Lo cierto y verdad, que la historia del hilo invisible me sorprendió mucho, y si alguna vez había escuchado algo relacionado con ello, es ahora cuando más sentido ha tenido para mí. Desconocía que un hilo invisible nos une a nuestros hijos, que ese enlace es real, que se siente, e incluso, llega a ser el apéndice más firme y seguro al que jamás puedas sostenerte.
Normalmente, con cualquier historia que lees o escuchas, es posible sacar un pequeño cuento...
En una pequeña ciudad que siempre miraba al Sur, vivía Sofía, una niña de cabello alborotado y ojos llenos de curiosidad. Cada noche, antes de dormir, su madre le contaba un secreto que había pasado de generación en generación en su familia: “Hay un hilo invisible que nos une. No importa dónde estés, si lo necesitas, solo tienes que tirar de él, y yo lo sentiré”. Al principio, Sofía pensaba que era un cuento, una fantasía para consolarla cuando tenía miedo a la oscuridad. Pero con el tiempo, empezó a creer en aquella magia sencilla y reconfortante.
Cuando Sofía cumplió diez años, su madre tuvo que marcharse a trabajar a otra ciudad, y que es posible, que estuviera a kilómetros de distancia y mirando al norte. Las despedidas eran difíciles, cargadas de abrazos que no querían soltarse. Pero antes de subir al tren, su madre le susurró al oído: “Recuerda, mi amor, el hilo sigue ahí. Si alguna vez te sientes sola, solo tira un poquito, y yo estaré contigo”. Con los ojos empañados, Sofía asintió, apretando el collar que su madre le había regalado, un pequeño amuleto en forma de corazón que simbolizaba el vínculo entre ambas.
Una noche, mientras la tormenta rugía fuera de la ventana, Sofía se acurrucó en su cama, abrazada a su oso de peluche. Se sentía perdida. Había tenido un mal día en la escuela; sus amigos parecían tan lejanos como su madre, y la nostalgia era un nudo en su garganta. Cerró los ojos y, entre sollozos, susurró: “Mamá, necesito que me ayudes”. En ese instante, recordó el hilo invisible. Con todo el amor y la fuerza que pudo reunir, tiró de él, como si con ello lanzara un grito silencioso al universo.
Al mismo tiempo, en la ciudad lejana, la madre de Sofía sintió un ligero tirón en el corazón. Sin entender por qué, dejó lo que estaba haciendo y tomó su teléfono. “Sofía, cariño, ¿estás bien?” La voz cálida al otro lado de la línea hizo que las lágrimas de Sofía se convirtieran en una risa temblorosa. “Te sentí, mamá”, dijo entre suspiros. “Sabía que vendrías”. Aunque la distancia seguía siendo la misma, el peso de la tristeza se disipó como niebla al sol. Esa noche, Sofía se durmió tranquila, sabiendo que el hilo era real.
Años más tarde, cuando Sofía ya era adulta y enfrentaba nuevos desafíos lejos de casa, la tradición continuaba. Ahora, cuando su madre estaba sola, sentada en el porche con las estrellas como compañía, también tiraba suavemente del hilo invisible. Y aunque Sofía no siempre podía responder con una llamada o un mensaje inmediato, en su pecho sentía un leve calor, un recordatorio de que el amor, cuando es genuino, trasciende cualquier distancia. Porque los hilos invisibles no se rompen; son el puente eterno entre los corazones que laten juntos.
Es posible que esto parezca una metáfora escondida en un cuento, pero yo personalmente, estoy construyendo mi hilo invisible para cuando mi hija lo necesite...
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