viernes, 8 de octubre de 2021

Bajo el árbol de mangos

En una tarde de las de antes, me encontré, en un inoportuno paseo, a la cosa linda de Catarina. Ya es muy tarde, - me dijo, pero yo, ni caso. ¿Tarde para qué?, - me hice el loco, -  Tarde para que me entretengas con idioteces,- me lanzó en su evasiva.

Mientras me hablaba, incluso en ese tono, yo no le quitaba ojo de encima. Jamás había visto una belleza tan fina como la de ella. Todo era perfecto en esa chica; a cada momento, con todo lo que decía, se me caía la baba. No habría en ningún lugar una pose tan sutil y sofisticada, como la de esa niña. Aunque era de armas tomar, he de reconocer que me gustaba para novia. Así se lo hice saber, mientras me subía al árbol de mango a las afueras del pueblo, y parece ser que le molestó...

Días después de ese episodio, dejó de hablarme e incluso me evitaba, aunque más tarde me hizo la seña, no sé cómo, de que me esperaba bajo el mango. 

Era otra tarde, con otras luces, y no estaba lejos, cinco minutos a buen paso, el árbol vivía pegado al arroyo. Teníamos la misma edad, y en la escuela nos llevábamos bien; por eso algunas veces hacíamos la tarea en su casa o en la mía. Y nuestras madres nos daban de merendar, cualquier cosa que hubiera. Y cuando terminábamos, sonreíamos a la menor provocación. No sé, eran nuestras vidas, y nos gustaban. Y a mí me gustaba Catarina como novia, lo tengo que reconocer.

Esa tarde pues, habíamos cogido mangos verdes, y otros un poco más amarillos y maduros. Le hincamos el diente con frenesí. Sonreíamos porque a ella y a mí se nos escurrían hilos dorados que nos pasaban de la barbilla al cuello. En un impulso, se lo quité del mentón y me dejó seguir como si ella fuera el mango. La tarde se hizo lenta, y saboreamos la fruta, el momento, y acto seguido, nuestros inexpertos cuerpos. Después nos fuimos al arroyo, sorbimos el agua y nos quitamos lo pegajoso de la fruta. El olor de ella, duró varios días en mí. Regresamos sin mangos.

Otra vez, algo le pasó, y estuvo varios días sin hablarme, esquivándome en la escuela y mirando de lado a mi reclamo. En un descuido, la tomé de la cintura y la besé, y reconozco que me arriesgué demasiado. Pero no me negó. Ahí excusó su actitud pasada, me dijo que estaba asustada, que le daba pánico eso del amor pues sabía que llegaba a doler. Ahí me dijo que mejor la viera en el patio de su casa, pasados tres días, pues sus padres no estarían en el pueblo. Antes de despedirse, me dijo al oído, que en el patio su casa, había un mango precioso...


Fuente de Cantos, 8 de octubre de 2021. Imagen libre en la red

  

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