viernes, 29 de septiembre de 2017

Vivir por segunda vez

Mientras hace unos días contemplaba aquella tarta de cumpleaños, mi mente se puso a trabajar a toda velocidad para tener un pensamiento positivo sobre lo que tenía y formaba parte actualmente de mi vida. Precisaba de poco tiempo, pues las personas a mi alrededor esperaban de manera impaciente a que encendiera aquella vela, soplara con fuerzas, y vinieran a mi los mejores deseos por parte de la gente que me quiere y forma parte de la historia de mi vida.

Una vez dispuesta esa simpática vela sobre la tarta, giré la piedra del mechero y la encendí. Todos rieron al ver como aquella pequeña cosa de plástico se abría, empezaba a emitir una música apropiada a la ocasión, y se ponía a dar vueltas con todas las mechas encendidas sobre sí misma cual tiovivo. Aquello podía haber distraído mi atención, pero no; en cambio, lo aceleró aún más. Esa tibia música sonando, las pequeñas llamas girando sobre sí; las personas mirando mi cara iluminada esperando soplar las velas, y esos pensamientos míos internos, seguro que tan transparentes que todos conseguían verlos....


Toda vida tiene un propósito. El sentido de la vida no es algo que se invente, sino que se descubre por el camino. Sin embargo, los descubrimientos más importantes pueden pasarte por alto si transitas por el mundo únicamente viendo la vida pasar, o si en lugar de ir montado en ese tiovivo y bajarte cada vez que se te antoje para descubrir cosas nuevas y experimentar otras aventuras, te limitas a quedarte ahí subido. O peor aún, a verlo desde fuera, bajado y viendo a la gente subida en él, y además lo haces con una actitud conformista, apática y temerosa.

Pero la historia de cada cual la escribe uno mismo (aunque lastimosamente no todo el mundo puede hacerlo). No importa lo que hagas, ni los bienes que consigas por el camino; si lo que haces no te alegra el corazón, si no alimenta tu pasión por levantarte cada día, al final de tu vida te invadirán una frustración e insatisfacción abrumadoras. No permitas que esta sea tu historia.

Porque las circunstancias iniciales, aún siendo importantes, no determinan el tipo de vida que tendrás. crecerás con dificultades, y serán de mayor a menor grado para los demás, pero en definitiva, estos obstáculos serán para ti, y eres tú quien tendrá que superarlos. Y naces con las facultades necesarias para ello, y si crees que no, acabarás ejercitando un entrenamiento invisible que aparecerá cuando más lo precises. Todo el mundo lo hace. Pero igual no deberías esperar si lo que pretendes es perseguir tus sueños y hacerlos realidad, porque serán tuyos, y en tu interior tienes todo lo que necesitas.

Y no importa en qué situación te encuentres en este momento de tu vida, ni tu edad, porque nunca es demasiado tarde para perseguir tus sueños. Y mira por dónde, que estos también crecen a medida que tú lo haces. En todas las edades de tu vida puedes decidir qué quieres ser de mayor. Así pues, no es tan dramático ir cumpliendo años si los estás viviendo conforme a tus objetivos y sueños, con tus principios y valores.

Y quizás con la edad no siempre sabemos lo que queremos, pero seguro que sabemos lo que no queremos. Si averiguas qué es lo que no te gusta acabarás llegando por descarte a lo que realmente te gusta. De todas formas, nunca es malo volver a renacer, romper nuevamente tu cáscara porque ahora, te será más fácil hacerlo, pues serás más fuerte y tus alas estarán más dispuestas para echar a volar cuanto antes.

