viernes, 10 de junio de 2016

Instinto animal

Resulta cada vez más común observar en los aeropuertos u otras estaciones de transporte, a multitud de personas viajando con sus animales de compañía. Forman parte de su familia, de su día a día; en definitiva, de su vida. Los adormecen, para que tengan un plácido viaje, y cuando quieren dar en sí, continúan la aventura al lado de sus progenitores. Casi nada cambia para ellos, y quiero pensar que ambos, animales y dueños, vivirán y recordarán ese viaje como una experiencia compartida, y para estos últimos, igual que si lo hicieran con cualquier otra persona.

A mi me ocurrió algo parecido, pero con un efecto contrario, incluso tal vez contradictorio en cuánto a sentimientos. Y es que llevábamos Rafaello y yo disfrutando en armoniosa compañía durante unos siete años. Cada cual tenía su espacio en casa, su independencia, y ambos nos teníamos mutuo respeto. Excepto algún que otro arañazo, todo estaba correcto por ambas partes. Porque Rafaello era un gato tranquilo, que transmitía paz, solo que el animal, cuando algo no le gustaba, se le notaba. Y lo notaban....; digamos que era una lotería que le cayeras bien o mal.

Pero por norma general, era lindo y sociable, aunque cierto es que cada vez que yo salía de casa por unos días, el gato lo notaba. Y mira que no le faltaban los cuidados, ya que siempre había alguna persona dispuesta a venir a darle de comer. A pesar de eso, me echaba de menos. Y sin que fueran temporadas muy largas, como todo animal, éste necesita interactuar con su dueño. Dado que muchas eran las veces que yo tenía largas conversaciones con él, o miradas y gestos cómplices, si todo eso le faltaba por unos días, llegaba a extrañarlo y entristecer. Aunque también he de decir que el felino no era muy hablador que digamos.

Todo ocurrió una vez que falté de su lado demasiado tiempo, y el reencuentro lo cambió todo. Mucho más delgado, casi enfermizo, triste, y con una pérdida considerable de su precioso pelo dorado. Su estado depresivo me alertó, y entonces me di cuenta, que lo de "animal de compañía" es por algo; necesitan cariño, y también darlo. Así que le pedí a mi amiga Annie que cuidara de él, que lo llevara a su casa, donde sabía que estaría en buena compañía, pues ella cuida todos los días de tres hermosas gatitas, con lo cual pensé que sería el mejor lugar para una nueva vida. 

En ocasiones voy a visitar a Rafaello para acariciarlo y estar un rato con él, que no se olvide de mi, pero ya no me mira igual. Creo que maldice la hora en la cual, siendo aún pequeñito, decidí castrarlo.... "Cosas de la vida", le digo yo. "Tú y tus cosas de la vida, que me has fastidiado, ahora que estoy rodeado de chicas", debe pensar él.

Pero no todo es agradable cuando convives con animales, sobre todo cuando sabes que tienen una corta vida comparada con la tuya. Recuerdo tristemente, que hace un par de años, me enfrenté a una situación que jamás pensé que viviría. La perrita que vivió durante muchos años con mi hermana se hizo mayor, y falleció de muerte natural, pero repentinamente. Nunca se está preparado para eso. El trágico suceso dejó abatida a toda la familia, y me pidieron que fuera yo quien le diera a la perrita una digna sepultura. No olvidaré nunca el amargo sonido de las golpes del pico en la tierra para cavar su tumba. Mis sobrinos, que presenciaban la escena, sostenían al animal inerte dentro de una preciosa cajita. Dispuesto el hoyo, requirieron "su momento en soledad" para dar el último adiós. 

Sinceramente jamás pensé que aquella escena se pudiera convertir en algo tan duro y trágico, incluso para mi, que apenas si tenía roce con el animal. Máxime aún, cuando llegado el momento de introducir en el agujero la preciosa cajita color rosa que contenía a la perrita, comencé a cubrirla con nuevas paladas de tierra, esta vez al interior de la sepultura. Mis dos sobrinos, fundidos en un sólido abrazo, lloraron desconsoladamente por la pérdida de su perra. Sencillamente habían perdido a alguien de su familia; ni más ni menos.

