viernes, 12 de agosto de 2016

Un príncipe para la princesa

Maldije la cobardía de ese estúpido herrero. Se había marchado de la ciudad y había desatendido mi petición. Necesitaba mis armas y aquel insolente me había dejado sin protección, además de haber contribuido con ello a que nadie reconociera mi mando y posición, pues de nada sirve a un caballero decir quien eres, si no va justificado con la vestimenta que marca tu linaje. Esa misma tarde, tenía solicitada audiencia con el Rey, a quien debía informar sobre las intenciones que cursaría con mis hombres en el avance hacia la batalla que nos aguardaba cuando dejáramos su ciudad. No podría presentarme allí con esa guisa.

Enojado e histérico, no lo pensé dos veces y lancé una fuerte patada sobre la puerta de la herrería. Ésta ni tan siquiera cedió, como si estuviera atrancada por dentro. Fue lo que me hizo pensar que a buen seguro aquel joven seguía allí. Así que volví con nuevas embestidas, con más ahínco si cabe, compaginando las fuertes patadas con algunos empujones de mis hombros, mientras profería multitud de insultos y gritos amenazantes a aquel bastardo que había arrebatado mis pertenencias.

Cuando pensaba que la puerta de madera estaba a punto de ceder, fue que hice una pequeña pausa para mirar a mi alrededor, pues algo me decía que me estaban observando. Entonces me di cuenta que quizás había llamado demasiado la atención; varias personas que se dirigían a la anunciación del nuevo príncipe para la princesa estaban presenciando el escándalo, y dónde a todos los efectos, no veían a un caballero que reclamaba sus pertenencias, sino más bien a un loco que quería entrar a la fuerza en aquel local. 

Supuse que era demasiado tarde cuando quise acercarme a aquel grupo de personas y explicarles mi justificada ira, pues ya alguien se había apresurado en llamar a la Guardia Real, que avanzaba frenéticamente hacia mi. De manera instintiva, y esta vez sí que aquello era un acto de locura, tomé un palo que tenía a mi alcance con el objetivo de entrar en lucha con los cuatro soldados que se dirigían hacía mi, ahora con mayor bravura si cabe ante mi estúpido desafío. Cuando quise reaccionar y tirar a lo lejos mi inútil arma, pues era absurdo librarles batalla, ya había sido reducido y echado al suelo de bruces, atándome una cuerda alrededor de mis manos e inmovilizándomelas por detrás de mi espalda.

"Soy el Caballero de la Media Luna. Guardian de las Tierras del Este. Os exijo me soltéis inmediatamente", les grité en un acto de desesperación. "Precisamente hoy tengo audiencia con su majestad, a quien le mostraré mis respetos y dejaré aclarado este malentendido".

Por las risas de aquellos cuatro soldados, pude intuir el estúpido eco de mis palabras en sus oídos. Quizás aquello condicionó aún más sus entusiasmos de llevarme preso. Pero yo seguía hablándoles para explicar mi comportamiento, pues confiaba en que mi insistencia les hiciera reaccionar y causarles algún ápice de duda, al menos a alguno de ellos, y de esta manera me dejaran buscar a alguien que pudiera refrendar mi verdad y verificar cada una de mis palabras.

Lejos de que aquello pasara, me entraron a empujones hacia el interior del castillo y me metieron en una celda sin darme explicación alguna. Me asaltó la pesadumbre, pues aquellos hombres parecían sordos a mis palabras, y todo hacía pensar que al menos aquel día, y seguramente algunos más, si no se aclaraba el altercado, los pasaría entre rejas. Pero antes que el último de los soldados cerrara la puerta tras de sí, me acerqué a él para confiar que mis palabras, convertidas ya en súplicas, fueran escuchadas de manera sensata;

"Te ruego me lleves ante el Rey, o en su defecto, ante su mano derecha, con quien he compartido alguna que otra batalla, me conoce bien, y él podrá corroborar la veracidad de mis palabras. Hoy mismo he de reunirme con mis hombres, pues de lo contrario, pensarán que algo terrible me ha pasado, y debemos partir con urgencia antes que sea demasiado tarde." 

