viernes, 25 de diciembre de 2015

Ocurrió en Nazaret

Darío y Emelina cuidan del rebaño, mientras su padre atiende en casa las necesidades de su madre, la cual les ha traído al mundo un hermanito hace apenas unos días. Ellos mismos asistieron al parto y ayudaron a su madre en la tarea de dar a luz. Pero ahora han cogido la responsabilidad de vigilar las ovejas de la camada, que pastan en las áridas tierras de Nazaret, una pequeña aldea en la región de Galilea. Su padre confía plenamente en ellos, pues bien se encargó de transmitirles los valores de la humildad y honestidad, además de hacerles ver la importancia del trabajo y de cuidar de la familia.

Emelina, siempre tan inquieta, le gusta corretear por el campo y curiosear todo lo que le alcanza ver desde el punto más elevado de cualquier monte. Va llegando la hora de volver a casa con el rebaño, pues ya casi ha anochecido, pero aún así divisa a lo lejos a un señor de mediana edad, con una túnica azul, y una poderosa barba cana que contrasta con su indumentaria. Camina delante mientras tira de un burro, sobre el cual va montada una mujer con una túnica celeste y un velo blanco; ambos parecen realmente agotados. La poca luz que cae sobre el invierno de Nazaret, no permite a Emelina ver en qué sentido continúan su marcha, aunque advierte que quizás han girado en dirección al establo donde guardan el ganado.

Correteando con sus traviesas piernecitas, va en busca de su hermano mayor para ayudarle a juntar el rebaño e iniciar el regreso a casa. Mientras, le va diciendo a Darío los nombres que ha pensado para su nuevo hermanito, y relatando todo cuanto le ha ocurrido en ese día, incluido la extraña pareja que ha visto hace escasos minutos. Pero éste no guarda mucha atención, pues ésta la necesita para ir contando todas sus ovejas y asegurarse que ha realizado bien sus tareas pastoriles, y así mostrar a su padre que hizo bien en confiar en él para ocuparse del trabajo.

Es justo a escasos metros del establo, cuando ven un burro junto a la puerta, y es entonces cuando Darío pide a Emelina más información sobre las dos personas que ésta había visto poco antes. Movidos por la curiosidad más que por el miedo, ambos deciden entrar en el establo. Allí encuentran a la mujer, tendida sobre una improvisada cama de paja, hecha dentro del pesebre que allí tienen para dar de comer a su buey, el cual permanece tranquilo a escasos metros. El señor con barbas, los observa fijamente, con mirada perdida y quizás asustada. Ambos hermanos saben perfectamente lo que está a punto de ocurrir, pues días antes lo han presenciado asistiendo a su madre. Darío toma el control de la situación, y agarra entre sus brazos lana de oveja que tiene amontonada en un rincón del establo, mientras Emelina va en busca de un recipiente con agua.

El señor, al cuál la mujer llama José, sigue perplejo y asustado, mientras ve como los dos pequeños ayudan a su mujer María, a incorporarse para colocarle a los lados de su cintura la lana de oveja y un poco más de paja. Darío acaba de quitarse su camisa, pues los gemidos de la mujer le indican lo que está a punto de ocurrir, y la tela le ayudará a tirar hacia sí del bebé. Emelina anda preocupada por la temperatura del agua que hay en el barreño, pero no parece ni tan siquiera asustada por lo que está presenciando. Se lo acerca a su hermano, intuyendo que pronto la necesitará  y sabiendo que todo debe salir bien. María, se deja llevar, y cierra los ojos confiando en esos chicos, a la misma vez que empuja tan fuerte como puede.

Apenas si Darío advierte la cabecita del bebé, lo cubre con su camisa, y tira de él suavemente, acompañado por el empuje de María. El niño, porque es macho, cae y amortigua levemente sobre el gran ovillo de lana, para acto seguido ser introducido en el barreño de agua, donde es ayudado por Emelina en lavarlo. Mientras el recién nacido llora, Darío ha agachado su cabeza al barrero y con sus propios dientes ha separado el cordón que unía al pequeño con su madre. Rápidamente, ha sacado al niño del barreño para envolverlo nuevamente en el ovillo de lana. Los dos hermanos, ahora sí, ayudados por José, incorporan al bebé y lo acercan al pecho de María, quien llora de manera emocionada, mientras le dice a su marido, que el niño deberá ser llamado Jesús. La fortaleza de los pequeños pastores ha sido desmesurada, inimaginable. 

Pero de pronto, algo asombroso ocurre. Por una de las ventanas, una poderosa luz aparece. Cada vez más potente, cada vez más brillante. María y José, ni tan siquiera se estremecen, pero los dos hermanos cada vez están más asustados. Sobre todo, cuando de repente presencian cómo una gran estrella blanca cubre todo el establo, y del techo van bajando pequeños ángeles batiendo sus alas. Asustados, salen corriendo despavoridos en dirección a la casa donde están sus padres, a apenas unos cientos metros de distancia.

De un fuerte golpe entran en casa, atemorizados por lo que acaban de presenciar. Sus padres los observan también asustados, pidiéndoles que les cuenten qué es lo que les ha ocurrido para que vengan tan impresionados. Es entonces, cuando Darío saca fuerzas y empieza a relatarles todo lo acontecido. El pesebre, el señor con barbas llamado José, la señora María, el recién nacido llamado Jesús; pero sobre todo, la gran estrella blanca que cubre el establo, y los pequeños ángeles bajando del techo. Haciendo hincapié en que no ha sido ninguna visión, pues Emelina ha visto todo aquello al igual que él. Los padres los escuchan boquiabiertos, pero no parecen asustados, más bien sorprendidos e incluso jubilosos.

El joven, precisa calma, y su padre se acerca hacia él para tomarlo del hombro y tranquilizarlo, mientras éste busca su regazo. Emelina, hace rato se ha refugiado en los brazos de su madre. Darío, levanta su cabeza, y aún de manera temblorosa, le dice; "Padre, no te preocupes, que nadie jamás se enterará de todo lo que ha pasado esta noche en el establo". 

--"Querido hijo, todo lo contrario. Lo que acaba de ocurrir, deberá saberlo todo el mundo; ha nacido el hijo de Dios. Ha nacido Jesús de Nazaret." -- 



Nápoles, Noviembre de 2015. Fotografía de Jesús Apa.
      

          

viernes, 18 de diciembre de 2015

Las niñas bonitas

Me acerqué sigilosamente a los pies del mar. En mi paseo matutino, y cargado de tiempo, decidí curiosear y observar sobre todo aquello que encontrara a mi paso. Dos chicas charlaban animadamente junto al embarcadero a la par que atendían sus teléfonos, y a pesar que ya me encontraba a apenas unos pasos de las dos, no guardaron reparo en que pudiera escuchar lo que una de ellas comentaba a la otra. Entonces, oí que le decía; 

"Al pasar la barca, decidí quedarme aquí y no subir, pues me sentí ofendida."

