Compré un vestido negro. Discreto pero elegante. Mesurado pero a la vez atrevido. Por fin lo lucí, con un maquillaje sobrio.
Nunca he sido de este tipo de vestidos, pues siempre he ido más a colores vivos y llenos de fiesta, pero el momento lo pedía.
Mi esposo y yo, en este último “ahora”, solo coincidíamos en nuestra capacidad innata de ocultar las emociones. Él deseaba mi muerte y yo la suya. No había dinero, ni amor ni tan siquiera cariño de por medio, solo odio. Un odio profundo.
Y es cierto, lucí el vestido con glamur en el velatorio. Mis familiares exclamaban:
"¡Qué hermosa se ve! Hasta parece que está dormida!".
Marbella, 30 de mayo de 2025. Imagen libre en la red.
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