viernes, 13 de octubre de 2017

La última cena

Oscar Alegre me dijo que esa tarde visitaríamos algunos lugares de Atyrá, pero que por encima de todos, uno de ellos no me dejaría indiferente. Así que llegada la hora, se acercó a la casita dónde yo me hospedaba, justo frente a la suya, y me preguntó si sabía andar en moto. Al poco iba Oscar unos metros delante mía en su pequeña motocicleta mientras yo le seguía con otra del mismo estilo que la suya. Un hermoso paisaje era el regalo para mis ojos mientras que una cálida brisa se convertía en alivio de mis pensamientos.

Entre éstos, pensé precisamente aquella tarde, y en varias ocasiones, en cómo funcionamos ante personas extrañas, como era el caso entre Oscar y yo. Porque es interesante cómo sin tener absolutamente ninguna referencia sobre alguien, lo que cuenta es la primera impresión que dejan en ti. Hay gente que por su simple apariencia, por algún gesto o alguna palabra que identifique algo más de él, se delata como una persona de tu agrado o no. Pero mientras eso ocurre, debes guiarte por tu intuición. Yo intuí desde el primer momento el gran corazón que tendría ese señor. Siempre me dejo llevar por ella,  y pocas veces se equivoca, aunque en alguna ocasión haya tenido sobresaltos...

Marianela era el último destino de aquella tarde. Un edificio espectacular convertido en hotel y centro de convenciones, y cargado de detalles que hacen de todo el conjunto una auténtica obra de arte. En su construcción participaron cientos de obreros locales, además de los mejores artistas de la zona. Talladores de piedra, de madera, escultores y pintores que pusieron sus manos en aquel gigantesco complejo. Oscar me lo enseñaba emocionado pues trabajó por unos años allí, ayudando en la cocina a Dora, su mujer, así que decidí dejarme llevar en su visita guiada, expectante por conocer las obras de arte que me iba mostrando. Así llegamos a la que a él más le gustaba, y de la que me habló camino del lugar.

"Mira Jesús, este es mi cuadro preferido; ¡La última cena!. Puede resultar sencillo, que lo es, pero para mi es una obra diferente a pesar de recrear una escena más que conocida. Al contrario de la que pintó Leonardo Da Vinci, ésta fue pintada por un artista local y tiene dos connotaciones muy particulares del autor. La primera, es que no usó una mesa alargada como ocurre en la obra original, sino que en la imagen puedes ver un mantel alrededor del cual, sentados en el suelo, se disponen los doce apóstoles.Y la segunda, y la más curiosa, es que éstos eran personas conocidas del pueblo y que encarnaron los doce rostros de cada uno de los discípulos de Jesús. Solo por su apariencia el autor los identificó con Mateo, Juan, Pedro, Santiago... ¡¿Puedes imaginarte cuando paseando por la calle decidió quien sería Judas?!...", acabó contándome Oscar entre risas.

-- ¿Pues sabes que hay una historia muy parecida detrás del cuadro de la última cena de Leonardo Da Vinci?, le dije a Oscar para explicarle, a continuación, una leyenda que dicen que....


"Leonardo Da Vinci tardó en pintar La Última Cena siete años. Las imágenes que representan a Jesús y a los doce apóstoles, al parecer, fueron retratos de personas reales. Cuando se supo que Da Vinci pintaría esta obra cientos de jóvenes se presentaron ante él para ser modelos. Leonardo seleccionó en primer lugar a la persona que representaría a la figura de Cristo. Buscaba un rostro bien parecido, libre de rasgos duros, que reflejara una personalidad inocente y pacífica. Finalmente, seleccionó a un joven de diecinueve años.

Leonardó trabajó durante casi seis meses para pintar al personaje principal de esta formidable obra. Durante los siguientes años, continuó su obra buscando a las personas que representarían a los doce apóstoles, dejando para el final a la que hiciera de modelo de Judas.

Durante mucho tiempo buscó a un hombre de rasgos propios de este personaje, un hombre con un rostro marcado por la decepción, con una expresión dura y fría, que identificara a una persona capaz de traicionar a su mejor amigo.

Después de muchos intentos fallidos en la búsqueda de este modelo, llegó a los oídos de Leonardo que existía un hombre con estas características en los calabozos de Roma. Este hombre estaba sentenciado a muerte por diversos robos y asesinatos. Da Vinci fue a visitarlo y vio ante él un hombre de largos cabellos, que ocultaban su rostro y unos ojos llenos de rencor y odio. Era el Judas que buscaba para su cuadro.

El prisionero fue trasladado a Milán y durante varios meses se sentó silenciosamente frente a Leonardo, que plasmaba en su obra al personaje que había traicionado a Jesús. Cuando le dio la última pincelada a su obra, se dirigió a los guardias del prisionero y les dijo que se lo llevaran. Cuando salían del recinto, el preso se soltó de los guardias y corrió hacia Leonardo Da Vinci gritándole:

-- ¡Da Vinci! ¡Obsérvame!. ¿No reconoces quién soy?

Leonardo Da Vinci, que lo había estudiado cuidadosamente durante meses, le respondió; -- Nunca te había visto en mi vida hasta aquella tarde en el calabozo de Roma --.

El prisionero levantó los ojos al cielo, cayó de rodillas y gritó desesperadamente:

-- ¡Leonardo Da Vinci, mírame: soy el joven cuyo rostro escogiste hace siete años para representar a Cristo!.


Fuente de Cantos, 13 de octubre de 2017. Cuadro de La Última Cena de Marianela, Atyrá, Paraguay. Fotografía de Jesús Apa.

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