viernes, 11 de abril de 2025

Teoría de los globos

Me llegó ayer la reflexión, como a muchos nos pasará, de cual es la forma más ágil de encontrar la felicidad. Bien es sabido, que no hay una manera única de encontrarla, máxime cuando la felicidad no es fácil convertirla en un estado duradero, pues suele ser una sensación momentánea. Pero aún así, la mayoría de la gente trata de centrar todos sus comportamientos individuales en ser feliz, y es posible que aquí esté el error. 

Como digo, se trataba de una reflexión, pero como en todas ellas, no viene mal encontrar el cuento o la fábula que mejor explique que, el comportamiento colectivo, más que el individual, puede ser una herramienta perfecta para encontrar la ansiada felicidad. Y aquí va el cuento, que lo conocí hace bastante tiempo y cuyo autor desconozco;

En cierta ocasión, unos alumnos le preguntaron a su profesor cómo se podía alcanzar la felicidad. El maestro pensó durante unos momentos la mejor manera de explicárselo y, poco después, les entregó un globo de color rojo a todos los alumnos de la clase y les pidió que lo inflaran y que escribieran con rotulador negro su nombre en él.

Cuando terminaron, el profesor les pidió que lanzaran sus globos al aire por la clase y que salieran fuera del aula. El profesor mezcló todos los globos. Cuando pasaron unos minutos, les pidió que regresaran a la clase y les dijo:

– Tenéis que encontrar vuestro globo en menos de medio minuto.

Con gran alboroto cada alumno intentó recuperar el globo con su nombre, pero, como todos los globos eran rojos, no resultaba fácil y, corriendo de un lado para otro, se desesperaban y resultaba cada vez más difícil que alguno encontrase su globo. Pasado el tiempo, el maestro les gritó que parasen:

–¡Parad! Vamos a comenzar de nuevo. Coged el globo que tengáis más cerca y entregádselo a su dueño.

Así lo hicieron y todos los alumnos recuperaron su globo en menos de medio minuto. Entonces, el maestro añadió:

– Ya habéis visto lo que ha ocurrido. Al buscar vuestro propio globo, habéis perdido mucho tiempo y os habéis puesto nerviosos, pero cuando os habéis ayudado unos a otros, la tarea se ha podido completar rápidamente. Estos globos son como la felicidad. Si nos centramos únicamente en buscar la nuestra, tardaremos mucho tiempo en encontrarla. Sin embargo, si ayudamos a los demás a encontrar la suya, lograremos la nuestra más fácilmente.


Marbella, 11 de abril de 2025. Imagen libre en la red.


viernes, 4 de abril de 2025

Microrrelato; La lechuza

Había un hombre llamado Tomás, conocido por todos en el manicomio por sus ideas extrañas y su peculiar obsesión con las aves. Cada noche, al caer el sol, se sentaba en su ventana, mirando en silencio las estrellas. Pero lo que realmente lo hacía suspirar, no era el cielo estrellado, sino una lechuza. Una lechuza que aparecía siempre a la misma hora, con sus grandes ojos dorados que parecían brillar en la oscuridad. Tomás estaba convencido de que ella era su alma gemela, el amor de su vida.

La lechuza nunca se le acercaba, pero Tomás la observaba con devoción. La miraba durante horas, hasta que el sueño comenzaba a apoderarse de él. Sus ojos se cerraban lentamente, pero su corazón seguía latente, esperando que ella viniera más cerca, tal vez algún día, tal vez esa noche. Sin embargo, la lechuza siempre mantenía su distancia, y Tomás, con los párpados pesados, caía dormido antes de que pudiera escuchar su canto.

Durante el día, Tomás vivía como un hombre agotado. Sus compañeros de manicomio le preguntaban por qué siempre tenía tanto sueño, pero él solo sonreía y decía: “Es que ella aparece cuando todos duermen… y yo tengo que esperarla”. Nadie entendía a qué se refería, pero eso a Tomás no le importaba. Su amor nocturno era suyo y solo suyo, un secreto compartido con la luna y el viento.

Una noche, Tomás decidió que no caería dormido esta vez. Se quedó despierto, mirando fijamente la oscuridad, esperando que la lechuza viniera. Pasaron las horas, pero ella no apareció. El cansancio comenzó a envolverlo, pero él no quería rendirse. "Si no viene hoy, vendrá mañana", pensó, cerrando los ojos por un momento. Cuando los volvió a abrir, ya era demasiado tarde. La lechuza se había posado en el árbol frente a su ventana, pero él estaba tan dormido que no pudo verla.

Al despertar, Tomás se dio cuenta de que la lechuza ya no aparecía. El amor que él había esperado durante tantas noches parecía haberse desvanecido, como un sueño que se esfuma al alba. A partir de entonces, ya no esperó más. Aprendió a dormir por la noche, sin buscar nada más que el descanso. Porque, al final, comprendió que algunas cosas solo existen en la quietud del sueño, y que, a veces, es mejor dejar ir lo que nunca estuvo realmente cerca.


Fuente de Cantos, 4 de abril de 2025. Imagen libre en la red.