A un mes de Navidad, Papá Noel no daba señales de vida en el taller. Mamá Noel lo encontró sentado en posición de loto, rodeado de incienso y sus renos haciendo fila para recibir reiki.
—¿Qué estás haciendo, Claus? ¡Es noviembre y los juguetes no se fabrican solos!
"Marta" — dijo él, con voz pausada—, "estoy encontrándome a mí mismo. Nadie cree en mí ya… pero yo tampoco me creo."
Preocupada, Mamá Noel no insistió. Durante las semanas siguientes, Papá Noel se inscribió en un retiro de meditación intensiva. Practicó yoga, probó batidos verdes (aunque seguía añadiendo un poquito de chocolate), y compró un atuendo nuevo: mallas ajustadas de colores brillantes y una cinta para el pelo que decía “Ho Ho Ommm”.
Cuando llegó la Nochebuena, Papá Noel se presentó en el establo con su nueva energía zen. Los duendes y renos lo miraron atónitos.
—¿Dónde está tu traje rojo? —preguntó un duende.
"El traje rojo ya no define mi esencia. Este año, entregaremos regalos con calma, aceptación y plena conciencia" —respondió, mientras hacía una postura del árbol sobre el trineo.
Al llegar al primer hogar, un niño lo vio entrando por la chimenea en mallas y gritó:
-- ¡Mamá, el profesor de pilates nos está dejando regalos! --
Papá Noel salió corriendo de la casa con la dignidad tambaleante, pero en su interior sonrió. Por primera vez en siglos, no le preocupaba lo que pensaran. Esa Navidad fue la mejor en años: menos chimeneas estrechas, más flexibilidad... y cero indigestión por galletas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario