viernes, 29 de agosto de 2025

Demasiado deseo

Llevaba demasiado tiempo con el apetito sexual por las nubes. De esas veces que una se encierra en sí misma, que ni tan siquiera recuerda que ese placer era tan sumamente rico. Así que esa tarde, en que había decidido salir, no quería desaprovechar la oportunidad, pero el crepúsculo se había ido y dudaba de su éxito, hasta tal punto, que llegó a pensar en voz alta;

"Soy fea", se dijo

-- Yo también --, contestó una voz que arrastraba las palabras.

La luz disminuida del bar facilitó el acercamiento. Una mano húmeda peinaba su pelo, dos brazos la sujetaban de las caderas. Otras manos levantaron su vestido. Iba a protestar, pero se contuvo cuando unos dedos acariciaban sus nalgas y la apretaban dándole un placer que nunca antes había sentido. Fue la primera vez en mucho tiempo que pensó que guardaba demasiado deseo dentro, contestando con un beso intenso y profundo. 

Llegó a su casa sin saber quién había sido el furtivo amante, pero al recordar, tomó conciencia de que muchos fueron los brazos y las manos que la percutieron al mismo tiempo y se sonrojó, luego le agarró un episodio de risa y se preguntó; 

"¿Demasiado deseo? ó, ¿Sería un calamar?"


Cabeza la Vaca, 29 de agosto de 2025. Imagen libre en la red.


viernes, 22 de agosto de 2025

Cuentos para dormir; mi amigo el Reno

En un rincón del bosque nevado vivía un reno llamado Vancouver, de ojos grandes como luceros, un jersey rojo con capucha y un trote ligero como el viento.

Cada diciembre soñaba con la gran noche, cuando volaría junto a Papá Noel.

Pero el resto del año… el tiempo se estiraba, largo como un suspiro, y el corazón de Vancouver se llenaba de espera.

Un día de invierno, entre copos que bailaban, apareció Cata, una niña de bufanda roja y pelo dorado. Al verlo, no tuvo miedo: sonrió. Y en esa sonrisa nació una amistad.

Desde entonces, Cata y Vancouver compartieron las estaciones:

— En primavera, ella trenzaba coronas de flores que descansaban en sus astas.

— En verano, reían junto al río, salpicando agua clara como cristal.

— En otoño, corrían entre hojas doradas que crujían como risas en el suelo.

— Y en invierno, jugaban con copos que parecían estrellas pequeñitas cayendo del cielo.

Cuando llegó diciembre otra vez, Papá Noel llamó a Vancouver para el viaje más esperado.

Cata lo abrazó fuerte, y aunque sabía que debía partir, no derramó lágrimas: su amigo llevaba consigo la alegría de todos los juegos, guardada en su corazón.

Esa noche, mientras volaba entre las nubes llevando regalos, Vancouver brillaba más que nunca.

Porque ya no era solo un reno de Navidad: era también el guardián de un secreto suave y eterno, el secreto de una amistad que florece en todas las estaciones.


Marbella, 22 de agosto de 2025. Fotografía de Jesús Apa.





viernes, 15 de agosto de 2025

La última hoja

En un rincón olvidado de aquel pequeño bosque, un viejo árbol esperaba el invierno. Sus ramas, desnudas en su mayoría, sostenían apenas unas cuantas hojas que el viento acariciaba con prisa.

Entre ellas, una hoja amarilla se aferraba con todas sus fuerzas a la rama. Había visto pasar la primavera de flores, el verano ardiente y el otoño dorado. Había reído con la lluvia, bailado con las ráfagas y escuchado historias en el murmullo de las raíces.

Pero ahora, alguna enfermedad asolaba, el aire era frío y cada día se llevaba un amigo. La hoja miraba caer a las demás, girando lentamente hacia la tierra, y sentía un miedo suave, como quien teme cerrar los ojos por última vez.

—¿Y si al caer todo termina? —preguntó al árbol.

El árbol no respondió de inmediato. Solo dejó que el viento pasara y susurrara entre sus ramas:

"No es un final… es un regreso. Caerás, descansarás en la tierra, y un día volverás en el verde de otra hoja, en la flor de otro tallo."

La hoja pensó en todo lo que había visto, y entendió. Aflojó su agarre y se dejó llevar. Descendió flotando, ligera, besada por la luz del sol de la tarde. Fue un viaje breve, hermoso… y suficiente.

Cuando tocó el suelo, el viento siguió su camino, como si nada hubiera pasado. Y, de alguna manera, así era...


Marbella, 15 de agosto de 2025. Fotografía de Jesús Apa.



viernes, 8 de agosto de 2025

En el camino a misa

Son muchos los recuerdos que me abrasan. Y vienen a mí como un tren que arriba a la estación con las puertas abiertas. En esa remembranza, encontré sábanas, soledad, tristeza, y un rosario de madera que aún conservo.

Me vi corriendo en la pradera, como una yegua que retoza sobre la hierba húmeda, imaginando tener bajo mi vientre el peso de una piel distinta a la mía, pero que siempre me fue prohibido por cumplir con la voluntad de mi tía-abuela, que nunca conocí por ser misionera de un Dios que me fue impuesto.

Con el rosario en las manos, me pregunto, ¿por qué lo hice? ¿Por qué no me opuse?. Lo cierto y verdad, es que hasta aquí me llevaron mis prejuicios.

