viernes, 27 de mayo de 2016

Las Puertas del Paraíso

Siempre ha llamado mi atención el estado de ánimo con el que nos enfrentamos a un domingo. También éste influye si estamos en nuestra ciudad, o sin embargo estamos pasando ese día en un lugar distinto y con otros propósitos diferentes a los comunes. Hace unos días, disfrutaba de un maravilloso domingo en la ciudad de Florencia, y el hecho de estar de vacaciones, ayuda muy mucho a ese estado anímico al que me refiero. La única contrariedad, es que la ciudad estaba atestada de gente, máxime cuando lo que se celebraba era una maratón. Gente corriendo por distintas calles, que implicaba que otras estuvieran cortadas al paso, lo cual provocaba que la aglomeración en algunos puntos fuera aún mayor. 


De cualquier forma, recorrimos todas y cada una de las calles y plazas de la capital Toscana, dejando poco o casi nada por ver. Bueno, quizás sí hubo un lugar en el cuál me hubiera gustado haberme detenido un poco más; el Batisterio, frente al Duomo. Muy famoso por sus tres conjuntos de puertas de bronce, cada cual con un significado. Aunque satisfechos con el maravilloso día que pasamos, decidimos irnos a descansar, para al día siguiente, ya lunes, continuar con el recorrido, esta vez para descubrir las preciosas ciudades medievales de San Gimignano y Lucca.

Supongo que debiera ser por extrañar la cama, o motivado por el propio cansancio, (que a veces tiene cosas raras), que me costaba conciliar el sueño. Daba vueltas sin cesar en la cama, y no conseguía de ninguna manera dormir. Me asomé a la ventana del dormitorio, y a pesar que eran altas horas de la noche, ésta parecía tibia y agradable. Así que me cogí algo ligero de abrigo y decidí salir a dar un paseo, llevándome mis pasos de nuevo al centro de la ciudad. Solitaria y mística; misteriosa y en algunos momentos tenebrosa, me encontraba ante una situación nueva y extraña para mi. Una ciudad desierta de gente, en contraposición de lo vivido esa misma mañana.

El impenetrable e inquietante silencio estaba haciendo su función, dado que podía escuchar mi respiración perfectamente. Cualquier pequeño ruido hubiera alterado mi tranquilidad, y quizás anduviera sin prisas por ese motivo. Avanzaba por el centro de las calles, pues ni tan siquiera un coche circulaba a esas horas. Entré en la plaza donde nace el Duomo, y me detuve en el Batisterio, justo en las puertas que miran del lado de la catedral, conocidas como "Las puertas del paraíso".

A pesar de ser réplicas de las originales, sus más de 5 metros de altura dan una idea de su potencial, y las imágenes en relieve allí representadas no te dejan indiferente. Y es que fueron necesarios 27 años para que Lorenzo Ghiberti, un famoso escultor italiano, construyera esta obra de arte. Me recreé deliberadamente mirándola, interpretando sus dibujos, y fue entonces cuando quise tocarla. Me acerqué, pasé la mano suavemente por uno de sus dibujos, y entonces observé que un pequeño hilo de luz adivinaba que algo hubiera tras esa puerta. No sé exactamente cómo, pero con un leve empujón, la puerta cedió ante mi. Lejos de sobresaltarme, insistí en su empuje, y finalmente la abrí lo suficiente como para entrar dentro del Batisterio.

Giré a mi alrededor, y al ver que ciertamente me hallaba solo en aquella misteriosa noche de domingo, accedí a su interior. Me encontraba ante un vestíbulo de enormes dimensiones, previo a un pasillo abovedado que se abría paso ante mi. Unas altísimas columnas sustentaban los arcos que dividían los espacios, todos ellos uniformes y bien proporcionados. En las paredes, decenas de antorchas que alimentaban la tenue luz de la estancia, y que a pesar de la altura, dejaban al descubierto las impresionantes pinturas del techo.

