viernes, 30 de marzo de 2018

La gota fría

Los más viejos de ese lugar llevaban años mirando al cielo, deseaban y esperaban a que lloviera con contundencia. A pesar de que ya no confiaban en las predicciones, en el fondo, se agarraban a un clavo ardiendo y siempre les brotaba un hilo de esperanza allá dónde depositaban sus ruegos. Al fin al cabo, creer es como soñar despierto.

Llevaban años soñando que lloviera como recordaban lo hizo la última vez. Fue como si el mar se hubiera dado la vuelta. Recuerdan que en aquella ocasión cayó con gran fuerza, a su manera, fría y a veces tibia, dependiendo de la piel de cada cual. Pero nadie aprecia los regalos de la naturaleza, menos aún cuando se está saciado, y por eso que pensaban que un enorme castigo había caído sobre ellos.

Es lo que ocurre en los pequeños pueblos, que cuando algo inusual pasa, hay que buscar alguna explicación de por qué ha ocurrido. Y no solo eso, sino que cualquiera puede argumentar aquello y tener una convicción en los demás digna de analizar. "Tanta abundancia no fue buena, porque nos volvió a todos más ambiciosos", decían unos. "Nunca debimos lamentarnos por aquella manera de llover, y ahora hemos sido castigados por no haber dado las gracias a quien abría las compuertas del cielo", se aventuraban otros en afirmar. 

Pero aquella tarde, los viejos del lugar estaban paralizados en las calles del pueblo. Confiaban en que éstas se encharcaran, que la tierra reblandeciera, que al fin el campo cogiera el color que casi tenían olvidados. Relajaban el peso de sus cabezas sobre sus cuellos, cerrando los ojos y esperando el frescor de las primeras gotas de lluvia después de muchos años sin que lloviera.

Saben que llueve la buena suerte, la alegría, que llueve la buenaventura; saben todo lo que la lluvia trae a sus vidas. Saben que es una auténtica bendición. Y eso lo saben, porque desde que cayeron las últimas gotas de lluvia, en todos esos años, aquella gente cambió. Se volvieron mezquinos, ambiciosos, solitarios y arrogantes los unos con los otros. Desde aquella última lluvia, se evaporó la solidaridad entre ellos, nació el tallo de la maldad en todas las casas, y es por eso que creían tanto en que allí debió haber una maldición en forma de sequía.

Los más jóvenes habían desaparecido de allí, buscando buenas nuevas en cualquier otro lugar que no fuera el angosto pueblo. La gente más vieja no recordaba tanta tristeza como la que allí se había instalado. Aquello debía acabar ya, de lo contrario, el pueblo se convertiría en el más penoso de los manicomios.

Luis miraba de reojo a José María, y Manuel observaba de espaldas a Antonio, su antiguo amigo y al que ahora tanto odiaba, sin saber ni tan siquiera el motivo que originó aquello. Algo parecido debía pensar María, porque no encontraba la causa del rencor que sentía por Asunción, vecina de toda la vida y que, en aquella tarde, al igual que todos ellos, habían salido a la calle a observar aquella nube negra que descansaba sobre el poblado.

Entonces empezaron a escuchar los truenos, a sentir la fuerte ventisca que se había levantado y que les obligaba a cerrar los ojos para protegerlos del polvo. El viento del norte soplaba con fuerza, y solo bastaría que se calmara para que al fin, descargaran de aquella nube, miles de litros de agua clara y prácticamente bendecida.

Pero no saben aún por qué, a Ceferino, el tipo más soberbio y oscuro del pueblo, le dio por decir aquello. No saben dónde lo leyó, lo escuchó, o si era verdad lo que traían sus palabras; "Hace poco pregunté a un caminante que pasó por aquí por nuestra situación. Parecía saber lo que aquí ocurría, y se aventuró a decirme qué pasará con nosotros cuando regresen por primera vez al fin, las nuevas lluvias". Todos dejaron de mirar al cielo para fijarse en aquel tipo, odiado seguramente por todos, y escuchar atentamente lo que seguiría diciendo;

"Algo sobrenatural pasará con las primeras lluvias. Y es que todos los que aquí vivimos, por un momento y al mojarnos, nos volveremos transparentes, y cada uno de nosotros podrá ver los pensamientos de los demás. Quedaremos al descubierto para los otros. Nuestros secretos, nuestros pecados, nuestra conciencia quedará visible para el resto. Así me lo dijeron, y creo con todas mis fuerzas en ese pesado augurio".