De todos modos, sigo siendo la mujer que todas las tardes se encamina hacia la iglesia al repique de las campanas, mientras en el atrio los niños juegan con las palomas.


Cabeza la Vaca, 8 de agosto de 2025. Imagen libre en la red.



viernes, 1 de agosto de 2025

Cuentos para dormir; La niña y la princesa

Había una vez una niña llamada Cata, de ojos brillantes y risueña sonrisa, que cada verano visitaba con sus padres una antigua ciudad medieval, de callejuelas empedradas y torres que parecían rozar el cielo. En el centro del pueblo, como un centinela del tiempo, se alzaba un castillo con almenas y un gran portón de madera oscura.

A Cata le fascinaba aquel castillo. No por su arquitectura ni por sus leyendas, sino porque estaba convencida —más allá de toda duda— de que allí vivía una princesa. Cada vez que llegaban, lo primero que hacía era correr hasta la explanada frente al castillo y gritar con toda la fuerza de su pequeña voz:

—¡Princesaaaaaaa! ¡Princesa del castillo! ¡Estoy aquí! ¡Sal a jugar!

Los turistas la miraban entre risas o ternura, y los lugareños ya conocían la escena. Años pasaban, y la princesa nunca aparecía, pero Cata no se desanimaba. Cada verano, volvía a llamar a su amiga invisible.

Hasta que un día, cuando Cata tenía ya casi nueve años, ocurrió algo distinto.

Era un atardecer dorado, el viento movía las banderas del castillo y las sombras se alargaban sobre la plaza. Cata, como siempre, corrió al castillo y gritó:

—¡Princesaaaaaaa! ¡Princesa del castillo! ¡Estoy aquí!

Y esta vez, una voz le respondió.

"¿De verdad estás aquí?"

Cata se quedó helada. No daba crédito. No era la voz de una turista ni de su madre. Venía de arriba, de una ventana estrecha de la torre. Cuando alzó la vista, vio una figura. Era una niña, quizá de su misma edad, con un vestido azul antiguo y una corona pequeña de flores en la cabeza. La niña sonreía con una mezcla de timidez y asombro.

—¿Eres tú la princesa? —, preguntó Cata.

"Eso creo" —respondió la niña—. "Te he escuchado llamar tantos veranos, pero nunca me había atrevido a contestar."

Cata se rió y, sin pensarlo, gritó:

—¡Baja! ¡Vamos a jugar!

La princesa dudó un momento, luego asintió y desapareció tras la ventana. Minutos después, salió por una puerta lateral del castillo, como si nadie más la viera. Y quizás nadie más la veía, excepto Cata.

Pasaron la tarde jugando a las escondidas entre los jardines del castillo, inventando historias de dragones y caballeros. La princesa se llamaba Preta, y decía que solo podía salir cuando alguien de corazón puro la llamaba de verdad.

—¿Y si no vuelvo el año que viene? — preguntó Cata mientras se sentaban bajo un árbol.

"Entonces te esperaré. Aunque pasen cien veranos, si me llamas, vendré" —dijo Preta, y le ofreció una pequeña piedra brillante—. "Esta es para que nunca olvides que fue real."

Desde aquel día, Cata nunca dejó de visitar el castillo. Y aunque con los años dejó de gritar, en el fondo de su corazón, seguía llamando.

Y cada vez que lo hacía, la princesa respondía. Porque a veces, los cuentos no terminan. Solo se hacen mayores con nosotros.


Ronda, 1 de agosto de 2025. Fotografía de Jesús Apa.



viernes, 25 de julio de 2025

Microrrelato; el mudo

Voy a la vera del río, allá en los lavaderos comunales y las señoras me saludan con afecto y emoción. Aunque tengo lengua, ellas saben que soy mudo.

- Tome agua de mango que traje -.

"Hay empanadas recién hechas".

-- ¿Ya probaste mi pastel de queso? --

Ser mudo no es el infierno, sobre todo, ¡si es tu cuerpo el que habla y sabes manejar una lengua larga!


Fuente de Cantos, 25 de julio de 2025. Imagen libre en la red.



viernes, 18 de julio de 2025

Corintios 13:4-7

Siempre que vayas a una boda católica, observa uno de los pasajes bíblicos que suele leer el cura; Corintios 13:4-7.

Obviamente por el momento, siempre he pensado que hace referencia al amor entre las dos personas que deciden compartir matrimonio. Alaba el amor, lo ensalza y lo lleva a la máxima definición. Pero ahora pienso que ese texto de los Corintios, no se refería al amor sentimental entre dos personas que comparten matrimonio. Claramente, creo que sobre el amor para con los hijos.

Aquí, un pequeño cuento...

"Tomás tenía frío. Su abrigo ya no le servía, y el invierno se acercaba. Su madre, Clara, no dijo nada. Solo empezó a coser por las noches, usando pedazos de tela y hasta su propio abrigo viejo.

Cuando llegó la primera nevada, Tomás encontró un abrigo nuevo sobre su cama. Azul, cálido, perfecto.

—¿Cómo lo hiciste, mamá? —preguntó.

Ella sonrió.

"Con amor. El amor es paciente, bondadoso… todo lo soporta, todo lo espera."

Tomás lo abrazó, sabiendo que ese abrigo era más que tela: al lado, la biblia aparecía abierta por una página concreta; Corintios 13:4-7

¡El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni presumido ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.!


Fuente de Cantos, 18 de julio de 2025. Imagen libre en la red.