Dejé de comentarte, porque me sentí un hombre que hablaba solo. Estabas con tu taza de café en la hamaca, con tu mirada en la lejanía. Te limitabas a contestarme con monólogos, como desde hace semanas lo hacías. Me recluí en los libros y en mis cosas; y tú en las tuyas.
Desde el balcón veía tu quehacer en el patio, yo seguía a mis cosas. El sol iba abrasando los repetidos días de verano, como quien consume en un fuego lento, el pabilo de la vela.
Gracias a que nos dimos cuenta pronto, que jugamos en el mismo equipo. Que este hogar lo construimos hombro a hombro, y cualquier rincón es ya nuestro reflejo, pues aquí viven nuestros años felices y, a veces, también el silencio, que nos hace cómplice.
Gracias a que no fue tarde en que nos dimos cuenta, que tus cosas y las mías, sencillamente, son nuestras cosas...
Excelente!
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