--¿Cuál fue el motivo del tal ofensa?--, preguntó su amiga extrañada.

"Pues que al pasar la barca, me dijo el barquero, que las niñas bonitas, no pagan dinero; Y yo no soy bonita, ni lo quiero ser; yo pago dinero, como otra mujer".


De repente se giró, advirtiendo mi cercana presencia, esperando a que yo excusara mi atrevimiento de escucharlas descaradamente. Fue entonces, cuando más que disculpar mi osadía en situarme cerca de ellas para saber qué hablaban, quise argumentar y justificar aquello que a ella le molestaba, diciéndole...;


"Yo creo precisamente, que es lindo encontrarte con niñas bonitas, si tanto te ofende lo que te dice el barquero. En cualquier chica puedes encontrar una niña bonita, pues hay muchas maneras en las cuales este concepto se manifiesta. Te puedo contar muchas de estas formas.... 


Las niñas bonitas se pintan los labios y las uñas de rojo, pero te las puedes encontrar con los calcetines a rayas o las braguitas con dibujos, y en cualquier caso les encanta que alguien les diga lo guapa que están. Aunque a veces se levanten con mala cara y ellas mismas se mueran de la risa frente al espejo.


Les encanta ver una foto en la cual salen guapas, aunque realmente salen guapas en todas, pero esa fotografía en particular la ven una y otra vez. Les encanta la ropa, los bolsos, y siempre dicen que no tienen nada que ponerse aunque su armario esté lleno. Se miran una y otra vez las zapatillas que están estrenando, o el reloj que tanto les gusta. Les vuelve locas abrir el paquete que están esperando, aunque sepan de sobra lo que es, porque ellas mismas compraron lo que hay dentro. Les encanta llevar botas de goma, con florecitas, por eso les daría pena mancharlas de barro.


Las niñas bonitas tropiezan mientras se visten porque siempre van con prisas, comen lo mismo más de una vez a la semana y pierden el tiempo mirando cosas que no importan a los demás. Olvidan su ropa interior en cualquier lugar y respiran aliviadas cuando nadie lo ha descubierto. No quieren que alguien las vea bailar, por eso mueven el pie cuando van en autobús y suena la música. Aguantan la respiración mientras pasan un túnel y no pestañean hasta que el avión no aterriza.

Les encanta dar un paseo por la playa, tomar una cerveza en una terraza un día de invierno pero que ha salido el sol. Un día de lluvia y niebla frente a una chimenea, un paseo por el campo en otoño o primavera, y decir siempre que tienen frío porque les encanta exagerar. Encender la radio y que esté sonando la canción que les gusta, mientras sueñan con una boda preciosa en un sitio romántico escuchando esa música de fondo.

A las niñas bonitas no les gusta demasiado hacer deporte, pero sí lo bien que se sienten cuando han acabado de hacerlo. Odian las mudanzas y deshacer maletas, pero sueñan en cómo decorarían su casa, su patio o jardín. Les da miedo el mar con muchas olas, un gato de mal humor, o pensar que les saldrá algún bicho cuando pasean por el campo.

Les da miedo escuchar ruidos extraños, andar sola por la noche, o que se vaya la luz cuando no hay nadie en casa. Lloran cuando ven una película triste, pero se mantienen fuertes cuando tienen que secarle las lágrimas a alguien a quien quieren. Les da miedo que les ocurra algo a quienes les importan, y les encanta hacer felices a esas personas con cualquier tontería.

Las niñas bonitas para decir "te quiero" besan en los párpados, respiran cuando las muerden o algún bebé les tira fuerte del pelo. Les encanta ver a éstos recién nacidos, mientras más arrugaditos mejor, y les gustan sus ropitas pequeñas. Les encanta programar y pensar en un viaje, descubrir un sitio, un pueblo, un bar o restaurante y en el cual pensar en volver. Un café recién levantada, beber una cerveza con mucha sed y comer una tortilla de patatas recién hecha.

Las niñas bonitas juegan con los niños pequeños, y adoran charlar y pasar tiempo con las personas mayores. Les gusta recibir cariño, conocer a gente que se convierten en importantes en su vida, pero también hablar con amigas que aunque pasen veinte años siguen siendo sus amigas, o también coincidir con gente que les tienen cariño en un sitio inesperado. 

Las niñas bonitas son más bonitas por lo que quieren saber que por lo que ya saben. Las niñas bonitas besan, ríen, lloran, bailan, saltan, se rompen las medias nada más estrenarlas, se caen, leen y releen el mismo párrafo cien veces porque andan despistadas, se equivocan, piden perdón, te abrazan, te estrujan, chillan, sienten escalofríos, a veces son insoportables, otras veces imprescindibles.

Las niñas bonitas viven, y sobreviven. El mundo entero debería estar lleno de niñas bonitas."

Ella se quedó callada, con la boca entreabierta, pero había escuchado atentamente cada una de mis palabras. No esperé respuesta alguna, y ella tampoco quiso darla. Me despedí con un gesto cariñoso, y mientras me marchaba, observé cómo de nuevo se acercaba un bote. Al llegar a la altura del embarcadero, pude escuchar a mis espaldas;...

..."como buen barquero, te vuelvo a decir, que las niñas bonitas, no pagan aquí".

Entonces me giré, y vi como ambas me sonreían con un guiño. Subieron al bote,.....¡Eran niñas bonitas.!  




Positano, Italia. Noviembre de 2015. Fotografía de Jesús Apa.
  

viernes, 11 de diciembre de 2015

Quien ama, vive o muere

Permíteme que te diga,
que el amor que te espera
no conoce tristeza ni pena.
Sí locura y ni tan siquiera fatiga.


Que a la vida hay que hacerle un guiño,
busca, pues existen varios caminos, 
todos ellos llamados destinos,
con piedras manchadas de cariño.


Que a veces disimulo mis emociones,
contrastado por la dulce apariencia,
metido de lleno en mi inocencia,
pero con la camisa hecha jirones.


Que si algún día festivo tienes,
no lo malgastes con ningún derroche,
disfruta de su día y su noche, 
y que besos prolongados dieres.


Locuras precipitadas y jadeantes,
de lindas y precisas miradas,
de merecidas personas ilusionadas,
buscando las razones que se fueron antes.


Ocultando la emoción que dominaba,
lisonjera, risueña y cómplice;
sabionda, astuta y dulce,
rescatada para ser amada.


Dos senderos cuesta arriba,
a cada lado de la montaña,
donde cada cara era extraña,
hasta que ambas lleguen a la cima.


Vaporosas nubes pasaran,
cubriendo a ratos el sol,
alumbrando que llegue un amor,
parecía como que respiraran.


Pon lo justo en la balanza.
Enfría el líquido sediento.
Cocina para los hambrientos,
pero ama sin tardanza.


Que el amor acepta las mezclas
aunque tiene razón y precisa espera.
No hay nadie que riña a una higuera, 
por el hecho de no dar cerezas.


