viernes, 9 de julio de 2021

Cena de amigos

Marisa y Javier, recordaban entre risas aquella desastrosa cena que tuvo lugar años atrás en la casa de ella. En aquel entonces, en una fría noche del otoño del 98, ni tan siquiera se conocían, y Javier era invitado por una amiga común de ambos. Marisa, como buena anfitriona, no tuvo reparos en aceptar al amigo de una de sus mejores amigas. 

Eso sí, para Marisa, era sagrado que todos los invitados a su casa, se descalzaran y dejaran sus zapatos en la entrada. El suelo radiante haría confortable la velada. Javier quedó nervioso ante tal situación, porque además de ser friolero, no era nada común en sus costumbres eso de andar descalzo por casas ajenas. Obviamente, cedió y actuó de igual manera al resto de invitados, pero prefirió dejarse puesta la chaqueta no fuera que tuviera frío.

Marisa, en una nueva reunión-cena en su casa, años más tarde de aquel episodio y ahora ya, siendo otra buena amiga de Javier, recuerda aquella noche de esta manera;

"Ahora me acuerdo de aquella noche y no puedo dejar de soltar una carcajada, pero todo empezó mal desde el principio, en el que sentí que no le gustó mucho a Javier tener que ceder y quitarse los zapatos a la entrada. 

Y de mal gusto fue que, a excepción del resto de invitados, fuera el único que se presentó sin un detalle. No sé, como de costumbre, unos traían una botella de vino, de champagne, algo para la sobremesa, incluso hubo quien se presentó con un bonito ramo de flores que quedó como centro de mesa durante la velada. Javier, sin embargo, no trajo nada. 

No lo tuve en cuenta, pero la situación se complicó aún más desde que nos sentamos a la mesa. Además de quedarse puesta la chaqueta, cosa no entendible pues teníamos una temperatura ideal, incluso calor, el olor a pies procedente de él, nos llamó la atención. Tanto, que al poco, aquello se iba tornando insoportable. No tardamos en centrar las miradas en él, pero como no lo conocíamos demasiado, ninguno nos atrevimos a decirle que el suelo radiante, posiblemente estaba jugando en su contra, y el olor a pies sinceramente era horrible, inaguantable.

Él tuvo que notar todas las miradas, pues al poco no tardó en sentirse incómodo, y ni tan siquiera esperó al postre, excusándose al irse antes que nadie, que al día siguiente tenía que madrugar pues salía de viaje."

Javier ríe mientras Marisa cuenta, por enésima vez, aquella cena con olor a pies. Él, en cambio, recuerda aquella noche de esta otra forma;

-- Ciertamente fue una situación muy embarazosa para mi. Es verdad que no tengo la costumbre de quitarme los zapatos en casas ajenas, y en aquel momento solo pensé si llevaba unos calcetines decentes para dejarlos a la vista. No tardé en dejar de pensar en ello, y procuré quedarme puesta la chaqueta porque, ya me conocéis ahora mejor, soy la persona más friolera del mundo, pero es que además llevaba un tremendo constipado que no podía ni respirar; tenía la nariz completamente entapada.

Mis nervios hicieron que me olvidara por completo del pequeño aperitivo que llevaba como regalo, pero el malestar aumentó con aquellas miradas extrañas que venían de todas direcciones. A medida que iba pasando la velada, aquello era insostenible. Y lo peor, es que no tenía ni idea si había dicho algo que ofendiera a alguien, si me había saltado algún protocolo o, simplemente, estaba comiendo y bebiendo de más. Eso hizo que ni tan siquiera me quedara al postre, no sea que la cosa viniera de ahí, pues reconozco que soy glotón.

Yendo al coche, seguía pensando en todo aquello, sin saber cual podía ser el motivo de aquella inhospitalidad. Ahí fue, que metiendo la mano en el bolsillo de mi chaqueta para coger las llaves, toqué el regalo que llevaba y había olvidado entregar a Marisa. Un potente y tremendamente oloroso queso azul, que había comprado esa misma mañana en el mercado... --


Cabeza la Vaca, 9 de julio de 2021. Imagen libre en la red.



 


  

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