Lilas contaba cuentos. Con la imaginación de su voz, nos llevaba a tierras del nunca jamás.
Decía que cada palabra tenía alas, y que si uno la escuchaba con el corazón abierto, podía sentir cómo le rozaban la piel.
Una tarde, mientras el sol se escondía tras los tejados, Lilas narró la historia de una puerta diminuta que solo se abría cuando alguien creía de verdad en la bondad del mundo. Y mientras hablaba, algo extraño ocurrió: la puerta apareció entre sus manos, tallada en un trozo de madera que nadie había visto antes.
“Quien atraviese esta puerta —susurró— volverá cambiado.”
Todos reímos, pensando que era parte del cuento. Pero Lilas sonrió con esa luz que solo tienen quienes guardan secretos antiguos… y la puerta parpadeó, como si respirara.
Dicen que desde ese día, cada vez que alguien escucha a Lilas, siente que algo en su interior se mueve, como si una puerta invisible se abriera muy despacio.
Y algunos juran haber visto, al cerrar los ojos, un destello de esas tierras del nunca jamás.