Atrévete y no temas, y que sea lo que fuere.
Quien juega, gana o pierde.
El alma, se enfría o hierve.
Quien ama, vive o muere.



Cabeza la Vaca, Comarca de Tentudía. Diciembre de 2015. Fotografía de Jesús Apa.




viernes, 4 de diciembre de 2015

Mensaje en una botella

Nadie confiaría más en el destino, que quien escribe cualquier mensaje en algún papel, lo introduce en el interior de una botella, lo lanza al mar, y espera a que sea leído por alguien en cualquier lugar del mundo. Existe algo de peculiar en colocar un mensaje en una botella y lanzarlo al mar, pues una mezcla de esperanza y suerte se aúnan con un único propósito; decir algo a alguien, que sin saber si pueda parecer importante o no para el receptor, sí que lo es para quien lo escribe, y que confía en que produzca un efecto, al menos conmovedor. Porque, ¿cómo de importante debería ser el mensaje, para que al menos después de tentar a la suerte o al propio destino, mereciera la pena que llegara a la persona adecuada?.

Los mensajes de botella han sido materia de sinfín de relatos. Algunos románticos, otros de naufragios, otros nos permiten conocer la vida de navegantes, o bohemios que lanzan sus mensajes al mar por pura curiosidad. Desde la antigüedad se utilizaron botellas selladas para conocer el comportamiento de las corrientes marinas. Todos llevaban algún sentido.

Podríamos dar mil vueltas a la cabeza, y no sabríamos qué mensaje escribir, ni tan siquiera el efecto que pudiera provocar en quien lo leyera. Algún pensamiento o conocimiento que quisiéramos transmitir. Pero es más, siempre quedaría la intriga de por quién es recibido, si para esa persona sería comprensible el texto, o si le daría la suficiente importancia como para provocar algún tipo de curiosidad. Eso, suponiendo que la botella en cuestión, tuviera la suficiente suerte como para acabar en alguna playa habitada, o llegara a salvo y no acabara destrozada en el golpe con alguna roca o algún casco de un barco.

Por eso, son muchas las ocasiones, en las cuales el creador del mensaje, indica de manera explícita que éste sea contestado de vuelta por el receptor, y así comprobar la alianza que ha tenido con el destino, sin a veces importar en absoluto el mensaje en sí. Tampoco sabría el receptor en qué condiciones se escribió el texto, ni el estado de ánimo del emisor del mismo. Podría ser por un simple amor a la aventura, en este caso de una botella, con un mensaje en su interior.

Pero, si tuvieras que escribir cualquier mensaje en una botella, sabiendo que jamás llegaría al destinatario que tú desearías, pero que sin embargo, es en este caso el sentido del mensaje, lo más importante, ¿qué cosa escribirías?.

Yo he pensado, que quizás pasaría como esa historia, en la cual....

"Cuentan que en un pequeño pueblo pesquero, un padre y su hijo pequeño, salían a faenar a diario mar adentro. Tuvieran suerte o no en la pesca, la principal preocupación del padre, era transmitir los mejores valores posibles a su hijo. Consejos, sugerencias, recomendaciones, y todo tipo de advertencias eran contadas por el padre para el aprendizaje de su hijo.

Éste, en la mayoría de las ocasiones, no mostraba la atención necesaria, pues prestaba más cuidado a la bravura del mar y a las dificultades que éste pudiera proporcionarles, pues su padre ya era mayor, y aunque se encontraba enfermo y cansado, se negaba a cederle definitivamente el testigo a su hijo.

Así ocurría a diario; padre e hijo se echaban al mar, y mientras el primero no paraba de dar instrucciones y consejos a su hijo, éste ni atendía a tales cuestiones, a pesar que pudieran llevar la mejor de las intenciones. Pero veía a su padre tan mayor, que pensaba que ya tendría poco que aprender de él. 

Un día, en el cual el hijo no podía ir a pescar, su padre decidió salir solo, cuando de repente el tiempo cambió bruscamente y una gran tormenta provocó grandes olas y marejadas. Un gran peligro acechaba a quien hubiera salido a la mar en ese día, pues no era la primera vez que ese tipo de tempestades provocaron grandes tragedias. Solo quedaba rezar y confiar en que la suerte se aliara con su padre, pues no se podía hacer otra cosa.

Al día siguiente, y ya con las aguas en calma, un grupo de personas salieron a buscar a los pescadores, que decidieron el día anterior adentrarse en el mar, y no hubo rastro de ellos. Varios días más tarde, el pequeño barco de su padre apareció destrozado sobre las rocas de un acantilado, y cualquier esperanza de vida se esfumó desde ese mismo día.

El pequeño hijo, abatido y hundido, se lamentaba profundamente de no haber podido salir esa mañana a faenar con su padre, y de alguna manera pensar que quizás le hubiera salvado la vida. De algún modo, le hubiera gustado volver atrás, y atender todos y cada uno de los consejos que su padre le daba, o al menos le gustaría volver a escucharlos. Ahora es cuando los echaba de menos y les daba la importancia necesaria. Es que además, ni tan siquiera pudo despedirse de él

Furioso y enojado con el mar, quiso maldecir de algún modo aquella enorme tragedia que había sufrido. Así pues, se le ocurrió escribir algún mensaje lleno de odio, lanzarlo al mar, y que al menos quedara escrita toda su ira. Cada día anotaba en un papel algún mensaje, y que así el mar se enterara de su rencor, pero como lo que escribía no le parecía lo suficientemente ofensivo o insultante, lo rompía para pensar en otro peor aún. Su odio era enorme, pues el mar que tanto amaba, se había portado demasiado mal con él.

Entonces un día, cuando pensaba que ya tenía el mensaje que necesitaba para introducirlo en la botella y lanzarlo al mar, fue cuando pensó en el error que estaba cometiendo, pues quizás nada de eso haría que pudiera recuperar a la persona que había perdido. Quizás de todos aquellos papeles que había escrito, e incluso el que pensaba que era el adecuado y llevaba la suficiente ira escrita, ninguno llevaría el verdadero mensaje que tal vez debería portar. Pues cayó en la cuenta, que si a alguien le correspondía llegar algún mensaje, aunque tampoco entonces pudiera leerlo, pero sí de algún modo recibirlo, sería a su padre.

Entonces, sacó el escrito de odio del interior de la botella, para escribir otro en su lugar, y del que no tuvo ninguna dudas de cual sería su mensaje. Ese, que debería haberle dicho una y otra vez, pero que nunca hizo, aún sin saber por qué motivo.

Así que, sin dudarlo un momento, cogió el papel que introduciría en la botella para acto seguido lanzar al mar, escribiendo el mensaje de... "¡GRACIAS!".

P.D. Dedicado a mi padre, quien perdí hace 27 años, y del cual no pude despedirme.


Fotografía cedida.