Siempre nos preguntamos si estamos actuando con nuestra vida correctamente. Son muchas las veces que llegamos a cuestionarnos por nuestras actitudes, por nuestras dudas sobre qué camino seguir, y a veces, muchas veces, quedamos atrapados en un tiovivo, en una rueda que gira sin parar, en la oscuridad, a pesar de que por un tiempo veamos las mechas encendidas. Al final se apagarán, como en la tarta, y con ellas, la música que te acompañaba. Tendrás que decidir dar el salto y vivir la vida que realmente quieres, con la música que te gusta, y no la que viene de serie. Con las luces que tú decidas mantener o apagar. Tendrás que ir eliminando interrogantes de tu cabeza....

Cuando planteas una pregunta, el Universo te transmite la respuesta, y éstas no vienen de tu mente consciente, porque de ser así, ya las conocerías. Las respuestas están en tu interior y siempre lo han estado, así que tendrás que hacer un gran viaje para llegar hasta ahí. 

¡Vivir por segunda vez...! ¿Lo harías de la misma manera?. Si estuvieras dispuesto a no hacerlo, si cambiarías y corregirías muchas cosas que pasaron, no esperes a que acabe la primera vida para hacerlo de nuevo, porque nunca es tarde para dejar de dar vueltas sobre uno mismo... Al final llegarás al mismo sitio de siempre.




Fuente de Cantos, a 29 de septiembre de 2017. Fotografía de Jesús Apa.
  













viernes, 22 de septiembre de 2017

No pesa... es mi hermano

El entrenamiento constante al que te somete la vida hace que ni tan siquiera uno sepa cómo ni para qué motivos nos estamos ejercitando. Solo lo sabremos cuando en ella nos veamos impuestos a determinadas situaciones que, sin embargo, cuando suceden, hasta nosotros mismos llegamos a sorprendernos por la resistencia y fortaleza con las que estamos dispuestos a afrontarlas.

Pero a veces estas pruebas de resistencia, que vienen acompañadas de dolor, sufrimiento y penas, no tienen por qué ocurrir con uno mismo, sino que pueden ser consecuencia de cosas que les suceden a la gente que va formando parte de nuestra vida. Esos amigos, compañeros, parejas..., esas otras personas que con el tiempo, llegan a convertirse en parte de tu familia. Esas con las que acabamos refiriéndonos a ellos con expresiones como; "es como si fuera de la familia", si es el caso en que hablamos refiriéndonos a una relación en forma de cariño, o bien, "es como si fuera mi hermano", si en esta ocasión hablamos en términos de mayor grado, refiriéndonos a estas últimas como personas que se vuelven incondicionales y por las que haríamos cualquier cosa.

Siempre me ha gustado mucho la palabra "hermano"; tiene una potencia increíble, más aún por el tremendo significado que lleva detrás. Quienes tenemos hermanos sabemos que nadie expone más su intimidad y forma de ser como en esta relación. Conocemos sus defectos, virtudes, manías, desdichas..., incluso muchos de sus secretos. A veces son incorregibles, otras dulces, muchas admirables y otras tantas, ingobernables..., pero no me cabe duda, que con un hermano se está cuando se tiene que estar, en las duras y las maduras. Por un hermano se da la vida, y así debería ser literalmente, llegado el caso.

Lo curioso es que a veces, van entrando personas en tu vida que puedes llegar a tratarlas como tal, como a un verdadero hermano. Y no importarán sus antecedentes de origen, dará lo mismo que conozcas cómo crecieron, cómo se educaron, cuales fueron sus locuras de adolescentes, sus travesuras en casa, el cómo irritaban a sus padres y a sus otros hermanos.... Porque aunque no hayas vivido y compartido esa infancia con ellos, si realmente piensas que para ti esa persona es como un hermano, es que ya se ha convertido en alguien muy especial. Alguien por la que te sacrificarías y harías cualquier cosa por ayudarle, porque por un hermano se hace todo, o al menos, así debe ser.


"En el año 1917 el sacerdote católico Edward Flanagan, fundó con 90 dólares prestados una casa para niños sin hogar en Omaha (Nebrasca). En un principio contó con cinco niños recogidos en la calle, pero más tarde se vio obligado a adquirir cerca de allí una granja más grande a la que llamó "La ciudad de los muchachos".

