viernes, 30 de noviembre de 2018

Los micromomentos

Hace pocos días acabé de ver una serie algo antigua, pero me ha encantado por el trasfondo tan actual que llevaba. Sobre todo porque a pesar de ser una serie sencilla, sin grandes recursos ni adornos, va dejando poco a poco pequeños mensajes. Finalmente tú solo vas descubriendo que, hilvanando esos mensajes, acabas consiguiendo descifrar otros muchos que hay escondidos. "A dos metros bajo tierra" es su título, y cuenta de manera sencilla pero pasional la "loca vida" de los miembros de una familia americana que dirige una funeraria en el sótano de su casa.

Parece que todos tienen ciertos problemas mentales, algunos casi esquizofrénicos, pero más tarde vas descubriendo que no dejan de ser gente como tú y como yo, aunque tan distintos como nosotros. Pero sobre todo lo que más me gustó es la repercusión que tienen unos sobres otros con pequeños actos cotidianos y como afectan a la vida de todos. Una frase, un acto cariñoso, una sonrisa, un grito, una mirada, un "hola" o un "adiós" pueden influir más de lo que pensamos. Y es que siempre, detrás de un pequeño acto, puede venir otro, y seguido a éste, otro mas..., y así encadenar muchos de ellos seguidos.

Ayer hablando sobre la adicción a las nuevas tecnologías, me vino una reflexión muy actual. Hoy en día, ya sea por nuestra conexión con las redes sociales, cada vez que tenemos un momento libre, aunque sea pequeño, lo dedicamos a mirar el teléfono. Antes de que tuviéramos teléfono móvil o dispositivos electrónicos, existían lo que denominábamos "Micromomentos", que eran esos instantes que quedaban libres entre unas cosas y otras. Ahora los dedicamos en exclusividad al teléfono.

Esos micromomentos solían estar repartidos, en primer lugar, para nosotros mismos, y el resto del tiempo para los que estaban cerca. Si lo piensas bien, han dejado de existir incluso los primeros. Habría que pensar en recuperar cuanto antes todo eso, eliminar de nuestra vida esos "ladrones de tiempo" que provocan que cada vez dediquemos menos tiempo a las cosas importantes, entre ellas, a disfrutar de esos momentos que antes disponíamos solo para nosotros y a nuestro antojo. Sobre todo, recuperar esos pequeños actos cotidianos para con los demás.

"Nada podrá desconsolarte más al final de tu vida como comprender que solo has usado una pequeña parte de tus capacidades", leí en algún sitio. Y qué cierto es...

La grandeza en la vida no está reservada a ninguna minoría de elegidos, hombres y mujeres de piel perfecta, dentadura irreprochable y regio pedigrí. En este planeta no hay seres humanos especiales. Todos podemos optar por crear una vida de grandeza mediante pequeños actos cotidianos. 

Una vida estupenda, no es más que una serie de días estupendos y bien vividos que se hilvanan como perlas de un collar. Del modo en que vives tus días, así das forma a tu vida. 

Si no lo das todo como persona, si no explotas tu potencial, te habrás traicionado y nunca podrás ser feliz. 

Volcarte cada día, por poco que sea, en la mejora continua puede cambiar tu vida. Pero también la de los que te rodean...

Para sacar lo mejor de nuestra vida no hace falta que llevemos a cabo una transformación total y absoluta, sino que basta con que nos centremos en ser un poco mejores cada día (en todos los aspectos de nuestra existencia). Dedicarnos más tiempo a nosotros, y no a un teléfono, hará que el siguiente paso sea disfrutar de los demás con esos pequeños momentos de calidad.

Haz pequeñas cosas cada día que te satisfagan, desarrolla un poco más tu intelecto, sé más cariñoso, sé más innovador, corre más riesgos, fomenta relaciones más profundas, y sueña aunque solo sea un 1% más. A base de días estupendos llegarás a una vida maravillosa. 

Si buscas a la persona que cambiará tu vida, échale una mirada al espejo y no al teléfono...


Fuente de Cantos, 30 de noviembre de 2018. Fotografía libre en la red.



viernes, 23 de noviembre de 2018

No maten al mensajero

Hay mensajes que curiosamente no llegan a su destino porque el mensajero no es de nuestro agrado, no empatiza con nosotros o simplemente, no nos llena. Pero lo cierto y verdad que la clave está en que siempre escuchamos lo que queremos escuchar, evadiendo y cribando mensajes que no son de nuestro agrado, aunque la realidad sea muy clara y esté todo el tiempo delante de nuestras narices.