Cuando Ceferino acabó de descargar aquella predicción, quizás más bien maldición, todos volvieron la vista de nuevo al cielo, pero esta vez mucho más intranquilos. La nube seguía sobre ellos, negra, tormentosa y con todas las formas que ellos podían darles en sus mentes. Pero sus pensamientos parecían haber cambiado. Algunos con los puños apretados, otros con sus piernas en un vaivén de nerviosismo, y unos cuantos más con suspiros y jadeos incómodos.

Fue algo muy rápido cómo ocurrió todo aquello, pero el viento del norte cesó, y entró otro aún más violento por el oeste, la pesada nube comenzó a balancearse sobre sí misma y avanzaba sin parar hacia la diestra del pueblo. Al poco tiempo, percibiéndose a varios kilómetros de allí, un fuerte trueno sonó y tras él, una cortina de agua comenzó a bajar del cielo. Todos los vecinos seguían allí paralizados, retumbando en sus cabezas las palabras de Ceferino.

Una gota fría, pero de sudor, caía de cada uno, aliviados y afortunados que esa lluvia no hubiera caído sobre ellos. Volvieron a entrar en sus casas, dónde sus pensamientos, sus secretos y pecados, estarían a salvo por algún tiempo más... Entonces decidieron buscar sus antiguos y absurdos paraguas. 



Fuente de Cantos, 30 de marzo de 2018. Fotografía libre en la red. 

viernes, 23 de marzo de 2018

El Viernes de Dolores me viene de perla

Hace ya más de dos mil años, en que un viernes como pueda ser este, María, la Madre de Cristo empezaría una semana trágica, comenzaría la secuencia de unos días llenos de dolor. También cómo no, del protagonista de aquello, de Jesús y La "Semana de Pasión", tal y como se sigue conociendo en la religión cristiana. El viernes anterior al Domingo de Ramos, y dónde los cristianos manifiestan su fervor religioso en la celebración de los Dolores de Nuestra Señora. Así pues, en un día como el de hoy, se conmemora el terrible dolor y sufrimiento de la Madre de Jesús; siete días previo a su fallecimiento, anunciado por Él mismo. Quizás sea el suyo, la manifestación del mayor dolor jamás conocido.

Así que hoy, esta mañana, me levanté con dolor, una sensación física, incómoda, y ya algo habitual en mí en el último mes. Nada serio, un pequeño problema buco-dental muy común, por el que hemos pasado creo, la mayoría de los mortales. Algo tan sencillo como un dolor de muelas pero, para mi, sin lugar a dudas, algo único. Justo como si nadie más en este mundo hubiera soportado este tipo de dolor, tan solo yo. Y es que si has pasado por eso, que seguro que si, ese dolor, esa sensación, ya la tienes en el olvido. Porque el dolor físico, solamente se percibe en el presente, cuando se tiene. Aún así, el dolor no se manifiesta de la misma manera en todo el mundo.

El dolor viene representado de cientos de formas y se pone de manifiesto en nosotros por distintos motivos. Claro que existe el dolor físico, sensorial, el dolor psíquico, el anímico, al igual que también podemos sentir alguna vez el dolor sentimental. Cuando sufrimos por nuestra propia salud, se trata de una dolencia la cual tenemos que remediar con fármacos y medicamentos. También está ese que sentimos y que nos afecta a través de terceras personas, y en el cual no hay medicina que pueda tratarlo. El dolor por perder a un ser querido, a un amigo o sencillamente, el dolor que nos llega de manera involuntaria ante cualquier injusticia social. Todos y cada uno de esos tipos de dolor, se representan de forma distinta en cada uno de nosotros.