El padre Flanagan, que dedicó toda su vida a la educación de niños y jóvenes delincuentes y abandonados, estaba convencido de que la fórmula más adecuada para su reinserción, era fomentar en ellos el espíritu de responsabilidad, e implantó un régimen de autogobierno en el que los chicos organizaban su ciudad.

Al poco tiempo de aquello, el padre Flanagan fue llamado para atender a una señora que venía con su hijo, un tal Howard Loomis, de unos trece años. Cuando entró en la sala de visitas, la madre se acercó a saludarlo, pero en cambio el niño ni se movió de la silla. El sacerdote supuso que no se levantó a saludarlo por timidez o por nerviosismo...

La señora lo convenció para que admitiese a su hijo, pues su marido los había abandonado y ella, que no tenía casa propia, tenía que ganarse la vida sirviendo como criada. El padre salió a despedirla y posteriormente volvió a la sala de visitas.

-- Vamos Howard, te llevaré al pabellón donde vivirás. Un compañero te enseñará el dormitorio, el comedor, y te dirá nuestras costumbres y responsabilidades para que sepas lo que tienes que hacer --.

El chico bajó la cabeza y no se movió de la silla.

-- Vamos... --, repitió el padre Flanagan.

El muchacho siguió inmóvil, levantó despacio la cabeza y miró al padre con ojos de súplica y temor.

-- ¿Te pasa algo? --, dijo el sacerdote entre cariñoso y perplejo.

"Es que..., es que no puedo andar... Soy paralítico.

Flanagan tenía por norma no admitir a niños con enfermedades que los imposibilitaran para seguir el ritmo de trabajo, estudio, recreo y oración establecido en la ciudad. Eran sus normas, pero en este caso disimuló como pudo su disgusto y trató de sonreír a aquel pobre inválido que, de forma "fraudulenta", había recogido.

Howard había tenido polio y caminar era muy difícil para él, especialmente cuando tenía que subir o bajar escaleras. Usaba un complicado aparato ortopédico para las piernas y, con frecuencia, los otros muchachos se turnaban para llevarlo de un sitio a otro cargado a sus espaldas.

Un día que fueron de picnic, lo llevaba a cuestas Reuben Granger, uno de los muchachos más grandes. Pero incapaz de ocultar el cansancio producido por la distancia, lo difícil del camino y el peso de Howard, el padre Flanagan con tono cariñoso, le preguntó:

-- Amigo, ¿pesa mucho? --.

Reuben, con inefable expresión de cara y encogimiento de hombros que encerraban una gran carga de amor, de valor y resignación, le respondió con fuerza y decisión:

"Él no pesa, padre... es mi hermano".


Esta frase emblemática ha simbolizado el espíritu de "La ciudad de los muchachos" durante décadas. 

Hay historias como éstas que no se olvidan, o mejor dicho, que se recuerdan cuando te sientes identificado con lo que en ella se dice. Parece ser que hay historias que pueden llegar a inspirarnos Dios sabe cuánto. Con esta, una película llegó a ganar dos Óscar, y años más tarde llegó a convertirse en una hermosa canción. Hoy, simplemente ocupa este post. Porque no pesa, es mi hermano, pero también podría ser el tuyo.... 



Fuente de Cantos, 22 de septiembre de 2017. Imagen libre en la red.
   

     




viernes, 15 de septiembre de 2017

El destino como un cuento

Siempre que hablamos del destino solemos hacerlo para referirnos a que nos han ocurrido cosas buenas que éste nos tenía reservado. Lo adulamos, pues pensamos que siempre nos esperan cosas positivas y depositamos toda nuestra confianza en algo casi espiritual (en cambio, en muchas ocasiones, esas buenas cosas dependen en su totalidad de nosotros mismos). Pero es que nos gusta tanto olvidarnos de nuestro compromiso con él, con ese destino al que nos encomendamos para que traiga solamente alegría y dicha a nuestra vida, que incluso cuando se presenta alguna desgracia a nuestro alrededor, parece que nunca nos tocará a nosotros, porque nos limitamos a decir sobre esa persona; "es lo que le tenía deparado el destino", como si hubiera ocurrido en el sistema lo que comúnmente denominamos como  "error fatal". 