En eso pensaba hace unos días cuando, a modo de conferencia, dos payasos trataban de hacer una sesión de automotivación. Parece ser que hay dos tipos de payasos; los de nariz roja son los ingenuos, torpes y tontos. Los que se maquillan con cara blanca son los que tienen mayor rango y autoridad, son elegantes, serios y poco amigos de las bromas.

Éstos eran de los primeros y,  nada más entrar, mi sensación fue pensar que aquellos dos tipos no podrían dejar en nosotros ningún mensaje que nos "calara". Ni tan siquiera algún consejo para tener en cuenta aunque fuera a largo plazo, y vaya que si lo hicieron, además, dándole un toque de humor muy fino y adecuado a todo ese aprendizaje.

Pero lo más curioso es que todo lo que dijeron, absolutamente todo, ya lo sabía. La charla empezaba hablando de cómo ser mejor persona, pasaba a explicar cómo ser más eficaz en tu día a día para ser más feliz, y acababan dándonos una serie de consejos para ir por la vida con menos carga y así disfrutar más del viaje. Cosas sencillas y simples, incluso podrían parecer banales, pero el que fueran expuestas por esos payasos, paradojicamente causaron el efecto idóneo a pesar de que al principio, el mensajero pareciera no ser el adecuado. 

Pero mira por dónde, este lunes asistí a unas jornadas en las cuales, un espacio en la programación estaba destinado a la motivación personal. Ahí que salió un tipo vestía de manera elegante y sobria, en un gran escenario con luz y sonido espectacular, y con él, una pantalla gigante en la que resaltaba los mensajes a los que más importancia quería darle. ¿Y qué tipo de mensajes me encontré allí? Curiosamente, casi todos muy parecidos a los de la semana anterior, y si no, también esos otros podrían haber salido de la boca de aquellos dos payasos. Y no creo que nada de lo que uno y otros dijeron fuera desconocido por cualquiera de nosotros...


"Precisamente la paradoja de nuestro tiempo es que tenemos edificios más altos y temperamentos más reducidos, carreteras más anchas y puntos de vista más estrechos.

Gastamos más pero tenemos menos; compramos más pero disfrutamos menos. Tenemos casas más grandes y familias más chicas, mayores comodidades y menos tiempo.

Tenemos más grados académicos pero menos sentido común, mayor conocimiento pero menos capacidad de juicio, más expertos pero más problemas, mejor medicina pero menos bienestar general.

Bebemos demasiado, fumamos demasiado, despilfarramos demasiado, reímos muy poco, conducimos muy rápido, nos enojamos demasiado, nos desvelamos demasiado, amanecemos cansados, leemos muy poco, vemos demasiada televisión y oramos muy rara vez.

Hemos multiplicado nuestras posesiones pero reducido nuestros valores. 

Hablamos demasiado, amamos demasiado poco y odiamos muy frecuentemente.

Hemos aprendido a ganarnos la vida pero no a vivir.

Hemos logrado ir y volver de la Luna pero se nos hace difícil cruzar la calle para conocer a un nuevo vecino.

Conquistamos el espacio exterior, pero no el interior.

Hemos hecho grandes cosas pero no por ello mejores.

Escribimos más pero aprendemos menos.

Planeamos más pero logramos menos.

Hemos aprendido a apresurarnos pero no a esperar.

Producimos ordenadores que pueden procesar mayor información y difundirla pero nos comunicamos cada vez menos y menos.

Estos son tiempos de comidas rápidas y digestión lenta, de hombres de gran talla y cortedad de carácter, de enormes ganancias económicas y relaciones humanas superficiales.

Hoy en día hay dos ingresos en las familias que aun tienen trabajo, pero más divorcios; casas más lujosas para quienes pueden solventarlas, pero hogares rotos.

Son tiempos de viajes rápidos, pañales desechables, moral descartable, "encuentros de amor" de una noche, cuerpos obesos y píldoras que hacen todo, desde alegrar y apaciguar, hasta matar...

Son tiempos en que hay mucho en el escaparate y muy poco en la trastienda.