Para mi, al igual que para ti, mi dolor no es como el tuyo. No sabría explicarlo, pero no lo es. Es diferente, estoy seguro. Porque mis sentimientos son únicos y por consiguiente, distintos a los tuyos. Yo lo veo en algo tan sencillo como un dolor de muelas; "Vaya, es terrible y se pasa muy mal cuando duele una muela. No apetece hacer nada, todo te resulta incómodo y no hay forma de remediar el dolor ni tan siquiera tomando calmantes". Es lo que me dicen, y es así, pero hablan desde el vago recuerdo de quien sintió un dolor que ahora mismo ni pueden imaginarse porque les pasó hace tiempo.

Es por eso que creo que el peor dolor que uno puede sentir, no es precisamente el físico. Este pasa, tarde o temprano, y llegas a olvidarle con tanta fuerza que apenas llega a ti un vago recuerdo de él. Por eso el peor daño que uno puede sentir, es aquel que más tarda en olvidar. Es ese por el cual no encuentras remedio y entonces, tendrás que ser tú mismo el que lama esas heridas porque nadie, absolutamente ninguna otra persona ni sustancia, podrá hacerlo por ti.

Lo ideal sería obtener algún aprendizaje del dolor, y ya que se pasa por una situación a veces extrema, quedarnos con algo positivo a cambio. Y así, reflexionando por este tema, me acordé que hoy es Viernes de Dolores, pero estamos hablando de algo que ocurrió hace más de dos mil años, y sinceramente, no sé si hemos llevado a cabo esa experiencia de sufrimiento y dolor que alguien recibió por nosotros, por nuestro perdón. Así que de lo que si me he acordado es de una lectura pasada que me llegó hace un tiempo y que hablaba sobre un fenómeno extraño de la naturaleza, relacionado con el dolor; las perlas.

"Una perla, considerada una joya de gran valor, es el producto de un "problema" contrarrestado con un proceso natural. Aquello que nos agrede y nos irrita, puede ser envuelto con capas de aprendizaje que no solo neutralizan el problema, sino que nos enriquecen como seres humanos.

Mira que son hermosas las perlas pero aún así, debemos saber que son producto del dolor.

Toda perla es la consecuencia de una ostra que ha sido herida por un grano de arena que ha entrado en su interior. Una ostra que no ha sido herida no puede producir perlas...

En la parte interna de la ostra se encuentra una sustancia llamada "nácar" y cuando un grano de arena penetra en la ostra, ésta lo recubre con capas de nácar para protegerse. Como resultado, se va formando una hermosa y brillante perla.

¿Te has sentido alguna vez herido por las palabras o actitudes de alguien?

Es posible que hayas sido acusado de decir cosas que nunca has dicho.

¿Te han culpado de haber hecho algo que jamás hiciste?

También es posible que te hayan malinterpretado y hayas sufrido por ello.

¿Y has sufrido alguna vez los golpes de la indiferencia? ¿No te han valorado como mereces? ¿Te han herido o decepcionado aquellas personas que menos esperabas?


Si de todo eso, a pesar del sufrimiento, has conseguido aprender algo positivo, es que has hecho de tu herida una perla. Has conseguido cubrir esas heridas con varias capas como hace la ostra.  Y recuerda, que cuanto más cubierta esté tu herida, menos dolor sentirás.

Por el contrario, si no la cubres de amor, de perdón o incluso de indiferencia, esa herida permanecerá abierta, te dolerá más y más cada día. Se infectará con el resentimiento y la amargura y peor aún, nunca cicatrizará. 

Por eso que en nuestra sociedad, podemos ver muchas "ostras vacías", no porque no hayan sido heridas, sino porque no supieron perdonar, no consiguieron aprender y menos aún, comprender y transformar el dolor en una perla.