Así que hace unos días, me enteré que una compañera había sufrido la pérdida de una gatita con la cual llevaba casi diez años a su lado. El animal, diagnosticado con leucemia, necesitaba ser sacrificado. Tal era el amor por ella, que pasó los últimos días a su lado, sin hacer nada más, dándole todo el cariño posible, seguramente en las mismas proporciones que ella lo recibió de esa gata. Al funeral fue acompañada por varios amigos, conocedores de la importancia del acto. No dudé ni un instante en llamarla para darle el pésame.

Hace casi un mes, durante mi estancia en Florencia, en la maratón que se celebraba por el centro de la ciudad, paré un instante a descansar y ver la carrera. Personas de todas las edades portaban su dorsal y mostraban en sus caras las satisfacción del deporte. Unos más que otros. A mi lado, una pareja sostenía un perro, el cual se estaba convirtiendo en la atracción de ese punto de paso de los corredores, puesto que saltaba y trataba de juguetear con todo aquel que pasaba a su lado. Así que no me sorprendió en absoluto, la cantidad de personas que detenían su carrera para hacerle carantoñas y seguirles el juego al animal.

No todo el mundo paraba, aunque quienes lo hacían, no les importaba detenerse un momento en la carrera para formar parte del entretenimiento del perro. Entonces pensé, sin causa justificada, que o bien tenían animales, o a buen seguro los amaban. Sin lugar a dudas, aquellas personas que aman a sus animales, tienen un corazón sobredimensionado. 

Fue cuando recordé que una vez me contaron que....


- Un hombre y su perro caminaban largo rato pareciendo un poco perdidos. Después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta que ambos habían muerto en un accidente. Les llevó un tiempo para que se dieran cuenta de su nueva condición. Aún así, y puesto que habían caminado muchísimo y el sol era asfixiante, tenían muchísima sed. Precisaban desesperadamente agua. Bajando por un camino, descubrieron un precioso campo con una gran entrada de mármol, que conducía por una calle engalanada con preciosas flores y que llegaba a una gran fuente de oro, de la cual salía agua cristalina.

El caminante se dirigió a un señor que cuidaba la entrada, para preguntarle cuál era ese lugar tan lindo.

"Esto es el cielo", fue la respuesta.

--Qué bueno que llegamos al cielo, estamos con mucha sed--, dijo el caminante.

"Usted puede entrar y beber agua a su voluntad", le contestó el guardián.

-- Pero mi perro también está con sed--

"Lo lamento, pero aquí no se permite la entrada de animales", le dijo tajantemente aquel que cuidaba la puerta.

El hombre se sintió decepcionado, y aunque con mucha sed, no entraría a beber y dejar a su pobre perro a las puertas, así que prosiguió su camino.

Después de mucho caminar y su fatiga y sed verse aumentada considerablemente, llegaron a un desolado lugar, donde encontraron a un viejo señor a la sombra de un árbol, y que cuidaba la entrada a un camino pedregoso y de tierra. El señor, recostado con un desgastado sombrero de paja parecía dormir...

-- Disculpe señor si interrumpo su sueño, pero mi perro y yo estamos con mucha sed.--

"Hay una fuente bajo aquellas piedras. Es limpia y potable. Pueden beber a voluntad", le dijo éste.

Así que el hombre y su perro fueron a saciar su sed. Bebieron lo suficiente para continuar su marcha, y antes de salir, le dijeron al viejo guardián;

-- Muchas gracias por dejarnos beber y aliviar nuestra fatiga. Pero, ¿podría usted decirnos qué lugar es éste?--

"Estás en el cielo amigo", le respondió el señor.

-- ¿El cielo?--, contestó. No, el cielo queda un poco más atrás. Me encontré con un señor que guardaba una hermosa entrada de mármol y fue quien me lo dijo --.

"Más le mintió, -volvió a decirle-, pues aquello es el infierno".

El caminante quedó perplejo, y le dijo; --Pues esa información debe causar grandes confusiones.--

"De ninguna manera, - respondió el viejo guardián.- En verdad ellos nos hacen un gran favor, porque allí quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos."




Rafaello. Fotografía de Jesús Apa.


Florencia, 15 de mayo de 2016. Fotografía de Jesús Apa.





No hay comentarios:

Publicar un comentario