Las paredes calizas de tonos claros ayudaban a la iluminación de aquel edificio, el cual  era lúgubre, frío, y que daba la sensación que apenas nadie se ocupaba de él. Podía percibir el olor a humedad, del mismo modo que sentía el temblor en mis rodillas a cada pequeño paso que daba para adentrarme aún más en el interior. A ambos lados, decenas o tal vez cientos, diría yo, de pasillos transversales que cruzaban a un lado y otro de la entrada, y que al igual que el espacio central, estaba completamente iluminado por antorchas de una llama amarillenta, hecho éste que hacía que me preguntara, que alguien debía ocuparse, al menos de dar vida a esas llamas.

De pronto, una corriente de aire movió fuertemente la luz de las antorchas, apagando muchas de ellas. Acto seguido un fuerte golpe a mi espalda retumbó en toda la sala. Supuse que se trataba del portazo que volvió a cerrar las puertas del Batisterio, y digo que supuse, porque el miedo ya no me permitió girarme para descubrirlo. Me quedé totalmente paralizado, hierático, intentando controlar nuevamente el silencio de mi alrededor, y de esta manera seguir convenciéndome que me encontraba solo en aquel extraño y misterioso edificio.

Tras unos instantes, continué caminando; muy lentamente. Me acerqué a uno de los laterales del pasillo central, de donde partían nuevos pasillos perpendiculares a éste, y descubrí que en la entrada de cada uno de ellos había un letra tallada en madera, como si los pasillos estuvieran en orden alfabético. Y así era, todos dispuestos de manera ordenada; de la A, a supuestamente la Z, pues me adentré en el pasillo que contenía la letra C. Aquello ya comenzaba a tener sentido, o al menos eso quería entender. Había cruzado las puertas del paraíso, y aquellos pasillos me llevarían a las personas que allí habitaban, o al menos me acercarían a resolver muchas preguntas. 

Ya dentro del pasillo elegido, observé que también era atravesado perpendicularmente por otros tantos, esta vez con inscripciones numéricas talladas en madera, indicando tal vez los años, aunque no encontraba bien el significado concreto. Pero aún así, me decidí a buscar el año que me interesaba. Comencé a andar hacia la dirección creciente de los números, y mi impaciencia me hacía ir cada vez más deprisa, hasta llegar al lugar que buscaba. Allí estaba el número en el que pensé.

Me detuve, giré para entrar en la estancia, y justo antes de avanzar en mis pasos hacia esa dirección, noté como una mano se apoyó en mi hombro derecho, me presionó suavemente, para acto seguido decirme; "¿Estás buscando a alguien?"....




"Las Puertas del Paraíso", Batisterio. Florencia, Mayo de 2016. Fotografía de Jesús Apa.


  





   

          

viernes, 20 de mayo de 2016

Imagínate

Hace unos meses, en el avión que me traía desde Nápoles hacia Madrid, un matrimonio de edad avanzada ocupó los dos asientos de mi lado derecho. Él, un señor bien vestido, bastante alto, y con un aspecto muy cuidado; impoluto diría yo. Su esposa, una señora de mirada risueña, elegante y sobria, y que sin necesidad de hablar con ella, se intuía sería una mujer educada y culta. Ambos con el pelo cano, y querría calcular que de unos setenta y pocos años cada uno. Observé, que desde el momento en que se sentaron en sus respectivos asientos, tenían sus manos cogidas y entrelazadas, gesto que me conmovió.

En un momento del viaje, empezaron a conversar. Entonces deduje por el acento, que quizás fueran argentinos. Y él, comenzó a explicar las sensaciones que había vivido la noche antes, en la ópera del "Teatro di San Carlo" napolitano. La obra era Turandot, una de mis favoritas. En voz baja y de manera apacible, empieza a narrarle a su esposa, los detalles de la famosa ópera de Puccini. Ponía de manifiesto la potente voz del Tenor, la no menos fulgurante voz de la Soprano, así como la interpretación del resto de artistas, relatando perfectamente en cada momento el entresijo de los personajes. De la malvada princesa Turandot y sus "juegos" para buscar hombre que se casara con ella; de como Calaf se enamora perdidamente de la bella pero cruel princesa y va superando cuántas pruebas salen a su paso. Y así, iba narrando los distintos avatares de la obra.