Acuérdate de pasar algún tiempo con tus seres queridos porque ellos no estarán aquí siempre.

Acuérdate de ser amable con quien ahora te admira porque esa personita crecerá muy pronto y se alejará de ti.

Acuérdate de abrazar a quien tienes cerca porque ese es el único tesoro que puedes dar con el corazón sin que te cueste ni un centavo.

Acuérdate de decir "te amo" a tu pareja y a tus seres queridos pero, sobre todo, dilo sinceramente.

Un beso y un abrazo pueden reparar una herida cuando se dan con toda el alma.

Acuérdate de cogerte de la mano con tu ser querido y atesorar ese momento porque un día esa persona ya no estará contigo.

Date tiempo para amar y para conversar y comparte tus más preciadas ideas".

A veces hacemos caso a las personas que tienen mejor apariencia, o aquellas con las que nos sentimos más identificados. Curiosamente, también aceptamos mejor los consejos de aquellas personas que recién conocemos, que son casi extraños para nosotros, en detrimento de los consejos de quienes más nos conocen y/o aprecian. En cualquiera de los casos, siempre hay buena intención sea cual sea la circunstancia. De todas formas, "si matas al mensajero" solo por juzgar su aspecto exterior más que por los buenos propósitos con los que trae los mensajes, quizás seas tú quién acabe haciendo el payaso (pero sin nariz roja).


Monesterio, 23 de noviembre de 2018. Fotografía de Helena Rocha.
  

viernes, 16 de noviembre de 2018

Mirando al futuro

Esta mañana, a través de un interesante proyecto social, he asistido a unas jornadas de esas que te marcan, principalmente por el contenido de los mensajes colaterales que deja en el aire. El título del proyecto es "Mirando al Futuro", y casualmente está dirigido por un viejo amigo y compañero del colegio. Y es que Vicente, que así se llama, trabaja en algo muy importante para los que vivimos en las zonas rurales y en los pueblos pequeños; el bienestar de las personas mayores.

Entonces y previamente al inicio de las jornadas, tomando un café con él, fue que me enteré que en España, la soledad se está convirtiendo en algo trágico para nuestros mayores. Nada menos que en seis millones de hogares españoles hay una persona mayor que vive sola. Y parece ser que a día de hoy es algo para lo que la sociedad no está preparada, y aunque pensemos que en nuestras circunstancias es un tema que no nos afecta, sí que lo hace, y mucho. De ahí la importancia de prepararnos para llegar a ser viejo con la mejor versión de uno mismo.

Pero de todos los mensajes que me han llegado en estas jornadas (lo que supone la soledad a ciertas edades, es uno de ellos), me quedo con la pregunta que suelen hacerse las propias personas mayores que, en un determinado momento de la vida, ven ésta pasar delante de sus ojos...; 

¿Consigue uno al ser de mayor, lo que siempre quiso ser?

La pregunta lleva en su interior difíciles respuestas, principalmente porque la sociedad va cambiando a una velocidad de vértigo y muchas veces nos arrastra en esos cambios. Pero si se modifica un poco el contenido de esa pregunta, es posible que la solución la obtengamos a través de otros medios. Por ejemplo, a través de uno mismo y gracias a su propia voluntad. 

¿Consigue uno ser de mayor, cómo siempre quiso ser? Ahora, sí que el futuro dependerá exclusivamente de nosotros mismos.

A veces uno cuestiona su vida cuando ya no tiene solución cambiar ciertas cosas. Posiblemente es porque las preguntas llegan tarde y uno ya no puede corregir sus errores. Y en parte puede ser lógico, pues uno no piensa continuamente en cómo quiere ser. Se es lo que uno es, de manera natural. Lo que sí es cierto que siempre podemos mejorar sobre algunas actitudes de nuestra vida. ¡Lo dicen nuestros mayores!.

Entonces necesitaba un ejemplo, algo que se pueda poner en práctica y nos lleve a la consecución de esos objetivos, por llamarlo así de alguna manera... 


"Hay un gran truco para configurar los hábitos de tu carácter: "Haz como si... hasta que lo seas". Así de simple. Así de complicado.

¿Quieres ser amable? Ve por la vida como si fueras la persona más amable del mundo, sé amable con cada persona, con la gente con la que entres en contacto y, al final, serás una persona muy amable. 