Parecía que el soldado antes de cerrar la puerta mostraba en su gesto una mueca de duda ante mis palabras, y quizás pensó que debía sopesar mis súplicas. Se detuvo un instante, miró a su lado esperando a que sus compañeros estuvieran lo suficientemente lejos, e hizo un amago de abrir la puerta y dejarme salir. Pero de repente volvió a reaccionar, en sentido opuesto a mi deseo, y tras darme un empujón hacia dentro de la celda, me dijo que tanto el Rey como su mano derecha, tenían otras ocupaciones más importantes antes que atender las estupideces de alguien como yo.

Absorto en mis pensamientos, nada positivos a decir verdad, pasé largo rato sentado en el húmedo suelo de aquella prisión. Solo reaccioné cuando escuché un fuerte sonido de cornetas y tambores provenientes del exterior. La pequeña ventana de la celda estaba demasiado alta para alcanzarla y mis saltos para llegar a ella fueron en vano. Mi curiosidad me reactivó, así que del tablón de madera que había anclado en una de las paredes, y que hacía las veces de cama, desencajé un trozo de madera con un golpe seco de mi pie. Hice contrapeso con mi cuerpo y saqué una tira de madera lo suficientemente larga como para usarla de plataforma y subir a la ventana.

Apoyé el pliegue de aquel tablero sobre la pared y escalé sobre él hasta llegar al pequeño hueco de la ventana. Me asomé a través de ella, y entonces pude ver a una gran multitud que se agolpaba en el patio principal del castillo. Entusiasmada y eufórica, la gente esperaba el anuncio que traía aquel desfile de soldados que iban llegando a la plataforma de la plaza, acompasados por el bullicio de los tambores y cornetas que seguían sonando.

Cientos de soldados iban formando un pasillo en el centro del patio de armas, y otras decenas de ellos montados a caballo portando banderas y estandartes, y que iban abriendo paso al séquito real, que vendría detrás cerrando la comitiva. En lo que parecía un organizado y perfectamente ensayado desfile, cada uno de ellos iba ocupando sus posiciones, dejando en un primer plano de la plaza un entarimado con cuatro enormes sillones de madera, uno de ellos de aún mayor tamaño que el resto; era el trono real.

Mi posición era favorecedora, y podría ver a no muchos metros de distancia lo que allí se anunciaría. El Rey ocupó su asiento, con las otras tres personas a ambos lados; la Reina a su derecha. Aún después de cesar la música, el silencio tardaría en llegar, pues la multitud seguía ansiosa. Entonces vi una cara conocida que se acercaba hacia la parte delantera del escenario, donde anunciaría lo que todo el pueblo estaba esperando; era la mano derecha del Rey.

"Hoy es un día tremendamente importante para nuestro reino. En esta hermosa mañana, podemos decir que comienza una nueva era para nuestra Casa Real, y auguramos un gran futuro para ella. ¡Ya tenemos un príncipe para la princesa!".

El griterío y los aplausos se hicieron ensordecedores ante las palabras de aquel caballero.

Cuando la multitud volvió a guardar silencio, éste hizo un gesto hacia el estrado, y ante esa señal, el Rey se levantó invitando a hacer lo mismo a su hija, la princesa, y a quien sería el nuevo príncipe y futuro monarca. Ambos a cada lado de su majestad, tomaron su mano y avanzaron hacia la parte delantera del escenario de aquella plaza.

Según iban avanzando y ante una mayor nitidez de aquellas tres figuras, mis pupilas empezaron a dilatarse, y tuve que frotar mis ojos para poder ver con más claridad lo que tenía ante mi. Me costaba trabajo creer lo que allí estaba presenciando, pero ya no tenía ninguna duda de lo que veían mis ojos. Aquel que iba a la derecha del Rey, con un porte asombroso y una presencia rigurosa, llevaba puesta mi ahora brillante armadura, y enfundada mi esplendorosa espada; se trataba del joven herrero.

Entonces, la mano derecha del Rey anunció....

"Os presento al Caballero del Hierro; guardián de la gente errante. Nuestro nuevo príncipe...."





Imágenes libres en la red. Fuente de Cantos, 12 de agosto de 2016.








  










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