Pero, ¿y por qué no pensar a veces que el destino nos puede estar esperando ahí fuera con cosas no tan buenas?. ¿Y si el hecho de pensar así, de manera contraria a la habitual, pero sin crearnos un trauma, resulta que hace que disfrutemos más de todo y con mayor intensidad?. Quizás eso surta efecto para vivir el presente como "Dios manda", y sin esperar nada de nadie (valga aquí la redundancia sobre ese "algo espiritual"). A veces ocurren cosas en la vida, o presenciamos situaciones dramáticas cercanas, tan sumamente injustas, que acabas pensando que eso del destino es un cuento, y en el que al contrario de lo que ocurre en la mayoría de éstos, eso de comer perdices es solo una visión imaginaria de nuestra fortuna. 

Así que cuando suceden situaciones tan desafortunadas y que nos tocan directamente, o sentimos que ciertas desgracias podían habernos ocurridos a nosotros, no nos queda más remedio que hacer un esfuerzo por entender la vida, que a veces es tan complicada como comprender eso del destino. Ojalá todo lo que ocurre pudiera ser explicado como un cuento, donde a través de una pequeña historia, una reflexión, una moraleja, tratamos de buscar razones sensatas y convincentes a las cosas cotidianas. Será por eso que me gustan tanto los cuentos....

Dicen que hay tres modos de leer un cuento....

Primero, leer el cuanto una sola vez. Este modo sirve únicamente de entretenimiento. Segundo, leer el cuento dos veces y reflexionar sobre él, sacarle el máximo jugo. Y tercero, volver a leer el cuento después de haber reflexionado sobre él y dejar que el cuento le revele a uno su profundo significado interno. Un significado que va mucho más allá de las palabras. 

A mí me gusta leerlos de esta última manera, a veces, metiéndome dentro de él, siendo el principal protagonista, para así conseguir entender ciertas cosas de la vida. Pero, sobre todo, hay que tener en cuenta que cada uno de los cuentos tiene que ver con uno mismo, no con cualquier otra persona. Será por eso que pienso que el destino es como un cuento....

"Escuché en cierta ocasión en uno de esos cuentos, aquel en el que se decía que un sabio indio llamado, por ejemplo Yehai, partió en peregrinación hacia el templo de un conocido profeta, llamado en este caso Zendú. 

Una noche el indio se detuvo en una pequeña aldea y le dieron asilo en una choza de una pobre pareja. A la mañana siguiente, antes de que marchara, el hombre le dijo a Yehai;

-- Ya que vas a ver al señor Zendú, pídele nos conceda un hijo a mi y mi mujer, porque son muchos años ya los que llevamos sin descendencia. --

Cuando Yehai llegó al templo, dijo al profeta; "Aquel hombre y su mujer fueron muy amables conmigo. Ten compasión de ellos y dales un hijo".

El profeta Zendú, de un modo tajante, le replicó; -- En el destino de ese hombre no está el tener hijos. -- De modo que el indio Yehai, una vez hecha sus devociones, regresó a casa. 

Cinco años más tarde emprendió la misma peregrinación y se detuvo en la misma aldea, siendo hospedado una vez más por esa hulide pareja. Pero en esta ocasión había dos niños mellizos jugando a la entrada de la choza.

"¿De quién son estos niños?", preguntó Yehai. -- Míos --, respondió el hombre. Yehai quedó desconcertado...