Mientras miro a través de la ventanilla del avión, y contemplando el baile de nubes en el cielo, las palabras de este señor me trasladan a la primera fila del teatro. Mi corazón late con fuerza cuando continúa narrando de cómo Calaf, llega a superar una tras otras todas las pruebas a las que se ve sometido, incluida la última. Entonces, al ver que la malvada princesa no desea cumplir su promesa de contraer matrimonio con él, éste le propone un reto; si ella averigua su nombre antes del alba, le librará de su promesa y él morirá. El final de la obra, y donde Placido Domingo interpreta de manera mágica el increíble "Nessun Dorma", es apoteósico. Imagino a Calaf besando a la princesa, y susurrarle al oído su nombre, para así, dejar su propia suerte en manos de ésta....

Hace unos días he realizado un viaje a la bella Toscana, acompañado de mi madre y hermana. Son varias las veces que he visitado esta hermosísima zona de Italia, pero no importa repetir, menos aún cuando los momentos de felicidad están asegurados. Concretamente Florencia, han podido ser siete u ocho las veces en las que he estado, unas ocasiones con más tiempo que otras, pero en todas ellas he quedado fascinado de lo que allí he visto.

Realmente es una ciudad increíble, una de las más bonitas de Europa diría yo, y con una historia asombrosa. La ciudad del David de Miguel Ángel, la obra más popular de este genio italiano; de personajes como Lorenzo de Médici, el gran patrón de las artes; o de Nicolás Maquiavelo, figura relevante del Renacimiento en Italia. Pero indistintamente de sus personajes, la ciudad es un homenaje a la vista, un destello de impresiones constantes para los ojos de cualquiera. Mi madre y mi hermana dilataban sus pupilas a cada paso, con sus calles estrechas, sus majestuosos edificios de piedra, y sus antiquísimos monumentos. Si no la conoces, sería interesante que pudieras imaginártela....

Dado que es una ciudad con grandes contrastes de color, lo ideal es verla en los distintos momentos del día. Así, a una hora temprana, empezamos el recorrido paseando por la basílica de San Lorenzo, en la plaza del mismo nombre. Como curiosidad, indicar que su fachada está inacabada. En aquella época, se pretendía que tuviera ocho capillas, una por cada familia que había encargado su construcción, y resultó demasiado laborioso y con un altísimo precio para acabar las obras.

Avanzamos hasta el Duomo, donde no hay palabras que describan semejante obra de arte, y muy difícil para la imaginación si no lo conoces. La palabra Duomo, significa catedral, y proviene del latín; "Domus Dei", es decir, "Casa de Dios", siendo la de Florencia, una de las más impactantes que yo haya podido ver. El edificio tiene unas proporciones gigantescas, construido de mármol toscano, de unos intensos colores blanco, verde y rosa. Es aconsejable ver el interior de su gran cúpula, abierta recientemente tras unas obras, diseñada por el arquitecto florentino Brunelleschi, y de unas características diferentes al edificio principal. En los templos italianos, sobre todo en los siglos del Renacimiento, era muy común que los campanarios no estuvieran unidos a la iglesia, sino a unos metros de ésta. También justo frente al Duomo, el Batisterio, otro maravilloso edificio.

Continuando el recorrido por su hermosa calle, y justo al cruzar una esquina, nos topamos con una plaza de unas dimensiones enormes, presidida por el Palacio Vecchio, en la actualidad ocupado por el ayuntamiento, y con un campanario excelentemente conservado. Anexo a éste, se encuentra la famosa Galería de los Uffizi, una antigua prisión convertida en el museo de pintura renacentista más importante del mundo. Una gran galería que atraviesa la zona principal de la ciudad, para conectar el Palacio Vecchio con el Palacio Pitti, mandada construir por Francisco I de Médici. Mi amiga Chiara, me dijo en una ocasión, que por aquel entonces contaban, que el verdadero motivo de que la galería llevara ese recorrido, era porque pasaba por la casa de su amante, y así poder visitarla sin necesidad de pisar la calle. Y no sería de extrañar, pues hace un recorrido sin mucho sentido y justificación, incluso cruzando sobre el "Ponte Vecchio".

Pero es que Florencia está llena de historias curiosas, como la de este precioso puente, el "Puente Viejo". Fue el único que sobrevivió al bombardeo nazi en la Segunda Guerra Mundial, (dicen que admirados por su belleza, fueron incapaz de destruirlo). Pero su principal anécdota, es que sobre este famoso puente, que cruza el río Arno, hay dos teorías sobre las tiendas que allí hay (todas joyerías). Cuentan que era porque las tiendas situadas en el puente, estaban libres de impuesto, y de ahí que se instalaran allí, aquellas con los productos de más valor. Pero otra teoría, no menos creíble, dice que quien gobernaba en aquella época, no soportaba el olor que desprendían las tiendas de carnes y pescados que había sobre el puente, ordenando que en su lugar, solamente pudieran venderse joyas. Actualmente sobre este puente, en efecto solamente hay joyerías, abordando ambos lados del mismo.

Aunque fue al atravesar este abarrotado puente, y antes de entrar a la Plaza Pitti, cuando llegué a un minúsculo y extraño monumento, que pasaba totalmente desapercibido. Pero lo que realmente llamó mi atención, es que vi a una persona tocándolo delicadamente, palpándolo, como manoseándolo, y no entendía muy bien el motivo. En lugar de continuar, retrocedí en mis pasos, y fui a curiosear. Fue entonces cuando mi perplejidad me hizo entender. El señor que manejaba habilidosamente sus dedos sobre el panel de bronce, con figuras en relieve y puntos en código Braille, era ciego. 

Mi corazón se sobresaltó, y mi cuerpo se descompuso. Era tal la belleza que teníamos ante nuestros ojos, era tan grande la felicidad que sentía, por el simple hecho, de ver como mi familia disfrutaba con lo que le regalaba la vista, que de repente me di cuenta de lo afortunado que era. De que no tenía que imaginarme las cosas para conocerlas, sentirlas, vivirlas. De que aquel señor tenía que tocar sobre aquel relieve, la basílica de San Lorenzo, el Duomo, su cúpula, el Palacio Vecchio y el puente del mismo nombre, para imaginarse vagamente como serían en la realidad. Sin colores ni formas que lo vislumbraran, como nos ocurría a nosotros.

Sentí a la misma vez rabia y tristeza, de una vez más, tener que encontrarme con personas que desgraciadamente no han tenido la misma suerte que yo, para valorar lo que me ha regalado la vida. Por estar en mejores condiciones que esas personas, y que aún así, ponen todo su empeño en estar ajenas a las adversidades de la vida, y viajar para descubrir, con la "única y gran diferencia", que este señor que palpaba la escultura, tenía que imaginárselo todo. 

Justo, igual que aquel señor argentino que venía en mi vuelo de Nápoles, y que narraba a su esposa cariñosamente todas las partes de la ópera. Con una sensibilidad admirable, y con una profundidad que hacía que vivieras en primera persona aquella obra de Puccini. Con la diferencia, y que antes había obviado decirte, que también aquel señor era ciego, y del mismo modo tuvo que imaginar todo aquello en su cabeza. 

No sé si has podido imaginar cómo es la ciudad de Florencia con lo que te he narrado, igual no te ha sido posible. Pero lo hayas conseguido o no, no tiene la menor importancia, puesto que tienes la gran fortuna de verlo en algún momento, siempre que quieras o puedas, incluso sin necesidad de visitar la ciudad. Así pues, siéntete afortunado, porque, ¡Imagínate que siempre tuvieras que imaginarlo....!



La ciudad de Florencia en lenguaje Baille. Mayo de 2016. Fotografía de Jesús Apa.



Fachada inacabada de la Basílica de San Lorenzo. Mayo de 2016. Fotografía de Jesús Apa.




Duomo de Florencia. Mayo de 2016. Fotografía de Jesús Apa.



Palacio Vecchio. Mayo de 2016. Fotografía de Jesús Apa.






Ponte Vecchio. Mayo de 2016. Fotografía de Jesús Apa.




Palacio Pitti. Mayo de 2013. Fotografía de Jesús Apa.