¿Quieres aprender a escuchar? Actúa como si fueras la persona que mejor escucha. No serás la persona que mejor escucha del planeta, pero sí aprenderás a escuchar de la mejor manera que tú puedes hacerlo.

Puedes pensar que es una manera muy artificial de adquirir un hábito, que no es natural porque te fuerzas a actuar. En cierta medida es así, pero cualquier aprendizaje requiere una práctica consciente, hasta que dejas de pensar en ellos y forma parte de ti, y de esta forma acaba convirtiéndose en un hábito.

Cuando juegas al tenis las primeras veces, piensas cómo poner la raqueta, pero cuando llevas mucho tiempo jugando, ya no tienes que pensarlo. Pasa igual cuando aprendes a montar en bici, a conducir, a tocar un instrumento musical, etc.. Así se adquieren los hábitos.

Pues resulta que todo esto vale para que cuando mires al futuro, puedas volver la vista atrás dignamente para ver en quién te has convertido con el paso de los años o bien, quién has sido todo este tiempo. Porque todo en esta vida se entrena. Absolutamente todo. De esta forma, poniendo en práctica objetivos y actitudes, pondrás en valor y con sumo orgullo, en quien has llegado a convertirte. 

Al finalizar estas jornadas, la mesa redonda de debate dejaba anécdotas emocionantes. Alguien trasladó el mensaje de algunos de los mayores con los que trabaja. Todos, sin excepción, quieren llegar a ser mayor habiendo sido buenas personas y ésto, es algo que necesita de poca práctica. Uno es buena persona por naturaleza, pero debe siempre saber mostrarlo. Hay miles de maneras de hacerlo.

Pero por si acaso a alguien le cuesta sacarlo de adentro..., "Haz como si... hasta que lo seas".


Monesterio, 16 de noviembre de 2018. Fotografía de Jesús Apa.

viernes, 9 de noviembre de 2018

En el parque

Hacía mucho tiempo que no me sentaba en el banco de un parque a descansar y al pasar por ese, sentí la atracción de hacerlo nuevamente. No sé muy bien por qué motivo, pero parar y sentarse en un parque se ha convertido en algo que ya no es muy habitual, y mira que son sitios agradables y tranquilos. Debe ser que preferimos descansar o entretenernos en otros ambientes. También es cierto que los bancos no suelen ser muy cómodos. Se ve que están hechos para pasar ahí sentado solo por poco tiempo; "de esta forma nadie siente la tentación de apropiarse de él", pensé para mis adentros.

El cielo estaba limpio y claro, aunque solamente podía apreciarlo a través de pocos puntos de visibilidad, ya que la vegetación del parque era frondosa y fértil. Pero aún así, los pocos rayos de sol que penetraban se agradecían y provocaban una temperatura idónea para no pasar frío (tampoco calor). Así que, con esta justa medida térmica, decidí quedar tranquilo ahí sentado. 

El banco era de madera, robusto aunque desgastado, y estaba frente a un pequeño sendero el cual a su vez, se comunicaba en su trazado con muchos otros, todos ellos bien cuidados, señal que por allí debía pasar mucha gente. Una hilera de diferentes tamaños de setos marcaban la entrada y salida a los distintos espacios. Pequeños riachuelos llegaban a un lago artificial, del cual a buen seguro regresaban a su inicio a través de algún bombeo el curso de cada pequeño arroyo. La sensación de paz y tranquilidad no podía estar más presente.

Ya acomodado, saqué mi teléfono del bolsillo y empecé a entretenerme con él. Mandé varios mensajes, ojeé un poco la prensa del día, creo que también llegué a mandar algún email y poco más tarde entré de lleno en las redes sociales que tengo instaladas. "La cantidad de cosas que pasan aquí todos los días", pensé para mí, creo que cómo de costumbre pensará cualquiera.

En esas andaba mi distracción cuando en cierto momento comencé a sentir un poco de frío. Parecía que el sol estaba ya poco presente. Alcé la vista y fue entonces que a pocos metros encontré a un tipo apoyado en un árbol. Era delgado y se conservaba bien aunque aparentaba tener una edad avanzada, ya que su sombrero dejaba ver algún pelo canoso en su testa pero se presentaba bien arreglado en su vestimenta. No llevaba nada en sus manos, y éstas las tenía entre-enlazadas con sus brazos provocando una actitud a la defensiva. Además, descaradamente me estaba mirando y no parecía quitarme la vista...

