Había una vez una niña que creía que los animales tenían secretos mágicos.
Su perrita Telma parecía confirmarlo: cada noche, cuando todos dormían, su collar brillaba con una luz suave, como si guardara una estrella en miniatura.
"¿Qué eres en realidad, Telma?" —susurró la niña una vez.
Telma ladeó la cabeza, y con voz dulce que solo ella podía oír, respondió:
—Soy guardiana de los corazones que aman a los animales —.
Desde ese día, la niña descubrió que cada caricia que daba a Telma hacía que su estrella brillara más fuerte.
Y cuanto más cuidaba de su perrita, más podía escuchar la risa de los pájaros, el canto de los grillos y hasta los susurros de los árboles.
Telma no era solo una perrita: era un puente mágico hacia el amor por todos los seres vivos.
Y así, la niña comprendió que amar a los animales era el hechizo más poderoso del mundo.
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