En un rincón polvoriento del desván de su padre, Brida encontró un viejo tocadiscos y un disco de vinilo etiquetado que simplemente ponía: "Callas". Por curiosidad, lo colocó y bajó la aguja.
La voz de María Callas rompió el silencio como un relámpago en la noche. Era “Casta Diva”. Brida, de apenas cinco años, quedó inmóvil. No entendía el italiano, pero su alma sí. Era como si alguien le cantara desde otra vida.
Desde aquel día, cada tarde se convirtió en un ritual: polvo, aguja, y Callas. Mientras sus amigas jugaban con muñecas, Brida aprendía a pronunciar "Vissi d’arte" frente al espejo, con un peine como micrófono.
Con el tiempo, su voz floreció, aún temblorosa, pero fiel. La ópera no era solo música; era su idioma secreto, su refugio, su forma de amar el mundo.
Muchos años después, en su debut como soprano, dedicó la función a “la voz que me enseñó a sentir”. En la penumbra del teatro, alguien dejó sobre su camerino un vinilo gastado. Solo decía: "Callas".
Brida sonrió. El amor, a veces, comienza con una voz que no se olvida.
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