"Hola señor. ¿Le ocurre algo? ¿Nos conocemos?", decidí preguntarle con el mismo descaro con que él me miraba.

- No, no pasa nada. -

"¿Entonces...?"

- Entonces...¿qué? -, volvió a contestar el señor.

Me encogí de hombros, para evitar una nueva pregunta en aquella incómoda situación, y parece que surtió efecto.

- No, disculpe. No quiero incomodarlo, pero es que ese es el banco dónde suelo sentarme a diario y lleva usted ahí más de una hora, pero es evidente que el parque es muy grande y hay muchos más... -.

"Entonces quiero pensar que no hay ningún problema en que yo lo haya ocupado, ¿verdad?"

 - Claro que no, en absoluto. Solo que me ha llamado poderosamente la atención que en todo ese tiempo usted no ha levantado la mirada de su teléfono... -

"Bueno..., tal vez. Pero es que aquí no pasa nada. Me estaba entreteniendo con él".

- Pasa, claro que pasan cosas. Y usted perdone señor, y de verdad que no pretendo incomodarle, pero lo que sucede es que simplemente usted no ve lo que ocurre en la realidad. Porque sin embargo, dónde estoy seguro que pasa siempre lo mismo, es en su teléfono -

Me levanté para no alargar más aquella absurda situación, y me fui pensando en que en los parques ya no ocurre nunca nada, menos aún si llevas tu teléfono. Cómo han cambiado...



Central Park, New York, noviembre de 2009. Fotografía de Rubén Cabecera.


viernes, 2 de noviembre de 2018

Por quién doblan las campanas

Pienso que recordar a los muertos, puede presentar distintas fases según para cada cual. Cuando la pérdida es reciente, suele representarse con momentos de tristeza y llanto, de querer buscar la soledad y la paz interior necesaria para admitir y superar mejor esa falta.  Una vez que ha transcurrido cierto tiempo, estos momentos suelen ser de melancolía y nostalgia hacia nuestra pérdida. Se evocan momentos de fatiga pero con recuerdos cariñosos. 

Normalmente uno recuerda a sus seres queridos casi a diario, aunque hay días que son más especiales que otros. Uno de ellos es la noche de los difuntos (la noche de todos los Santos). A día de hoy la antesala de todo eso, (culturalmente hablando), se está perdiendo y está dando paso a otras costumbres, ya casi arraigadas en las generaciones venideras. A mí éstas otras, me gustan mucho menos.

Y es que la "industria cultural" norteamericana se ha encargado de difundir por todo el mundo un Halloween que ha perdido su trasfondo espiritual, y se ha convertido en una fiesta en la que imperan los disfraces, calabazas, telarañas, brujas, fantasmas, esqueletos, vampiros, zombies..., los sustos y el terror. En este sentido, con tanta cosa "artificial", se ha convertido en un día que empuja al consumo. Por eso, apoyándose en la necesidad de vender, los centros comerciales y las televisiones les prestan una gran atención y..., hemos sucumbido.

La tarde del 31 de octubre los más pequeños de la casa salen disfrazados a buscar caramelos y sustos entre sus vecinos y familiares. Ya por la noche, podemos ver a nuestros jóvenes y no tan jóvenes asistir a las cada vez más habituales fiestas temáticas de Halloween que organizan los locales de ocio aprovechando que el día siguiente es festivo y no se trabaja.

No me gusta. O mejor dicho, me quedo con las formas clásicas y antiguas de honrar a nuestros seres queridos y que ya no están (nadie más muerto que el olvidado). A pesar de que pudiera haber ciertas similitudes en todas las costumbres y formas de vivir este día, me quedo con las que he conocido de siempre. Y no es negarme a conocer otras tradiciones o culturas, pero no entiendo eso de adaptar cosas existiendo aquí otras mejores. Aunque parece ser que todas guardan ciertas similitudes con las de antiguamente.... Así, un poco de historia nunca viene mal.

"Reza el viejo refrán: -- Noviembre es tiempo de batatas, castañas y nueces --. Es decir, frutos típicos del otoño-invierno, aunque sea la castaña la que más se asocia al frío.