   
   

         


viernes, 27 de noviembre de 2015

Pide un deseo

Mario lleva dos días sin ir al colegio. Su madre, se encuentra desde entonces metida en la cama sin poder levantarse, y a pesar de la insistencia de ésta, él ha preferido quedarse en casa para cuidar de ella. Aunque solamente cuenta la edad de 11 años, los cuales cumple en el día de hoy, tiene madurez suficiente como para realizar las tareas domésticas cotidianas y contribuir en lo necesario para ayudar a su madre cuando ésta no puede hacerlo. Aunque no es la primera vez que se presta a esto, nunca había dejado de ir a clase por quedarse en casa pendiente de su madre, pero por alguna razón, esta vez siente muchísimo miedo y se muestra realmente preocupado por la salud de ella.

Aprendió rápido a defenderse entre los fogones de la cocina, y hoy se ha atrevido con hacer un pequeño y sencillo bizcocho de chocolate. Es su cumpleaños, y quiere compartirlo con su madre, y así al menos pueda comer alguna cosa, pues lleva con el de hoy, dos días sin probar bocado. Colocado sobre una pequeña bandeja, y con una improvisada vela encima, se acerca al dormitorio donde ella descansa, avanza hacia su cama, y se sienta al regazo de su madre. Ésta, hace un leve movimiento con su cabeza, y al verlo sujetando el pequeño bizcocho con la vela encendida, no puede evitar que broten lágrimas de sus ojos. Sollozando, le dice a su hijo que no le apetece comer nada, y que le promete que cuando se encuentre mejor, celebrar su cumpleaños como es debido. Mario, mirándola fijamente pero con temblor en sus manos, apaga de un soplido la vela, para decirle; "no te preocupes mamá, solo quería pedir un deseo".

Laura cumple hoy 11 añitos. Quienes la conocen, dicen que es una niña tremendamente dulce, pero que por alguna razón, en ocasiones experimenta unos cambios en su comportamiento nada normales. Lo mismo actúa de manera extrovertida y activa con sus compañeros y compañeras de clase, que otras veces se auto excluye totalmente de todo cuanto la rodea. Esto ha hecho que a veces tenga problemas con sus notas y sea el foco de atención de sus profesores, quienes en más de una ocasión, han citado a sus padres a tutoría para comentar tal comportamiento, pero su padre nunca accedió a presentarse, y su madre siempre le ha restado importancia a tales advertencias de los profesores.

Hoy se encuentra especialmente triste, pues le resulta extraño que su madre se haya olvidado de su cumpleaños. Ni por la mañana, ni a lo largo del día, ni al acabar éste, y ya en su casa, su madre ha recordado que hoy Laura cumple un añito más. Pero quizás con el paso del tiempo ha ido entendiendo algunas cuestiones difíciles de asimilar por una niña de su edad, y el perdón forma parte de esas cosas. Así que ya en la cama, llama a su madre desde allí, diciéndole que necesita se presente en su dormitorio solo por un momento. Ésta, entra en el cuarto de su hija, llevando unas gafas negras de sol, las cuales últimamente no se quita sea de día o de noche. La tenue luz de la lámpara, no le impide ver a su hija Laura sentada con la espalda apoyada en el cabecero de la cama, sujetando una pequeña magdalena con una vela encendida. Su madre, que había olvidado por completo qué día era hoy, se queda paralizada frente a ella, sube las manos a su cara y rompe a llorar, mientras escucha a Laura decirle; "Quiero pedir un deseo".

David y Claudia se sienten contrariados e incluso asustados frente a la puerta del colegio, pues esperan a que su padre vaya a recogerlos como es habitual, y tras media hora de espera, no saben qué hacer ni a quien llamar, pues se temen que haya ocurrido lo que viene siendo habitual en el último año. Afortunadamente, al poco rato se presenta su tía Alejandra, hermana de su madre, para tranquilizarlos y llevarlos a casa. Les cuenta que su madre ha tenido que ir al hospital debido a un pequeño accidente doméstico, y posiblemente a última hora de la tarde ya podrá estar en casa con ellos. De su padre no comenta nada, pero ambos hermanos tampoco preguntan. En el espejo retrovisor, su tía observa como David abraza a su hermana y trata de calmarla. La besa, procura secar sus lágrimas, y le dice continuamente que todo irá bien y que pronto su madre estará en casa con ellos. 

Ambos son mellizos y cumplen 11 años, y desde que nacieron han sido inseparables. Este día no tendrá nada de especial, entre otras cosas porque les recuerda a otros muchos. A pesar que le han dado instrucciones a su tía para que pasara con el coche por una pastelería, y recogieran la tarta de cumpleaños que encargaron el día anterior, ambos llevan otro propósito, y al menos por hoy, no tendrán nada que celebrar. Ya entrada la noche, y tras pasar toda la tarde solos en casa, su madre llega acompañada de su tía. Los hermanos han esperado pacientemente sentados en el salón, con una tarta de nata y nueces, la preferida de Claudia, y con dos velas sobre ella, esperando ser encendidas. Su madre, cae de rodillas frente a ellos, sin temor a enseñar las marcas de su cara provocadas por su "accidente doméstico". David, intenta mantener la compostura para, mientras con una de sus manos acaricia a su hermana, con la otra enciende las velas, para acabar diciendo; "Mamá, es preciso que pidamos un deseo". 

Mario, Laura, David y Claudia, van a la misma clase, y aunque ninguno de sus compañeros lo sabe, tienen algo en común, además de haber nacido el mismo día, y que incluso ellos ni tan siquiera conocían, pero que fueron descubriendo poco a poco. Eso hizo que se unieran aún más, pero no es algo por lo que se sientan orgullosos ni mucho menos. A veces las casualidades son tan macabras, que te hacen dejar de creer en el destino, o como mucho, pensar que solo eres un capricho de éste. Y precisamente ayer, el día que todos ellos cumplían años, fue una jornada para olvidar, pero al mismo tiempo, fue uno de esos días, en los que más que nunca, desearías que tus deseos se hicieran realidad. Quizás por ello, mantienes la fe en pensar, que empezar de cero y olvidar ciertas cosas, puede ser lo mejor que te pase.

Al día siguiente, la maestra de lengua entra en el aula, y todos prestan atención, pues es común en ella, empezar la clase con una frase que provoca una reflexión en todos ellos. Pero esta vez se ha saltado esa parte, y rápidamente se ha dirigido a los cuatro chicos que ayer cumplían años, para preguntarles por el supuesto día especial que pasarían. Sobre todo incide en Mario, que por algún motivo que ella desconocía, no asistió a clase en el día de ayer, y no pudo felicitarlo en persona. Pero ante la insistencia de la profesora, sus rostros parecían serios, ninguno de los cuatro chicos decía nada, y lo extraño, es que el resto de sus compañeros de clase se mantenían silenciosos y atentos en cada uno de sus pupitres. 

La maestra, presa de su impaciencia, se dirigió nuevamente a ellos para insistirles preguntando; "bueno, pero al menos, ¿ayer soplaríais las velas para pedir algún deseo, verdad?".