Florencia desde el mirador de Miguel Ángel. Mayo de 2013. Fotografía de Jesús Apa.

        

    

   

  

viernes, 13 de mayo de 2016

Ahora canta el gallo nuevo

Ya no canta el gallo negro,
tiene vieja su garganta.
Ya no tiene compañero,
que le toque su guitarra.

No veo al burro cansino,
subir la cuesta arriba.
Ayudando al campesino;
compartiendo su fatiga.

Ya no hay gritos en la calle,
ni andan los niños sueltos,
tampoco unos perros que ladren,
porque llega un forastero.

La plaza vacía se muere,
y las calles no tienen nombre.
A tierra mojada no huele,
ni cuentan historias que te asombren.

Está mudo el campanario,
las cigüeñas tienen miedo.
No hay ningún nonagenario,
que pueda atender los huertos.

Se ha olvidado la cosecha,
ya la tierra no se siembra.
No hay paja para las bestias,
ni agua limpia en la alberca.

Donde están esos abuelos,
que cuidaban las raíces.
Esas que te enseñaron,
a cómo ser humilde.

Un viejo grita cuál loco,
estrujando su voz marchita.
"Ya me han quedado solo;
nadie en este pueblo habita".

Y despierto de este sueño,
más bien una pesadilla.
Salgo a buscar un lugareño,
que declare que mi cabeza delira.

Pero enseguida ya lo siento,
sin que nadie me lo diga.
Llevo el corazón contento;
tengo el alma pueblerina.

Ahora canta el gallo nuevo,
le acompaña la chicharra.
La cesta va llena de huevos;
al forastero el perro ladra.

La fuente y el agua se alían,
para dar de beber a las bestias.
Mientras los campesinos confían,
en tener buena cosecha.

Las canastas son de mimbres,
y las sillas son de enea.
No se pierden las costumbres;
cuando alguien las desea. 

La lumbre espera dichosa,
la leña que la alimente.
La tierra muy silenciosa,
espera una nueva simiente.

Las calles van empedradas,
y llenas de gente humilde.
Huele a tierra mojada,
vuelvo a sentir mis raíces.

El viejo no está tan loco,
más bien diría que cuerdo.
Sus palabras son un sofoco;
"no se cerrarán los pueblos".



Fotografía cedida por María Amores.



Fotografía libres en la red. Fuente de Cantos, 13 de mayo de 2016.







viernes, 6 de mayo de 2016

Mucha fachada

Fue hace unas tres semanas, que decidí dar una escapada a Oporto. Un viaje fugaz, de apenas si tres días, con la intención de desconectar y aclarar cosas en la cabeza. Y pensé en este lugar que, desconocido para mi, llevaba tiempo con intención de visitar. Se antojaba un viaje complicado por la presencia de la lluvia que indicaba el tiempo, que ya el viernes, estaba siendo torrencial. Tal vez eso también hubiera provocado que mi inspiración llegaba a esta ciudad totalmente mojada. A pesar de eso, el equipaje iba seco y cubierto con una buena dosis de optimismo.

Mi estancia en el bed and breakfast del "airbnb" me iba a permitir tomar los consejos de María, la casera. Nada mejor que recibir las recomendaciones de alguien que vive en la ciudad que vas a visitar, más aún si tan solo se trata de un viaje de un fin de semana. Con mayor razón si la climatología se presenta en tu contra, y donde has de ser práctico y selectivo a la hora de elegir sobre el mapa. Has de organizar la ruta lo más simplificada posible, con los lugares de mayor interés, y "patear" las calles para percibir la naturalidad y vida de las gentes. Y sobre éstas, ya me habían hablado que son personas con una condición humilde, sencilla y trabajadora. Incluso me contaron, para significar todo esto, que existe un refrán en Portugal el cual dice que, "mientras Oporto trabaja, Lisboa se divierte". Eso exclamaba la percepción que iba a tener sobre los "portuenses o tripeiros".