Es posible que el dolor se manifieste de diferente forma en todos nosotros, que las heridas estén más o menos abiertas y tengan distintas formas con el daño que nos hayan provocado, pero eso sí, cuando consigues superarlo, el alivio, esa sensación, siempre es única e irrepetible y mucho más aún, si te llevaste de ello algún tipo de aprendizaje...


Fuente de Cantos, 23 de marzo de 2018. Imagen libre en la red.






viernes, 16 de marzo de 2018

Algo para recordar

Hace apenas unas semanas que se produjo un fatídico hecho en España que levantó la sensibilidad de millones de personas; la desaparición repentina de una niño de ocho años y la desesperación de unos padres. Un hecho que erizó la piel de muchos, pues podía verse a esos padres apelando a la buena fe de quien lo tuviera raptado para que lo liberaran cuanto antes y cesara aquel sufrimiento. Un niño cualquiera, y en este caso alguien del cual solamente conocíamos su nombre, Gabriel, y su sonrisa, la que aparecía en todas las fotografías que se habían publicado para ayudar en su búsqueda e identificación. Con solo mirarlo una vez, quedaba en el recuerdo ese niño sonriendo, hecho que provocaba en todos un deseo de esperanza a encontrarlo sano y salvo.

Desgraciadamente la historia no tuvo un final feliz. Hace unos días se encontró a la culpable del asesinato portando el cuerpo sin vida de Gabriel en el maletero de su coche. Quienes seguimos el caso en los medios de comunicación durante los doce días que duró la desaparición del pequeño, no dábamos crédito ante la noticia de que una persona cercana a la familia, fue la autora de aquel terrible episodio. Aquello despertó sin lugar a dudas conciencias, sobre todo en la dirección de pensar que el ser humano es capaz de todo; tanto de lo mejor como de lo peor que podemos encontrarnos en la vida.

Pero aún habría otro hecho que despertaría aún más las conciencias nuestras y es que, la madre del pequeño Gabriel, lejos de sumarse a las muestras de odio y rencor que circulaban por todo el país, dio una gran lección a esta sociedad sobre cómo actuar cuando una cosa terrible llega a la vida de alguien. Esa madre rota de dolor, era la que pedía a todos que no nos dejáramos llevar por la rabia. Si en este momento alguien no encuentra un ejemplo claro de la diferencia que puede haber entre el perdón y el olvido, sin duda ella, consiguió llevarlo a la práctica.

Y eso que no quiero decir que esa persona haya perdonado a la autora de ese crimen, seguro que todavía es muy pronto, y le será realmente muy difícil llegar a ese punto, pero está poniendo los medios para que en un futuro pueda conseguir hacerlo. Y perdonar no es sinónimo de olvidar, ni mucho menos. Olvidar implica borrar un registro en la memoria, y no podemos coger una goma de borrar, buscar un registro en el hipocampo o en la corteza cerebral y eliminarlo. Por eso, es antinatural pedir olvidar a otros o a nosotros mismos. 

Lo que sí se puede conseguir es que ese registro no tenga un peso mayor de lo que le corresponde. De lo contrario, la vida puede quedar esclavizada por ese recuerdo. La carga durará para siempre y eso sin lugar a dudas pasa factura e impide tener una vida equilibrada entre lo que queremos olvidar, y lo que no. 

El perdón reduce, o incluso anula, el peso negativo de las malas experiencias de la vida. El perdón sana la memoria, no la hace desaparecer. Puedes llegar a perdonar a una persona pero sin embargo, no desear volverla a ver más. Puedes llegar a tener incluso un pensamiento positivo de aquello; "Lo que pasó, pasó. Te perdono, no siento ira contra ti, no tengo odio ni ningún deseo de venganza, pero tus valores y los míos no son compatibles y eso es irreconciliable".

Olvidar no es necesariamente bueno, hay que recordar y, aún así, perdonar. El perdón libera mucho más al que perdona que al perdonado. Y a pesar de que no sea una tarea fácil, prefiero ser yo el que me enfrente a perdonar a esperar a ser perdonado. Por eso que admiro a las personas que consiguen rehacer su vida gracias al perdón, y construyendo un futuro que no sea una simple prolongación del pasado.