Fue Mario, quien, sin antes mirar a sus tres compañeros, se apresuró a decirle; "claro que sí maestra, cada uno de nosotros pedimos un deseo. Y resulta que por esta vez, ese deseo fue el mismo para cada uno de nosotros cuatro".

La maestra, asombrada y a la vez curiosa por lo que Mario le había dicho, quiso saber un poco más, y volvió a preguntar; "bueno, eso puede ser una bonita ocurrencia. ¿Y puede saberse cuál es ese misterioso deseo?".

Mario, en su papel de portavoz del pequeño grupo, le dijo; "si profe, aunque ya sabe usted, que no podemos decirlo, pues entonces no se cumpliría."

"Tienes toda la razón....", dijo de nuevo ella, aunque rápidamente fue interrumpida por Mario, quien continuó diciendo;

"Es por ello, que no podemos decirlo, pero sí que podemos escribirlo", y haciendo un ademán, para indicar a su profesora que miraba hacia la pizarra, ésta se giró, y entonces pudo leer para su asombro lo que allí ponía....."NO A LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES".






  




  

viernes, 20 de noviembre de 2015

El poder del miedo

Parece mentira el tremendo poder que puede ejercer el miedo sobre nosotros. Nacemos con miedo, posiblemente como alerta de supervivencia, pues nadie es inmune a esa sensación, y nos acompaña el resto de nuestra vida. Un sentimiento extraño, pues a pesar de ser expresado de la misma manera, no todo el mundo tiene miedo ante las mismas cosas o situaciones. Además, podemos decir que incluso puede llegar a ser cuantificable, mostrando varios comportamientos ante él. ¿A cuántas cosas puedes tener miedo? Seguramente aún no lo sepas, del mismo modo que tampoco conoces aquellos miedos que irás dejando atrás, pues conseguirás superarlos.

Como el miedo se muestra en una gran variedad de situaciones, no podemos hablar de las más comunes, pues lo haría de manera individual y no serviría para generalizar con este sentimiento. Aunque podríamos decir, que se suele tener miedo a las alturas, a determinados animales, a situaciones trágicas, a perder a determinadas personas, a los cambios, miedo al amor...pero si tenemos que hablar del término miedo en su más estricto contenido, y donde mayor intensidad y poder adquiere, es con respecto a la muerte. 

Hace un par de semanas, comprobé lo que he escuchado en multitud de ocasiones sobre Nápoles; es una ciudad distinta, con una gente diferente. Y el primer lugar al cual me llevaron a visitar mis amigas, las hermanas "Biesek", fue el Cimitero delle Fontanelle, un lugar con una historia asombrosa. Una gran cueva, construida como una serie de túneles subterráneos tallados por los primeros colonizadores griegos, que tuvo posteriormente distintos usos como almacén por los romanos y otras civilizaciones que se asentaron en la ciudad italiana. Más tarde fue sirviendo como catacumbas que albergaban los restos mortuorios de miles de personas, principalmente debido a las epidemias como la peste, y otras plagas que sufrió la ciudad en el siglo XVI, donde ese lugar rebosaba de huesos y esqueletos.

Ya en el siglo XVII, la ciudad se vio afectada por unas desastrosas inundaciones, que dañando considerablemente este lugar, produjo la invasión en las calles de Nápoles de auténticos ríos de agua cargados de toneladas de huesos. Entonces se decidió remodelar esta zona, a modo de fosa común, y la cual sirvió como cementerio de los pobres, o de aquellos indigentes que no podían pagar un entierro digno. Pero la gran cantidad de calaveras y huesos, hizo que un religioso, no recuerdo el nombre que nos dijo el improvisado guía napolitano que nos lo explicaba, decidió adecentar ese lugar, ordenando aquel osario de una manera más curiosa, y provocando inconscientemente un lugar de culto donde las piezas mortuorias se limpiaban y colocaban cuidadosamente. 

Y puesto que los napolitanos, tanto años atrás, como hoy en día, creen firmemente en la superstición, teniendo una relación especial con la muerte y lo que le rodea, comenzaron un culto sobre todo aquello, "adoptando" calaveras, con las cuales hablaban, a las que le pedían consejo e incluso llegaban a adorar. Tal era el culto y devoción, que aquel lugar se convirtió en sagrado, principalmente para personas mayores, que vivían solas o habían perdido a sus familiares.

A sus cráneos adoptivos les solicitaban consejos con sus avatares domésticos, sobre sus negocios, sus amores u otras cuestiones cotidianas, y cuando sus solicitudes eran "escuchadas", dejaban una nota en un papel enrollado escribiendo; "Per grazie recevuta", (por la gracia recibida). En cambio, si sus súplicas y oraciones no eran atendidas, lo que hacían era girar la calavera, en señal de rechazo a seguir con esa adoración. Justo como en la vida misma a veces hacemos con las personas; "las giramos" cuando nos fallan.

Aquel lugar estaba lleno de miedo, pero no el que producía en sí esa cueva, sino el que allí se había quedado. Los napolitanos que a este santuario asistían, tal y como ocurre con el paso de los siglos, vivían controlados por el miedo. Ese, cuyo poder ha causados mayores sometimientos en la humanidad que con cualquier otra cosa. Utilizado en las guerras, en la religión, en las falsas creencias...nacimos con miedo, vivimos con él, y con toda seguridad, controlará nuestros límites en cada uno de nuestros días. Pero en este cementerio, quizás resulta curioso, que a través de la interrelación con la muerte o el más allá, iban generando desconfianza en ellos mismos, o más que desconfianza, quizás no iban venciendo sus prejuicios, porque es evidente que el miedo seguía apoderándose de ellos por no afrontarlos debidamente, y huir continuamente de él.


Paseaban dos amigos tranquilamente por una vieja estación de ferrocarril abandonada, cuando de repente, oyeron un grito salvaje. -- Están torturando a algún pobre desgraciado--, dijo uno de ellos, deteniéndose y escuchando como los gritos aumentaban.

"¿Te gustaría aliviar su sufrimiento?", le preguntó su compañero.

-- Por supuesto--, contestó éste tajantemente. "Pero claro, han sido tan grandes los gritos, que quizás tengo miedo", continuó diciendo.

"Muy bien, voy a mostrarte una cosa". Lo tomó del brazo, y lo alejó unos 100 metros de la estación de ferrocarril abandonada. Así, ya lejos de ese lugar, los gritos dejaron de oírse.

-- Vaya, ahora entiendo, es tan fácil como alejarse, y rápidamente ver que cesa el ruido--, dijo éste conforme de solventar sus miedos.

"Pues resulta todo lo contrario amigo mío. El miedo seguirá allí, pues no habrás podido superarlo, solamente evitarlo. La única manera de conseguirlo, será siempre enfrentándote a él".

