La hiedra trepaba por las paredes de su hogar, aferrándose a cada grieta, enredándose en los rincones olvidados. Así era su matrimonio: al principio, joven y verde, parecía sólo un adorno, una promesa que decoraba su vida. Pero con el tiempo, las raíces se hundieron más hondo, y los tallos, antes delicados, apretaban cada vez más fuerte. No sabían cuándo el amor dejó de ser refugio para volverse jaula, cuándo la hiedra pasó de embellecer a asfixiar.
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