Y llovía; vaya si llovía. Pero salí a la calle, y empecé a recorrer los lugares sin un orden aparente. Bordeando el río Duero, para ir llegando al "Bairro da Ribeira" y deslumbrarme con sus casas de colores; al Mercado de Bolhão, a la Torre dos Clérigos, la biblioteca donde se rodó Harry Potter, atravesar el "Bairro Barredo" desde la Catedral de Sé. Acercarme por las Bodegas de Vila Nova de Gaia, o la impactante Estação São Bento y sus espectaculares azulejos. Sin obviar la Casa de la Música, la zona de Foz o Matosihno, y sin entrar en el olvido de la gastronomía que iba degustando sobre la marcha. 

Y seguía lloviendo.... y no solo me empapaba de agua, pues en mis paradas obligadas por la lluvia, siempre había algún bar o tasca donde resguardarme;....Y solían tener vino, muy buen vino...., así que también enjuagaba mi interior.

Y como cuando viajas solo, la reflexión te da para mucho, casi sin pensarlo, caí en la cuenta que Oporto, o al menos en parte, destaca por la diversidad de sus fachadas. Edificios talentosos presididos por grandes decorados, de diferentes formas y colores. Era realmente sorprendente, o al menos así me lo estaba pareciendo. Curioso hecho éste, más aún por el significado que pudiera representar. De bien es sabido, que en términos coloquiales, tener "mucha fachada", puede dar lugar a aspectos despectivos y poco considerados. Querer mostrar una imagen exterior, que igual puede diferir mucho de la interior. Porque la imagen es lo que se observa a simple vista, y de ahí que sea lo que más se cuida.

Pero todos sabemos la gran importancia de cuidar lo interior, sin necesidad de magnificar lo exterior, y sin caer en la extravagancia de querer vender lo que no se tiene. O lo que no se es. Pero hoy en día, caemos en la posición contraria; poner todos los esfuerzos en mostrar y cuidar una imagen, que da igual que sea la real, o la más natural, o la que más se identifica con nosotros, pero que es la que cuenta. 

A veces superficial, sin necesidad de transmitir los valores interiores, y solo buscando la intención de crear una apariencia que nos sitúe en buena posición, al menos a primera vista. Mostrar una cara, que bien pudiera tener poco que ver con la realidad; antes denominado "tener mucha fachada", sustituido actualmente por el término "postureo", mucho más acentuado ahora con el uso de las redes sociales, donde predomina "la pose", la imagen o apariencia, por encima de otras cuestiones de mayor importancia.

Pero ciertamente, y fuera del uso en redes sociales, este "postureo" no es una actitud muy común en países distintos a España. Al menos no la he visto tan pronunciada como aquí. Y claro, dudo mucho que ese rigor con las fachadas de los edificios tuviera mucho que ver con lo que estoy hablando sobre las apariencias. Cabe pensar, y estoy seguro de ello, que se trata en sí, de un gusto exquisito por la arquitectura popular, tradicional, diversa y libre. Y más aún habiendo recibido tanta información de la gente de Oporto, (sobre todo de su humildad), me resultaba difícil establecer esa "conexión fatal" de "postureo" hacia ellos.

Cierto que no podría estar mal considerado el vender una imagen como medida de persuasión o de llamada de atención, para después mostrar la realidad interior. Que vaya acorde con lo que se es, con la mejor de las intenciones, estando a la altura de lo que se pretende transmitir con esa cuidada imagen exterior. Pero es que al final (incluso al principio), el interior es lo que cuenta; es donde está la esencia. Bien es sabido que los huevos de dos yemas, también se esconden bajo una cáscara de iguales características que los normales, y no lo sabes, hasta que no rompes ésta y averiguas lo que hay dentro.

Fue entonces, en un momento que salió el sol, y quizás pudo secar algo mi inspiración, cuando pensé en la historia, que podría decir algo así....

"Fue en un pequeño barrio de Oporto, situado a las faldas del Duero y en su desembocadura al mar, que vivían tres hermanos, hijos de un humilde pescador. Habiendo heredado de su anciano padre su viejo barco, salían a faenar a diario para pescar el mayor numero de peces y llevarlos al mercado para venderlos. La competencia era dura, y para estar a la altura del resto de competidores, el trabajo suponía gran sacrificio por parte de los tres.