Y es cierto, porque además sucede en la vida misma; enfrentarnos a nuestros miedos, supondrá crecer en otros muchos sentidos. Alejarse de ellos, significará ir dejando cosas pendientes, que algún día se verán acumuladas, y ya no podrás con ellas. Solamente superarás este temor si te acercas a él y no lo huyes.

Además, con esto conseguirás encontrar algo, que al contrario que el miedo, no naces con él, sino que tendrás que desarrollarlo, sobre todo con el paso del tiempo. Un sentimiento, o quizás una actitud, que sí que podrá marcar el camino que quieras tomar en tu vida. Y precisamente, cuando con alguna situación realmente importante de la vida, puedas conseguirlo, ya podrás estar seguro que jamás volverás a tener miedo por nada ni nadie. 

Esto que te encontrarás, plantándole cara al miedo y a su poder, y que ya nunca querrás que te abandone en tu vida, se llama VALOR!!!












Cimitero delle Fontanelle, Nápoles. Noviembre de 2015. Fotografías de Jesús Apa.



viernes, 13 de noviembre de 2015

Parténope

Paolo es un joven enamorado del mar. Su tiempo lo ocupa en ayudar diariamente a su padre en la hermosa tarea de la pesca. Ambos, viven de manera solitaria a las afueras de un pequeño pueblo en la costa Amalfitana, en la región italiana de Campania, donde desempeñan su vida de manera honrada y sencilla. Paolo, fiel reflejo de su padre, trata de absorber de éste sus valores, el respeto por el trabajo, pero sobre todo, el profundo amor que sienten por el mar, y que de manera asombrosa han sido transmitidos por su progenitor.

Los rayos de sol acarician el Vesubio al alba, y el joven Paolo ayuda a su padre a cargar las redes, poner a punto los arpones, y todo lo que precisarán en su jornada antes de adentrarse en el océano. Suben a su pequeño bote, y es como si ambos llevaran el mismo ritmo en la respiración, pues sus rostros anuncian paz y sosiego de manera coordinada y sensible. La brisa es suave, y limpia el rostro de ambos de cualquier preocupación que les afecte, al menos en las horas que compartirán en contacto con el mar. Como si de un suave calmante se tratara, entran en un curioso proceso de aislamiento y desconexión, donde solo precisan de gestos y ademanes para comunicarse entre ellos.


A veces sin importar el resultado fruto de la jornada, y al caer nuevamente el sol, ambos amarran su bote al noray, ordenan sus redes para remendar aquellas que lo precisen, y se dirigen hacia casa. Aunque últimamente, Paolo decide quedarse de manera solitaria a los pies del mar, cosa que a su padre le va pareciendo cada día más extraño. Desde hace varias semanas el nuevo comportamiento de su hijo le resulta distinto, distraído y curioso. "Yo me quedaré aquí un poco más padre, para dar gracias al mar", argumenta Paolo a su reservada actitud. Pero lo cierto y verdad, es que el comportamiento del joven, responde a la preocupación de su padre, pues pasan varias horas, incluso a veces ya entrada la madrugada, cuando el pequeño pescador llega a casa a descansar. 

La mañana siguiente se presenta como una copia de la jornada anterior, aunque esta vez, su padre querrá saber, y por eso, ya mar adentro, pregunta a Paolo rompiendo el silencio existente y solo resuelto con los golpes del agua en la madera de su bote; "querido hijo, hace ya varias semanas que veo un comportamiento distinto en ti; llegas tarde a casa y atravieso ciertas preocupaciones por este motivo. Diría, que es solamente por eso, pues a pesar que descansas pocas horas, sigues vigoroso y entusiasmado con el trabajo, incluso a veces también me inquieta extrañamente este aspecto, pues desconozco de donde sacas cada día más fuerzas si cabe. ¿Hay algo por lo que tenga que estar preocupado por ti?."

Paolo esboza una gran sonrisa, sus pupilas brillan y se dilatan, y preso del atrevimiento, responde súbitamente a las insinuaciones nerviosas de su padre; "no has de preocuparte por nada, al contrario. Me siento feliz y dichoso; he conocido a una chica. Cada noche espera a mi regreso del mar, hablamos, reímos y nos contamos nuestras cosas. No tienes por qué estar preocupado padre, pues es una chica alegre y dulce. Incluso todas las noches, me canta al oído mientras nos bañamos juntos. Me hace realmente feliz cada cuando llego de nuestra jornada al finalizar el día, y al contrario de sentirme cansado cada mañana, un extraño revuelo en mi estómago me empuja y da fuerzas de manera impetuosa, y jamás me había sentido así. Además, esta noche será especial, pues me ha dicho que tocará la lira para mi, mientras canta y susurra en mi oído sus hermosas canciones." 

Su padre guardó silencio, y no propuso saber nada más a través de ninguna pregunta, aunque esa misma noche, trataría de averiguar algunas cosas que su hijo Paolo tal vez le había ocultado. A medida que iban regresando, veía como éste cambiaba su faz, se mostraba inquieto pero a la vez contento. Se revolvía dentro del bote, tratando de colocar las cosas para que su padre las ataviara y cargara cuanto antes, y así quedarse nuevamente solo a la orilla del mar, y disfrutar como cada noche de la compañía de la chica con la que tanto disfrutaba. Su padre, cargó en sus brazos los cubos y redes, y avanzó en sus pasos dejando atrás la playa, mientras su hijo esperaba sentado a la orilla del mar. Pero esta vez, sin que Paolo se diera cuenta, se escondió tras una roca, y esperó a que ocurriera lo que según su hijo, todas las noches pasaba en aquella playa.

Al poco rato, una preciosa chica llegó nadando al muelle, con su cabello mojado y a la vez plateado por el brillo de la luna. Tenía una increíble belleza, inusual ante los ojos de cualquiera. Vio como su hijo se acercaba a ella, le sonreía, le hablaba, y acto seguido, tras un pequeño salto se lanzaba al agua. Se acercaba a ella, acariciaba su cara, y le susurraba algo al oído. Ella respondía con el mismo gesto, tocaba su pelo, y tras decirle algo a Paolo, se sumergió para perderse dentro del agua. Éste, giró sobre sí, y metiendo todo su cuerpo dentro del mar, se perdió en la oscuridad del océano. Su padre, quedó totalmente perplejo, paralizado, y con aún más preocupación de la que ya tenía si cabe. Aunque de algún modo imaginando lo que esa noche pasaría, regresó a casa pensando en lo que al día siguiente tendría que decir a su hijo.