Y el hombre prosiguió; -- Hace cinco años, poco después de que tú te marcharas, llegó a nuestra aldea un santo mendigando. Nosotros le dimos hospedaje aquella misma noche, pues resultaba un señor muy amable. Y a la mañana siguiente, antes de partir, bendijo a mi mujer..., y el Señor nos ha dado estos dos hijos. --

Cuando el indio Yehai lo oyó, no pudo esperar más y marchó decidido al templo, y una vez llegó, gritó desde la misma entrada dirigiéndose al profeta Zendú; "¿No me dijiste que no estaba en el destino de aquel hombre el tener hijos? ¿cómo es que ahora tiene dos?".

Cuando el profeta lo oyó, rió sonoramente y dijo; -- Debe haber sido cosa de un santo. Los santos tienen el poder de cambiar el destino.... --".


Si has leído este cuento y he conseguido entretenerte, digamos que he logrado el objetivo principal del mismo.

Si en cambio has leído el cuento dos veces, pues posiblemente pienses como yo, que el destino de cada uno no debe depender de lo que los demás deseen sobre él. O que el destino no existe sino que somos nosotros los que hacemos nuestro destino y nuestras vidas, paso a paso. O tal vez puedas pensar que a veces es tan caprichoso, que es un cuento eso de que el destino no puede cambiarse.

Pero si en cambio lo lees por tercera o más veces, quizás, no sé, te de por pensar que no hay que fiarse mucho de la gente que va tratando de ser "un santo" por la vida....




Fuente de Cantos, 15 de septiembre de 2017. Imagen libre en la red.



  


viernes, 8 de septiembre de 2017

La fe y la palabra

Llegué al pueblo de Atyrá y tenía la curiosidad en comprobar si era, tal y cómo su fama precedía, el municipio más limpio de todo Paraguay. Y es que todo el mundo hacía referencia a él en ese sentido, y nada más llegar allí, apenas recorriendo sus primeras calles, efectivamente pude comprobar que aquel pueblo no solo destacaba por ser muy limpio, sino que había algo en él que lo hacía aún más distinto a los demás. Quizás era la mentalidad del atyreño que los hacía diferentes, tal vez por su hospitalidad, más intensa aún si cabe, pero quise descubrir de dónde venían aquellos motivos que diferenciaban muy mucho a ese pueblo del resto. 

Entonces fue que pregunté, (más tarde descubrí que me hubiera ahorrado cualquier pregunta), pues la gente no tardaba en hacer referencia a quien consideraban que cambió por completo la vida de todos ellos, e insistían que de quien se trataba, era una persona que no fue por sus palabras, sino por sus acciones; 

".... bueno, es que aquí tuvimos por algunos años un Intendente (alcalde) que , aunque al principio todos pensábamos que estaba un poco loco, no hizo otra cosa que de a poquito transmitirnos y contagiarnos de sus valores a través de gestos y acciones que hicieron que la vida de este pueblo y sus gentes, cambiaran por completo".

Supongo que en apenas diez días es difícil conocer la idiosincrasia de un país, la forma de ser de sus gentes, sus costumbres o las cosas que los distinguen, pero sí que puedes conseguirlo si convives con ellos y te implicas de manera intensa. Y eso me ha ocurrido a en mi estancia en Paraguay, dónde desde el primer día, y debido a la tarea que allí me llevaba, desde que me levantaba hasta que iba a descansar, he hablado, actuado, compartido, y recorrido todas mis aventuras con muchas personas de allí, de todo tipo de clases, de caracteres...., y eso al menos, ha dado lugar a que pudiera conocer de primera mano cómo son las personas de este país, al menos de tener una idea aproximada de ello.

Tengo que volver a destacar su hospitalidad, su buena educación y respeto como parte muy positiva de ellos, pero también me costaba verlos en acción, pues tal y como allí decían sobre ellos mismos;

"¡los paraguayos seguimos teniendo mucha fe!". 

--Pero díganme..., ¿fe en qué?--, les preguntaba yo. 

