Si alguna vez te preguntan cuáles son tus sueños, seguramente contestes con varias respuestas. Incluso éstas, habrán cambiado con el paso del tiempo, casi no teniendo nada que ver los sueños pasados con los de ahora. Buscamos alcanzarlos y, con ellos, obtener eso que nos hace feliz. Pero digamos que la felicidad es tan volátil, que sin una ciencia cierta sobre ella, unas veces eres feliz con una cosa, otras, con otras muchas distintas. Y claro, no todas las personas precisan de lo mismo, al igual que cada sueño puede tener diferentes propietarios.
Pero lo que es seguro es que el primer paso para ser feliz, es creer que lo eres.
Eso pensé ayer cuando, parado en Sevilla, en un semáforo, nos encontramos con un chico negro que vende pañuelos en ese lugar todos los días. Se trata de un hombre de unos cuarenta y tantos años y que siempre va disfrazado con algún traje peculiar. Lo he visto en varias ocasiones vestido de torero, de la Reina Cleopatra, de monja, flamenca... y siempre, absolutamente siempre, con una gran sonrisa y un gesto de amabilidad con todo el mundo.
Es eso precisamente lo segundo más llamativo de este señor; ¿cómo es posible que alguien, dentro de su propia miseria y de tener que andar pidiendo limosnas, puede transmitir tanta felicidad? Es que parece que, al menos contando a todas las personas que paran en ese semáforo, es el más feliz de todos y con diferencia. Con sus pañuelos colgados del brazo, va de un lado a otro, dando los buenos días, las gracias, regalando su sonrisa...
Entonces para hacerle mención en este post y usar su nombre de pilas, decidí teclear y saber algo más sobre él, que seguro que al ser ya una persona popular, al menos en Sevilla, algo de información encontraría. Fue así que me quedé sorprendido con su historia...:
"Resulta que Howard Jackson, que así se llama, es inmigrante y procedente de Liberia, y actualmente, está matriculado en la Licenciatura de Derecho, tras una década ganándose la vida como modesto vendedor de pañuelos de papel. Pero no lo hace de cualquier manera; para ello, se viste con todos esos tipos de disfraces llamativos y con los que en absoluto pasa desapercibido.
Cuenta que la primera vez que se disfrazó de algo, lo hizo del Rey Baltasar para una cabalgata de los Reyes Magos y a petición de una Asociación de un barrio de un pueblo sevillano. Con esa guisa se colocó en el semáforo para tratar de vender pañuelos. No solo tuvo más éxito que otros días, sino que notaba que la gente le sonreía, se alegraban al verlo y eso a él, lo hacía más feliz.
La historia de Jackson es dura, muy dura, pues siendo un adolescente, con apenas 16 años, tuvo que huir de su país, ya que se encontraba en una guerra civil y en la que perdió a toda su familia. Después de pasar una odisea para llegar a España, trató de ganarse la vida con cualquier tipo de trabajo, ya fuera de jornalero en el campo, vendiendo revistas, etc... Desde hace muchos años se le puede ver en Sevilla, en un semáforo frente a la estación Plaza de Armas, vestido de cualquier cosa, con gran simpatía e intentando vender sus pañuelos a los conductores que esperan en el color rojo. Si pasado un tiempo aparece la luz verde y no le han comprado, les regala igualmente una sonrisa. Porque eso es lo que hace, regalar sonrisas.
Pero lo que más me ha llamado la atención de él, es que tras mucho esfuerzo, cuando tenía 35 años (hace unos diez años de ahora), consiguió reunir los fondos para matricularse en dos asignaturas de la UNED, lo único que su economía le permitía por el momento. Es por las tardes cuando estudia para algún día terminar la carrera de Derecho y cumplir su gran sueño; ser Juez.
Howard Jackson supone un ejemplo de superación y supervivencia, y por ello protagoniza un documental titulado "Entre pañuelos y sueños", dónde se cuenta su historia desde su aventura para entrar a España hasta cómo se gana la vida aquí, siendo incluso proyectado en el Festival de Cine Europeo de Sevilla en 2010, recibiendo el III Premio Europeo de Cine Universitario al Mejor Documental".
Está claro que ser feliz es una gran habilidad sobre disfrutar con lo que se tiene en cada momento, creérselo, y a ser posible, contagiar a los demás con ello.
"Y tú, ¿con qué eres feliz Howard?"
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