Cuando estoy de vacaciones, mi descanso suele llevarse mal con mi conciencia. Mi rutina suele ser la de recostarme bajo un frondoso castaño, y mientras siento el viento fresco de la montaña, diviso el camino. Ahí van los arrieros con su mula cargada de paja, que llevan al pastor que hay más abajo, que ayuda a descargarla para alimentar sus ovejas.
Se ve al aguador, que acarrea los cántaros desde la fuente para dar de beber al ganado. Aunque hace unos días que hubo tormenta, gracias a la humedad, los más viejos del lugar, salen al campo a buscar y cortar los primeros boletus, que venden en el mercado del pueblo.
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