Además, el castaño, -- el árbol más antiguo de Europa según algunos --, tiene origen mitológico. Cuenta una leyenda romana que Júpiter se encaprichó de Nea, las más bella de las ninfas hijas de Diana, y que un día que ésta salió de caza, el rijoso Dios intentó forzar a la bella y casta Nea, pero ella prefirió morir antes de perder su virtud. Entonces, Júpiter, despechado, la transformó en un árbol de fruto espinoso -- la castaña --. De este modo, la casta Nea se convirtió en Castaña.

En la época de los romanos, y relacionado con las castañas, está el magosto, fiesta tradicional en casi toda España, cuyos elementos comunes son las castañas y el fuego. Viene de la etimología "magnus ostus", gran fuego, gran quema. Pero según otros estudios su origen se relaciona con el samain o samhaim, o noche de brujas que los celtas festejaban en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre para celebrar el fin del verano, final de su temporada de cosechas - última noche del año para ellos y el comienzo del Nuevo -, que se iniciaba con la estación oscura y el triunfo de las tinieblas.

Según se creía, esa noche los muertos caminaban entre los vivos, de ahí que para mantenerlos contentos y alejar a los malos espíritus de los hogares, las familias dejasen comida fuera de las casas como alimento para sus parientes difuntos. Era, pues, una festividad familiar, donde todos los miembros de una misma estirpe se reunían alrededor de una hoguera para cantar, bailar y arrojar al fuego productos de la cosecha anterior como ofrenda a los dioses.

Cuando yo era pequeño, la gente este día solía hacer cosas en familia, como ir al campo y pasar allí la tarde comiendo de estos frutos. Pero la mañana de la Chaquetía o fiesta de los Tosantos (como así lo llamamos aquí), la empleábamos los monaguillos y algunos amigos en pedir por las casas del pueblo lo que quisieran darnos: nueces, castañas, higos pasos, almendras, granadas, melones..., y a veces algo de dinero que se guardaba para las migas de por la noche. La gente era generosa, ya que el mensaje iba en las mismas proporciones; "Venimos a pedir para doblar a los difuntos". 

Recuerdo que subíamos al campanario, donde hacíamos la típica hoguera para asar las castañas, y comer lo que nos habían dado mientras pasábamos toda la madrugada doblando las campanas. Era curioso porque el campanario de la Torre Nueva de la Iglesia de Fuente de Cantos, tiene cuatro campanas, todas ellas con sonidos diferentes. "Dim, Dam, Dom, Dum" eran sus sonidos y, por consiguiente, cómo las llamábamos entre nosotros. 

Pero había un modo de tocarlas según el caso, para emitir un sonido característico y así la gente del pueblo quedara informado de lo ocurrido. Los campanarios principalmente sirven para anunciar el comienzo de la misa, de bautizos, bodas u otros eventos religiosos, en las cuales podía apreciarse un sonido vivo y alegre. Ahí solían sonar siempre Dim y Dam. Pero el sonido de las otras campanas intercaladas entre sí, solían anunciar cosas no tan buenas, como por ejemplo, cuando alguien fallecía. Si el fallecido era hombre, tocaba una de ellas; Dom. Y si era mujer, tocaba Dum. 

Pero la previa de los difuntos se tocaban las cuatro a la vez (también cuando había un incendio) y durante toda la noche, sin parar un instante, por eso que se necesitaban bastantes muchachos, así como bastante comida y energía para aguantar el ritual, que acababa cuando la gente se levantaba por la mañana para dirigirse a la Misa del Alba.

El ambiente creado por el sonido de las campanas y la oscuridad de la noche alumbrada por escasas y mortecinas bombillas era sobrecogedor, y más aún si había lluvia, viento o niebla, fenómenos muy corrientes en esta época del año.

Curiosamente, a la mañana siguiente, no faltaba alguien que dijera: –"Esta noche no habéis doblado todo el tiempo, os habréis dormido, porque yo me desperté a tal hora y las campanas no sonaban, encima que os di para las migas para que doblarais por mis difuntos".

Hoy día ya no doblan las campanas por nadie. No sé si eso es buena señal, pero hasta los muertos necesitan su tributo aunque sea solo una vez al año... 



La Torre Nueva, Fuente de Cantos, 2 de noviembre de 2018. Fotografía del archivo de la Mancomunidad de Tentudía.