"Pues fe. Sencillamente, fe solo hay una", me contestaban sin más. 

Entonces claro, yo no tardé en entender, que tal y como ocurre muchas veces en algunas cosas determinadas de la vida, o en la forma de ser de alguna gente, le fe puede llegar a convertirse en la excusa perfecta sobre la situación de cada cual, la justificación de que estamos como estamos, no como consecuencia de nuestras acciones, sino más bien por lo que nos ha tocado vivir. Y es que a veces la fe, o confiar tanto en ella, puede llegar a generar situaciones disparatadas por consecuencia de no hacer otra cosa que eso, que simplemente tener fe en lugar de palabra (más relacionado con la acción de creer).

Digamos que como aquel cuento que decía que... 

"Un alpinista, desesperado por conquistar el Everest, inició su travesía después de años de preparación, cometiendo el error de subir solo, sin compañeros, pues quería toda la gloria para él.

Empezó a subir de buena mañana sin detenerse en ningún momento, se fue haciendo tarde y más tarde, pero no se detuvo para acampar, sino que continuó subiendo decidido a llegar a la cima, pero la noche cayó. Una noche terrible, cerrada, cielo cubierto, no se podía ver absolutamente nada...

Y en su insistencia de subir, ya a apenas cien metros de la cima, el osado alpinista resbaló y cayó a gran velocidad... Solo podía ver manchas más oscuras y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. ¡Iba a morir!. Sin embargo, de repente, sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos...

¡Sí, como todo buen alpinista, había clavado estacas de seguridad con mosquetes a una larguísima soga que lo amarraba de su cintura. En esos momentos de quietud y en aquella terrible y oscura noche, no le quedó más remedio que gritar.

-¡Ayúdame, Dios mío!. ¡Ayúdame Dios mío!. 

Y una voz grave y profunda de los cielos, le contestó:

"¿Qué quieres que haga?".

- ¡Sálvame Dios mío!.

"¿Realmente crees que te pueda salvar?".

-Sí, claro que puedes Dios mío-.

"Entonces, ¡corta la cuerda que te sostiene!.

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda, y reflexionó...

Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontró colgado a un alpinista muerto, congelado, agarrado con fuerza, con las manos y los pies, a una cuerda....¡A sólo dos metros del suelo!".

La fe mueve montañas..., pero tenemos que, en verdad, vivir la vida con fe, sobre todo en nuestras acciones o en nosotros mismos.

Pero, ¿por qué el atyreño era distinto?. 

"Nuestro Intendente por aquel entonces, hace más de 20 años, se llamaba Feliciano Martínez Morales, (pues ya falleció), y un día, de buenas a primeras, salió de su casa y comenzó a barrer su puerta. Al día siguiente, llegó un poco más allá, y barrió toda su calle, limpiando cada rincón y recogiendo toda la basura. Pero es que cada día avanzaba un poco más, limpiando otra calle distinta, otra plaza o cualquier lugar distinto del pueblo.... Entonces, alguien decidió unirse a él cada mañana, pero después lo hicieron otros, y cada vez más gente, hasta que el gesto, se convirtió en hábito, y a día de hoy, todos los ciudadanos de aquí, no solo limpian, sino que pintan las plazas, plantan los arboles, y todo eso, es fruto de la acción que este buen hombre, decidió llevar a cabo un día".

Así me narraba la historia de este pueblo Oscar Alegre, gran persona y dueño de la casa dónde me alojé durante cuatro días en Atyrá. 

"Mira lo que aquí pone", me dijo señalando un cartel ya desgastado por el paso del tiempo, que colgaba de la entrada del pueblo. Dice el cartel... "Atyreños hagamos de nuestra ciudad la más limpia del país".

-¿Quién puso el cartel?-, le pregunté entonces a Oscar.

"Lo puso él, nuestro Intendente", -- me contestó --. "Pero eso hizo que pensáramos más si cabe que estaba un poco loco, pues al contrario de lo que pudiera parecer, lo puso el día antes de empezar él mismo a limpiar el pueblo..."

Y Feliciano quizás estaba loco, pero loco por mantener unos valores y enseñárselo a los demás...



Atyrá, Paraguay, septiembre de 2017. Fotografía de Jesús Apa.
   

  

viernes, 1 de septiembre de 2017

Hay un niño en la calle

"A esta hora exactamente, hay un niño en la calle; ¡hay un niño en la calle!".

"Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate."

Si uno escucha esta canción prestando buena atención a su letra, no le llevará ni un minuto en compadecerse. Pero si uno, lo que esa canción dice, lo ve, lo presencia, "casi" lo vive, no tarda ni un segundo en estremecerse. Porque lastimosamente es como siempre, que cuando las desgracias y penurias no nos tocan de cerca, las cosas no son como parecen, ni como nos la cuentan, ni tan siquiera alcanzamos a imaginarlas; resulta que son aun peor. 

"Poniéndole una estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil, de otro modo es absurdo,
ensayar en la tierra la alegría y el canto,
porque de nada vale, si hay un niño en la calle."

El hambre..., ¿y qué será eso?. No es lo contrario a la falta de alimento, claro que no. Veo que es mucho peor, porque arrastra miseria, pobreza, delincuencia..., acaba con los sueños de cualquiera, más aún de los que aun son niños. "Porque en los años la hambre, - he escuchado a veces decir a los mayores refiriéndose a aquella época de los años 40 -, eso sí que eran pasar calamidades y estar en crisis", se lamentaban. Pero aquí no parece que sean los años "la hambre"; ésta, da la sensación, que la tendrán por toda su vida.

"No debe andar el mundo con el amor descalzo,
enarbolando un diario, como un ala en la mano,
trepándose a los trenes, canjeándonos las risas,
golpeándonos el pecho con un ala cansada.

No debe andar la vida, recién nacida, a precio.
La niñez arriesgada a una estrecha ganancia.
Porque entonces las manos son inútiles fardos,
y el corazón, apenas, una mala palabra." 

El hambre y la pobreza dormitan bajo un techo de chapa, y están obsesionadas con unos niños que son huérfanos del pan, que conviven con éstas con un pijama en carne viva y los aterrorizan todas las noches. Un techo bajo el que entra un aire frío que besa la temblorosa boca de los imberbes lastimados en su estómago vacío. Sus caras entristecidas, sucias y arrugadas por sus miedos, se acurrucan en la noche donde sus sueños rotos buscan remendarse de alguna manera. Niños de dulce mirar de ojos tristes, que reprimen llorar sus lágrimas de salobre, y saben muy bien guardar las penas que les sobren. Si supieran los hombres cómo son los sueños de estos niños que se esconden....

"Pobre del que ha olvidado que hay un niño en la calle,
que hay millones de niños que viven en la calle,
y multitud de niños que crecen en la calle,
yo los veo apretando su corazón pequeño....

Mirándonos a todos con fábula en los ojos,
un relámpago trunco les cruza la mirada,
porque nadie protege a esa vida que crece,
y el amor se ha perdido,
como un niño en la calle."

Anda la bondad de los hombres dormida y con los ojos muy pegados, sus dientes apretados y la conciencia distraída. En verdad duerme todo Occidente por dejar que cualquier niño nazca como indigente. Es la insensibilidad del rico, es la impotencia del pobre. La ambición del ser humano que no tiene ningún tope. Es de necios y mediocres, decir que así es el destino. Son los niños los hambrientos y nosotros los saciados. Anda el hombre comiéndose todo el amor que quedaba.

¡Oye, a esta hora exactamente, hay un niño en la calle. Hay un niño en la calle....!! 



Nueva Colombia, Paraguay. 1 de septiembre de 2017. Fotografía de Jesús Apa.