buitrera, recorriendo sus laderas, y se oía con claridad en lo alto del pueblo. No había tanto ruido como hay ahora. Y no hablo solo del ruido de las herramientas, o de los coches y tractores. La gente lo hacía todo con otra paz, y esa paz iba con uno a todas partes."

Seguíamos avanzando uno al lado del otro. Pero al pasar por un determinado lugar, empezó a guardar silencio. Era como si algo le hubiera sobrecogido. Su emoción se veía contenida en su rostro. Pasado un tiempo, y antes que yo le preguntara, comenzó de nuevo a hablar....

"Mira, esta era la huerta de Benito. Tenía un cariño especial por él, pues se había hecho bastante amigo de mi padre. Así que cuando mi padre murió, hice un bolso grande con ropa que me parecía que podía servirle. 

Entonces Benito trabajaba en la huerta con una camisa de cuadros y un pantalón azul de algodón que mi madre le regaló a mi padre en su último cumpleaños. Todos los días, cuando pasaba por aquí, mi corazón daba un vuelco cuando veía a Benito vestido con la ropa de mi padre...; ¡pero esa era la intención!. Así vivía yo el recuerdo.

Benito golpeaba con la azada la tierra, y cuando escuchaba el sonido de los cascos de la mula, apoyaba una mano sobre el mango de madera, mientras con la otra secaba el sudor de su frente. Él me sonreía, y yo le decía en voz alta...-- Adiós Benito. Que tengas un buen día de trabajo --..., (mientras mi corazón decía para sus adentros), -- Pasa un buen día en el cielo padre, que yo seguiré cuidando de tu tierra --.

Esas son las verdaderas herencias hijo. Las que consisten en no olvidar nunca quien dejó lo que hoy tienes, el esfuerzo que eso supuso, pero sobre todo, quienes te convirtieron en la persona que hoy eres.

Pero es evidente que cada cual escarba en sus raíces como mejor puede, con aquellas cosas que nos identificamos, a pesar de los cambios que han sufrido con el paso del tiempo. Pero uno ya se va haciendo viejo...."

Miré hacia arriba, y vi a un hombre hecho y derecho que empezaba a emocionarse, así que traté de desviar la conversación....

-- ¿Viejo dices? Abuelo, si está usted hecho un chaval. Cualquiera lo diría. Yo te veo mejor que nunca --; le dije haciéndole un cariñoso guiño...

Entonces me dijo.... "Hay dos maneras de hacerse viejo; de manera desgarrada, roto consigo mismo, enrabietado, rebelde..., o de manera serena, mirándose las arrugas sin miedo, queriéndose. Yo me parece que soy de los segundos, y eso sólo lo consigues en un pueblo como éste...."

"¿Ves este bastón?", me indicó tocando en una de las agüaeras de la mula. "Pues solamente lo uso para ir a cobrar al banco", me dijo orgulloso.

Los pueblos también tienen sus cosas malas, no te vayas a pensar. Pero siempre hay que ponerle un poco de picaresca a la cosa. Cuando voy al banco a cobrar la pensión, voy con este bastón. La gente si te ve que sigues fuerte como un roble, no todo el mundo se alegra. Así, con el bastón pensarán....Mira qué bajón ha pegado fulanito... Además, no sea que me vayan a rebajar la paga por estar tan bien como estoy. Pero a ti en confianza te digo, que solo lo uso para eso...

Vino bien desviar la conversación, pues volví a ver su cara iluminada por el orgullo de contar una historia, la de su vida, sencilla, humilde, sana y pueblerina, como él bien recalcaba.

"Pero te diré una cosa... Que aunque uno es viejo, sabe dónde está el futuro y mirar hacia él, y confío en que vosotros, los jóvenes, también lo descubráis más pronto que tarde. Alguien dijo una vez, que los pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los pueblos fuertes, sólo necesitan saber dónde van."

Con estas últimas palabras, empezamos a divisar el pueblo, y al poco a entrar en él. El Molino de Ibarra, la fuente de la Fontanilla, y así bajando la calle del Cura, llegamos hasta el Paseo. Y ahí, quise despedirme de él.... 

Miré hacia arriba, y crucé mi vista con la suya. Ahí, montado en su mula, apareció de nuevo su mirada más melancólica, y fue él quien volvió a dirigirse a mi, para decirme...

"Hijo, no te alejes de la felicidad que te da el pueblo.
Acéptala mientras se te ofrece gratuitamente,
pues después correrás detrás de ella,
pero ya no podrás alcanzarla".

Y así, subido en su vieja mula, continuó la calle abajo.

Pero antes de desaparecer, que vi a un amigo que por allí pasaba, y me acerqué a preguntarle.

"Dime..., ¿sabes quien es el señor que va a lo lejos montado en la mula?. Es curioso, pero me ha confundido con uno de sus nietos. Tal vez debo parecerme mucho a él.

Mi amigo al escucharme, sonrió y me dijo...-- "No te confundió con nadie. Rufino es soltero, y nunca tuvo hijos, ni por consiguiente nietos. Y no te preocupes, que tampoco está loco, solamente que quiso enseñarte algunas lecciones de la vida en los pueblos.

Por un tiempo, también fue mi abuelo, y el abuelo de muchos.

Quizás gracias a él, sé que nunca abandonaré mi pueblo, y fue él quien me enseñó a proteger y cuidar mis raíces....-- ".


Y lo que a mí me enseñó Rufino, es que todos los hombres y mujeres tienen derecho a decidir dónde quieren vivir. Pero los que decidimos quedarnos aquí, en los pueblos, estamos en la obligación de cuidar aquello que nos dejaron en préstamo. Solo así, mantendremos la esencia de quienes somos...., y solo así, podremos honrar a nuestros antepasados. 

Pero eso Cabeza la Vaca ya lo sabe. Y es que aquí, nadie se siente forastero, y ahí sí que puedo decir, que hablo por mi propia experiencia. Por eso que os tengo tanto respeto, que os pido permiso, ahora sí, para ¡inaugurar la XI Feria de la Castaña.!


P.D: Quiero agradecer al pueblo de Cabeza la Vaca las muestras de cariño recibidas durante estos días. Cariño, que ha engrandecido mi corazón por unos días!!.





Cabeza la Vaca, XI Feria de la Castaña. 28 de octubre de 2016. Fotografía de Jesús Apa.