Podríamos mirar el bucle del ocaso desde la torre y esperar la noche estrellada. Hablar con los gnomos y hadas y pedirles que susurren su música a nuestro alrededor.
Tal vez, cuando el viento lleve su melodía entre los árboles, sabremos que el bosque nos acepta como parte de su secreto. Entonces, bailaremos descalzos sobre la hierba, hasta que la luna se duerma.
Con cada giro, nuestros pasos dibujarán en la tierra un hechizo de alegría que durará hasta el próximo amanecer.
Porque al despuntar el alba, llevaríamos en el alma el eco de la magia, como un recuerdo que nunca se desvanecería.
Pero no, es mejor que partas... Están por cerrar el ojo del castillo, y no tardará en llegar el dragón.!
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