A la mañana siguiente, mientras ambos remaban sobre el bote, Paolo en su sonrisa no podía percibir el rostro compungido de su padre. Ajeno a cualquier circunstancia, movía los remos con vigor y fuerza, hasta que cayó en la cuenta que su padre había dejado de remar. Lo miró con extrañeza, y le preguntó si le ocurría algo. Su padre, temblaba y trataba de empezar a hablar; sus labios parpadeaban, sus manos hacían lo mismo, y sus ojos brillaban de manera confusa para Paolo. "Padre, ¿te encuentras bien?". Éste, trataba de buscar las palabras adecuadas para no alterar la felicidad de su hijo, pero se temía que tendría que haber daño en todo lo que debería contarle de inmediato Así, antes que pasara más tiempo, comenzó a decirle;

"Hijo mío, en primer lugar tendrás que perdonarme, pues quizás no he sido tan buen padre como crees." Paolo lo miraba fijamente y de manera sorpresiva a los ojos, de los cuales comenzaban a brotar lágrimas mientras le seguía hablando. "Anoche, antes de regresar a casa, decidí esconderme tras una roca para observar a qué dedicabas el tiempo y comprobar quien era la chica de la cual me hablabas. Sé que no fue un gesto honrado por mi parte ese de espiarte, pero créeme que precisaba saber. Hay cuestiones de las que hace mucho tiempo debí advertirte, pero tenía miedo que no pudieras entender las cosas que a veces ocurren en la vida. Aunque el amor es quizás el sentimiento más bonito e inesperado con el que alguien ansía encontrarse, quizás no todos los amores pueden tener éxito, y a veces debes renunciar a ellos, porque de algún modo, no son posibles.  Aunque parezca que la vida se mueve en un engranaje perfecto, a veces una pequeñísima pieza rota, hace que todo el movimiento tenga imperfecciones."

Paolo temblaba, mientras notaba como su corazón se iba haciendo pedazos. Percibía el descompás de sus latidos, y aunque trataba de mantenerse entero, ahora era él quien lloraba irremediablemente. Sabía que debía ocultar el amor por esa chica a su padre, pues sería muy difícil que aceptara esa relación. Justo antes de comenzar a hablarle, y explicar de algún modo lo que sentía hacia esa hermosa joven, fue su padre nuevamente quien le dijo;

"Lo que hace incomprensible al amor, es cuando éste no puede llevar su camino correcto. Antes que sientas mucho más de lo que ya sientes, tengo que decirte, con todo el dolor de mi corazón, que el amor que sientes por esa chica, es un amor imposible. Aunque te resulte complicado entenderme, tienes que confiar en mi cuando te digo que no puedes seguir viéndote con ella, pues además de no ser posible por una gran razón, sufrirías mucho, y es algo que no puedo permitir, pues ya pasé por lo mismo que tú".

Paolo, que parecía como si sus lágrimas no acabaran nunca, y aún temblando por las duras palabras que acaba de escuchar por parte de su padre, pudo contener el aliento para decirle; --padre, no sabes el tremendo dolor que siento, y créeme que quiero entenderte y razonar, pero me dejé llevar, pues nunca pensé que descubrirías el secreto. Quiero pensar que...¿acaso me dices esto, porque ya has descubierto, que Parténope, que así se llama la chica de la cual estoy enamorado, es una sirena?.--

"No hijo, no lo digo por eso. Es porque he descubierto, que esa hermosa sirena, es tu hermana...."


Costa Amalfitana, Campania, Italia. Noviembre de 2015. Fotografía de Jesús Apa.


Noray en el muelle de Positano, Italia. Noviembre de 2015. Fotografía de Jesús Apa.


Playa de Positano, Italia. Noviembre de 2015. Fotografía de Jesús Apa.


Homenaje a Parténope, sirena fundadora de Nápoles. Noviembre de 2015. Fotografía de Jesús Apa.





    

   

martes, 10 de noviembre de 2015

Historia de unos zapatos

Resulta que cuando queremos empezar a vivir para nosotros mismos, es posible que ya hayamos vivido demasiado para los demás. De hecho, esto es lo más habitual. Nos preocupa el qué piensen de nosotros, y muchas veces no actuamos con determinación por el qué dirán. Pensamos cuál será la opinión de los demás sobre nosotros, cuando en la mayoría de ocasiones, a los demás le importamos más bien poco. Pero nunca es tarde para corregir todo esto; nunca es demasiado tarde para pensar en ti y no hacerlo en base a las consecuencias que pueda causar en la gente tu comportamiento. Afortunadamente el mundo está lleno de personas distintas con comportamientos totalmente diferentes. Esto hace que ninguno de nosotros sea alguien normal.

Buscar tu felicidad dentro de unos límites absurdos de "comportamiento adecuado", puede ser catastrófico. Cada cual lo es a su manera, y juzgar eso es de necios, sobre todo, cuando en la mayoría de las ocasiones la felicidad de las personas que conocemos solamente debería aportarnos cosas positivas, puesto que no creo que alguien sea feliz a costa de nadie. Y si esa persona es totalmente desconocida, su felicidad debe cuanto menos, resultarnos indiferente. Pero no, a veces nos empeñamos en considerar los patrones de felicidad a nuestra manera, cuando cada cual tiene el suyo.

Pero claro, yo también tardé en aprender todo eso...Lleva su proceso, aunque lo ideal sería aprenderlo en el menor tiempo posible, y llevarlo a la práctica más rápido aún si cabe. A veces nos empeñamos en andar con una piedra en los zapatos, donde aparentemente todo es perfecto, pero los pasos que damos no pueden ser más molestos. Basta con hacer las cosas a tu manera, aquellas del modo que a ti te convengan e interesen, y no las que agraden solo al resto.

No hace mucho, supe que un gran amigo mío, y del cual he aprendido mucho, vivió durante varios años solamente con justo lo que necesitaba en el día a día. Al lado del mar, viviendo de todo aquello que le proporcionaban sus manos, y me consta que realmente era feliz con lo que hacía y con lo poco que tenía. Cuando me contaron que estuvo durante mucho tiempo sin zapatos, pregunté el por qué. La respuesta fue sencilla; "simplemente porque en esos momentos no los tenía, y tampoco los necesitaba".

Entonces, recordé un bonito cuento, sobre lo que es necesario para la felicidad de unos, y de otros....

"....Hace ya mucho, mucho tiempo..., en un reino muy, muy lejano, había un rey cuyo poder y riqueza eran tan enormes como profunda era la tristeza que cada día le acompañaba. Lo tenía todo y aún así no conseguía ser feliz; siempre sentía que le faltaba algo. Un día, harto de tanto sufrimiento, anunció que entregaría la mitad de su reino a quien consiguiera devolverle la felicidad.

Tras el anuncio, todos los consejeros de la corte comenzaron a buscar una cura. Trajeron a los sabios más prestigiosos, a los magos más famosos, a los mejores curanderos...incluso buscaron a los más divertidos bufones, pero todo fue inútil, nadie sabía cómo hacer feliz a un rey que lo tenía todo.

Cuando, tras muchas semanas, ya todos se habían dado por vencidos, apareció por palacio un viejo sabio que aseguró tener la respuesta:

--Si hay en el reino un hombre completamente feliz, podréis curar al rey. Solo tenéis que encontrar a alguien que, en su día a día, se sienta satisfecho con lo que tiene, que muestre siempre una sonrisa sincera en su rostro, que no tenga envidia por las pertenencias de los demás....Y cuando lo halléis, pedidle sus zapatos y traedlos a palacio.--

--Una vez aquí, su majestad deberá caminar un día entero con esos zapatos. Os aseguro que a la mañana siguiente se habrá curado.--

Todos los allí presentes miraban extrañados al viejo sabio, aunque nada tenían que perder, puesto que se trataba del último consejo al que podían recurrir.