Un día cualquiera, vieron como uno de sus "colegas" llegaba a puerto con un flamante barco, mucho más grande y con mayor capacidad que los del resto de pescadores. Al poco tiempo, y cual contagio o epidemia, uno tras otro iban adquiriendo nuevos barcos con los que trabajar en el mar, a lo que los tres hermanos se iban sorprendiendo cada día más, puesto que pensaban que el dinero que ganaban, no daba para tanto.

A pesar que su embarcación seguía siendo de lo más discreta y humilde, pero teniendo en cuenta el esfuerzo al que estaban sometidos diariamente, veían como las cantidades que pescaban eran similares e incluso en mayores proporciones a veces, a la de la competencia que faenaba con mejores embarcaciones. Pero cierto es, que no podrían aguantar por mucho tiempo con ese ritmo. Seguían sin entender, como con las mismas ganancias, a unos la pesca les daba para más que a otros, o al menos eso pensaban.

No bastante con esto, y transcurrido poco tiempo, a otro de sus competidores, se le ocurrió que además de ser ellos los que salían diariamente a pescar, ya no venderían sus piezas en el mercado del puerto. Ellos mismos, montarían su propia pescadería, en la que por entonces era la calle principal de Oporto; la Rua dos Mercadores. Y tal y como ocurriera con las embarcaciones, uno tras otro fueron copiando lo que sus colegas iban haciendo. Los tres hermanos, sin embargo, siguieron humildemente llevando sus pescados al mercado del puerto.

Un día, el pequeño de ellos, y del que sus hermanos admiraban por sus ocurrencias e ingenio, pensó que quizás sería buena idea esa de que montaran su propia pescadería. -- Si el resto podía hacerlo, ¿por qué nosotros no?--, decía a sus hermanos. 

Así que tras acabar la jornada, le propuso a sus dos hermanos mayores, ir hacia la Rua dos Mercadores para buscar algún local donde establecerse, si es que quedaba aún sitio para ellos. Sería él mismo quien se encargaría de montar tal negocio, pues era menos hábil en la pesca que sus dos hermanos mayores.

Así fue como caminando por la transitada calle, quedaron realmente asombrados por lo que allí vieron. De manera consecutiva, tres grandes edificios, presididos por sus increíbles y estrambóticas fachadas, anunciaban las tres pescaderías que abanderaban esa Rua. El impacto visual revolvió sus preocupaciones, más aún cuando, tras quedar impresionados por el frente de los edificios, leyeron los carteles que portaban cada una de las entradas, y donde se podía leer según avanzaban en sus pasos;

-- ¡Esta es la mejor pescadería de Oporto!--, decía el primer letrero de uno de los edificios.

-- ¡Esta es la mejor pescadería de Portugal!--, decía el segundo.

-- ¡Esta es la mejor pescadería del Mundo!--, ponía tajantemente en el tercer y último establecimiento.

"¡Nada tenemos que hacer ante tal competencia!", se dijeron. Así que descartaron seguir adelante con esa idea. 

Pasado un tiempo, y sin haber advertido a sus hermanos de ello, el pequeño de los tres, también un poco más testarudo, un día inesperado, les dijo a ambos que tras la jornada de la mañana siguiente, ya podrían subirles las piezas que pescaran a la Rua dos Mercadores, donde había reformado un sencillo local para vender sus pescados. 

Al día siguiente, sus dos hermanos mayores, impacientes por ver el resultado de la enmienda, tras atar el pequeño bote al muelle y coger la carga, subieron calle arriba con la intriga de ver el edificio donde estaría su nuevo y flamante negocio. Una vez allí, sabiendo de antemano que se trataría de un humilde y sencillo local, no pudieron ocultar su sonrisa y admiración por la ocurrencia del hermano pequeño, cuando una vez se presentaron frente al edificio, vecino de los otros tres, vieron el cartel que presidía la entrada, y donde podía leerse";


"Esta es la mejor pescadería de la calle"....










































Oporto, 15-17 de abril de 2016. Fotografías de Jesús Apa.