Parece ser que se ha demostrado científicamente que el recuerdo tiene tres elementos; el primero es un dato objetivo que ocurrió. El segundo elemento, consiste en la emoción que se experimentó en el mismo instante en el que se producía el acontecimiento. Hay un tercer elemento que es clave y que consiste en la valoración, en la interpretación que se hizo de ese hecho. El conjunto de todos ellos es lo que crea la experiencia que nos queda.

Pero claro, hay otro factor importante a tener en cuenta; el tipo de persona que vive esos acontecimientos, ya que las emociones son diferentes en cualquier ser humano. Nos pueden servir de ejemplo los casos de personas que manifestaban no poder perdonar a sus madres porque las habían abandonado en su infancia. Eso había condicionado sus vidas. Sin embrago, cuando descubrieron que la razón por la que habían sido abandonadas se debía por un hecho de supervivencia, de que no hubieran podido sobrevivir a causa de las dificultades económicas de sus madres o debido a otras razones con un peso evidente, su memoria se modificó radicalmente.

Y esa, ya es una tarea totalmente unipersonal de cada cual. Cada uno hacemos nuestra particular evaluación de lo que nos ocurre y es a partir de un cambio de interpretación, de un cambio de perspectiva acerca de lo ocurrido, como podemos liberarnos de lastres generados en el pasado, que sufrimos en el día a día y que nublan nuestro futuro.

He escuchado decir al padre de Gabriel en estos días; "Mi hijo me ha salvado la vida. Quién sabe si esa mujer no hubiera hecho lo mismo conmigo". La madre, en alguna de sus intervenciones, ha dejado entrever unos valores que lejos de la terrible tragedia, la realzan como ser humano. Sin duda, de todo esto, con la actitud de los padres de este niño, queda algo para recordar.

Casualmente, el símbolo que ha utilizado la madre en la historia de este pequeño, de todo cuanto ha sucedido, ha sido la imagen de un pez, de "un pescaito", como ella decía. Muy paradójico pues, siempre se ha hecho referencia a los peces como animales que tienen poca memoria. Pero en este caso compararse con estos animales resultaría un halago, porque, ¿y si resultase que los peces utilizan su memoria única y exclusivamente para memorizar y aprender?
  

Parece ser que un antiguo preso de un campo de concentración nazi fue a visitar a un amigo que había compartido con él tan penosa experiencia.

-- ¿Has olvidado ya a los nazis? --, le preguntó a su amigo.

"Si", dijo éste.

-- Pues yo no. Aún sigo odiándolos con toda mi alma --

Su amigo le dijo apaciblemente:

"Entonces, aún siguen teniéndote prisionero." 




Fuente de Cantos, 16 de marzo de 2018. Imagen de la película "Buscando a Nemo", utilizada en referencia a la búsqueda de Gabriel.


viernes, 9 de marzo de 2018

Hay mujeres

Esa mañana, como cualquier otra, se levantaría dentro de la rutina de los últimos meses. No le incomodaba que a veces sus días fueran parecidos, en absoluto. Asomada a la enorme ventana que daba afuera, se deleitaba esta vez con un aguacero; viendo cómo llovía abundantemente, y es que eso siempre le levantaba una sonrisa. Era como si la lluvia enjuagase su ánimo, limpiara bajo su piel esos sentimientos negativos que a veces quedan dentro demasiado tiempo. 

Mientras saboreaba su café, observaba como aquel día, al igual que ella, estaba tratando de despertar. Suponía cómo ese sol matutino se desperezaba pero que no podría salir de entre aquellas grises nubes cargadas de agua. Aquella sensación le gustaba. No sólo la luz proporciona bienestar; los días como aquel generan paz.