El rey dio su aprobación y todos los consejeros comenzaron la búsqueda.

Pero algo que en un principio parecía fácil, resultó no serlo tanto; pues el hombre que era rico, estaba enfermo; el  que tenía buena salud, era pobre; el que tenía dinero y a la vez estaba sano, se quejaba de su pareja, o de sus hijos, o del trabajo...Finalmente se dieron cuenta de que a todos les faltaba algo para ser totalmente felices.

Tras muchos días de búsqueda, llegó un mensajero a palacio para anunciar que, por fin, habían encontrado a un hombre feliz. Se trataba de un humilde campesino que vivía en una de las zonas más pobres y alejadas. El rey, al conocer la noticia, mandó buscar los zapatos de aquel afortunado. Les dijo que a cambio le dieran cualquier cosa que pidiera. 

Los mensajeros iniciaron un largo viaje y, tras varias semanas, se presentaron de nuevo ante el monarca.

-- Bien, decidme, ¿lo habéis conseguido?. ¿Habéis localizado al campesino?--

"Majestad, tenemos una noticia buena y una mala. La buena es que hemos encontrado al hombre y en verdad que es feliz. Le estuvimos observando y vimos la ilusión en su mirada en cada momento del día. Un hombre dichoso con todo lo que hacía, y no descubrimos nada que incomodara su felicidad. Hablamos con él y nos recibió con una amplia sonrisa y con la alegría reflejada en sus ojos..."

--¿Y la mala?--, preguntó el rey impaciente.

"Que no tenía zapatos..."





Foto cedida. Nápoles, 6 de noviembre de 2015. 



    

viernes, 30 de octubre de 2015

Otoño en el corazón

Me resultaba extraña tanta apatía, tanto desgano y tan largo silencio. Y conocedor de que el silencio es señal de reflexión, la paciencia es símbolo de respeto, pero también es cierto que la perpetuidad está asociada a la somnolencia y el letargo, me propuse a hablar con él. Porque si dicen que los corazones hablan, tengo que pensar que también escuchan. Si cuentan que los corazones sienten, cabe dar por hecho que también reaccionan. Y si resulta ser tan cierto que los corazones que lloran, es porque en otras ocasiones rieron, y puesto que no hay mal que cien años dure, nadie muere por amor, pero tampoco hay que vivir por y para él de manera gratuita. 

Así que era necesario dirigirme a él y hablarle, preguntarle, qué es lo que le estaba ocurriendo para tener esa desconfianza y esa falta de ilusión. Y le pregunté, con la intención de hacerle entrar en razón, pues siempre se llevó mal con el raciocinio....¿Qué te ocurre Corazón?. ¿Acaso has dejado de saber qué gran significado tienes?...

--¿Es que acaso no lo sabes?, me dijo él tajantemente. ¿Acaso no conoces mi cansancio?. Es siempre lo mismo, pero con distinta voz. Llega alguien, y no para de decirte que eres tú, y tú y tú el elegido, hasta en cualquier idioma para que lo entiendas. Que todo será de color de rosa; una rosa que jamás marchitará. Que jamás habrá llantos, y grabarán nuestros nombres en el árbol más hermoso como señal de lealtad y fidelidad. Pero luego, vuelven a romperte, y todo queda en nada. Vuelve el llanto y las rosas amustian. Y estoy cansado, decepcionado y desilusionado. Vivo en un Otoño permanente, donde veo como el árbol se deshoja y la rosa muere, y donde no quiero avanzar, prefiriendo estar en este sufrimiento, conocedor que tras el Otoño, se encuentra el Invierno, aún peor si cabe. Prefiero quedarme así, no tentaré a la suerte pensando que algo mejor me espera.--

Entendí que debía actuar, pues un corazón triste es un corazón insensible, y éste, debería volver a sentirse dichoso y percibir los sentimientos más puros y lindos, que solamente un corazón conoce...

"Amigo Corazón, me resulta extraño, que tú que das vida a las personas, no sepas como funciona ésta. Cómo desconoces, que tras un periodo de sufrimiento, vendrá alegría y júbilo. Que recomponerse viene incluido en la propia vida, que levantarse forma parte de la caída, y que el desamor, valga así decirlo, forma parte del propio amor. Igual que para ser grande, primero tienes que aprender a ser pequeño, para saber en qué consiste el sufrimiento, habrás de sentirlo y formará parte de tu aprendizaje. 

Un corazón que no sufre, es que no ha vivido; sentirás dolor, y éste será inevitable, pero sufrir en exceso será opcional. Bastará con que conozcas ese sentimiento, y que seas consciente que te acompañará en toda tu vida. Pero no te aflijas, pues nada es eterno, y todo es para nunca. Que el "nunca más", nunca se cumple, y que el "para siempre", siempre termina. Trata de buscar un término medio, o bien, solo procura entender las contradicciones de la vida.

Si sufres amargura porque los amores acaban, debes conocer que estos también llegan, a veces en el lugar menos esperado, en el momento menos indicado, y de la noche a la mañana, en el más sentido literal de la palabra. Solamente se necesita un instante para encontrar a un amor, y una vida para mantenerlo. Que al igual que sufres decepción por amigos inseparables, pero que de repente llegan a convertirse en desconocidos, tienes que saber que grandes desconocidos pueden llegar a ocupar ese papel del anterior. 

Que claro que la vida está llena de incoherencias, pero cuanto antes las entiendas, o mejor dicho, las desentiendas, antes las aceptas. Al igual que extrañar, es el precio que se paga por vivir momentos inolvidables, amar no te quita la opción de sufrir. Que si bien llegas a enfermar de amor, ciertamente la experiencia y sabiduría te proporcionará tu propio antídoto.

Pero claramente tendrás que cambiar tu actitud. Si quieres volver a sentir, tendrás que recuperar tu latido y sensibilidad. Si quieres que te vuelvan a amar, deberás estar dispuesto a corresponder. La gente espera encontrar a una princesa, y para ello hay que actuar como un príncipe.

Y aunque vivas como dices en un Otoño permanente, ¿acaso éste no es bello? ¿O no es cierto, que también éste cuenta con colores únicos y hermosos? ¿O no es verdad que cuando las hojas caen, el árbol sigue en pie esperando otras nuevas? Por eso es bueno no enamorarse tanto de las flores, y sí en cambio de las raíces, no vaya a ser que en Otoño no sepas qué hacer.

Así que guarda cuidado, pues al igual que hay gente que sabe disfrutar y les encanta el Otoño, confía en que quienes se enamoran de corazones rotos, es porque sabrán cómo remendarlos..."