viernes, 18 de marzo de 2016

El ajedrez de la vida

Hace ya algunos meses, concretamente el pasado septiembre, paseaba por las preciosas calles de la ciudad siciliana de Catania. Era un viernes a la caída del sol, y para mi fortuna, durante todo ese fin de semana, las gentes de la ciudad rendirían un homenaje a los artistas callejeros locales; músicos, payasos, magos, malabaristas y otros personajes que se ganan la vida como mejor saben hacer. Apoyado por el ayuntamiento, me pareció un homenaje de lo más honroso, ya que las calles se llenarían de curiosos que podrían disfrutar del arte de estas personas, las cuales a la misma vez, pondrían de manifiesto sus habilidades y así mostrar, que tienen una forma de ganarse la vida tan digna como cualquier otra.


Dado que tuve la gran suerte de coincidir con el primer día de todos esos actos, salí a las calles para entrometerme de lleno en las actividades. Estando todas abarrotadas, el ambiente era encantador, y todo lo que envolvía esa noche de verano, hacía que se convirtiera en mágica. Malabaristas con espectáculos de fuego, artistas que hacían cualquier formas de animales con globos, orquestas amateur en cualquiera de sus plazas, o magos que te sacaban monedas de cualquier lugar de tu cuerpo, provocaban la exclamación de todos los asistentes. Además, "barras callejeras" donde beber cerveza, acompasadas con la música que podías escuchar en cualquier esquina, convertían todo aquello en un espectáculo imprevisible, al aire libre, y totalmente gratuito. ¡Un auténtico regalo!.

Se aceptaban donativos, y cualquiera estaba invitado a participar. Así fue como llegando a un parque cercano al mercado, me acerqué a curiosear entre una pequeña multitud que rodeaba a un señor mayor, sentado en una mesa cuadrada de azulejos cerámicos, que formaban el dibujo de un tablero de ajedrez, y que buscaba un contrincante al cual batir en menos de 20 jugadas. Los movimientos debían ser rápidos, de apenas unas decenas de segundos, un minuto a lo sumo, para que el "ir y venir" de los atrevidos rivales fuera lo más ágil posible. La apuesta, una moneda de dos euros que este señor ya tenía dispuesta a la derecha de su lado del tablero, sobre la mesa.

Yo hacía años que no jugaba al ajedrez, y como ya la escena iba careciendo de voluntarios, puesto que este señor parecía no tener rival, me aventuré a sentarme frente a él, y poner los dos euros de apuesta a mi lado derecho. El señor, que empezó a hablarme en italiano, pero al ver que no era mi idioma, me indicó cortésmente con las manos, que podía empezar a realizar mi primer movimiento, pues en mi lado estaban las piezas blancas. Y avanzando dos casillas, empecé a mover uno de mis peones. Sus movimientos eran realmente rápidos, su imagen impaciente contagiaba mi inquietud, y si la celeridad de mis piezas era eficiente, la de las suyas parecían como si estuvieran en modo de alerta y sincronizadas perfectamente.

Las personas de alrededor, iban contando aceleradamente cada vez que él hacía su movimiento. Y los míos, seguramente torpes y temerarios, trataban al menos, de llevar su velocidad. Así, con el "uno, due, tre, quattro, cinque, sei, sette, otto, nove, dieci, undici, dodici..., y con el tredici", fue dónde me dio "Jaque-Mate". Él, sonrió aliviado y victorioso, para, mientras cogía mis dos euros y guardarlos en su bolsillo, decirme en su idioma, ¡"Così è la vita"!.

Me levanté de mi asiento, y mientras observaba como tomaba el turno su siguiente rival, me quedé pensando en las palabras que me dijo; "Así es la vida". ¡Y cuanta razón tenía aquel simpático italiano!. 

En la comparativa, el tablero es la vida, y sobre él acontece todo lo que nos ocurre en nuestro camino. El color de tus piezas no importará, pues éstas sólo serán los recursos de los que dispongas. Tú serás quien realice los movimientos, y al igual que en el ajedrez, en la vida misma, se juega con la mente, y no con las manos. Aunque lo ideal sería que todos los seres humanos contáramos con las mismas piezas y ocupáramos la misma posición en el tablero, pero lástima que en la vida no sea así. 

La locura y el atrevimiento de los Peones, es nuestra juventud, dónde mayores momentos de debilidad tenemos y menor valor, al igual que estas piezas. El movimiento frenético de los Caballos, pueden ser los cambios que sufrimos a lo largo del camino. El Alfil, esas piezas alargadas y fornidas, siempre colocadas en el tablero al lado del Rey y la Reina, podrían estar identificadas con los amigos que tendremos, los de verdad, aquellos consejeros que siempre queremos tener cerca. Las Torres, la seguridad y fortaleza que siempre necesitamos. El enroque, que consiste en hacer saltar al Rey sobre la Torre, usándola para formar una pared de defensa, es el mejor ejemplo de ello.

Y claro, el Rey y la Reina, es la familia, el amor, y todo aquello que debes conservar en la vida hasta el último momento de ésta. La Reina es la pieza con más poder, y el Rey, al que siempre hay que proteger. Y como pasa en la realidad, incluso el Rey más poderoso no está exento de un jaque-mate.

Y una vez que contamos con todas las piezas, es en el ajedrez de la vida, al igual que en el del juego, donde la iniciativa es lo que te hace avanzar, aunque a mayor número de fichas, más atención, y más probabilidad de errores.

Pero siempre que hay un error, tal y como ocurre en el juego, algo correcto habría en él, o alguna buena intención llevaba. Y es que están ahí, esperando que se cometan, incluso a veces sabes que los estás cometiendo, pero siempre esperas que algo bueno pase. Todo está en el cambio constante, sin importar si cometes errores, porque siempre has de tratar ser el jugador y no la pieza.

No el hecho de tener una buena posición te hará ganar nada. Lo que hará de ti algo grande, estará pues relacionado a tus movimientos. Siempre hay piezas que sacrificar, y es preferible que elijas tú esa pieza, a que la elija tu oponente, pues posiblemente no sea la misma. Y al igual que ocurre en la vida, cuando la partida termina, todas las piezas, por muy importante que hayan sido, regresan a la misma caja. Aunque al contrario que en el ajedrez, la vida continua después del jaque-mate.

De ahí, que el valor más importante que siempre ha de estar presente, sea la humildad, y que paradójicamente teniéndola, te hará ser una persona distinguida. Y mira por donde, curioso es la característica especial que tiene el Peón (el más sencillo), y que ninguno de sus compañeros de tablero tiene: si llega a la octava fila, se transforma inmediatamente en una Dama (la pieza más poderosa). Es esto lo que nos lleva a decir, que con valentía y confianza en uno mismo, hasta la persona más humilde puede triunfar en la vida.

La misma confianza que tenía aquel señor italiano, que uno tras otro, iba derrotando a todos sus rivales, totalmente convencido de sus posibilidades. Porque igual no era el mejor jugador de ajedrez, pero solamente por la confianza que tenía en sí mismo, tenía media partida ganada. Tal era esa seguridad y determinación, que tras finalizar de jugar con todos los voluntarios y llevarse su generosa "propina", se levantó y quedó sobre la mesa los dos euros de su lado derecho del tablero.

Pero mi asombró fue, cuando descubrí, al igual que el resto de los allí presentes, que la moneda estaba totalmente fijada con pegamento a la mesa....




Imagen libre de la red.




Catania, Sicilia. 18 de septiembre de 2015. Fotografía de Jesús Apa.


   





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