Bajo su pelo aún mojado por la tibia ducha de hacía un momento, se elevaba un vapor que quería acompañar el aura que la envolvía. Se sentía calmada, plena, satisfecha, incluso dichosa. Aún así, sabía que eran muchas las cosas que tenía que cambiar, y lo asumía con naturalidad, cómo quien sabe que todo puede ocurrir mientras se tenga voluntad para ello. Todo estaba en su mano, no le cabía duda. Mientras tanto, la lluvia caía enérgicamente.

En aquella alegre soledad momentánea, le dio por respirar y escucharse, y lo hizo profundamente; notaba sus latidos impacientes, y eso la llevaría a tener buenos pensamientos, aunque sin ninguna prisa porque, de todos modos, no sabía qué tenía que cambiar, por qué debía hacerlo, desconocía en qué mujer tendría que llegar a convertirse. Realmente se sentía feliz como era; "la mujer que habita bajo mi piel es alguien digna, pero quizás podría convertirse en una mejor", pensaba para sí.

¿Pero en qué tipo de mujer?, o mejor dicho, ¿en quién? 

Pensaba en aquellas mujeres que había conocido a lo largo de su vida, pero también podía ser cualquier tipo de mujer que aún ni tan siquiera conociese. Su mirada a través del cristal quedó fija pero sin mirar en nada, a nadie. Era como si sus pensamientos quedaran proyectados en una pantalla gigante. Por ahí pasarían cientos de imágenes, cientos de mujeres, algunas conocidas, otras le resultarían familiar y otras muchas, jamás habría visto en su vida. No imaginaba que hubiera tantos tipos de mujer.

"Mujer que no duerme, y mujer que descansa.
Hay una mujer madre, hija, abuela, mujer que envejece en su casa.
Una mujer que enferma, que se cura, que se alivia, que respira.
Mujer brillante, mujer luciérnaga y mujer guía.
Hay una mujer que ama, ninguna que odia. Otra que camina y pisa dónde quiere.
Una mujer que trabaja, hay otra que no puede.
Mujer enamorada, mujer caricia, mujer cuerpo, también alma.
Hay una mujer que se mira en el espejo, otra en los ojos de quien ama.
Mujer viento, lluvia y tormento. Mujer sol y mujer tiempo.
Una que se mira en un charco, otra que no tiene dónde mirarse. En ningunas hay lamentos".

Mientras tanto, ahí fuera, sigue lloviendo...

"Hay una mujer morena, otra rubia y todas eternas.
Una mujer que es guapa, hay millones hermosas, todas de su belleza son dueñas.
Mujer que llora, que ríe y sueña, que se se siente alguien.
Hay una mujer por la que lloran, hay mujeres soñadas, no hay mujeres de nadie.
Una mujer que es libre, otra que es esclava. Hay una mujer rica, no hay ninguna pobre.
Mujer diamante, mujer plata. Mujer de oro, mujer que es noble.
Hay una mujer que es presente, fue pasado y será futuro. Mujeres, tal cual.
Una mujer justicia, mujer que lucha. Mujer que no es hombre, mujer que es igual".

La lluvia no iba a parar...

¿Cuál de todas ellas era? ¿Cuál de todas ellas podía ser? ¿Sería una más? Ahora entendía que podía ser cualquiera, pero también que podría convertirse en todas a la vez. Estaba convencida que podía hacer todo cuánto se propusiera. 

Era una mujer y como tal, era igual a todas. Era una mujer y como tal, sabía que era única.

Se sintió aún más feliz que antes. No quería que la lluvia cesara. Que sus pensamientos tampoco se detuvieran. Ambas cosas solo pararían al final del día. Pero a lo mejor es verdad, y terminada la lluvia, como con las setas, el presente vuelve a nacer. 

Ella sin embargo, ya nunca se detendría...

¡Dedicado a Helena!


Cabeza la Vaca, 9 de marzo de 2018. Fotografía de Helena Rocha.

viernes, 2 de marzo de 2018

Una de vaqueros

Ocurrió anoche. Hubo un fuerte ruido en la calle. Un bullicio como de cascos. Sí, ese sonido característico que acompaña a las pisadas de los caballos. En un cálculo rápido pensé que pudiera haber al menos una treintena de ellos. Luego descubrí que eran algunos menos. Llegarían a la puerta de mi casa al galope y pararon con una frenada en seco, levantando una polvareda descomunal que podía percibirse a pesar de la oscuridad. Cuando de una patada abrieron mi puerta no hubo preámbulos ni cortesía. -- Necesitamos que esta semana escribas sobre nosotros --. Y entraron pasillo adelante, como si conocieran las estancias de la casa al dedillo.

Allí, metidos en la cocina, tenía ante mí a siete tipos con dura apariencia, vestidos de vaqueros, de los de toda la vida, de los que estamos acostumbrados a ver en las películas. Ropas desgastadas, de varios colores; beige, marrón oscuro, negro. Un vestuario clásico y reconocido, formada por pantalones anchos, camisa larga y chaleco sin mangas. Algunos con un pañuelo alrededor de su cuello. Botas camperas con espuelas en su parte posterior y un sombrero de cowboy cada uno de distintas formas y tamaños.

Cada uno alrededor de su cintura, portaba un arma sobre su funda y cuyo perímetro estaba repleto de balas. Las expresiones de sus caras eran típicas de quien lleva tiempo vagando por ahí, o quizás perdidos. También tenían cara de cansancio, o de aburrimiento más bien. Antes que les dijera nada, alguno de ellos abrió uno de los armarios y sacaron vasos que no tardaron en llenar del whisky que encontraron por detrás de la barra dónde guardo las bebidas. Se servían a su antojo, a palo seco.

"No entiendo muy bien señor, qué quiere decir con eso", me atreví a hablarle, después de mucho rato tragando saliva.

-- Usted es escritor, ¿no es así? --, me preguntó mientras se interesaba por la etiqueta de la botella de la cual se servía el whisky.

"No, claro que no lo soy. Ni escritor, ni nada que se le parezca", le dije en un tono un poco más envalentonado. 

-- No importa, necesitamos alguien que tenga mucha imaginación --

"Lo siento, pero no es mi caso", me atreví a interrumpirle. Por su mirada desafiante, no lo volvería a cortar más.

-- Mis hombres y yo estamos aburridos y eso nos preocupa. No encontramos una buena aventura desde hace muchos años. Ya nadie nos quiere meter en sus historias; dicen que nuestra época ya pasó... Así que hemos decidido tener nuestro propio escritor, y de paso, que procure dejarnos con mejor fama que la que actualmente tenemos --

Aquello no podía ser, no era buena idea meterme en ese embolado. ¿Y si no les gustaba? ¿Y si tomaban represalias contra mí? Tenía que salir de aquel atolladero como fuera. Necesitaba quitarle aquello de la cabeza.

"Lo siento, no es mi género. Nunca he escrito nada sobre Western"

-- Eso no importa. Pónganos en el género que quiera --

"Pero eso no funciona así. Necesito inspiración"

-- Búscala. La gente dice que la inspiración está dónde nunca has buscado. Actúa como quieras, pero piensa algo y que sea en condiciones--

"¡No es tan fácil!"

-- Pues bebe conmigo, el alcohol te ayudará --, me dijo mientras llenaba un vaso para mí. Me obligó a beber varios, uno detrás de otro, incluso perdí la cuenta. Bebía y llenaba de nuevo mi copa, y así repetidamente. 

Acabó su última copa de un solo trago, se acercó todo lo que pudo a mi cara, y con un fétido olor a alcohol me dijo; -- Tienes un día para escribir, ni uno más. Ya puedes ir pensando algo interesante. De lo contrario, te batiremos en duelo --, y regresaron por dónde habían venido.

Y aquí estoy ahora, intentando escribir "una de vaqueros", con una enorme resaca y un terrible dolor de cabeza... No estoy acostumbrado a tanto whisky.



Cabeza la Vaca, 2 de marzo de 2018. Imagen libre en la red.